He leído con simpatía la reciente entrevista de Alberto Angela en la que relataba su encuentro con Harrison Ford, con ocasión del estreno del último capítulo de la saga Indiana Jones, Indiana Jones y el dial del destino. En Repubblica, el nacional Alberto declaró: "Tenía tantas ganas de conocerle: para cualquiera de mi edad, que se dedique a la historia, que ame la aventura, Indiana JonesHarrison Ford es un símbolo, ha formado a generaciones de arqueólogos. Yo soy más joven que Angela, nací en el 79 y no soy arqueólogo, pero no niego que me acerqué a la historia antigua a través de los libros infantiles ilustrados, después de ver en la tele En busca del arca perdida: tenía unos 10 años y no creo que fuera un caso aislado. Luego, a medida que fui creciendo, descubrí que en el mundo real ha habido arqueólogos con vidas aventureras en el pasado, como Heinrich Schliemann, Hiram Bingham, Antonio Raimondi, Howard Carter, y en épocas recientes hombres que no han descubierto sino protegido obras antiguas de forma fuera de lo común, como el Hombre de los Monumentos o Rodolfo Siviero.
Sin embargo, sus vidas e historias palidecen en comparación con las hazañas del intrépido Indiana. Huelga añadir, aunque no sea para defraudar las expectativas de algunos soñadores despistados, que para miles de arqueólogos la vida es cualquier cosa menos aventurera, y de persecuciones cargadas de adrenalina y descubrimientos increíbles ni siquiera una sombra lejana. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Hubiéramos preferido que antes de emitir cada película se pusiera un aviso que dijera: “ATENCIÓN, la vida de un arqueólogo no es tan aventurera”, matando así los sueños de generaciones de niños? Nosotros, desde Finestre sull’Arte, somos bastante bacchettoni, y muchas veces hemos criticado desde estas páginas los programas de Alberto Angela, señalando las inexactitudes e imprecisiones históricas, pero que quede claro: viva Alberto, cuyos programas nos permiten descubrir la Italia más bella y menos conocida con sus maravillas, y bravo por él por conseguir entusiasmar a millones de italianos. Y bravo también por quienes gestionan la comunicación del Parque Arqueológico de Pompeya, que consiguen mantener alta la atención por un yacimiento único en el mundo y lleno de maravillas.
Que quede claro, de vez en cuando también exageran, e incluso en esto estamos presentes y somos precisos en señalárselo, hasta el punto de que en más de una ocasión hemos llegado a hablar de “descubrimientos ridículos”, como el de la termópolis descubierta en 2019, dado que se conocen varias estructuras similares en Pompeya, o el hallazgo de los restos de dos antiguos pompeyanos arrastrados por la erupción del Vesubio en 2020, como si se tratara de alguna novedad.
Hoy, sin embargo, es el turno de un descubrimiento que, si bien no es excepcional, dado que ya se conocían imágenes similares, es menos habitual que los otros, y contribuirá a ampliar nuestro conocimiento de las imágenes conocidas como xenia (literalmente “regalos hospitalarios”), las naturalezas muertas que decoraban las habitaciones de los huéspedes en las casas pompeyanas, según una costumbre griega. Así pues, se habrá dado cuenta de que hoy le toca el turno a la pizza, o más bien a esefresco que representa un bodegón parecido a una pizza.
Gran revuelo y mucha polémica, pero esta vez, sin embargo, nos apetece romper una lanza a favor de la oficina de comunicación del Parque Arqueológico de Pompeya donde, para ser justos, se limitaron a escribir que “el bodegón parece una pizza” y no que “se ha encontrado un fresco que representa una pizza”. Además, hay que decir que en el artículo científico publicado al margen del descubrimiento, y fácilmente accesible a los periodistas, Alessandro Russo y Gabriel Zuchtriegel, los autores del ensayo, sólo utilizaron la palabra “pizza” para dar una sugerencia a un lector no experto: “a los ojos de un observador moderno podría parecer una pizza, aunque hablar de pizza en términos modernos”, escriben, “no tiene sentido, ya que se correría el riesgo de forzar un concepto contemporáneo hasta el punto de hacerlo arbitrario”.
Nosotros, que por desgracia somos una revista bastante seria dirigida a un público menos generalista, no hemos hablado de pizza, sino de un “bodegón”, añadiendo “que supuestamente representa una focaccia”. Hemos optado por no poner la palabra “pizza” en el título, ni utilizarla en ninguna parte del texto (salvo en la coma invertida del director Gabriel Zuchtriegel, que hablaba en primera persona de “pizza” en declaraciones oficiales), porque nos parecía una exageración evidente, aunque sabíamos que sin duda haría menos pegadizo el título.
Pero probablemente, para ser aún más rigurosos, también deberíamos haber evitado la palabra “focaccia”, ya que, para algunos, focaccia/pizza parecería un simple plato de barro, y por eso titulamos: “Fresco con bodegón hallado en Pompeya”. Ahora bien, si ese hubiera sido el caso, ¿cuántos habrían leído la noticia además de los enterados?
Así pues, si queremos llegar a más gente y entusiasmarla con el mundo del arte, el patrimonio y su belleza, debemos esforzarnos por encontrar el justo equilibrio entre el rigor y la frivolidad. Recordemos quién y qué nos hizo acercarnos al mundo del arte: quizá una película de Indiana Jones, un documental de Alberto Ángela, una novela de Clive Cussler, unas vacaciones en Mykonos. Buenrollista sí, ¡pero sin exagerar! Y como diría la rubia Vulvia: “¿Pizza, focaccia o crock pot? Se pregunta la comunidad científica. Sólo en el Canal Rieducacional”.
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