LaItalia cultural ha sido devastada por dos años de pandemia. No es una afirmación teñida de sensacionalismo: hay datos que certifican todas las graves dificultades que atraviesa el sector. El último informe de Federculture dio a conocer datos preocupantes sobre la participación de los ciudadanos en la cultura, que registraron colapsos dramáticos: entre 2019 y 2021, los italianos se alejaron de las actividades culturales, con los museos registrando un 72% menos de participación, el cine un 81% menos, el teatro un 85% menos y los conciertos un 82% menos. Los mismos resultados encontró Nomisma: 4 de cada 10 italianos han dejado de asistir a la cultura. El descenso de la asistencia implica necesariamente una drástica reducción del gasto en cultura (el Osservatorio Impresa Cultura Italia-Confcommercio constató una caída del 47% del gasto medio por familia), con la consiguiente disminución de los ingresos de todas las actividades, públicas y privadas, del sector. Y con la crisis acechando en el horizonte, hay motivos para pensar que la situación no mejorará, pues el pasado ya nos ha demostrado que, en tiempos difíciles, la cultura es uno de los primeros sectores en sufrir. Los datos preocupantes llegan también del empleo: Federculture certifica queel empleo cultural ha descendido un 6,7% respecto a 2019.El Istat ha calculado que se han perdido 55.000 empleos en cultura durante la pandemia.
Este es el desolador panorama al que se enfrentará el próximo ministro de Cultura nada más ser nombrado. Desde 2018, año de las pasadas elecciones, muchas cosas han mejorado: el gasto público en cultura ha aumentado, aunque seguimos lejos de las medias europeas, la digitalización ha avanzado considerablemente, antes de la pandemia el número global de visitantes a nuestros museos experimentó notables incrementos (aunque se mantuvieron diferencias significativas entre el centro y las periferias), muchos institutos se han renovado. El nuevo ministro tendrá, pues, un buen punto de partida, pero los retos que le esperan serán muchos, difíciles, y llegarán en lo que probablemente será un nuevo periodo de crisis. Con la idea de ofrecer una contribución constructiva a quien se siente en el Colegio Romano tras la formación del nuevo gobierno, hemos identificado, tras un estrecho debate con muchas personas conocedoras (algunas de las cuales se mencionan aquí, muchas otras prefirieron permanecer en el anonimato), diez prioridades que deberían guiar la acción del nuevo ministro.
Según datos de Eurostat, Italia es el cuarto país de Europa en gasto público en cultura, entendiendo por gasto público la suma de lo que gastan tanto las autoridades centrales como las locales: con 5.100 millones de euros en 2020 estamos por detrás de Francia (16.600 millones), Alemania (15.300) y España (5.500) y estamos justo por encima de Holanda, que gasta 4.100 millones en cultura. Es mejor que hace unos años, cuando el gasto rondaba los 4.600 millones, pero si se mira la cifra a la luz de la relación con el gasto público total o PIB, la comparación con el resto de Europa es despiadada: destinamos sólo el 0,7% del gasto público a cultura, frente a la media europea del 1% (peores que nosotros son sólo Chipre, Portugal y Grecia, mientras que Alemania, España y Francia puntúan 0,9, 1 y 1,2 respectivamente), y en la relación gasto en cultura/PIB nos situamos en el 0,3% frente a la media de la UE del 0,5%, seguidos de Chipre, Irlanda, Portugal y Grecia. En relación con el PIB, España se sitúa en la media de la UE, Alemania en el 0,4 y Francia en el 0,7. Es impensable que un país como Italia siga por debajo de las medias europeas de gasto en cultura: por eso será prioritario intentar que el gasto público italiano en cultura se acerque lo más posible a la media europea. Invertir en cultura significa tener más retornos (los informes de la Fundación Symbola han demostrado el potencial multiplicador de las inversiones en cultura), obtener más participación, iniciar un círculo virtuoso que hará más fuerte al sector.
Se ha mencionado en la introducción de este artículo cómo las medidas restrictivas aplicadas en el intento de combatir el Covid-19 tuvieron un efecto casi aniquilador sobre la participación. Por ello, una de las principales prioridades del próximo ministro será fomentar la participación. Desde hace tiempo venimos proponiendo en estas páginas una revolución en las entradas a los museos para ampliar el público: descuentos y entradas gratuitas para los no asalariados, convenios entre lugares de cultura (pensando en una perspectiva más amplia también en cines, teatros, instalaciones deportivas, etcétera), formas de abono, reducciones para los que visitan los museos en las últimas horas de apertura o para los que deciden visitar sólo una parte del museo (y, por tanto, iniciativas que animen también a volver al museo: ampliar la validez de la entrada podría ser una de ellas). Luego, se podría pensar, como ya sugerimos en la primavera de 2020, en introducir sistemas de deducción fiscal para quienes compren cultura (entradas a museos, visitas guiadas, servicios culturales en general). Y en lugar de los domingos gratuitos, que podrían superarse fácilmente, podrían preverse jornadas culturales más frecuentes con entradas a precio simbólico, como se hizo en el pasado con el cine, cuando se instituyeron los miércoles con descuento, y como se está haciendo estos días con el evento Cinema in festa. Además, también se necesitan nuevas formas de contar la historia: en este sentido, puede ser útil un trabajo de Antonio Lampis, ex director general de los museos italianos, que sugiere formas de valorizar los espacios culturales con ejemplos reales. Todas las iniciativas que deben animar al público a participar se verán luego apoyadas por campañas publicitarias masivas: en este sentido, el Ministerio, con sus campañas postpandémicas invitando al público a volver al cine y al teatro, ha abierto un camino que debería seguirse con frecuencia.
La oposición para 1.052 auxiliares de sala que comenzó en 2019 y ha finalizado este año (con los nuevos vigilantes de seguridad que han empezado a trabajar esta semana) ha traído nuevas contrataciones a los museos, pero probablemente no será suficiente para suplir la falta de personal de muchas instituciones, empezando por las bibliotecas y los archivos. Para darse cuenta de ello, basta con teclear las palabras clave adecuadas en los motores de búsqueda. Además, la escasez de los llamados “cuidadores” no es sólo la carencia más llamativa, ya que lleva al cierre de partes de los museos o provoca la reducción de los horarios de apertura, sino que también hay carencias entre los perfiles menos “visibles”, es decir, los perfiles técnicos: por ejemplo, topógrafos, obreros y personal administrativo, es decir, figuras que a menudo requieren competencias específicas. Su ausencia provoca a menudo el necesario alargamiento de los procedimientos. La criticidad de la falta de personal está ahora a la vista de todos: fue puesta de relieve por el Tribunal de Cuentas y por el propio Ministerio, que en el periodo de reaperturas tras el primer confinamiento pandémico habló de una “gravísima escasez orgánica”. El propio ministro Franceschini es muy consciente de que la escasez de personal es uno de los problemas más importantes que hay que resolver. Por otra parte, reforzar la profesionalidad significa también reconocer la dignidad del voluntariado cultural, una actividad noble e importante que, sin embargo, no puede utilizarse para colmar lagunas o ahorrar mano de obra.
En opinión de quien esto escribe, uno de los principales méritos del Ministro Dario Franceschini reside en haberse dado cuenta de que Italia no puede descuidar los territorios periféricos y que, por el contrario, la Italia del futuro será un país que se apoyará en gran medida en las zonas alejadas de los grandes centros. Basta pensar en el papel clave que pueden desempeñar en la reorientación de los flujos turísticos, descongestionando las zonas más populares. El plan del Ministerio de Cultura sobre los pueblos es una primera pieza positiva (aunque todo está aún por empezar, pero las premisas son esperanzadoras) de lo que se espera se convierta en un mosaico capaz de garantizar a las realidades locales un papel no secundario frente al de la ciudad: Se esperan, por tanto, mejoras infraestructurales, inversiones serias para reducir el riesgo hidrogeológico y consolidar los edificios históricos necesitados de obras, colaboraciones con las ciudades, apertura de nuevos itinerarios turísticos (se podría tomar como modelo lo que se ha hecho sobre el tema de las antiguas rutas de peregrinación), inversiones en patrimonio difundido e incentivos a la participación también para las comunidades locales, ya que los museos y los institutos culturales son ante todo presidios de ciudadanía activa. Por lo tanto, será importante en este sentido, señala Domenica Primerano, ex directora del Museo Diocesano Tridentino y presidenta de la Asociación de Museos Eclesiásticos Italianos, contar con un gobierno que pueda “desarrollar una comprensión más amplia del papel que desempeña la cultura en nuestra sociedad”.
Desde muchos ámbitos, el barroquismo de los procedimientos burocráticos se percibe como un problema cada vez más acuciante. La reforma Franceschini, en este sentido, ha luchado por ser incisiva. Ciertamente, la escasez de personal tampoco ayuda: pocos funcionarios dedicados a la protección hacen frente a cargas de trabajo cada vez más onerosas, con el resultado de que los plazos se alargan. Pero no es sólo una cuestión de escasez de personal: es también una cuestión de eficacia de los procedimientos. Lo que esto significa lo ha resumido muy bien, por ejemplo, el arqueólogo Philippe Pergola en una de sus contribuciones de 2019: “Nos encontramos con los dictados producidos por una tramitación burocrática extrema y puntillosa, con la necesidad de aportar tanto para las solicitudes de concesión, como en el curso de los trabajos, o para cuadrar cada campaña, una masa de documentos que hay que reiterar de año en año, en el momento de las renovaciones de ’concesión’, sin posibilidad de remitirse a la documentación ’no caducada’ adquirida unos meses antes. Se trata también [...] de prescripciones vinculadas a la conservación y restauración, en las que el ’concesionario’ puede verse obligado a realizar obras tan innecesarias como costosas, en ausencia de posibles dictámenes externos ’independientes’, como ocurre en Francia”. Por ello, sugiere Serena Bertolucci, directora del Palacio Ducal de Génova, “quizás sería útil crear mesas de trabajo territoriales, o secretarías técnicas donde al menos se puedan tratar los grandes proyectos todos juntos, administración, protección, valorización, para afinar la propuesta e iniciar un proceso cuando la propuesta sea compartida (respetando siempre, eso sí, los tiempos humanos)”.
Nacido en 2018, el Sistema Nacional de Museos, aunque ha crecido con el tiempo, aún no ha despegado: sólo hay 380 museos adheridos, de los aproximadamente cinco mil que deberían estar en red. Aun así, es un proyecto importante para dotar a los museos de unos estándares mínimos de calidad y crear oportunidades de colaboración entre los distintos institutos. Adele Maresca, presidenta del ICOM, señala que “el aumento de la calidad de los proyectos y servicios culturales, al que aspira el Sistema Nacional de Museos constitutivo, sólo será posible si se produce (a través de normativas, inversiones ad hoc y medidas de apoyo directo e indirecto) un aumento consistente del personal cualificado en las estructuras nacionales y locales, y si se difunden visiones, lenguajes e instrumentos innovadores con programas de formación y actualización continua”. Por lo tanto, el trabajo deberá avanzar con mayor concreción, “también con vistas”, subraya además Serena Bertolucci, “a una subsidiariedad cultural que ya no puede aplazarse. Los grandes museos en apoyo de los pequeños, aunque sólo sea en la cuestión de compartir competencias, que me parece la única manera de intentar asegurar la calidad y la eficacia de ciertos servicios que son fundamentales como los servicios educativos, los registros, la conservación planificada y la verdadera (y no improvisada) comunicación de la cultura”.
Algo se ha movido en los últimos años en el frente del arte contemporáneo, descuidado durante mucho tiempo: el Consejo Italiano y el Plan de Arte Contemporáneo pueden representar el inicio de una política que deberá tener en cuenta la creatividad de nuestro país, donde no faltan buenos artistas, pero hay que ponerlos en condiciones de trabajar con serenidad. Del mismo modo que nuestros museos deben estar en condiciones de mostrarse actualizados a los ojos del público italiano e internacional. Queda mucho por hacer en este ámbito: mientras tanto, necesitamos un verdadero “New Deal”, un vasto programa de producción de arte y de adquisiciones de obras contemporáneas para los museos (nuestras instituciones, es bien sabido, compran muy poco). Es necesario reforzar los programas existentes, poner en marcha controles capilares sobre la Ley 717/49, también conocida como “Ley del 2%” (que obliga a las administraciones a destinar un porcentaje de hasta un máximo del 2% del valor total de las obras de arte a nuevos edificios), cuestionar la posibilidad de de pensar en espacios públicos para el arte contemporáneo siguiendo el modelo de la Kunsthalle alemana, de utilizar espacios en desuso de las ciudades para crear centros de producción de arte contemporáneo, de imaginar sistemas de deducción fiscal en la compra de obras de arte. El Foro de Arte Contemporáneo, en 2020, hizo varias otras propuestas sobre las que puede y debe reactivarse un debate.
Sin los jóvenes, la cultura no puede sobrevivir. Por su parte, los jóvenes profesionales de la cultura suelen estar desmoralizados porque no ven reconocida adecuadamente su profesionalidad. Formados para trabajar en el ámbito del patrimonio cultural, trienios, másteres, doctorados, escuelas de especialización, a menudo apasionados y competentes, se les ofrecen colaboraciones a cuenta del IVA, con una remuneración inadecuada y ninguna certeza“: así resume Primerano su situación. Otros, en cambio, caen en el abuso del voluntariado, una práctica que ”quita oxígeno al circuito de la protección y valorización del patrimonio, cuando (y es demasiado frecuente) no sirve de apoyo a un personal eficaz, sino que simplemente lo sustituye sin ninguna atención al tipo de profesionalidad que se pone en marcha, a menudo muy deficiente, por supuesto“. El primer ”enfoque“, si podemos llamarlo así, debería ser el de los jóvenes profesionales hacia el trabajo para el que han sido formados. Luego está, de nuevo, la cuestión de la participación. Por ello, es necesario revisar el programa ”18app", a menudo infrautilizado y no exento de abusos, y convertirlo, si acaso, en un sistema de bonos vinculados a actividades, experiencias (visitas a museos, participación en conciertos o representaciones teatrales), viajes y estancias en ciudades de arte, que beneficiarían no sólo a los jóvenes de 18 años, sino a un abanico más amplio de jóvenes beneficiarios.
En el periodo previo a las consultas del 25 de septiembre, la plataforma ArtLab elaboró un documento Cultura es Futuro que contiene muchas propuestas importantes para el próximo gobierno, entre ellas el “Desarrollo de instrumentos financieros específicos (microcréditos, garantías, bonos de formación, fondos de contrapartida, etc.) y el refuerzo de los ya existentes”. Cuando se habla de colaboración público-privada no hay que pensar, simplistamente, en empresas que organizan eventos dentro de museos: el tema es mucho más complejo y va desde el desarrollo de fondos a la ampliación del llamado crédito fiscal para empresas que invierten en arte, desde fondos para la internacionalización (elementos todos ellos bien destacados por ArtLab) a la herramienta Art Bonus que, desde 2015 hasta hoy, ha permitido la realización de importantes proyectos. Las medidas fiscales para facilitar la aportación de recursos a la cultura deben, por tanto, ampliarse para que el apoyo que los particulares pueden prestar a la cultura sea cada vez más efectivo.
Hace ya cinco años señalamos lo poco que se investiga en los museos y superintendencias italianos, y que este tema no encuentra el lugar que le corresponde en el debate cultural. En los dos últimos años, el Ministerio de Cultura ha prestado más atención a los archivos y bibliotecas, pero todavía no se ha superado el retraso con respecto a la investigación, ni puede decirse que la elaboración de protocolos con las universidades sea una práctica generalizada, aunque la situación ha mejorado claramente desde las anteriores elecciones y las oportunidades de colaboración entre museos y universidades son cada vez más frecuentes. El pasado mes de enero, Francesca Bazoli defendía en estas páginas la necesidad de un “refuerzo del vínculo entre las instituciones museísticas y universitarias en el signo de una permeabilidad recíproca, que se concrete tanto a nivel de colaboraciones científicas o didácticas como, de nuevo, en la utilización de espacios museísticos o en formas de accesibilidad privilegiada a colecciones y archivos en beneficio de los estudiantes”. Ha llegado el momento de profundizar en estas posibilidades.
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