La carga emocional que ha invadido estos días, y sigue invadiendo, el Centro de Arte Contemporáneo Luigi Pecci de Prato conlleva una polaridad meliflua, al referirse tardíamente al destino de un complejo museístico madurado (¿o lastrado?) por una treintena de años de actividad. El hecho: en la noche del viernes 8 de octubre, con las luces prácticamente apagadas, el consejo de administración de la Fondazione per le Arti Contemporanee in Toscana entregó a la prensa un comunicado conciso e inequívoco, cuyo fulcro puede leerse en la revocación perentoria del cargo de directora general de la Dra. Cristiana Perrella.
El timing y la forma en absoluto elegantes, contemplando la versión y la consecuente reacción de la, por ahora, ex-directora, encaminada a emprender acciones legales, encuentra eco en la posición del presidente sobre la linealidad de lo que ya había sido previsto en febrero de 2021, en el momento de la renovación, y en la invitación a respetar el compromiso asumido de presentar su dimisión con un preaviso de seis meses. Estas divergencias han desencadenado un caso, ciertamente no el primero relacionado con el Centro Pecci y, en opinión de propios y extraños, probablemente ni siquiera el último. Muy probablemente.
Cristiana Perrella (romana, promoción del 65), conservadora y crítica de arte, tomó el relevo de Fabio Cavallucci en febrero de 2018, recibiendo de inmediato una herencia caliente, dado el inminente aniversario de los 30 años del museo (en locontemporáneo es un objetivo compartido solo con el Castello di Rivoli), pero sobre todo constatando el hermetismo administrativo ante el aumento de los fondos para el Centro, estabilizados en torno a los tres millones de euros anuales. La llegada a la presidencia del complejo de Prato en 2019 de Lorenzo Bini Smaghi, el banquero detrás de la exposición programática “punto de inflexión” del Palazzo Strozzi, confirmó aún más la necesidad de dar a Pecci una dirección financiera autónoma, en primer lugar optimizando las admisiones: en esencia, más exposiciones que actúen como atractores turísticos y menos ofertas solicitadas. Podría haber sido interesante elevar a metáfora el choque dialógico entre la apasionada dirección volcada en los contenidos y la virtuosa presidencia inclinada a lo popular, pero la realidad es bien distinta. Entre la directiva y Perrella nunca ha habido conflicto, en el sentido de que nunca ha habido reciprocidad. Ni pelea, ni diálogo, ni intercambio. El “acuerdo” entre las partes del que se habla en estas horas (primero admitido, luego desmentido, después retractado por el comisario romano), al margen de la renovación trienal que tuvo lugar el pasado mes de febrero, presumiendo una rescisión anticipada del contrato, en su doble interpretación muestra cómo cada uno remaba en su propia dirección, llevando al Centro Pecci hacia una deriva identitaria. Nihil sub sole novum.
Sin querer entrar en los méritos de los contenidos, por otra parte manchados por una época densamente crítica para las instituciones culturales, la gestión asumida por el Centro en los últimos años adolece de graves carencias comunicativas, tanto con el exterior como con el interior, pintando un escenario poco halagüeño y convirtiendo la estructura anular de Maurice Nio en un eterno campo de batalla. Pocas certezas por el momento, si no el anuncio, concomitante al adiós de Perrella, de la nueva dirección a mediados de diciembre. Todavía se desconoce si será una figura con nombramientos anteriores en instituciones dedicadas a la cultura contemporánea o un gestor interesado. El único llamamiento sensato, que de hecho ya se ha hecho antes pero ha caído miserablemente en saco roto, se refiere a la potenciación de los espacios dedicados a la consulta bibliográfica, vergonzosamente reducidos y escasamente frecuentados. Una biblioteca con 60.000 ejemplares consultables, enriquecida recientemente con la donación del archivo de la difunta Lara Vinca-Masini, merece sin duda una frecuentación más activa.
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