El panorama artístico internacional se está reencontrando con la pintura de Joaquín Sorolla y Bastida, y también Italia ha redescubierto recientemente a uno de los grandes protagonistas de la pintura española moderna, gracias a la exposición organizada en el Palazzo Reale de Milán en 2022 y a la que acaba de clausurarse en la Academia de España en Roma. Pero al pintor valenciano se le han dedicado en los últimos años otras numerosas muestras en todo el mundo, y esta animada actividad expositiva está disipando así el velo de niebla que durante muchas décadas oscureció el nombre de Sorolla fuera de España, a pesar de que en vida fue un célebre artista solicitado por las élites de media Europa y América.
La puesta en valor de Sorolla, sin embargo, no es casual, y responde a una sensata política de valorización de su arte, promovida por museos y fundaciones españolas de cara al centenario de su muerte, que se cumple este mismo año y culmina con una serie de importantes exposiciones que tendrán lugar en toda España en 2023. El proyecto Any Sorolla, a través de un amplio programa, pretende acercar la figura del pintor valenciano al mayor número de público posible y aportar nuevos contenidos para profundizar en la comprensión y el conocimiento de la obra de Sorolla. Probablemente el plato fuerte de estas celebraciones sea la exposición en el Museo de Bellas Artes de Valencia, tituladaColecciónMasaveu. Sorolla. La muestra, inaugurada el 29 de junio, rinde homenaje al pintor a través de 46 obras maestras procedentes de la Fundación Maria Crina Masaveu Peterson, la entidad privada con mayor número de obras del pintor valenciano; permanecerá abierta hasta el 1 de octubre de 2023.
La exposición ha sido comisariada por María Soto Cano, conservadora de la Fundación, y se ubica en la Sala Joanes del Museo de Bellas Artes de la ciudad natal de la artista. Está dividida en cuatro secciones, que abarcan toda su trayectoria desde 1882, cuando Sorolla tenía diecinueve años y se encontraba en la cima de su formación, hasta 1917, apenas tres años antes de que el pintor sufriera una apoplejía que le obligó a dejar de pintar. La exposición recurre también a una disposición evocadora: en efecto, las obras del pintor español, dispuestas en una única sala diáfana, están dispuestas en varias filas y colocadas sobre caballetes de cristal inventados por la arquitecta italo-brasileña Lina Bo Bardi y experimentados ya en 1968 en el Museo de Arte de São Paulo (Brasil), lo que la convierte en un caso de estudio museográfico. Las obras parecen flotar sobre sus soportes de cristal, y los caballetes, con su superficie transparente, no cierran la visión del visitante, sino que, por el contrario, permiten abarcar toda la sala con una sola mirada, aligerando el espacio e infundiéndole brío y vitalidad. Además, aunque organizada en secciones, esta disposición permite al público construir su propio recorrido sin imponerle un itinerario predeterminado.
Gracias a este proyecto museográfico, aún hoy sorprendente, se da un gran protagonismo al reverso de las obras, que además se ve potenciado por los pies de foto. Estas últimas permiten conocer en profundidad los soportes utilizados por Sorolla para sus pinturas, sus técnicas de trabajo, firmas, anotaciones y otras curiosidades. Este dispositivo expositivo encaja a la perfección con el artista que hizo de la alegría de vivir y de la poesía de la cálida luz mediterránea y de las explosiones de color su rasgo más característico. Gracias a este juego de transparencias, la sala de exposición se inunda de una orgía de colores vivos, que invisten al visitante desde sus primeros pasos en la exposición y le acompañan a lo largo de toda ella. La calidad de las obras maestras de la Colección Masaveu, así realzada, permite al visitante hacerse una idea lo más completa posible del artista español.
Nacido en 1863, a escasos metros de uno de los monumentos más famosos de Valencia, la Lonja de la Seda, la infancia del artista no fue ciertamente fácil. De hecho, quedó huérfano de padre y madre con sólo dos años y creció con sus tíos, y en cuanto cumplió los trece comenzó a asistir a una escuela nocturna de dibujo para artesanos.
Dos años más tarde, se matriculó en la Academia de Bellas Artes de San Carlo, también en su ciudad natal. Además de los primeros rudimentos, su formación pasó por dos etapas canónicas de la época: la copia de los maestros antiguos, que por supuesto también le llevó a visitar y confrontar las obras maestras del Museo del Prado; y un aprendizaje en el extranjero, que pudo completar gracias a una beca concedida por la Diputación de Valencia. Esto le permitió ampliar sus estudios primero en Roma, entre 1885 y 1888, y después pasar seis meses en París, además de otras numerosas visitas a Italia.
La primera sección de la exposición incluye cinco obras que revelan cómo sus inicios se caracterizaron por el uso frecuente de colores oscuros, aunque el artista español pasó a la historia como el pintor de la luz y el color. En particular, la pasión de Sorolla por el negro, ideal para expresar temperaturas emocionales pero también para dar vida a composiciones de sobria elegancia, deriva de los grandes maestros de la tradición española: Velázquez, El Greco y Goya. En la exposición se expone precisamente una copia realizada por el valenciano de la famosa obra maestra de Diego Velázquez, el Retrato de María Ana de Austria. Se sabe que Sorolla realizó varias copias del pintor sevillano entre 1881 y 1884, cuando frecuentaba a diario el Prado, pero ésta es la única que reproduce fielmente incluso las dimensiones del cuadro, en lugar de ofrecer simplemente una versión a tamaño reducido. Otra obra, Últimos sacramentos. Carlos V en Yuste, pintada en 1882, es un boceto que nos remite al interés del artista valenciano por la pintura de temas históricos, en el que se relatan las últimas horas del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en una composición de paleta algo lúgubre, pero ciertamente no exenta de gusto por lo anecdótico. También muy influido por los cánones románticos es El beso de Fausto, un encargo de tema literario que pintó durante su estancia en Asís.
“Al abarcar un arco cronológico tan amplio”, dijo el comisario, “la exposición permite ver muy bien todo el desarrollo de la pintura de Joaquín Sorolla, la evolución técnica, temática, cromática y lumínica de este pintor” . Y, en efecto, las obras de la segunda sección, las de la primera madurez del pintor español, que comienza hacia 1894, se apartan de las de su primera época por un redescubierto gusto por las soluciones derivadas, en línea con las adoptadas por el naturalismo, y por una gama cromática cada vez más radiante, gracias también al ejemplo proporcionado por los impresionistas. En esta etapa, el interés del artista se ve catalizado por los temas de carácter social y popular, como en el espléndido cuadro El Mamón, de 1894. La obra refleja la influencia del pintor andaluz José Jiménez Aranda (1837-1903), importante referente para Sorolla tras su traslado a Madrid.
El cuadro muestra la intimidad de una escena familiar, donde el centro de atención es un nuevo nacimiento, eje en torno al cual se desarrolla toda la composición. El cuidado realismo descriptivo se ve matizado por una virtuosa representación de la luz, que, penetrando por las ventanas del fondo, puntúa el espacio y da forma a las figuras, atrapadas en una relativa penumbra. En obras como La vuelta de la pesca y ¡Triste herencia! el leitmotiv del mar espumoso, captado en plein air, que más tarde haría tan famosa la pintura de Sorolla, sirve de telón de fondo a escenas muy diferentes. En la primera, el entrelazamiento de la fuerza animal y humana se representa con claridad cristalina, mientras que el segundo lienzo muestra una investigación sobre los cuerpos de niños afectados por la poliomielitis, evocada a través de pinceladas rápidas y fluidas. La sección más rica y mejor representada es la de la madurez, que puede situarse entre 1900 y 1910, el periodo que decretó el éxito del artista. Hay 28 obras en esta sección, y muchas de ellas tienen como tema el mar y las playas doradas de Valencia, como Niños en la playa Estudio para “Verano”, la imagen icónica de la exposición, Playa de València de 1902, Niños en la playa y Cosiendo la vela, de 1904. Durante este periodo, Sorolla desarrolla su estilo más característico, denotado por una pincelada rápida y corpulenta que se despliega en manchas de color, mientras que sus composiciones se construyen a partir de encuadres fotográficos, con una visión diagonal, sondeando la profundidad con mayor fuerza.
Varias obras de los últimos años atestiguan el reconocimiento internacional que alcanzó la producción de Sorolla: en 1909, la Hispanic Society de Nueva York acogió una grandiosa exposición de la obra del pintor valenciano, un acontecimiento que atrajo a más de 160.000 visitantes en poco más de un mes. Al año siguiente, la misma organización encargó al pintor un ciclo representativo de la historia de España y Portugal. De este monumental encargo, la exposición muestra algunos trabajos preparatorios, entre ellos el lienzo pintado en 1912 Pescadores de Lequeitio, una representación alegórica del País Vasco, y Vista de Toledo, para Castilla.
La cita valenciana, ofrecida al público de forma gratuita, es una de las exposiciones españolas más importantes de 2023, y gracias a la extraordinaria calidad de las obras maestras representadas y al evocador montaje, constituye una extraordinaria experiencia para sumergirse en la luz mediterránea, cuyo íntimo secreto guardaba Sorolla. Además, en el mismo Museo de Bellas Artes de Valencia, el visitante no suficientemente saciado podrá buscar otras muchas obras expuestas de la colección permanente. Se trata, pues, de una oportunidad realmente única para conocer al artista que mejor supo “captar la verdadera esencia de España, a través de sus obras que transmiten una sensación única de calidez y vitalidad”.
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