La iniciativa Per un’altra Firenze. Caminos de visita y caminos de investigación, un ciclo de tres seminarios web (14, 21 y 28 de mayo) sobre conservación, conocimiento y comunicación en el patrimonio cultural organizado por Fulvio Cervini, Andrea De Marchi y Cristiano Giometti, del Departamento SAGAS (Historia, Arqueología, Geografía, Arte y Artes Escénicas) de laUniversidad de Florencia, fue realmente apreciable y estimulante por muchos motivos.
Ante la emergencia sanitaria y social desencadenada por el coronavirus, que afecta a todos personalmente, como ciudadanos y miembros conscientes de una misma comunidad, se trató de una auténtica “llamada a las ideas”. Profesores, administradores, directores de museos, empresarios, gestores, estudiantes, postgraduados y doctorandos, historiadores y periodistas debatieron sobre el binomio Florencia y Cultura, en la época del Covid pero no sólo, avanzando reflexiones y propuestas también en relación con el infame reinicio.
Como en una instantánea de un tiempo suspendido, a través de la abolición (literal y figurada) del ruido de fondo, el virus nos ha ofrecido una imagen sin filtros de lo que han llegado a ser nuestras ciudades y de nuestro territorio (y de Florencia en particular) obligándonos a afrontar problemas (como los del turismo intensivo, el papel de las universidades y la investigación y su relación con el mundo laboral, la desigualdad de recursos entre pequeños y grandes museos) que son una emergencia desde hace ya demasiados años.
Para nosotros, historiadores del arte formados en esta universidad, era natural escuchar los tres episodios con gran interés. Igualmente natural nos pareció intentar dar un paso más, tratando de poner por escrito algunas reflexiones sobre la iniciativa, subrayando las cosas buenas que han surgido, pero al mismo tiempo insistiendo mucho en la necesidad de concreción, que desgraciadamente ha faltado a menudo en las intervenciones.
Vista de Florencia |
La ciudad, los ciudadanos, los turistas
El debate lo iniciaron los administradores de la Región y el Ayuntamiento, que hablaron de regeneración urbana y residencias de artistas, con vistas a devolver nueva vitalidad al tejido de la ciudad. Pero, como el seminario web sólo reveló brevemente, uno de los nudos más delicados del problema es más bien el de devolver a la ciudad una dimensión a escala humana en la medida de lo posible. Por el contrario, las políticas adoptadas desde hace décadas van en la dirección contraria: el crecimiento exponencial de la oferta alojativa y recreativa ha acaparado espacios y actividades en la vida del centro histórico (para algunos datos véase, más recientemente, I. Agostini, Firenze città storica: monoculture turistica nel vuoto pianificatorio, en Il diritto alla città storica, Roma 2018). Sería necesario volver a discutir las condiciones para la supervivencia en el centro de la ciudad de las actividades de interés público, el comercio minorista y la artesanía, revisando al menos parcialmente y de forma más equilibrada la reubicación de las funciones administrativas, como el tribunal o el campus universitario. También sería necesario poner fin al irresponsable fraccionamiento interno de los edificios históricos (mientras que, por el contrario, el alcalde aboga ahora por una flexibilización de las restricciones), que favorece la especulación, e introducir un apaciguamiento de los alquileres y de la venta de propiedades, con el fin de que los residentes estables vuelvan al centro y recuperen una dimensión de vida cotidiana real y animada.
El atractivo de Florencia es innegable. Sería utópico (además de injusto), como señala Alina Payne, pedir a un turista, quizá durante su experiencia única en la vida, que renuncie a los símbolos más representativos de la ciudad: el David, así como el Coliseo o el puente de Rialto, no se le pueden negar a nadie. Si acaso, habría que intentar, por un lado, ofrecer al visitante una narrativa más rica y articulada, actuando sobre la dimensión narrativa de la ciudad confiándola a los profesionales adecuados del sector, como proponen los doctorandos de SAGAS; por otro, habría que invertir en la red que une los distintos recintos culturales, por ejemplo, también mediante un uso inteligente y diversificado de las entradas acumuladas. Pero para asumir un reto tan difícil como el de educar (y no sólo a los extranjeros) a un turismo más consciente, es indispensable que Florencia tenga ante todo la voluntad de renunciar a su imagen de postal, a su consolidado papel de ciudad-culto, liberándose de la idea de que el turismo es y debe ser su principal fuente de ingresos. Al fin y al cabo, como señaló Mario Curia, el turismo no representa un porcentaje tan elevado del PIB de la ciudad como normalmente se cree, y tiende a generar una riqueza cada vez más polarizada hacia los grandes polos de atracción económica.
Florencia, via Tornabuoni |
Museos y territorio
Se ha hablado mucho de reorientar los flujos turísticos para descongestionar el centro histórico, en favor de zonas periféricas y provinciales, con propuestas que apuntan a la creación de nuevos polos museísticos o a la redistribución de las obras de arte, mediante, por ejemplo, su reubicación en los lugares para los que fueron creadas, tema (este último) planteado recientemente por el director de los Uffizi, Eike Schmidt.
Se trata de propuestas estimulantes y fascinantes, tanto para el historiador del arte que siente como un logro la posibilidad de reconstruir contextos del pasado, como para cualquier ciudadano que vive esas mismas obras como parte integrante de su vida cotidiana y de su memoria histórica. Sin embargo, emerge claramente, a nuestro juicio, junto a una necesaria valoración caso por caso, la necesidad de garantizar la seguridad y el correcto disfrute de esas mismas obras: ¿cuántas veces pinturas, esculturas, obras de orfebrería, incluso de primera importancia, son inaccesibles en las iglesias, de difícil acceso incluso para su estudio? ¿Cuántas veces las puertas permanecen cerradas a todas horas?
Por otra parte, es fundamental volver a vincular Florencia a su territorio, pero no tanto mediante la creación de nuevos contenedores museísticos en los suburbios (Andrea Pessina), con el riesgo de alimentar el concepto inflado de “museo difuso”. Ya existen muchos museos en la provincia y de gran valor y calidad, dispuestos a colaborar con las instituciones y centros de investigación florentinos. Ampliar la mirada de la ciudad a su periferia debería significar, en primer lugar, mirar con nuevo y vivo interés estas realidades locales, que (aunque entre mil dificultades, ahora más que nunca) trabajan para profundizar y valorizar su patrimonio. En todo caso, existe el peligro de una gestión jerárquica de esta relación Florencia/territorio, que debe evitarse mediante una colaboración real y lo más igualitaria posible, evitando una vía unidireccional centro-periferia. Por el contrario, la ciudad podría capitalizar los poderes de descentralización ya existentes y la forma en que el territorio se relaciona con su patrimonio difuso, favoreciendo la relación entre éste y las comunidades locales.
Galería de la Academia, el David y las Cárceles de Miguel Ángel |
Museos, universidades e investigación
Las bibliotecas, archivos, museos y conjuntos monumentales florentinos (que en el transcurso del seminario web parecieron encerrarse en sí mismos, empeñados sobre todo en poner de relieve sus propias iniciativas, sin cuestionar las posibilidades reales de cooperación) representan un eslabón indispensable en esta red, para la protección, para la investigación, para el futuro de las profesiones del patrimonio cultural.
Sin embargo, en la realidad, el diálogo entre los profesionales del sector y los estudiantes no se da por descontado, y las colaboraciones (salvo algunas virtuosas excepciones) se ven a menudo sometidas al fantasma de la explotación temporal y a plazo fijo (cuando ni siquiera permanecen sobre el papel), lo que impide una formación fructífera sobre el terreno, con todo el bagaje de competencias y contactos que de ello se derivaría.
Un término que surgió repetidamente y de forma generalizada en el seminario web fue “digitalización”. La emergencia del coronavirus demostró la actualidad de este tema, vaciando las salas de museos, institutos de investigación, bibliotecas y archivos, dejados, ahora más que nunca, a merced de un futuro difícil e incierto. Aunque se han hecho algunos progresos, aún estamos lejos de una accesibilidad en línea satisfactoria de la información, tanto en los sitios de las instituciones individuales como en los sistemas de catálogos ministeriales, que funcionan con contratiempos y a menudo sólo son accesibles desde determinados lugares. Se trata de una carencia italiana que afecta tanto a las pequeñas instituciones como a los grandes centros de renombre internacional. Nunca antes había habido tanta falta de recursos jóvenes y de sistemas gratuitos de intercambio de información e imágenes (¿alguien ha dicho cuánto tiene que pagar un estudioso por una fotografía?). Una propuesta concreta y factible para solucionar esta carencia podría ser la construcción de un proyecto de digitalización compartida entre universidades e instituciones, lo más sistemático y extendido posible. Un proyecto de este tipo, extendido por todo el territorio nacional, ofrecería a los estudiantes y antiguos estudiantes la posibilidad de adquirir una experiencia laboral concreta, formativa y finalmente útil (hecho que no debe darse por descontado para unas prácticas curriculares), y a los museos un servicio de bajo coste, de forma potencialmente replicable y continuada en el tiempo.
Iniciativas como ésta incidirían positivamente en la dramática distancia que separa el mundo laboral de la universidad: es cierto que la tercera misión de las universidades no puede ni debe convertirse en una oficina de empleo, pero tienen el deber de abordar el problema del acercamiento de sus jóvenes aprendices a la profesión, de la utilidad de su perfil en el panorama actual. Igualmente grave es el retraso con el que los licenciados pueden incorporarse por fin al mundo laboral del patrimonio cultural, empezando por unas prácticas de postgrado debidamente remuneradas. Historiadores del arte y museos están unidos por una necesidad mutua, demasiado a menudo ignorada.
Biblioteca de los Oblatos, Florencia |
Para una cuarta entrega
Estos encuentros a distancia han sembrado ideas y quisiéramos que el proceso puesto en marcha no se detuviera; es más, tras un tiempo de reflexión, intentar recoger los frutos en un momento verdaderamente dialéctico (una dimensión que tal vez ha faltado en este formato). Dado que por el momento no podemos imaginar un encuentro presencial, nos gustaría proponer un cuarto seminario web basado en preguntas, debates, pero sobre todo propuestas. Entre las distintas voces, nos gustaría escuchar e interpelar a las de la política, y también confrontar a quienes son portadores de distintos intereses, a menudo antitéticos a los culturales (pensemos en los muchos sujetos que operan en el turismo de masas).
La suerte de ejercer un oficio como el de historiador del arte, que nos permite mantener la cabeza en el pasado, no implica falta de concreción o incapacidad para leer el presente. Nuestras profesiones están necesariamente ligadas a las opciones administrativas de la ciudad; también lo está el futuro de la cultura en todos sus significados.
Referencias de los seminarios web "Por otra Florencia
https://www.youtube.com/watch?v=R0MUot21gEc
https://www.youtube.com/watch?v=Hst-uiiEayk
https://www.youtube.com/watch?v=Gmo1jZIzSFw
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