Previsible polémica ha generado la noticia de la subida de la entrada a los Uffizi de 20 a 25 euros en temporada alta, aunque conviene recordar que la tarifa de temporada baja (12 euros) no se ha ajustado y que también se ha introducido una entrada para visitantes madrugadores, que costará 19 euros y será válida para quienes accedan al museo antes de las 9 de la mañana. La protesta se ha extendido sobre todo en las redes sociales, y los Uffizi se han convertido incluso en trending topic en Twitter, blanco de cientos de comentarios descontentos, alimentados también por las inexactitudes de los asiduos tuiteros indignados.Se escribió, por ejemplo, que el billete pasará de 12 a 25 euros a partir del 1 de marzo: una información engañosa, ya que la temporada alta terminará en febrero y la tarifa de 20 euros habría entrado en vigor de todos modos, por lo que el aumento es de 5 euros y no de 13. Alguien ha dicho también que una familia media gastará cien euros, lo cual es cierto si los padres visitan el museo con sus hijos treintañeros (ya que por debajo de los 26 años la entrada cuesta 2 euros), pero se supone que a esa edad no hay que cargar con la economía paterna.
Desde luego, no es ningún placer gastarse 5 euros más para visitar un museo vital. Pero hay ejemplos peores: me parece, por ejemplo, una vergüenza que en Venecia, si uno sólo está interesado en el Museo Correr, tenga que comprar el billete de 30 euros que da acceso a todos los museos de la Plaza de San Marcos, sin tener más remedio. Los Uffizi, a diferencia de los museos de la Plaza de San Marcos, aún permiten elegir la visita en horarios en los que el desembolso es más sostenible, y permiten limitar la visita a un solo museo del complejo sin tener que comprar un billete acumulativo. Quien sólo quiera visitar el Palacio Pitti, sólo comprará una entrada para el Palacio Pitti. Además, se tiende a olvidar que los Uffizi también ofrecen un pase anual que permite la entrada ilimitada a todos los museos del complejo, así como al Museo Arqueológico de Florencia y al Museo del Opificio delle Pietre Dure: cuesta 70 euros al año, mientras que para las familias (dos adultos y un número ilimitado de niños) el precio es de 100 euros. También existe un acuerdo por el que la entrada al Museo Arqueológico Nacional de Florencia es gratuita para quienes hayan adquirido una entrada para los Uffizi. En resumen, el aumento de 5 euros debe valorarse dentro de un sistema complejo. Evidentemente, sería mejor que los residentes tuvieran derecho a la entrada gratuita, pero seguro que el museo al menos se ha planteado algunas preguntas sobre la posibilidad de que haya un público que vuelva a ver el museo varias veces durante el año y no quiera pagar el precio completo por cada visita.
Por supuesto, el hecho de que haya situaciones más caras en las que la experiencia de visita sea incluso peor que en los Uffizi no ayuda a metabolizar mejor la subida, también porque será indiscriminada. “Si algo vale algo, tiene un valor intrínseco, histórico, también hay que pagarlo un poco”, dijo el ministro de Cultura, Gennaro Sangiuliano, “al fin y al cabo, una familia media americana que viene a Italia de viaje invierte entre 10 y 20.000 dólares porque hay un coste entre el billete y el avión, así que pagar 20 euros por una visita a un bien único, creo que puede ser aceptable”. El razonamiento no se arruga si se tiene en cuenta el punto de vista del turista americano y se considera que los Uffizi son una visita obligada para los viajeros extranjeros, pero creo que también hay que pensar en el visitante italiano que no tiene la misma capacidad capacidad de gasto que el turista transoceánico, y al hecho de que los Uffizi no son sólo una atracción para turistas, sino que son sobre todo un instrumento para el crecimiento del ciudadano, para la formación de su pensamiento crítico, para el desarrollo (o afirmación) de su sentido de pertenencia a una comunidad, etc.
Es entonces cuando la protesta se vuelve instrumental, vana, inútil, incluso dañina si está impulsada por meros sentimientos de indignación o por la amargura que responde a razones ideológicas, y si el máximo esfuerzo es la comparación con las entradas de los grandes museos europeos. Significa limitarse a escaramuzas adolescentes. Es cierto: el Louvre, el Prado, el Rijksmuseum, los Museos Estatales de Berlín, el Hermitage de San Petersburgo cuestan menos que los Uffizi, y no era necesario ajustar las tarifas de los museos a “estándares europeos” no especificados, porque en cualquier caso el coste de los Uffizi no estaba por debajo de la media. Pero, ¿de qué sirve hacer estas comparaciones si la discrepancia no va acompañada de razonamientos más profundos? Si no se tienen en cuenta otros argumentos mucho más interesantes, indignarse por los cinco euros de más no tiene mucho sentido. Del mismo modo que no tiene mucho sentido razonar sobre sistemas de máximos, en la línea de “pague más porque el aumento de precio pone de manifiesto el inestimable valor del producto”, para apoyar la tesis contraria.
Hablemos más bien de cosas concretas: ya existen varias concesiones (como la de los menores de 26 años que sólo pagan 2 euros), pero ¿es tan difícil introducir otras nuevas para los residentes, para los visitantes habituales, para los parados? ¿Por qué no se habla de diversificar la experiencia? Si un florentino que trabaja en una oficina hasta las cinco y media de la tarde quiere ver una sola obra y planea estar en los Uffizi media hora antes de que cierre, ¿por qué no se hace como en ciertos museos del extranjero, donde la última hora de apertura es gratuita para todos, todos los días? ¿Por qué hay que pagar el precio completo de todo el museo si sólo se quiere visitar la exposición temporal? ¿Por qué demasiados museos siguen sin ofrecer ningún tipo de abono? ¿Por qué no es posible adquirir una tarjeta que permita la entrada a varios museos a un precio ventajoso y que sea válida todo el año? ¿Por qué no hay incentivos para los que acuden a lugares culturales de distinta naturaleza (por ejemplo, descuentos en el museo para los que van al teatro la noche anterior)? ¿Por qué no se piensa en crear las condiciones para garantizar aperturas nocturnas fijas, quizá a un precio reducido?
Adaptarse a las normas europeas también podría significar, como llevamos mucho tiempo escribiendo en estas páginas reclamando una verdadera revolución sobre las entradas a los museos, mirar a los demás cuando se dan cuenta de que el público no es un monolito, sino que hay diferentes tipos de experiencias en las que incidir. El Louvre, por ejemplo, es gratuito para los parados o las personas con rentas sociales mínimas. El Prado también es gratuito para quienes no tienen trabajo: como en el Louvre, basta con llevar un certificado oficial que acredite su condición. Además, el Prado es gratuito para todo el mundo durante las dos últimas horas de apertura (horario de gratuidad): de lunes a sábado, de 18:00 a 20:00 horas, y los domingos y festivos, de 17:00 a 19:00 horas. Una idea extraordinariamente inteligente para el público local, para el que el museo puede convertirse también en un lugar de encuentro. Los Museos Estatales de Berlín, por su parte, ofrecen Jahreskarte, o tarjetas anuales, que cuestan 25 euros sólo para exposiciones, 50 euros para museos sin exposiciones temporales y 100 euros para todo, con la ventaja añadida de entrada preferente. En Holanda existe un “Netherlands Museum Pass” que da acceso a más de 400 museos de todo el país. Pero incluso en Italia no faltan ejemplos virtuosos en este sentido: además de los Uffizi, hay otros museos con modalidades de abono, como la Galleria Nazionale dell’Umbria, por citar sólo uno, que expide una tarjeta anual con un coste de 25 euros para poder entrar en el museo cuantas veces se quiera, y que ya se amortiza con sólo tres visitas.
Está bien, pues, calibrar las entradas pensando en la capacidad de gasto del turista americano, pero también sería útil poner al florentino, al toscano y al italiano (dado que la visita a los Uffizi es un momento importante en la educación del ciudadano italiano) en condiciones de entrar, si no gratis, al menos a un precio simbólico, o al menos con la idea de que un ciudadano también puede visitar un museo a menudo.
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