Para un ávido lector de periódicos, aunque poco inclinado a la investigación personal, ésta podría, debería parecer una época extraordinariamente floreciente para la investigación arqueológica italiana y mundial: En los últimos cinco años se han comunicado al mundo descubrimientos como el de una ciudad que constituiría"el descubrimiento arqueológico más importante de Egipto después de la tumba de Tutankamón", o el de la inscripción que“cambia la fecha” de la erupción de Pompeya; y de nuevo se ha comunicado el descubrimiento del"Coliseo de AnatoliaY para centrarnos en Italia, nuevos descubrimientos calificados de “excepcionales” salpican las páginas de los periódicos locales y de otros lugares, ya se trate de villas con mosaicos, anfiteatros, cabezas de Augusto, necrópolis púnicas, vestigios de asentamientos prehistóricos, y un largo etcétera. Basta con echar un rápido vistazo a los principales motores de búsqueda para darse cuenta de que, limitándonos únicamente a la lengua italiana, una vez al mes, o más, se informa de descubrimientos arqueológicos “excepcionales” o “extraordinarios”, desde los Alpes hasta Sicilia.
Todo esto puede dejar desconcertado al lector: ¿es posible que esto ocurra en un momento en que la disciplina arqueológica lleva años quejándose de recortes y deficiencias estructurales, tanto en su parte ministerial como en la de investigación universitaria? ¿Realmente estos heroicos arqueólogos son capaces de hacer tantos descubrimientos extraordinarios a pesar de la limitación de fondos? La respuesta a esta pregunta es compleja, y no sólo, o en su mayor parte, relacionada con la necesidad de los periódicos de conseguir muchos clics con titulares resonantes. Hay varias razones y motivaciones para anunciar descubrimientos “extraordinarios” con tanta frecuencia: a través del análisis de algunos casos recientes, intentaremos ilustrarlas brevemente.
El anfiteatro de Mastaura, el "Coliseo de Anatolia |
La termópolis de Pompeya descubierta en 2019 |
La tierra de la que sin duda proceden la mayoría de los excepcionales descubrimientos de los que se ha hecho eco todo el mundo en los últimos cinco años esEgipto. Aquí se ha anunciado, sin ningún orden en particular, sólo entre finales de 2019 y hoy el descubrimiento de la tumba de Cleopatra, de un centenar de sarcófagos intactos, de la fábrica de cerveza más antigua del mundo, pero sobre todo de la "ciudad dorada perdida" de Atón, cerca de Luxor, anunciada en abril de 2021 y presentada como “el hallazgo más importante desde el descubrimiento de la tumba de Tutankamón”. Presentando estos descubrimientos, en un clímax sólo interrumpido por el debido desmentido sobre la supuesta tumba de Cleopatra, estaba siempre él, Zahi Hawass, el director de antigüedades del gobierno de Al-Sisi, que ya había ocupado el mismo cargo para el gobierno de Mubarak, depuesto por las revueltas de 2011.
Como siempre en estos casos, los comunicados de prensa preceden a cualquier publicación científica que contenga datos de excavaciones. Y por las notas de prensa sabemos queuna "gran ciudad en buen estado" (habitada y luego abandonada en el siglo XIV a.C..) repleta de utensilios que relatan la vida cotidiana: aún no está claro en qué sentido representaría el hallazgo más importante desde la tumba de Tutankamón (que, para los no iniciados, contaba con un conjunto de pertenencias completamente intacto, algo casi único en arqueología dados los repetidos saqueos de tumbas faraónicas a lo largo de los siglos). La zona de Luxor, que se levanta, como se sabe desde el siglo XVIII, sobre el emplazamiento de la antigua Tebas, capital de Egipto en el Reino Medio, es un tesoro de continuos descubrimientos arqueológicos. La excavación del yacimiento identificado comenzó en septiembre de 2020 y, a pesar de la evidente comparación con Pompeya propugnada por los excavadores, las pruebas difundidas hasta ahora no parecen permitir extraer conclusiones sobre el impacto que la excavación tendrá en el conocimiento del Antiguo Egipto.
En el caso egipcio, la proliferación de descubrimientos excepcionales y extraordinarios, más que de su propia extraordinariedad, deriva de una ventaja común: por un lado, para el poderoso Hawass, que utiliza la comunicación para aumentar su propia popularidad dentro y fuera del país; por otro, para el régimen de Al-Sisi, que en este cadencioso anuncio de nuevos descubrimientos legitima su propio poder, como es típico de los gobiernos nacionales egipcios que quieren distanciarse de la tradición islámica del país, y de la política islamista (Al-Sisi está en el poder tras derrocar al gobierno de los Hermanos Musulmanes). Se trata de un uso nacionalista y político de la arqueología, que siempre encuentra algún apoyo de los líderes arqueológicos, como en este caso. Un modus operandi que encuentra claros epígonos, aunque en menor medida, incluso en países europeos: el caso más evidente es la relación entre Massimo Osanna y las excavaciones de Pompeya, ya analizada por este periódico.
La ciudad de Atón |
En julio de 2017, la noticia de un sorprendente descubrimiento rebotó en los periódicos nacionales e internacionales: en unos recipientes prehistóricos sicilianos se hallaron restos del vino más antiguo del mundo, de hasta 6.000 años de antigüedad. Un descubrimiento capaz de reescribir la historia de la arqueología y de la alimentación humana, dado que antes de ese anuncio sólo existían huellas sólidas de elaboración de vino a partir de la Edad de Bronce, por lo tanto desde unos 3.000 años más tarde. Fueron investigadores de la Universidad del Sur de Florida quienes hicieron el anuncio en un comunicado de prensa. En cuestión de horas, la noticia estalló en todos los medios de comunicación.
Unos meses después llegó una breve y tajante nota en Facebook de la Superintendencia local: no fuimos consultados, dicen, los compuestos químicos utilizados para identificar el vino no son suficientes, y la datación propuesta de esos fragmentos cerámicos parece carecer de fundamento. Muy pocos leyeron esa nota, y así la noticia, falsa, de que se ha encontrado vino de hace 6.000 años en Sicilia sigue circulando hasta hoy.
Este tipo de anuncios forma parte de una tendencia, en la que universidades estadounidenses anuncian que han realizado descubrimientos extraordinarios, en sus laboratorios, sobre artefactos procedentes de lugares tan lejanos como Italia y Georgia. Descubrimientos que a menudo tienen que ver con el vino. Una tendencia tan problemática que en 2020 un grupo de investigadores de York, Tubinga y Múnich publicó un largo análisis científico para explicar cuándo y cómo es posible decir que, tal vez, un determinado hallazgo arqueológico contenía vino. El agravante, en el caso siciliano, es que el anuncio se hizo sin siquiera el consentimiento de los arqueólogos locales, quienes, conscientes de la absoluta improbabilidad (arqueológica) de encontrar vino en hallazgos tan antiguos, al menos habrían alertado a los investigadores estadounidenses. Pero no fue así.
Se trata de una segunda vertiente de excepcionalismo “forzado”, típico de la investigación científica que, con la ayuda de una financiación menguante y la retórica de la excelencia, se ve cada vez más impulsada a publicar a toda costa, y rápidamente, dejando a veces de lado la exactitud de los datos y la interpretación. Para conseguir una carrera más rápida y más financiación: no es estrictamente un problema arqueológico, pero sí arqueológico.
Imágenes del descubrimiento del llamado vino más antiguo del mundo |
Luego hay casos muy distintos, en los que los arqueólogos atribuyen adjetivos como “excepcional” o “extraordinario” a descubrimientos que sólo lo son relativamente, o no lo son en absoluto. Casos en los que, sin embargo, lo “no excepcional” sólo es conocido por los iniciados.
Aquí la casuística es amplia, y va desde el descubrimiento de anfiteatros o tumbas cuya existencia se conocía, pero no su ubicación exacta; de mosaicos o alzados muy bellos, pero de los que se conocen muchos ejemplares similares; o de yacimientos y contextos arqueológicos de extraordinaria importancia e interés, capaces de aportar mucha información nueva, pero no de cambiar la historia como pretende la nota de prensa. A veces se llega a la tergiversación flagrante, presentando como excepcionales contextos o hallazgos que en realidad son normales en determinados contextos (piénsese en los frescos encontrados en Pompeya, o en las lápidas con inscripciones o tumbas ricas halladas en cementerios donde esto era habitual). El caso reciente más conocido es el cenotafio de Rómulo, un contexto ya conocido pero presentado como un descubrimiento excepcional en febrero de 2020.
Suele haber dos tipos de organizaciones que hacen este tipo de anuncios: las universidades o las superintendencias. Y el motivo es similar, si no el mismo: la absoluta necesidad de nuevos fondos. A veces lo hace una misión de investigación universitaria para convencer al rector (o a otros mecenas) de que renueve o aumente la financiación; a veces lo hace la superintendencia para convencer a la autoridad local de que permita, mediante financiación, la excavación de aquellos contextos que, de otro modo, estarían destinados a ser prontamente enterrados de nuevo.
En cualquier caso, es precisamente el momento de crisis de la disciplina el que empuja hacia esta actitud: ante un hallazgo interesantísimo, uno no se limita a relatarlo como tal, sino que aprieta el acelerador de la excepcionalidad, de lo extraordinario, calificándolo de increíble, único. Y es que la soga de la escasez de fondos obliga a luchar por la poca financiación de que se dispone (o que uno espera que se pueda disponer). En este contexto, uno no siempre es capaz de mantener un enfoque colaborativo y equilibrado: a veces un comunicado de prensa bien elaborado es, o se piensa que es, la única manera de destacar. Y poco daño hace, se piensa, si ofrece a los lectores información parcialmente falsa o exagerada.
El llamado “sarcófago de Rómulo” en una foto... de 1900 |
En resumen, esta proliferación de descubrimientos excepcionales, lejos de ser un signo de vitalidad, es un signo de gran fatiga. El arqueólogo lanza un anuncio altisonante, exagerado o incluso engañoso; los redactores de los periódicos, también con grandes dificultades y en busca de clics, lo relanzan, a veces añadiendo detalles, a veces simplemente copiando y pegando; a esto le sigue (a menudo) un debate social en el que los enterados reducen o incluso niegan la relevancia del descubrimiento: pero este debate casi nunca llega al gran público, o en cualquier caso nunca con la fuerza del primer anuncio.
Una crisis de financiación, una crisis de la edición, quizá también una crisis de nuestra sociedad, obsesionada con la idea de unicidad y excelencia, por la que los que financian, los que pagan, no quieren una multiplicidad de situaciones, lugares, contextos, “normales”, incluso banales a veces, que juntos cuenten una historia extraordinaria, ya sea la historia de una región, de una ciudad, la historia de la humanidad desde sus orígenes hasta nuestros días. No, ahora siempre se prefiere “el descubrimiento más importante” y no “una pieza más para comprender nuestro pasado”. Y esto es hijo de la retórica de una sociedad que quiere ser individualista, y que quiere autorrepresentarse a través del pasado. Pero si todo se convierte en excepcional, ya nada será excepcional: ni siquiera los descubrimientos (muy pocos, pero existentes) que podrían realmente reescribir la historia de la humanidad, forzados en el vórtice de los anuncios engañosos.
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