’Para algunos es necesaria una acción farmacológica, para otros, en cambio, es necesaria una cirugía profunda’. En estos términos se refirió a las superintendencias el presidente de la Región de Sicilia, Nello Musumeci, en una conferencia en el Palacio de Orleans, sede del Gobierno regional, en septiembre de 2018, casi un año después de asumir el cargo. En los últimos coletazos de esta legislatura, podemos decir que al final se ha optado drásticamente por el bisturí. Es cierto, el paciente está enfermo, las superintendencias sicilianas carecen de todo, herramientas, personal, fondos, por lo que los plazos para emitir dictámenes se dilatan, poniendo en juego también la realización de obras. Pero no es por más sustracción por lo que las obras deberían haberse "hecho". El remedio corre el riesgo de asestar el golpe de gracia precisamente a un “modelo” de superintendencia que inspiró la reforma ministerial de hace unos años.
Al principio, de hecho, existían las superintendencias únicas sicilianas. Luego, en 2016, el ministro Dario Franceschini las mutó a nivel estatal, enviando esos temas al desván. En el país, tras la sacudida inicial, las nuevas superintendencias únicas se han asentado más o menos, sin embargo, incluso aquí han sufrido graves carencias de personal. En Sicilia, en cambio, ya estamos “más allá”. Estamos en una mutación genética que, tras el aguijón de la necesidad de ahorrar dinero, parece tener el absurdo objetivo de deshacerse de esa primacía y en cambio persigue el lúcido objetivo de garantizar el control político sobre la actividad desarrollada por estos institutos. O mejor dicho, sobre lo que queda de las guarniciones para la protección del patrimonio cultural, concebidas en Sicilia a finales de los años setenta. Emblemática de la eficacia del “viejo” modelo organizativo es la acción de contrastar los fuertes intereses especulativos en el territorio opuestos por la Superintendencia de Siracusa durante los años de las direcciones de Concetta Ciurcina y luego de Bice Basile, flanqueadas por el trío de funcionarios “no domesticados” Rosa Lanterna.no domesticados" Rosa Lanteri (unidad de Arqueología), Alessandra Trigilia (Paisajismo) y Aldo Spadaro (Arquitectura), sobre los que también escribió Gian Antonio Stella en el’Corriere della Sera’.
Agua pasada. Una resolución del consejo de gobierno de Musumeci del 10 de marzo anuló, de hecho, las unidades especializadas de las superintendencias, sustituidas por sólo dos secciones híbridas: una para el patrimonio arquitectónico e histórico-artístico, paisajístico y demo-etno-antropológico, y la otra para el patrimonio arqueológico, bibliográfico y archivístico. Un caldero en el que se mezclan todas las competencias, gobernado por un gestor genérico que puede tener un perfil totalmente excéntrico en el patrimonio cultural. Al fin y al cabo, estamos en una Sicilia en la que geólogos, ingenieros o agrónomos están al frente de museos o parques arqueológicos. Y que a partir de ahora tendrá también un superintendente que “ratifica” las opiniones de dos superejecutivos controlados por la política a través de la longa manus en los nombramientos. En realidad, siempre han sido los directores de las distintas unidades especializadas quienes han instruido los expedientes y firmado las órdenes, en función de su cualificación “técnica”. Tomemos el caso de la restauración de un monumento: en el pasado, la unidad arquitectónica debía expresar su opinión, pero también la unidad histórico-artística en el caso de las pinturas murales, y la unidad arqueológica para las excavaciones arqueológicas preventivas. Si además se necesitaba la opinión de la unidad paisajística, tenían que opinar cuatro jefes cada uno. Un pequeño grupo más difícil de reducir al mejor criterio de un solo individuo. O al menos esto es lo que en teoría debería haber ocurrido, pero incluso antes de la actual “reforma” al estilo siciliano no era ni mucho menos la norma.
Volveremos sobre este punto en breve, primero veamos las reacciones. La protesta por el “golpe” de marzo no se hizo esperar. Desde el rechazo de la oposición, encabezada por el secretario del PD siciliano Antony Barbagallo, a las asociaciones, de Legambiente a Italia Nostra, de Ana, la Asociación Nacional de Arqueólogos, a Icom. Gianfranco Zanna, presidente de Legambiente Sicilia, destaca la coincidencia de la firma de la medida con el 10 de marzo, Día del Patrimonio Cultural Siciliano, instaurado hace unos años en memoria del desafortunado concejal Sebastiano Tusa. Una forma de celebrar no su memoria, sino la contribución actual y de actualidad que Sebastiano aportó a la cultura", subraya el concejal de Patrimonio Cultural, Alberto Samonà. Digamos, también, una forma bastante singular de honrar al concejal arqueólogo, que procedía de esas filas tan ’técnicas’ del patrimonio cultural siciliano que hoy se ha visto mortificado.
Y si Zanna anuncia también acciones legales “para bloquear esta enésima reorganización que demuestra, una vez más, la miopía del gobierno regional en materia de gestión, tutela y valorización de nuestro patrimonio cultural”, Ana espera que la resolución sea retirada, no ahorrando tonos duros, en la convicción de que ’una administración regional que se descalifica a sí misma deslegitimando y aplanando las competencias de sus propios empleados, se está alineando oblicuamente con la especulación y la destrucción del territorio, en lugar de cumplir decididamente con su deber constitucional de tutela y defensa del patrimonio y el paisaje". Adele Maresca Compagna, presidenta de Icom Italia, en una carta abierta dirigida al Gobernador Nello Musumeci y a Samona? recordando que Icom “con el Departamento Regional de Patrimonio Cultural e Identidad Siciliana ha renovado en 2021 un Memorando de Entendimiento para la salvaguardia y promoción de los institutos culturales y la profesionalidad que trabaja en ellos”, expresa “una fuerte preocupación por la supresión de un número conspicuo de unidades técnicas operativas no sólo de las Superintendencias de Patrimonio Cultural y Paisaje”. Expresa ’fuerte preocupación por la supresión de un número considerable de unidades técnicas operativas no sólo de las Superintendencias, sino también de los Parques y Museos, con el consecuente debilitamiento de las actividades de protección y valorización’. Y propone un ’amplio momento de confrontación’. Urgencias todas ellas desoídas hasta la fecha.
De un plumazo, la normativa regional (nº 116/1980 y 17/1991) y estatal se ha venido abajo. Si bien es cierto que en Sicilia, con competencia legislativa primaria, no se aplica la Ley 110 de 22 de julio de 2014 (sobre los profesionales del patrimonio cultural y el establecimiento de listas nacionales de dichos profesionales), que introdujo el reconocimiento de las profesiones culturales, la cuestión no se discute: la ley ha sido transpuesta por el Código del Patrimonio Cultural (art. 9 bis), que en la Región se aplica, y cómo. Salvo amnesia repentina por parte del Consejo de Gobierno.
Sin embargo, este desmantelamiento no se produjo ex abrupto hace unas semanas. Otra coincidencia. En el mismo 2016 en el que, como decíamos, Franceschini “exportó” las superintendencias “únicas” al Ministerio, manteniendo dentro de los institutos la necesaria articulación en oficinas especializadas (“áreas funcionales”: patrimonio arqueológico, arquitectónico, histórico-artístico, etc.), la Sicilia de Crocetta preparó el terreno para el actual escenario de drásticas fusiones internas. Fue entonces cuando el patrimonio arquitectónico se emparejó con el histórico-artístico y el paisajístico con el demo-etno-antropológico. En el altar de la necesidad de reducir gastos, fue entonces cuando se empezaron a sacrificar las competencias y la profesionalidad específicas de cada área. Por no hablar de que aquella primera reducción de puestos directivos en las superintendencias no produjo ningún efecto apreciable en ese sentido. Sólo un ejemplo: con la fusión de las unidades operativas histórico-artística y arquitectónica se ahorraron 90.000 euros. Es decir, las dietas anuales de los responsables, que ascendían a 10.000 euros cada una para las nueve provincias. Sin embargo, en las superintendencias sigue faltando de todo, desde papel para las impresoras hasta bombillas o gasolina para las misiones en la zona. ¿Puede considerarse esto un ahorro de 10.000 euros, por un lado, y un gran despilfarro de fondos de la UE o forzar proyectos de escaso valor, por otro?
No se trata sólo de una cuestión de revisión de gastos fuera de lugar, sino de una tergiversación histórica del modelo de superintendencia siciliana: única sobre una base territorial, organizada en un equipo con competencias multidisciplinares, no puede garantizar eficazmente, en comparación con las antiguas superintendencias temáticas, el cumplimiento de sus tareas institucionales, si no es manteniendo diferenciadas las áreas sectoriales y garantizando el especialista adecuado para cada unidad operativa. Y aquí volvemos al punto dejado sin resolver anteriormente. Porque aunque el gobierno regional “entrara en razón” y restableciera las secciones especializadas, esto no bastaría en Sicilia para garantizar la competencia especializada de quienes las dirigieran. Sólo funcionarían si, en lugar de planes de estudio drogados por décadas de nombramientos obtenidos prometiendo lealtad al político de turno en lugar de al artículo 9 de la Constitución, se nombrara a un historiador del arte para dirigir una unidad de historia del arte, a un arqueólogo para dirigir una arqueología, a un etnoantropólogo para dirigir una etnoantropología, etc. La metáfora médica, también utilizada por el Presidente Musumeci, es siempre la más eficaz para hacer comprender por qué un sistema así concebido sólo corre el riesgo de hacer daño: como si en la consulta de un dentista un reumatólogo tuviera que extraer una muela o un traumatólogo tuviera que leer un ecocardiograma. Pero, ¿cómo se puede “cuidar” el patrimonio con semejante “cuadro médico”? Los superintendentes no son agentes con licencia para bloquear el desarrollo, pero hay que ponerlos en condiciones de “operar” (para utilizar las propias palabras del Gobernador, hemos escrito en"Ventanas al arte“ sobre algunas ”medicinas que hay que administrar" a las superintendencias). O si se prefiere la metáfora futbolística, hay que darles un equipo con delanteros, laterales, defensas, un portero, y no uno en el que todos jueguen de medio centro.
Pero antes de las “curas”, ¿estamos seguros, mientras tanto, de que el diagnóstico es correcto? Directores de museos, directores de bibliotecas, superintendentes, todos están de acuerdo: la culpa es de tal o cual gobierno, ¡es de la ley 10 de 2000! Adele Maresca Compagna también lo reiteró en su carta al Icom: las fusiones dentro de las superintendencias corren el riesgo de “provocar un mayor debilitamiento de toda la estructura regional del patrimonio cultural, ya socavada por la supresión de las funciones técnicas de gestión y del sector como consecuencia de la ley regional 10 de 2000”.
Esta ley es la que diseñó la estructura organizativa de las oficinas de la administración regional. Durante veintidós años, como un mantra, los de dentro han repetido la iniquidad normativa que ha convertido a todo el mundo en intercambiable independientemente de su respectiva cualificación técnica. Un arquitecto como jefe de un parque arqueológico: es la ley la que lo permite. La política lo agradece. Pero lo cierto es que de esa “infame” ley, antes de señalarla apresuradamente como causa del desprecio con que se tienen las competencias especializadas en la asignación de tareas, se debería haber exigido, por el contrario, su plena aplicación.
Sobre todo, se olvida que el “papel único” no es una “especialidad” siciliana. El estatuto especial no tiene nada que ver con ello. De hecho, hay que recordar que el “papel único” también se estableció en la administración estatal. Exactamente un año después, en 2001: “En la Presidencia del Consejo de Ministros, se establece un papel único para los gestores de las administraciones del Estado (...)”(Decreto Legislativo 165/2001, artículo 23, apartado 1). Y de nuevo: “Por reglamento dictado en virtud del artículo 17, apartado 2, de la Ley nº 400, de 23 de agosto de 1988, se regulan los procedimientos de establecimiento y mantenimiento de la función única, estructurados de forma que se garantice la necesaria especificidad técnica (...)” (artículo 23, apartado 3).
Aunque ni siquiera los directamente interesados parecen recordarlo, la ley regional prevé también un “reglamento que se dictará” para garantizar "la necesaria especificidad técnica y/o profesional a efectos de la asignación de tareas en relación con las peculiaridades de las estructuras“ (L.R. 10/2000, art. 6, c. 2). Garantizar la necesaria especificidad técnica y profesional: todo lo contrario de lo que se ha hecho hasta ahora. Cuando se acababa de aprobar la ley, incluso la Oficina Legislativa y Jurídica de la Presidencia hizo hincapié en la necesidad de ”definir la estructura funcional de la gestión" (Dictamen 218/2000).
Esto se hizo al año siguiente con un decreto del Presidente de la Región que, entre otras cosas, establece que “a efectos de conferir nombramientos, en relación con las peculiaridades de las estructuras, la función única dentro de la misma se divide en secciones diferenciadas para los directivos que ya pertenecen a funciones técnicas o que han sido contratados en función de sus competencias técnicas específicas”. Secciones entonces constituidas por decreto del Director General de la Dirección Regional de la Función Pública y Personal.
Pero volvamos de nuevo a la “infame” Ley 10/2000. Dice también que ’La Presidencia de la Región mantendrá una base de datos informática con los datos curriculares y profesionales de cada directivo a efectos de conferir nombramientos (art. 6, c. 6); y también que “Para la atribución de cada puesto directivo y para el traslado a diferentes puestos directivos, se tendrá en cuenta la naturaleza y características de los programas a desarrollar, las aptitudes y capacidad profesional del directivo y la actividad desarrollada, aplicando normalmente el criterio de rotación de puestos” (art. 9, c. 1).
Sí, “el criterio de rotación de los puestos”. ¿Y después? Frente a esta legislación y los actos administrativos que de ella se derivan, válidos para todos los sectores de la administración pública regional, si se observa cómo se asignan los nombramientos en la práctica, se evidencia una arbitrariedad generalizada y una falta de uniformidad de criterios y de mecanismos objetivos y transparentes entre los distintos Departamentos, pero también dentro de un mismo Departamento a lo largo del tiempo, con una legislación inalterada.
Con el paso del tiempo, los actos de interpelación se han vuelto cada vez más genéricos. La base sobre la que se realiza la comparación para llegar al nombramiento de los directivos no está clara. Aunque toda medida administrativa, incluidas las relativas a la organización administrativa, debe estar justificada. Y así se ha llegado a que todos los directores de parques arqueológicos (con dos excepciones) sean arquitectos, que un geólogo dirija la Galleria Regionale Bellomo de Siracusa, que al frente de museos arqueológicos sigamos encontrando arquitectos, agrónomos e incluso un licenciado en economía. Y si la polémica sobre el nombramiento del director del Archivo Central del Estado, culpable de ser “más” bibliotecario que archivero, ha estado “al rojo vivo”, ¿cómo definir el nombramiento de un abogado al frente de una Biblioteca, como ha ocurrido en la Región Siciliana? Por no hablar del superintendente forestal.
Al final, con estos presupuestos, el enmarañado nudo del patrimonio cultural no se desharía aunque se “restaurara” la superintendencia única devolviéndole su articulación en unidades especializadas. En una Sicilia “infiel” al Código del Patrimonio Cultural, hasta Pablo de Tarso pierde su sentido cuando escribe en la Primera Carta a los Corintios que “Dios formó el cuerpo de tal manera (...) que los miembros tuvieran el mismo cuidado los unos de los otros” (I Cor.12:21-26).
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