Están pasando muchas cosas en el sector cultural italiano, a nivel de luchas laborales, y no sólo relacionadas con las ruidosas protestas en la industria del entretenimiento que caracterizaron los meses posteriores a los cierres de 2020, que recibieron una considerable cobertura mediática. Analizando los últimos meses y años, se observa una tendencia visiblemente creciente de conflictos laborales y huelgas en museos y bibliotecas. Lejos quedan ciertamente los tiempos en que, tras tres meses de huelgas y cierres a cal y canto, en 1971 el Parlamento pidió al Gobierno la creación de un Ministerio de Patrimonio Cultural, reformas y contratación, que de hecho llegó en los años siguientes, dejando una huella indeleble en la protección y puesta en valor del patrimonio cultural nacional. Pero también parecen muy lejanos los tiempos en los que un fanfarrón Ministro Franceschini, en octubre de 2015, podía declarar en los periódicos que"la medida está llena", y nuevas regulaciones para limitar las huelgas y los derechos sindicales en el sector, después de una asamblea banal en el Coliseo, que fue, por otra parte, autorizada y completamente de acuerdo con la ley. Si bien es cierto que el"decreto Coliseo" ha impedido que los recintos cierren por huelgas, obligando a llamar a los trabajadores para garantizar los horarios de apertura (aunque la grave escasez de personal no ha impedido que algunos museos hayan tenido que cerrar de todos modos por huelgas, como en la Galleria dell’Accademia el pasado mes de octubre), no parece haber mermado la tenacidad de los trabajadores explotados que, aquí y allá, en los últimos años parecen haber levantado de nuevo la cabeza tras una década de reflujo.
Sin querer llegar al caso, por el momento excepcional, de la doble huelga registrada entre febrero y marzo en las bibliotecas y archivos cívicos florentinos, en la que participaron ciudadanos y periódicos locales y cuyo desenlace aún no se conoce, pero que ya está inspirando a emuladores en toda la Toscana, hay muchas otras disputas que han animado el sector en los últimos meses, por lo general limitadas al “estado de agitación” (proceso que obliga a las dos partes a reunirse). En 2021, sin ningún orden en particular y sin ninguna pretensión de exhaustividad, hemos registrado, durante la parte del año en que los museos permanecieron abiertos, un estado de agitación seguido de despido colectivo en Montebelluna (Treviso); uno en Forlì, contra el despido de algunos trabajadores debido a un cambio de contrato uno en Venecia, contra el fondo de despido; uno en Roma, para pedir mejores condiciones a la empresa participada Zètema; en Apulia, contra los despidos anunciados; en Pompeya, en Sicilia... y luego, en diciembre, los de Génova y Florencia, además del conflicto florentino antes mencionado, que luego desembocó en dos huelgas. Seguramente la lista es mucho más larga. El año 2022 se abrió con las huelgas florentinas, con la reapertura de litigios que no se habían cerrado en años anteriores, pero ya hemos registrado el estado de agitación proclamado en la Biblioteca Statale Isontina (Gorizia). Y luego en los Museos y Bibliotecas Cívicas de Milán y Trieste: en ambos casos se trata de trabajadores contratados en régimen de contrato de servicios fiduciarios, injusto para la función e indecente en cuanto a la remuneración (unos 5 euros brutos por hora), y aunque los números son diferentes (200 en Milán, unas decenas en Trieste) son conflictos que, dadas también las reacciones de las administraciones locales, pueden dar lugar a nuevas movilizaciones. Que a su vez podrían crear emuladores.
No faltaban precedentes, con la huelga de los trabajadores de los museos cívicos de Turín en 2017 o el estado nacional de agitación de los trabajadores de la cooperativa Sistema Museo que había caracterizado 2020, y muchos otros. Algunos de los conflictos mencionados llevaban años produciéndose. Pero si el resultado de estos conflictos es variado, y solo en unos pocos casos estos trabajadores pueden decir que han “ganado” (pero hay muchos, como en el caso de Napoli Sotterranea o la condena por intermediación laboral ilegal en la Fondazione Musei Civici di Venezia), las razones que impulsan a estos trabajadores a pasar a la acción son similares: el deseo de obtener más, pero sobre todo la sensación de no tener nada que perder, ante salarios y contratos totalmente indecentes y la amenaza constante de un cambio de contrato. Una situación de frustración y desesperación generalizada que parece haber hecho saltar por los aires el mecanismo de chantaje y miedo que durante unos treinta años había garantizado la bajada de derechos y salarios sin encontrar una fuerte oposición por parte de los sindicatos y de los propios trabajadores. No hay que imaginar una temporada de grandes huelgas a la vuelta de la esquina: la extrema parcelación de los sindicatos y de los propios trabajadores sigue dificultando una unidad similar a la que existía hace unas décadas. Pero parece estar en marcha un nuevo e innovador proceso de activación.
Si este 1 de mayo no habrá “Cuarto Poder” en los Museos de Milán (trasladados a Florencia para un evento expositivo), parece que en los mismos pasillos vuelven a aflorar esos sentimientos y condiciones, mucho más de lo que esperaba el ministro Franceschini en 2014, cuando se declaró convencido: “cuando mantienes a mil o dos mil turistas en cola, después de que hayan reservado sus billetes meses antes, con todos los focos del mundo apuntándoles, para hacer una asamblea sindical tres días seguidos, está claro que no estás ejerciendo un derecho sino intentando crear un problema, y además estás perjudicando al país”. Los mismos turistas que encontraron esos locales cerrados durante meses y meses entre 2020 y 2021, mientras se despedía a los mismos trabajadores y los bares estaban abiertos.
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