El Proyecto de Conservación del Arte de la Recuperación es la auténtica sorpresa del Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia (PNRR), aprobado por el Parlamento sin debate y aprobado casi en silencio, si no fuera por las reacciones compartidas de hilaridad provocadas por el enésimo (e impropio) uso indebido de anglicismos. La intervención, una de las más sustanciales detodo el plan, prevé la asignación de 800 millones de euros, que se canalizarán en dos líneas de actuación: la prevención antisísmica de edificios religiosos, incluidos los pertenecientes al Fondo Edifici di Culto (FEC), más numerosos en las regiones del centro-norte de Italia (354 iglesias, frente a las 217 del sur y las islas: aquí puede consultarse un mapa de FEC / Fondo Edifici di culto (interno.it); la creación de 5 depósitos para obras afectadas por catástrofes naturales.
A este último fin se destina la reconversión de dos antiguos cuarteles (Camerino y Roma) y tres antiguas centrales nucleares y fábricas (Caorso, Garigliano y Bosco Marengo). Dada la importancia de las medidas previstas, el plan habría merecido un debate en profundidad cuando fue presentado por el Ministro a las Comisiones de Cultura el 17 de marzo; sin embargo, esto no ocurrió, ya que las medidas se enunciaron unilateralmente sólo al final de la audiencia, en la sección que normalmente se destina a la réplica. En esa misma ocasión, el Ministro de Cultura, Dario Franceschini, al anunciar la creación de los cinco depósitos, habló de las tres centrales como fábricas “ya en desuso y ya recuperadas”: una realidad que, a decir verdad, dista mucho de cumplirse y que, de hecho, se ve minada por graves problemas logísticos.
Antigua central de Caorso. Foto de Simone Ramella |
Central de Garigliano |
A la espera de más detalles sobre estas medidas, uno no puede sino abrazar la propuesta de un plan de prevención de terremotos, aunque sea inevitable preguntarse qué personal tendrá que dedicarse a esta delicada actividad: además de la gravísima escasez de personal, hace tiempo que se ha puesto de manifiesto la falta de conocimientos adecuados sobre el tema entre las filas del Ministerio, que sigue careciendo de ingenieros, que también fueron excluidos del concurso de 2016. En cuanto a la segunda intervención, la medida ha tenido previsiblemente una resonancia positiva en los territorios limítrofes con las antiguas centrales: las comunidades locales se preocupan sobre todo de que por fin concluyan las operaciones de desmantelamiento de esos gigantescos e insalubres emplazamientos, en curso desde 1999. Pero el camino hacia la reconversión total sigue pareciendo largo y lleno de escollos. Y, por tanto, el éxito de una de las piedras angulares del Arte de la Recuperación está sujeto a muchas variables, así como a retrasos inevitables. Aunque Sogin, la empresa estatal encargada del saneamiento de los emplazamientos nucleares, supliera la carencia de fondos declarada con la inesperada ayuda del Ministerio de Cultura, de hecho ninguno de los depósitos estará listo antes de 2025. Cada año de retraso será una apuesta para los lugares de la cordillera de los Apeninos con mayor riesgo sísmico e hidrogeológico, especialmente en ausencia de un plan nacional de financiación adecuado para asegurar el territorio . Y los plazos podrían dilatarse aún más por las operaciones de instalación y suministro de almacenes: la transición de una estructura heterogénea a un lugar de alojamiento, estudio y restauración de una obra frágil no es inmediata, y será tanto más laboriosa en el caso de las antiguas centrales eléctricas.
¿Estamos realmente entregando el patrimonio de las zonas con mayor riesgo sísmico, como Molise, Abruzos y Campania, a estructuras (la central de Garigliano, por ejemplo) que en realidad no existen para este fin y corren el riesgo de no ser plenamente operativas cuando se necesiten? Predecir las catástrofes es imposible; pero aceptar la carga de enormes costes de mantenimiento de almacenes vacíos, en espacios tan grandes, parece cuando menos poco razonable.
Más aún si se trata de sondear la funcionalidad de los depósitos existentes, de emergencia o no, o de seguir el destino de los activos afectados por fenómenos naturales. Se necesitaron casi doce años y muchas discusiones para encontrar un hogar adecuado y devolver la utilidad a las obras de arte moderno y contemporáneo del Museo Nazionale d’Abruzzo dell’Aquila (MUNDA), dispersas entre los más variados depósitos, antes de que se tomara la decisión de destinarlas al Palazzo Ardinghelli, la sede independiente del MAXXI en la capital de los Abruzos. Muchas de las obras conservadas en el Santo Chiodo de Spoleto, tras los terremotos de 1997 y 2016, no pueden ser devueltas a sus lugares de origen que, con menos suerte que el patrimonio mueble, no se han beneficiado de restauraciones o, al menos, de oportunas operaciones de seguridad. La situación es aún peor en Nápoles, entre las ciudades con mayor índice de inaccesibilidad de los edificios religiosos, un problema que viene de lejos y que se intenta resolver de diversas maneras y con resultados aún inciertos. El 18 de mayo, varios senadores, entre ellos Margherita Corrado, interrogaron al ministro Franceschini sobre las circunstancias y las responsabilidades personales e institucionales que han llevado al abandono y la desatención de los centenares de obras almacenadas en los sótanos del Maschio Angioino: muchas llevaban allí desde el terremoto de 1980. Yendo aún más atrás en el tiempo, se podrían recordar las obras afectadas por la devastadora inundación florentina de 1966: algunas de ellas siguen esperando a ser restauradas en los almacenes del Opificio delle Pietre Dure de Florencia o de la villa de los Medici en Poggio a Caiano (Prato), donde, por ejemplo, se conservan, además de pinturas, numerosos muebles litúrgicos cuya procedencia se ha perdido. Por otra parte, cuanto más tiempo pasa, más fácil es que una información tan valiosa como ésta se disperse en algún fallo de transmisión, dificultando, si no imposibilitando, el retorno de las obras a los lugares a los que estaban destinadas.
Daños en la basílica de San Benito de Norcia inmediatamente después del terremoto de 2016. Foto Corpo Nazionale dei Vigili del Fuoco |
Rescate de obras de la iglesia parroquial de Annunziata en Arquata del Tronto. Foto Corpo Nazionale dei Vigili del Fuoco |
Villa Medicea en Poggio a Caiano. Foto de Stefano Casati |
El depósito de Santo Chiodo en Spoleto. Foto Finestre Sull’Arte |
El depósito de Santo Chiodo en Spoleto. Foto: Finestre Sull’Arte |
Si los programas de emergencia no van unidos a intervenciones específicas para salvaguardar el territorio y el conocimiento generalizado del patrimonio, los depósitos serán entonces permanentes (alguien los ha llamado ya "bóvedas del tesoro ") y seguirán absorbiendo obras que no podrán ser devueltas a sus contextos originales. El resultado de este proceso, al que hay que oponerse con todas las fuerzas, es el desgarramiento del tejido vivo del patrimonio. El terremoto que asoló Umbría y Las Marcas en 2016 reveló de la manera más dramática las aporías de una política cultural centralizadora que presta poca atención al cuidado ordinario, preventivo y capilar del patrimonio en su contexto territorial. Los efectos más graves son de contundente actualidad: el despoblamiento de las zonas interiores, la inhabitabilidad de los edificios religiosos, la dispersión de los bienes muebles dañados por los derrumbes, la impotencia operativa de las Superintendencias, ya debilitadas por la Reforma Franceschini de 2014. De poco han servido las lecciones aprendidas del pasado reciente si se ha optado por volcar los fondos, aunque cuantiosos, del Arte de la Recuperación en unos pocos organismos de gestión de emergencias, que nada tienen que ver con los ministeriales encargados de la protección del patrimonio. La salvaguardia propiamente dicha también ha sido eliminada del lenguaje gubernamental: en el breve comunicado sobre la Cultura Pnrr, la palabra sólo cuenta con una aparición (junto con “conocimiento”), frente a las seis registradas para “atractivos”.
No han faltado intentos en el pasado de desarrollar una visión más amplia, que vaya más allá de la lógica de la emergencia. En diciembre de 2020, analizando el trabajo del Fondo para la Protección del Patrimonio Cultural, creado en 2014, el Tribunal de Cuentas señaló, además de la grave falta de personal, la necesidad de desarrollar “una visión estratégica nacional que sea capaz de devolver al país y a la comunidad un patrimonio cultural restaurado también a través de una menor fragmentación de los recursos financieros dedicados y una planificación y seguimiento eficaces de las intervenciones”. Dos años antes, durante un discurso en LuBec (Lucca Beni Culturali), el ingeniero Paolo Iannelli, Superintendente Especial para las zonas afectadas por el terremoto del 24 de agosto de 2016, había identificado como un elemento clave en la gestión de la emergencia la provisión de “una red de edificios equipados o fácilmente equipables para su uso en caso de emergencia”, adquiridos a través de una sinergia público-privada. Las instalaciones de almacenamiento in situ aportarían múltiples ventajas: por un lado, la limitación de traslados costosos y potencialmente arriesgados para una obra ya de por sí sufrida; por otro, la concentración de la financiación en el territorio y la utilización juiciosa de todos los recursos.
Para que esto ocurra, sería necesario invertir el rumbo que Franceschini ha marcado para su ministerio, desde los nefastos tiempos de la Reforma de 2014, persiguiendo un modelo centralizador que sigue privilegiando las inversiones y las valorizaciones sobre muy pocos lugares: después de los supermuseos autónomos, nos encontramos ahora con los grandes atractores, los mega repositorios y las Superintendencias especiales. Todo ello en detrimento del territorio, cuyo sistema generalizado sufre año tras año un doloroso “desmantelamiento”, vaciándose de historia, conocimiento y recursos humanos
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