Toda la historia de la Plaza Navona, la más romana de Roma


Veinte siglos de historia envuelven la Piazza Navona: primero estadio de Domiciano, después lugar simbólico de la Roma barroca y hoy punto de encuentro de habitantes y visitantes. En este artículo repasamos su historia.

Con motivo de la remodelación de la cripta de la iglesia de Sant’Agnese in Agone con el nuevo sistema de iluminación artística y arquitectónica donado por el Grupo Webuild, descubrimos la historia de la Piazza Navona, desde la antigüedad hasta nuestros días.

“Cada vez que entras en la plaza te encuentras en medio de un diálogo”. Así escribió Italo Calvino en su célebre obra maestra Las ciudades invisibles y, tal vez, esta expresión encierre mejor que ninguna otra metáfora o descripción los aspectos polifacéticos y siempre cambiantes intrínsecos a estos centros neurálgicos de la ciudad. Un verdadero locus amoenus para ese animal social que es el ser humano, que en la centralidad de la plaza encuentra un corazón palpitante de actividades, relaciones y encuentros que tienen su origen en la tradición mucho más antigua delágora griega. Desde el siglo VIII a.C., de hecho, las pólis nacieron y se estructuraron en torno a la plaza, eje, junto con la acrópolis, de la vida de todo ciudadano: un lugar donde todos, independientemente de su rol y rango social, se reunían para tejer relaciones, hacer conocidos y participar activamente en la vida social de la ciudad.



Un lugar de encuentros, por tanto, donde el diálogo se convierte en protagonista indiscutible de la narración de esas historias que, inevitablemente, animan la “vida de la plaza”: historias que, como en el caso de Piazza Navona, se convierten en esenciales para la comprensión de nuestra vida cotidiana. Quizás uno de los lugares más fascinantes del mundo, la Piazza Navona está hoy animada por una vivacidad caótica que, jalonada de palacios, fuentes, obeliscos e iglesias, hace de este espacio algo verdaderamente único e inimitable, casi atemporal. De hecho, el tiempo ha pasado desde su “fundación” original en 85-86 d.C. En efecto, en el ocaso de la dinastía Flavia, el entonces emperador Domiciano, fascinado por la cultura de los antiguos deportes griegos, el atletismo sobre todo, decidió construir un estadio con su nombre. La fascinación ejercida por las agonías griegas sobre la figura del emperador queda atestiguada además por la voluntad de inaugurar el Estadio de Domiciano con ocasión del primer Certamen Capitolino Iovi, una competición gimnástica que se celebraba cada cuatro años, establecida precisamente en el año 86 d.C.

Además de ser considerado el primer complejo deportivo erigido en mampostería fuera de Grecia, la “infraestructura” gozaba de unas dimensiones nada desdeñables: 276 metros de largo por 106 de ancho, contaba con una arena de 193 por 54 metros y, aspecto de no poca importancia, era capaz de albergar a unos 30.000 espectadores, una capacidad nada desdeñable para la época. Su planta, de forma rectangular alargada con un extremo hemiciclo y otro rectilíneo, es hoy intuible a través de una simple observación perimetral realizada desde el interior de la plaza, pero resulta aún más evidente y comprensible a través de una vista aérea. Y es gracias a este último “punto de vista”, hoy observable mediante la “simple” explotación de los recursos que ofrece el mundo digital, que es posible establecer una comparación con los estadios de la antigua Grecia y, de forma aún más acusada, con el Estadio Panathinaiko, conocido por la mayoría como el Estadio de Atenas.

Arte romano, Estatua de Domiciano (70-80 d.C.; mármol pentélico, altura 245 cm; Ciudad del Vaticano, Museos Vaticanos)
Arte romano, Estatua de Domiciano (70-80 d.C.; mármol pentélico, altura 245 cm; Ciudad del Vaticano, Museos Vaticanos)
El Estadio de Domiciano. Imagen: Superintendencia Capitolina para los Bienes Culturales - Estadio de Domiciano
El Estadio de Domiciano. Imagen: Superintendencia Capitolina para los Bienes Culturales - Estadio de Domiciano
Vista aérea del estadio Panathinaiko de Atenas. Foto: George Koronaios
Vista aérea del Estadio Panathinaiko de Atenas. Foto: George Koronaios
Plaza Navona desde arriba. Foto: Nicola Grossi / Danae Project
Plaza Navona desde arriba. Foto: Nicola Grossi / Danae Project
Plaza Navona desde arriba. Foto: Nicola Grossi / Danae Project
Plaza Navona desde arriba. Foto: Nicola Grossi / Danae Project

Aunque incorporada por construcciones posteriores, la facies original de la actual plaza Navona aparece bien definida y plenamente comparable con el estadio ateniense, que, con su capacidad final de unos 50.000 espectadores, puede considerarse, al igual que el estadio de Olimpia, un modelo de referencia absoluto para la elección de Domiciano. La estructura del estadio de Domiciano, de ladrillo revestido de estuco moldeado y coloreado, debía adornarse también con estatuas de mármol, al igual que los otros grandes complejos “deportivos” y no deportivos de la época: prueba de esta decoración es hoy la conocida estatua de Pasquino. Situada en la esquina del palacio Braschi, la famosa estatua “parlante” (que, no por casualidad, da nombre a la plaza homónima contigua a la plaza Navona) fue hallada en 1501 durante las excavaciones para la pavimentación y renovación del entonces palacio Orsini, hoy palacio Braschi. La estatua, aunque muy dañada y mutilada en las extremidades, presenta rasgos helenísticos, evidentes en la torsión del busto, que pueden atribuirse al lejano siglo III a.C. Por otra parte, es muy interesante la pseudoarmadura que rodea el busto de Pasquino, así como la hipótesis de que el bloque de mármol colocado a sus “pies” podría interpretarse, en realidad, como otra figura representada por detrás e intentando luchar con el sujeto principal. El grupo, por tanto, podría representar una escena de lucha, una competición no por casualidad practicada precisamente en las agonías de la antigua Grecia. A pesar de una dificultad objetiva en la correcta lectura iconográfica de la estatua, derivada del estado mutilado en que se encuentra, el grupo de mármol también es interpretado por los críticos con la figura de Menelao intentando sostener el cuerpo moribundo de Patroclo. Esta clave de interpretación, en virtud también de la detallada narración en laIlíada de los juegos funerarios celebrados en honor de la consiguiente muerte de Patroclo, resulta sumamente adecuada, sobre todo si se compara con el lugar “deportivo” en el que se encontraba.

El estadio de Domiciano, por tanto, siguió funcionando ininterrumpidamente hasta 217 d.C., año en que, bajo el mandato del emperador Macrino, el complejo fue sometido a obras de adaptación tras un incendio en el Coliseo. En efecto, a falta del recinto romano “por excelencia”, era necesario albergar los juegos de gladiadores, y el estadio del Campus Martius resultó ser el lugar más adecuado para ello. No fue hasta el año 228 d.C., en tiempos de Alejandro Severo, cuando se restauró el estadio.

Con una certeza considerable y más que plausible, el complejo conservó su función original hasta el siglo VIII, cuando se construyó la primera iglesia de Santa Inés en los arcos de la primera orden. La preexistencia sobre la que se construyó la iglesia mucho más monumental y barroca, hoy conocida como Sant’Agnese in Agonese construyó de hecho en el lugar que la tradición identifica como el del martirio de la santa, lo que lleva a pensar que, a partir del siglo en cuestión, el Estadio de Domiciano empezó inevitablemente a perder su uso original.

Entre los siglos X y XII, las crónicas nos hablan de un lugar destinado al recreo, uso que persistió hasta la época del Renacimiento: No en vano, en la segunda mitad del siglo, Pietro Barba, que subió al trono pontificio con el nombre de Pablo II, decidió utilizar los grandes espacios de la plaza para celebrar el Carnaval, mientras que su sucesor, Sixto IV, el 25 de abril de 1476, día de San Marcos, optó por ofrecer al pueblo una justa, que se colocó en el centro de la actual plaza. Además, en 1477, bajo el pontificado de Sixto IV, la zona se utilizó como sede del mercado local, ya que, a petición expresa del Papa, se identificó la Piazza Navona como el lugar más adecuado para trasladar allí el mercado, que, hasta la remodelación de la Sixtina, se celebraba en la Piazza del Campidoglio, entre el “noble” Palazzo Senatorio y el Palazzo dei Conservatori.

Por lo que respecta, por tanto, a la “reutilización” del estadio, lo que hay que señalar con mucha atención es la elevación del nivel del suelo de la zona: a lo largo de la Edad Media, de hecho, el estadio, a medida que perdía su “importancia”, vio cómo sus estructuras empezaban a ser destruidas o utilizadas como “fuente” para la obtención de ladrillos destinados a diferentes construcciones. El complejo, así, se convirtió poco a poco en una especie de cantera en la que se vertían escombros y alrededor de la cual comenzaron a construirse edificios e iglesias de absoluta importancia.

Arte romano, Pasquino (siglo III a.C.; mármol; Roma, Piazza Pasquino). Foto: Wikimedia/Architas
Arte romano, Pasquino (siglo III a.C.; mármol; Roma, Piazza Pasquino). Foto: Wikimedia/Architas
Andrea Locatelli, Mercado en la Piazza Navona (1733; óleo sobre lienzo; Viena, Akademie der bildenden Künste)
Andrea Locatelli, Mercado en la Piazza Navona (1733; óleo sobre lienzo; Viena, Akademie der bildenden Künste)
Diego Velázquez, Retrato de Inocencio X (1650; óleo sobre lienzo, 140 x 120 cm; Roma, Galería Doria Pamphilj)
Diego Velázquez, Retrato de Inocencio X (1650; óleo sobre lienzo, 140 x 120 cm; Roma, Galería Doria Pamphilj)
Pietro da Cortona, Historias de Eneas (1651-1654; frescos; Roma, Palacio Pamphilj)
Pietro da Cortona, Historias de Eneas (1651-1654; frescos; Roma, Palacio Pamphilj)

Una prueba emblemática de la diferencia de altura que se produjo inevitablemente entre el emplazamiento original y la urbanización posterior es lo que puede observarse hoy en la plaza Tor Sanguigna. Situada a pocos metros de la “entrada” norte de la Piazza Navona, Tor Sanguigna conserva una preciosa evidencia arqueológica de un arco de mampostería del antiguo estadio. Esta preexistencia permite, por tanto, confirmar el material utilizado para su construcción pero, sobre todo, nos permite observar cómo la superficie de paso original difería en unos 5 metros de la superficie actual, mucho más “alta”.

El periodo renacentista, por tanto, sentó las bases para la renovación urbana mucho más sustancial e “impactante” que se llevó a cabo en la primera mitad del siglo XVII, llevando a la plaza Navona a convertirse en uno de los símbolos por excelencia de la Roma barroca. De hecho, durante la gran y única temporada del siglo XVII, Roma, verdadera caput mundi del arte, experimentó un cambio urbanístico y arquitectónico radical, dictado especialmente por los grandes mecenas de la época, tanto eclesiásticos como laicos.

En este marco se sitúa la familia Pamphili, representada de forma muy marcada y autoritaria por la figura de Giovanni Battista. Tras subir al trono pontificio con el nombre de Inocencio X, el pontífice dispuso en primer lugar la construcción del “palacio familiar” ya presente en la plaza y construido originalmente en 1630 mediante la unión de diferentes propiedades de la familia. El pontífice, elegido en 1644 y eternizado por el famoso pincel de Diego Velázquez, decidió ennoblecer el palacio dándole una forma aún más monumental. La obra fue confiada al célebre arquitecto Girolamo Rinaldi, nombrado príncipe de la Academia de San Lucas en 1641, que concibió la extraordinaria fachada con la que el Palazzo Pamphili, hoy sede de la embajada brasileña, se asoma a la plaza: tres jardines interiores, veintitrés habitaciones en el piano nobile, la preciosa Galería diseñada por Borromini y pintada al fresco por Pietro da Cortona.

En consecuencia, los mismos artistas, con el añadido fundamental de Francesco Borromini, renovaron a partir de 1651 la iglesia de Sant’Agnese in Agone en estilo barroco. La iglesia, también encargada inicialmente a Rainaldi, tras la intervención de la influyente cuñada de Inocencio, Olimpia Maidalchini, fue confiada a Francesco Borromini. El arquitecto del Tesino intervino en parte en el proyecto original, en particular modificando la fachada, que con sus formas cóncavas y convexas (típicas del lenguaje de Borromini) habría dado mayor realce a la cúpula.

A la figura capital de Inocencio X se debe también quizá una de las esculturas más icónicas de todo el panorama romano y nacional, que hoy adorna con su belleza toda la plaza Navona: la Fuente de los Cuatro Ríos. Encargada en 1648 nada menos que por Gian Lorenzo Bernini, la fuente, la mayor de todas las de la plaza, es fruto del trabajo de algunos de los escultores romanos más influyentes del siglo XVII. Construida para conducir las aguas procedentes del acueducto “Acqua Virdis”, la fuente está animada por alegorías de los cuatro principales ríos de los distintos continentes: el Nilo, obra de Giacomo Antonio Fanelli, el Ganges , de Claude Poussin, el Danubio, resultado del cincel de Antonio Raggi, y el Río de la Plata, de Francesco Baratta. En el centro de la fuente, Inocencio X decidió colocar elObelisco Agonal, que, ya en ruinas, había desmontado en cuatro grandes “rocchi” directamente desde el Circo de Majencio a lo largo de la Vía Apia. La fuente de Bernini, por tanto, enriqueció aún más una plaza en la que ya estaban presentes las dos fuentes del siglo XVI encargadas por Gregorio XIII a Giacomo della Porta: la Fuente del Moro y la Fuente de Neptuno, esta última con un barroco del siglo XVI, pero con estatuas de factura posterior del siglo XIX.

La gran renovación arquitectónica decorativa de la plaza, iniciada así por la familia Pamphili, se completó en los siglos siguientes con otro hito de finales del siglo XVIII: la construcción del Palacio Braschi. Situado entre la Piazza Navona y el Corso Vittorio Emanuele, el edificio fue diseñado por el arquitecto Cosimo Morelli por encargo del entonces Papa Pío VI. El pontífice, de hecho, deseoso de homenajear a su sobrino, Luigi Braschi Onesti, con un testimonio tangible del poder de la familia, decidió encargarle la construcción del palacio en cuestión, en cuya base se encontraban todavía aquellos principios nepotistas que, pocos años después, llegarían a su fin con la agitación de la Revolución Francesa. Así pues, en 1791 se derribó el palacio Orsini, del siglo XV, y en el mismo solar se construyó el palacio que desde 1952 alberga el Museo de Roma.

La Fuente de los Cuatro Ríos de Gian Lorenzo Bernini
La Fuente de los Cuatro Ríos de Gian Lorenzo Bernini
La Fuente de los Cuatro Ríos de Gian Lorenzo Bernini
La Fuente de los Cuatro Ríos de Gian Lorenzo Bernini
La Fuente de los Cuatro Ríos de Gian Lorenzo Bernini
La Fuente de los Cuatro Ríos de Gian Lorenzo Bernini
Giovanni Paolo Panini, Vista de Roma con la plaza Navona inundada de agua y los juegos de Carrozze (1756; óleo sobre lienzo, 96 x 136 cm; Hannover, Niedersächsische Landesgalerie)
Giovanni Paolo Panini, Vista de Roma con la plaza Navona inundada de agua y juegos de carrusel (1756; óleo sobre lienzo, 96 x 136 cm; Hannover, Niedersächsische Landesgalerie)
Foto histórica de la inundación de la plaza durante el siglo XIX
Foto histórica de la inundación de la plaza en el siglo XIX
Foto histórica del aparcamiento de la Piazza Navona hasta 1968
Foto histórica del aparcamiento de la Piazza Navona hasta 1968
Plaza Navona hoy
Piazza Navona hoy

Siguiendo con la historia, el siglo siguiente, el XIX, destaca por ser la época en la que el Papa Pío IX, el pontífice que más tiempo ha ocupado el trono petrino, decidió en 1866 abolir definitivamente la conocida “inundación” de la plaza. A partir del siglo X, como ya se ha mencionado, la plaza se convirtió en escenario de actos recreativos. Además, a partir de 1652, el citado Inocencio X decidió taponar los desagües de las fuentes para crear una especie de lago artificial cuya finalidad sería proporcionar refresco a la población durante los meses más calurosos. Este procedimiento, antes de ser abolido, fue hábilmente documentado tanto a través de valiosos testimonios artísticos, como evidencia el famoso cuadro Juegos de agua en la plaza Navona de Giovanni Paolo Panini (hoy en el Landesmuseum de Hannover), como a través de preciosas fotografías de la segunda mitad del siglo XIX.

El siglo XIX, por tanto, deja espacio al siglo XX con una plaza que, habiendo perdido su antiguo valor agonal y al mismo tiempo su vena más “lúdica”, no sufrió más cambios debido también, por desgracia, a las dos guerras mundiales que marcarían la primera mitad del siglo XX. Por otra parte, sin embargo, la plaza Navona pasó afortunadamente “indemne” los primeros cuarenta y cinco años del siglo XX, sólo para afrontar un periodo de posguerra que le garantizaría un destino decididamente “indigno”.

En efecto, el auge económico que caracterizó a la Italia de finales de los años cincuenta y sesenta marcó un elevado y repentino crecimiento industrial que provocó un consistente aumento demográfico, así como la consiguiente “masificación” de ciertos bienes indispensables para toda familia italiana: entre ellos, el automóvil. De ahí que la Piazza Navona se convirtiera, contra toda lógica moderna, en un aparcamiento artístico al aire libre, con vistas a “Bernini&Borromini”, completamente desvinculado de sus anteriores “funciones”.

Entre los años sesenta y setenta, el continuo desarrollo industrial llevó a reflexiones concretas sobre el estado de algunas ciudades italianas y, en consecuencia, de sus preciosos “centros históricos”, ahora asfixiados y condicionados por el tráfico urbano. Así fue como, en 1968, la plaza Navona se convirtió en la primera “isla peatonal” de Italia, allanando así el camino que conduciría, en los años siguientes, a la peatonalización de otros lugares artísticos emblemáticos, como la plaza Mayor de Bolonia o la Via dei Calzaiuoli de Florencia.

La Piazza Navona (originalmente piazza ’in Agone’, del latín agon o ’juego’) puede considerarse, por tanto, uno de los conjuntos artístico-arquitectónicos más singulares, significativos y a la vez complejos de todo el panorama histórico, arquitectónico y cultural de Italia: un lugar donde el encanto de lo antiguo, unido a los magníficos e ilustres testimonios artísticos del siglo XVII, nos permiten entrar de lleno en ese diálogo calviniano paradójicamente intemporal.


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