“Por favor, no [confunda] sencillo con fácil, hay una gran diferencia. Me encanta la sencillez por su claridad, no por su facilidad ni por ninguna otra razón [...] Para conseguir claridad tenemos que simplificarlo prácticamente todo. Es un trabajo duro. Hay que luchar, luchar y luchar”. Con unas pocas palabras, Ludwig M ies van der Rohe (Aquisgrán, 1886 - Chicago, 1969) resume uno de los principios cardinales de su vida como arquitecto, diseñador y teórico de la arquitectura a finales del siglo XIX y principios del XX.
Ludwig Mies van der Rohe (cuyo apellido deriva de la fusión del apellido de su padre, Mies, y el de su madre, Rohe, unidos por la partícula holandesa van der) está considerado con razón un hito en la historia de la arquitectura y el diseño, por su forma de concebir la arquitectura y todo lo que hay en ella. Hijo de un picapedrero y cantero de Aquisgrán, se formó desde muy joven gracias al negocio de su padre: aprendió sobre los materiales, especialmente el mármol, al que volvería una y otra vez en su producción, y se acercó al arte de construir. Al mismo tiempo, fue su ciudad la que formó su visión de una arquitectura clara, sólida, verdadera: a la sombra de la Capilla Palatina, un edificio medieval, imponente y texturado, situado en una ciudad que crecía gracias a la industrialización de finales del siglo XIX, Mies se dio cuenta de que “la fuerza de aquellos edificios [me impresionaba] porque no pertenecían a ninguna época. Llevaban allí más de mil años y seguían siendo impresionantes. Nada podía cambiar en ellos. Todos los grandes estilos habían pasado, pero ellos permanecían. No habían perdido nada y estaban tan bien como el día en que se construyeron. Eran edificios medievales sin ningún carácter particular, pero estaban realmente construidos”. Así empezó a tomar forma la idea de que uno no puede someterse a las modas del momento, sino que los edificios deben expresar significados profundos, comunicando “el espíritu de la época” en que fueron construidos.
La formación de Mies continúa y comienza a realizar sus primeros proyectos, como la Casa Riehl, en la que aparece in nuce un elemento, descendiente de la arquitectura clásica, que caracterizará siempre su arquitectura: el podio. Un punto de inflexión es el encuentro con Peter Behrens (Hamburgo, 1868 - Berlín, 1940), arquitecto y diseñador con el que Mies trabajó de 1907 a 1912, compartiendo su pensamiento y trabajando a su lado en importantes proyectos, no sin algunos roces. Comprender el alcance de la obra de Behrens y su conexión con el pensamiento de Mies es posible observando un edificio que resume una idea concreta de arquitectura: la fábrica de turbinas AEG de Berlín, diseñada por Behrens en 1908 para la mayor empresa electromecánica alemana de la época. Un edificio imponente, de volúmenes sencillos y sobrios, en el que los elementos estructurales son evidentes y denotan su función, sin quedar enmascarados por ningún tipo de decoración; un edificio concebido para albergar la industria y creado con los materiales de la industria, ante todo el vidrio; una especie de “templo” de matriz industrial, como declara el gran frontón de la fachada.
Esta atención a la claridad de las formas, a la simplificación -pero no trivialización- de los elementos, a la utilización de los materiales desde un punto de vista funcional, influyó en muchos protagonistas del Movimiento Moderno, entre ellos, precisamente, Mies, que desarrolló un pensamiento original, apoyado en una sólida base teórica, convenciéndose de que la forma es el resultado de un proceso y no el único fin, ya que “la forma como fin conduce siempre al formalismo”.
El trabajo de reducción a la esencia llega también al diseño de Mies: un ejemplo entre muchos, el sillón Barcelona, que se ha convertido en icónico. El escenario para el que fue diseñado fue el Pabellón de Barcelona, encargado por la República de Weimar para representar a la “nueva Alemania” en la Exposición Universal de Barcelona de 1929. El encargo fue confiado a Mies, que mientras tanto había seguido perfeccionándose, trabajando en proyectos como el monumento a Otto von Bismark, uno de sus primeros fotomontajes (técnica que dominaba con gran maestría) o el rascacielos para la Friedrichstraße -el primero de una serie de proyectos nunca realizados- que, con su planta cristalizada, podría recordar el sueño expresionista de la arquitectura de cristal. En esas fechas, Mies ya era un profesional consolidado y su teoría de la arquitectura había tomado forma.
El Pabellón es la expresión de los elementos que caracterizarán sus futuros proyectos: el podio, los pilares cruciformes de acero, los armazones de acero y cristal, los revestimientos de mármol y, sobre todo, la interpenetración entre el espacio interior y el exterior, entre el hombre y la naturaleza. De hecho, el elemento natural, en este caso el agua, es muy importante y se percibe a través de la presencia de dos estanques de diferentes tamaños. El Pabellón es un espacio caracterizado por el principio de la “planta libre” (principal innovación introducida por Mies y otros exponentes del Movimiento Moderno, como Le Corbusier) en el que el visitante puede moverse con fluidez y en el que los pilares y los tabiques de mármol determinan los espacios, dejando sus límites inciertos, sin dividir nunca claramente y sin cerrar nunca completamente al exterior. Los pilares descansan sobre un podio de travertino y sostienen la imponente cubierta plana, revelando que son ellos mismos los elementos portantes, y ya no los muros. El refinamiento de los materiales, a la vez preciosos y esenciales, como los distintos tipos de mármol que caracterizan las salas, y extremadamente ligeros y funcionales, como el acero y el cristal, se convierte en un rasgo distintivo de Mies, que renuncia a cualquier tipo de ornamentación y deja que la materia hable por sí misma, según su famoso adagio “menos es más”.
Es en la sala principal del Pabellón, caracterizada por una gran losa de ónice dorado, donde el sillón Barcelona encuentra su lugar. Un objeto creado “con los medios de su época” y representativo de la misma, tal y como pretendía su creador. En efecto, es un producto que ve la luz gracias a los medios de la industria y a materiales que se prestan a la transformación industrial. En efecto, el armazón está compuesto por elementos tubulares de acero, que fueron objeto de investigación y experimentación en aquellos mismos años, como demuestra la silla Wassily realizada por Marcel Breuer en 1925.
Los cojines de asiento y respaldo, de tonos neutros, descansan sobre el armazón de acero, pulido a mano con acabado de espejo, y soportado por 17 tiras de cuero adheridas a él. Cada cojín consta de 40 cuadrados cortados y soldados a mano, acolchados con botones de cuero: un proceso que combina el trabajo industrial con la gran artesanía. En el Pabellón hay dos ejemplares, acompañados de pares de taburetes a juego, diseñados específicamente para que los Reyes de España descansen en ellos durante su visita a la Exposición. En la realización de esta hazaña, sin embargo, Mies no estuvo solo, sino que contó con la ayuda de Lilly Reich (Berlín, 1885 - 1945), arquitecta, diseñadora textil, muy activa en el campo del diseño de exposiciones, una de las primeras y únicas mujeres que enseñó en la Bauhaus -de la que Mies sería director a principios de los años treinta- y coautora de numerosos proyectos, entre ellos el sillón Barcelona.
Pero, ¿cómo surge un objeto concebido para ser alojado en una arquitectura tan efímera como la de un pabellón nacional? Todo surgió gracias a un encuentro, el de Ludwig Mies van der Rohe y Florence Knoll (Saginaw, 1917 - Coral Gables, 2019), arquitecta y diseñadora formada con los grandes maestros de la Bauhaus que emigraron a América, entre ellos el propio Mies, quien sobre todo le transmitió su enfoque del diseño: metódico y riguroso. El encuentro entre ambos tuvo lugar durante el largo periodo que Mies pasó en América, debido al ascenso de Hitler en Europa, donde se convirtió en profesor del Illinois Institute of Technology de Chicago, donde Knoll era estudiante. Entre ambos surgió una relación de amistad y estima mutua que, en 1953, llevó a Mies a ceder personalmente los derechos de reproducción del sillón Barcelona a Knoll Associates, empresa dirigida por Florence Knoll y su marido Hans. De este modo, Knoll, siguiendo al pie de la letra las normas de Mies, comenzó a producir en serie, conservando un fuerte componente artesanal, uno de los objetos más simbólicos no sólo de la empresa, sino también del Movimiento Moderno y de la historia del diseño.
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