La batalla de Anghiari: de la obra maestra de Leonardo al paisaje testigo del episodio histórico


La batalla de Anghiari se hizo famosa gracias a la célebre obra maestra perdida de Leonardo da Vinci, pero aún hoy pueden encontrarse numerosos vestigios de aquel episodio histórico en los alrededores del pequeño pueblo toscano.

La Batalla de Anghiari, a pesar de ser un episodio histórico bastante importante, no sería hoy un hecho conocido por la mayoría de la gente si no vinculara su recuerdo a Leonardo da Vinci y al famoso cuadro que, según se dice, el genio de Vinci inició y nunca terminó para el Palazzo Vecchio de Florencia. De todas las obras perdidas de la historia, la de la Batalla de Leonardo es una ausencia que nunca ha dado tre gua y que aún hoy sigue causando consternación: Los profesionales que cíclicamente juran haber encontrado algún original, cuya memoria se había perdido o confundido con una réplica tardía, o los que constantemente proponen reconstrucciones hiperbólicas y redundantes, otros aún encuentran alianza en la política, siempre atentos a no perder ningún trampolín que pueda garantizarles cierto prestigio y están dispuestos bajo intuiciones imbuidas de imaginería a lo Dan Brown a cincelar un fresco para liberar al hijo pródigo, porque de todos modos, reconozcámoslo, un Leonardo, o incluso su débil promesa, vale más que un Vasari. No estamos dispuestos a resignarnos a que las obras de arte tengan una vida como la de los seres vivos, a veces por supuesto puede durar espantosamente más, y afortunadamente, otras veces razones fortuitas o de otra índole le han puesto fin.

¿Cómo afrontarlo? El estudio y la investigación pueden aliviar nuestras penas, pero por si fuera poco, también está el contexto, sobre el que Quatremère de Quincy abrió magistralmente los ojos a Europa, cuando el emperador de turno quiso retirar sus maravillas para encerrarlas en un museo gris: “El verdadero museo de Roma, del que hablo, se compone, es cierto, de estatuas, de colosos, de templos, de obeliscos, de columnas triunfales, de termas, de circos, de anfiteatros, de arcos de triunfo, de tumbas, de estucos, de frescos, de bajorrelieves, deinscripciones, fragmentos de ornamentos, materiales de construcción, muebles, herramientas, etc. etc. pero se compone, sin embargo, de los lugares, de los sitios, de las montañas, de los caminos, de las calles antiguas, de las posiciones respectivas de la ciudad en ruinas, de las relaciones geográficas, de las relaciones entre todos los objetos, de los recuerdos, de las tradiciones locales, de las costumbres que aún existen, de las comparaciones y de los cotejos que no pueden hacerse más que en el propio país”, y otra vez: “¿Qué artista no ha experimentado en Italia esa virtud armoniosa entre todos los objetos de las artes y el cielo que los ilumina; y el país que les sirve casi de telón de fondo; esa especie de fascinación que se comunican entre sí las cosas bellas, ese reflejo natural que se procuran los modelos de las diversas artes, colocados unos frente a otros, en su país natal?”



Francesco Morandini conocido como Poppi (?), Tavola Doria (1563?; óleo sobre tabla, 86 x 115 cm; Florencia, Galería de los Uffizi)
Francesco Morandini conocido como Poppi (?), Tavola Doria (1563?; óleo sobre tabla, 86 x 115 cm; Florencia, Galería de los Uffizi)
El diorama de la Batalla conservado en el Museo de Anghiari
El diorama de la Batalla en el Museo de Anghiari
Anghiari
Anghiari. Foto: Wikimedia/TeKappa
Los lugares de la Batalla en el mapa del Museo de Anghiari
Los lugares de la Batalla en el mapa del Museo de Anghiari

Y así, en eso que llamamos contexto quizá podamos encontrar el bálsamo a nuestras heridas, y en el caso de la Batalla de Leonardo tenemos ciertamente más de una forma de consolarnos, si por un lado está ese conocido museo difuso que es Florencia, que aguardaba la hazaña del pintor e inventor toscano, por otro estápor otro, está el no menos significativo paisaje de inextricables referencias e historias que fue testigo del infame episodio histórico de la Batalla, y que la fortuna y quizá un poco de previsión quisieran que no perdiéramos, entre espléndidos panoramas y un patrimonio todavía extraordinariamente tangible.

La Batalla de Anghiari, que se libró en 1440, es un acontecimiento bastante relevante en la historia de Italia, ya que en ella se enfrentaron, por un lado, el ejército de los Visconti de Milán y, por otro, una coalición encabezada por la República florentina, pero que también vio en el campo de batalla a las tropas papales y a las de la enemiga jurada de Milán, la Serenísima de Venecia.

Florencia tuvo una actitud ambigua, nada infrecuente en aquel preciso momento histórico, cambiando de bando, encontrándose aliada con la República de Venecia y el Estado Pontificio, ya no dirigido por el Papa Martín V, de fuerte antipatía florentina, sino sucedido en el trono pontificio por el veneciano Eugenio IV. Este entendimiento nació bajo el temor de los objetivos hegemónicos del Ducado de Milán.

Habiendo fracasado en sus ambiciones de anexionarse Brescia y Verona, Visconti resolvió atacar los territorios florentinos, estratégicamente importantes como encrucijada entre las posesiones del centro de Italia, y debilitar simultáneamente a su aliada Venecia. En una época de gran riqueza, las guerras en Italia eran libradas por soldados de fortuna, combatientes profesionales a sueldo de los poderosos, que ciertamente no se privaban de cambiar de color cuando era necesario. Los milaneses se sirvieron del condottiero perugino Niccolò Piccinino, que el 10 de abril de 1440 cruzó los Apeninos y llegó a Mugello, donde saqueó duramente varias ciudades y pueblos. Los florentinos, por su parte, habían reunido un ejército de coalición, entre cuyos jefes se encontraban Pietro Giampaolo Orsini, Micheletto Attendolo y Ludovico Scarampo Mezzarota.

Todavía hoy se discute el número de fuerzas desplegadas, pero es bastante seguro que si muchos voluntarios y mercenarios de Anghiari adelgazaron las filas florentinas, también lo hicieron los habitantes de Sansepolcro, reforzando el ejército milanés, que seguía siendo más reducido. El 29 de junio, festividad de los santos Pedro y Pablo, Piccinino decidió atacar al contingente contrario, a pesar de ser día festivo, lo que sin duda no era habitual en una sociedad regida por valores caballerescos, con la esperanza de lograr un efecto sorpresa. Pero la victoria no llegó y, al final del mismo día, el ejército milanés se rindió y se retiró.

Como es bien sabido, Leonardo consiguió plasmar mediante dibujos preparatorios, un cartón monumental y una pintura mural que pronto se deshizo, sólo el grupo central de una escena que debería haber ocupado muchos metros. Se trata del episodio de la “Disputa del Estandarte”, que sólo podemos reconstruir a través de sus estudios y de varias réplicas que han llegado hasta nosotros con el paso del tiempo. Lo que impresionó a la imaginación de los contemporáneos del artista y también a la posteridad es la furia y la emoción que consiguió dar al grupo que luchaba. En efecto, la formación compuesta por cuatro comandantes a caballo y tres soldados de a pie propone una melé frenética, en la que los jinetes están fundidos con sus caballos, como monstruosos centauros. Todos los rostros y cuerpos están deformados de forma casi grotesca, como para aumentar el dramatismo de la guerra, hasta el punto de que incluso los propios caballos participan, mordiéndose unos a otros. Aunque existen opiniones bastante encontradas, en cuanto a la veracidad del desarrollo de la batalla, es muy probable que el enfrentamiento fuera mucho menos feroz y sangriento de lo que Leonardo dejó entrever, tal vez con el deseo de dar relieve a una guerra de la que se culpaba o quizá, lo que es más fácil, como consecuencia de una petición de los comisarios, que querían dar mayor realce al esfuerzo heroico del ejército florentino.

Iglesia de San Esteban
La iglesia de Santo Stefano
La capilla de Santa Maria della Vittoria en la llanura de Anghiari
La capilla de Santa Maria della Vittoria en la llanura de Anghiari. Foto: Visit Tuscany
Anónimo florentino, La batalla de Anghiari del Arca de Dublín (c. 1460; temple y pan de oro sobre tabla, 62 x 207 cm; Dublín, National Gallery of Ireland)
Anónimo florentino, La batalla de Anghiari del Arca de Dublín (c. 1460; temple y pan de oro sobre tabla, 62 x 207 cm; Dublín, Galería Nacional de Irlanda)
Una imagen del Palio della Vittoria, al fondo la vertiginosa Via della Battaglia
Una imagen del Palio della Vittoria, al fondo la vertiginosa Via della Battaglia

Sin embargo, el enfrentamiento no se resolvió ni siquiera con una sola muerte, como pretendía hacernos creer Nicolás Maquiavelo, siempre dispuesto a burlarse de los acontecimientos bélicos protagonizados por mercenarios: “Y en tal derrota y tan larga reyerta que duró de veinte a veinticuatro horas, no murió sino un solo hombre, que no de heridas ni de ningún otro golpe virtuoso, sino que cayó de su caballo y murió pisoteado”.

Para sumergirse en los lugares de aquellos acontecimientos que se libraron justo fuera de las murallas del encantador pueblo de Anghiari, sería una buena idea empezar por el Museo della Battaglia (Museo de la Batalla), situado en el centro histórico y gracias al cual es posible conocer en detalle la batalla a través de un evocador diorama y mucho otro material que incluye un estudio en profundidad de la obra de Leonardo, a través de algunas conocidas réplicas impresas. Pero Anghiari en sí también huele a estas hazañas, tierra de soldados de fortuna, muchos de los cuales se convirtieron en venerados condottieri, y cuyos suntuosos palacios que se hicieron construir así lo atestiguan. Justo enfrente del museo antes mencionado se encuentra el Museo del Palazzo Taglieschi, hoy Museo de las Artes y las Tradiciones Populares del Alto Valle del Tíber, pero antaño residencia de importantes soldados profesionales. Pero son muchos los condottieri nacidos en estas tierras que también vinculan sus nombres a la toponimia local, como Baldo di Piero Bruni, conocido como Baldaccio d’Anghiari.

Volviendo a las huellas de la batalla, se dice que, donde hoy se levanta el suntuoso Teatro de la Accademia dei Ricomposti, de estilo barroco tardío, Attendolo acampó aquí y vio la ofensiva del ejército de los Visconti, gracias a la polvareda levantada por la caballería en el valle inferior, y frustró así el efecto sorpresa, dando la voz de alarma y lanzándose hacia el enemigo.

Dejando atrás la Porta Sant’Angelo, y bordeando las poderosas murallas de Anghiari, recorremos la arteria vertiginosamente recta, rebautizada Via della Battaglia (Vía de la Batalla), que desde el siglo XIV une el pueblo con Sansepolcro. Aquí, a lo lejos, se movían las tropas milanesas. Encontrará la antigua iglesia de Santo Stefano, un edificio con características de influencia bizantino-rafrancesa, situado fuera de las murallas de la ciudad, al comienzo de la llanura que llega hasta Sansepolcro, y que presenta algunos elementos espléndidos, como las columnas con capiteles jónicos desnudos. Y aunque faltan pruebas, podemos imaginar que en una época religiosa como la que nos ocupa, algún soldado se habría retirado a rezar a este lugar sagrado.

Desde aquí podemos admirar el espléndido pueblo de Anghiari encaramado en la altura desde la que domina la llanura. En la campiña que aún permanece sin urbanizar y que se colorea con el cambio de las estaciones, debieron existir las numerosas tiendas de la coalición, que recuerdan a la pintada por Piero della Francesca en la cercana Monterchi, que encierra la Madonna del Parto.

Siguiendo por la calle principal, se encuentra la capilla conocida como la Maestà di Santa Maria o Capilla de Santa Maria della Vittoria, construida en 1441 como recuerdo perpetuo de la derrota infligida a los milaneses. Fue precisamente en esta zona donde se libró la batalla, que se desarrolló en parte sobre un puente de piedra, hoy desaparecido, que atravesaba el foso de la Reglia, o Reglia dei Mulini, donde Attendolo pudo frenar al ejército milanés para que los aliados pudieran reunir sus fuerzas. Este canal fue construido en el siglo XIII, desviando las aguas del cercano Tíber, para que pudiera regar los alrededores y alimentar los molinos.

El puente, como toda la escena de la batalla, está eternizado en ese espléndido testimonio de la época que es el cajón de la National Gallery de Dublín, donde la batalla de Anghiari está vívidamente representada al temple en una de sus caras.

La República florentina fue magnánima con Anghiari y, para celebrar la contribución de la ciudad, quiso eximir a sus ciudadanos del pago de ciertos impuestos durante diez años. Además, para la ocasión se decretó que cada 29 de junio se celebraría un concurso, el Palio della Vittoria, que más tarde se transformó en carrera de caballos y luego se suprimió debido a la ocurrencia de unos sangrientos disturbios en 1827. Desde 2003, se ha vuelto a reinstaurar y cada año se corre a pie desde la pequeña capilla de Santa Maria della Vittoria hasta la Piazza Mercatale de Anghiari.

Se trata de “un ejemplo de lo que intentamos llamar contexto: ese vórtice de pasado y futuro, de conocimiento y belleza, de historias y encuentros”, en palabras de Tomaso Montanari, “ese indescriptible conjunto de conexiones y vínculos que se libera cuando decidimos ver, conocer y amar” hasta el más pequeño fragmento de nuestro patrimonio paisajístico y artístico.


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