Un nuevo cuadro, de considerables dimensiones, atrae la atención de quienes acceden a la sala 56B del Museo del Prado de Madrid. A primera vista, la riqueza cromática y la luminosidad de laOración en el jardín de Paolo di San Leocadio (Reggio Emilia, 1447 - Valencia, 1519), pintor italiano activo en España a finales del siglo XV y principios del XVI, revelan la excepcional calidad técnica y el excelente estado de conservación de la nueva adquisición del museo español.
Esta sala de la planta baja del edificio Villanueva siempre ha estado dedicada a la pintura italiana del siglo XV: dos tablas de Beato Angelico, laAnunciación con su espléndida predela, y la Virgen de la Granada de la Casa de Alba se exponen normalmente aquí; tres de las cuatro tablas de Botticelli que representan Escenas de la historia de Nastagio degli Onesti, narrada por Boccaccio; pero también el pequeño y famosísimo Tránsito de la Virgen de Mantegna, con su fondo de paisaje típicamente mantuano; y, por último, el intenso Cristo Muerto sostenido por un ángel de Antonello da Messina.
En esta pequeña pero excelente selección de maestros italianos del siglo XV, destaca la obra de Paolo da San Leocadio, un óleo sobre tabla de 161 por 121,5 centímetros. La dirección del Museo optó por situarla entre Mantegna y otra obra del mismo artista emilianense, La Virgen del Caballero de Montesa, unos diez años anterior, pero presente en las colecciones del Prado desde 1919, adquirida gracias a una suscripción popular. La reciente adquisición ha sido posible gracias a la contribución de los Amigos Americanos del Prado, una asociación sin ánimo de lucro que ha financiado el 50% del coste de la obra, es decir, 300.000 euros.
Joan Molina, conservador jefe de pintura gótica del Prado y apasionado experto en arte español de los siglos XIV y XV, supervisó personalmente la nueva adquisición. “Paolo di San Leocadio es un joven pintor de Reggio Emilia que llegó a Valencia en 1472”, explica Molina, “junto a otros artistas italianos en el séquito de Rodrigo de Borja (Borgia), cardenal originario de Gandía y futuro Papa Alejandro VI”. En un siglo XV en el que aún predominaba en España la pintura nórdica de estilo hispanoflamenco, encarnada por pintores como Bartolomé Bermejo, la novedad del estilo italiano causó cierta conmoción. Paolo fue apreciado porque dominaba tanto la pintura al fresco como la técnica al óleo; inmediatamente, de hecho, el cabildo catedralicio le llamó para que pintara al fresco, junto con Francesco Pagano, la bóveda de la capilla sobre el altar mayor".
La historia de los frescos del presbiterio de la catedral de Valencia merecería por sí sola una extensa digresión. En la década de 1570, Paolo di San Leocadio pintó allí diez espectaculares ángeles músicos, sobre el fondo luminoso de un cielo azul estrellado. Sin embargo, en 1682, una segunda cúpula, con estuco y dorado de estilo barroco, se superpuso a la original del siglo XIII, ocultando pero al mismo tiempo preservando el fresco del siglo XV. De hecho, la obra reapareció milagrosamente durante la restauración de 2004, revelando toda su extraordinaria potencia cromática.
Con el fresco de la catedral, Pablo de San Leocadio ganó así fama entre la rica sociedad valenciana, una élite sofisticada atraída por las novedades culturales, que le encargó obras entre Alicante y Gandía, Villareal y Castellón. Entre los mecenas se encontraba también la duquesa María Enríquez de Luna -viuda de don Juan de Borja (también hijo del papa Alejandro VI, como César, conocido como ’el valentino’) - quien le contrató para decorar con ricos retablos la capilla del palacio ducal de Gandía, la colegiata y la iglesia conventual de Santa Clara, obras hoy desgraciadamente desaparecidas. Como también ha desaparecido el gigantesco retablo de la con-catedral de Castellón, para el que el pintor emilianense recibió un encargo en 1490, ampliamente documentado, y trabajó allí al parecer durante muchos años.
“Paolo di San Leocadio llegó a España con una buena formación pictórica y un aprendizaje que se desarrolló entre el Véneto y Emilia-Romaña, particularmente en el Ducado de Ferrara”, continúa Molina. “Luego parece que, hacia la década de 1580, regresó a Italia para una breve estancia, y fue entonces cuando aprendió muchos de los elementos iconográficos y claves estilísticas que aplica precisamente en el cuadro que presentamos en el Prado, pintado probablemente en los primeros años del siglo XVI. En esta obra, de hecho, el artista emilianense supera el modelo italianizante y propone una pintura compuesta e innovadora, con referencias a múltiples maestros de la época, como Mantegna y Bellini, pasando por los pintores ferrarenses de la última generación, como Francesco Francia y Ercole de Roberti. La insólita mezcla de colores venecianos y clasicismo compositivo emiliano hace que el cuadro sea realmente sorprendente”.
LaOración en el huerto expuesta en la sala 56B del Prado es una de las cuatro o quizá más versiones del mismo tema que el pintor emilianense pintó en España. El episodio, narrado en el Evangelio de San Lucas (22, 39-46), tiene como protagonista a Jesús, arrodillado en oración en el Huerto de Getsemaní, rodeado de los apóstoles dormidos (Pedro, Juan y Santiago en primer plano) y de un ángel que le entrega el cáliz de la Pasión. “Comparada con las otras versiones, una de las cuales se encuentra en el Prado, en la sala de la Donación Várez-Fisa”, añade Molina, “ésta sorprende no sólo por su superior calidad, sino también por su mayor tamaño”. Se supone, de hecho, que la tabla formaba parte de la predela de un gran retablo, quizá el de Santa María de Castellón, conocido en la época por sus gigantescas dimensiones. Una curiosidad: en el documento del encargo, fechado en 1490, se llama a Pablo de San Leocadio “el pintor más brillante de España”. Sin duda se trata de una hipérbole que, no obstante, indica la fama y el prestigio que el artista italiano había alcanzado en su época’. La pintura al óleo confiere a la tabla efectos cromáticos verdaderamente intensos, tonos saturados, con una pátina de brillo que, en el caso de la capa amarilla de San Pedro, consigue efectos de tridimensionalidad casi escultórica.
“El vivo y potente cromatismo de verdes y azules, que domina en este paisaje idealizado, no sólo nos recuerda la pintura de los maestros venecianos, como Bellini, sino que nos devuelve a la realidad, a menudo perdida, de la pintura antigua, es decir, a la capacidad de asombrar sólo con los colores”, explica Joan Molina con su pasión habitual. “Pedro está tumbado con la cabeza apoyada en una piedra, una pose ya utilizada por Mantegna en una de sus Oraciones en el jardín, pintada hacia 1450. El paisaje desértico, con piedras que parecen restos arqueológicos, también es propio de Mantegna. El ángel, en cambio, es idéntico a los de la cúpula de la catedral de Valencia”. Un detalle botánico bastante curioso, por último, es la presencia de arbolillos que no parecen olivos, sino una variedad de cítricos, una indicación también tomada de Mantegna.
LaOración en el jardín, de Paolo di San Leocadio, italiano afincado en España, entra así de lleno en la colección del Museo del Prado para establecer un diálogo fructífero, una relación ideal con las obras de los maestros activos en Italia en la misma época. “Paolo di San Leocadio es una personalidad fundamental para entender el caleidoscopio artístico y el vasto panorama cultural presente en la España del siglo XV”, concluye Joan Molina. “Valencia a lo largo de la Edad Media fue una ciudad rica, cosmopolita y dinámica, en la que, además del tráfico de mercancías, hubo un continuo contacto entre maestros italianos, flamencos y españoles que importaron la cultura visual del Renacimiento. En el arte siempre ha habido fronteras. Hoy, más que nunca, es necesario superar la subdivisión de las llamadas escuelas nacionales, un modelo historiográfico anticuado que limita la visión de una realidad compleja, llena de relaciones, intercambios e influencias mutuas”.
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