El declive de las NFT. ¿Arte o especulación financiera?


NFT acaparó mucha atención entre 2020 y 2021, y luego experimentó un rápido declive. ¿Por qué pasaron tan rápidamente de la utopía al desencanto? Y luego, ¿son las NFT realmente arte o son sólo un lenguaje económico?

En los últimos años, el fenómeno NFT (Non-Fungible Token) ha sacudido el mundo del arte como un rayo caído del cielo, trayendo consigo promesas de revolución, democratización y nuevas fronteras creativas. Hoy, sin embargo, nos encontramos reflexionando sobre el rápido declive de este mercado, un declive que afecta no sólo al valor económico sino, más profundamente, a la confianza cultural y simbólica en el medio. ¿Cómo hemos pasado de la utopía digital al desencanto? Y, lo que es más importante, ¿son las NFT realmente “arte” o sólo un nuevo lenguaje económico?

Cuando las NFT empezaron a llamar la atención en 2020-2021, iban acompañadas de un aura casi mesiánica. Los artistas digitales, a menudo relegados a los márgenes del mercado tradicional, veíanen blockchain una oportunidad de emancipación. Los NFT prometían autenticidad y singularidad en el ámbito digital, donde cada copia es indistinguible del original. No sólo eso: los contratos inteligentes ofrecían a los artistas la posibilidad de ganar regalías perpetuas, un concepto revolucionario en un mundo donde el control sobre la obra a menudo se les va de las manos tras la primera venta.

Esta retórica utópica se vio amplificada por la complicidad de plataformas, inversores y famosos, que contribuyeron a convertir el NFT en un fenómeno mainstream. El arte NFT, más que un movimiento estético, se presentó como un movimiento económico, una expansión capitalista en los territorios de la creatividad. Las NFT siempre se han encontrado en la frontera entre los mundos del arte y las finanzas, generando intensos debates sobre su naturaleza. ¿Pueden considerarse arte o son simples herramientas de inversión disfrazadas de creatividad? La respuesta depende en gran medida de cómo se utilicen.



NFT
NFT. Imagen creada con inteligencia artificial

En el mejor de los casos, las NFT han sido un medio innovador para que los artistas digitales expresen conceptos relacionados con la tecnología, la cultura digital y la temporalidad. Algunos proyectos, como los de artistas como Pak o Refik Anadol, han ampliado los límites de la estética digital, explorando la relación entre el público y la inmaterialidad del arte. En estos casos, el contenido artístico es preeminente y la tecnología blockchain se convierte en un medio para preservar la singularidad y rastrear la procedencia. Sin embargo, gran parte del fenómeno NFT ha estado dominado por la especulación. Los compradores y coleccionistas parecían más interesados en el valor de reventa que en la importancia de la obra en sí. Estaba muy extendida la idea de que la posesión de una NFT, más que el disfrute estético o conceptual, era el objetivo final. Esto ha llevado a muchos a considerar las NFT como un producto financiero, un activo digital que debe comprarse y venderse en lugar de contemplarse. Esta dualidad pone al descubierto una tensión existencial para las NFT: sólo pueden existir como arte si su significado trasciende el valor económico, pero su propia estructura (basada en blockchain y mercado) las empuja hacia la mercantilización.

Pronto, la narrativa idealista se resquebrajó. El mercado de NFT resultó ser un lugar de especulación desenfrenada, donde el valor ya no estaba ligado a la calidad o a la innovación artística, sino a la escasez artificial y a la promesa de rendimientos económicos exorbitantes. Obras como Everydays: The First 5000 Days, de Beeple, vendida por 69 millones de dólares, no supusieron tanto una victoria del arte digital como una espectacularización del mercado.

Esta dinámica ha suscitado profundos interrogantes: ¿qué ocurre con el arte cuando su valor se mide en criptomonedas en lugar de en significado? La promesa de democratización se convirtió en una realidad elitista, en la que sólo los coleccionistas ricos podían permitirse obras significativas. Mientras tanto, los artistas menos conocidos permanecían invisibles, aplastados por un ecosistema dominado por el marketing y el sensacionalismo.

El colapso del mercado de criptomonedas en 2022 tuvo repercusiones devastadoras en NFT, dejando al descubierto la fragilidad del sistema. Las plataformas se hundieron, las valoraciones se redujeron a la mitad e incluso los coleccionistas más entusiastas empezaron a cuestionar el valor intrínseco de estas obras. A esto se sumó la creciente concienciación sobre el impacto medioambiental de la blockchain proof-of-work, que avivó las críticas a un sistema tecnológico percibido como insostenible y especulativo.

Pero el verdadero declive no ha sido sólo económico. Las NFT perdieron su estatus de objetos deseables, convirtiéndose en símbolos de una burbuja especulativa más que en una vanguardia cultural. Los mismos artistas que habían abrazado el medio comenzaron a distanciarse, en parte desilusionados por la dinámica del mercado, en parte en busca de nuevas formas de expresión menos comprometidas.

La historia de la NFT nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre la relación entre arte y tecnología, pero también sobre el papel del mercado en la definición del valor cultural. Es demasiado pronto para declarar la muerte de las NFT: aunque han perdido su centralidad, siguen existiendo nichos activos en los que se explora el medio con enfoques más críticos y conscientes.

Beeple, Everydays - Los primeros 5000 días (2007-20021; archivo JPG, 21.069 x 21.069 píxeles)
Beeple, Everydays - The First 5000 Days (2007-20021; archivo JPG, 21.069 x 21.069 píxeles)
Refik Anadol, Unsupervised - Machine Hallucinations - MoMA (2022; Nueva York, MoMA)
Refik Anadol, Unsupervised - Machine Hallucinations - MoMA (2022; Nueva York, MoMA)

Su futuro como arte, sin embargo, dependerá de la capacidad de los artistas para liberarse de la dinámica especulativa y volver a centrar la atención en el significado y el impacto cultural de las obras. Las NFT pueden ser un poderoso medio para explorar la relación entre lo virtual y lo real, entre la identidad y la tecnología. Pero mientras se perciban como inversiones antes que como obras, corren el riesgo de perder toda legitimidad artística.

El fenómeno NFT, en su auge y declive, ha sido un espejo de nuestro tiempo. Ha encarnado nuestras esperanzas tecnológicas, nuestras obsesiones mercantiles y nuestras ansiedades ecológicas. Quizá más que un fracaso, la NFT ha sido un experimento colectivo, un laboratorio en el que hemos puesto a prueba los límites entre lo real y lo virtual, entre el valor y el significado.

En la incertidumbre de esta parábola, queda una pregunta: ¿qué hace que una obra sea una obra de arte? La NFT, más que responder, nos obligó a enfrentarnos a esta pregunta, revelando las contradicciones de un mundo en el que el valor cultural y el valor económico están en constante conflicto. No todo lo que se puede vender es arte, y no todo lo que es arte se puede vender. Pero en este espacio de tensión, el arte (y quizá NFT) aún puede encontrar su camino.


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