Considerado uno de los escultores españoles más importantes e influyentes del siglo XX, Pablo Gargallo (Maella, 1881 - Reus, 1934) dejó una huella indeleble en el mundo del arte español gracias a su gran habilidad para dar forma al metal. El artista aragonés contribuyó decisivamente al desarrollo del arte moderno con sus numerosas obras innovadoras. Generalmente se le sitúa en el grupo vanguardista de la Escuela de París, ya que participó en ella, pero gran parte de su arte fue concebido y producido en España, lo que le sitúa en el contexto de la ola innovadora que impulsó el siglo XX.
Gargallo comenzó a interesarse por el arte desde una edad temprana. A los catorce años, en 1895, Pablo inició su aventura laboral pasando unos meses en un taller de cerámica; fue entonces su tío materno, Fidel Catalán, quien le ofreció la oportunidad de un aprendizaje con el escultor Eusebi Arnau i Mascort, aunque sin remuneración alguna. Al mismo tiempo, participa en cursos nocturnos de dibujo, demostrando ya entonces un talento extraordinario.
Su debut en una exposición colectiva tuvo lugar en 1898, en la 4ª Exposición de Bellas Artes e Industrias Artísticas de Barcelona, donde expuso su relieve En la artesa, hoy conservado en el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) de Barcelona. Hacia 1900, empezó a frecuentar el círculo artístico Els Quatre Gats, estableciendo vínculos con artistas e intelectuales, entre ellos Pablo Picasso. Su formación artística le llevó a la escuela de La Lonja, donde tuvo como profesor de escultura a Agapit Vallmitjana i Barbany. En 1902 obtuvo una beca para estudiar en París, pero la repentina muerte de su padre le obligó a renunciar a sus sueños de viaje y asumir el papel de cabeza de familia. A pesar de la adversidad, consiguió llegar a París en octubre de 1903, donde se sumergió en la animada escena artística de la ciudad. Fue en París donde se perfiló la dualidad que sería constante en la obra escultórica de Gargallo, aunque aún no en una fase definitiva. Se presenta sistemáticamente como un escultor de impronta clásica, no en el sentido de un clasicismo rígido, sino más bien como un intérprete personal e innovador del canon clásico. Este enfoque se caracteriza por una sólida formación tradicional y un excelente dominio de las técnicas escultóricas. Sin embargo, Gargallo se empeña en expresarse de manera inequívocamente personal dentro de esta voluntad clasicista, desarrollando un estilo extremadamente depurado y esencial en la forma. Pero, al mismo tiempo, Gargallo se dedica fervientemente a la búsqueda de nuevas posibilidades expresivas en la forma, el espacio y los materiales escultóricos: una búsqueda que le lleva a desarrollar un lenguaje expresivo absolutamente original y personal, impregnado de las constantes más universales del arte anterior, pero caracterizado al mismo tiempo por una concepción revolucionaria de las relaciones entre volumen y espacio, plenitud y vacío.
Su producción artística podría dividirse en “épocas”, según el material que utilizó: empleó principalmente el hierro y el cobre, y durante su carrera se trasladó varias veces entre París y Barcelona, pero fue en Zaragoza, precisamente en La Lonja, en 1919, donde presentó sus obras en tierras aragonesas, con motivo de la Exposición Franco-Española de Bellas Artes. En Zaragoza existe hoy un museo dedicado a él.
El 19 de mayo de 1982, Pierrette Gargallo de Anguera, hija del artista, y Ramón Sainz de Varanda, entonces alcalde de Zaragoza, firmaron el Contrato Fundacional que dio origen al Museo Pablo Gargallo. En este documento, cada una de las partes asumía compromisos precisos: los herederos de Pablo Gargallo se comprometían a donar esculturas, dibujos, caricaturas y documentación bibliográfica, mientras que el Ayuntamiento de Zaragoza se comprometía a restaurar el palacio tardo renacentista de los Condes de Argillo y convertirlo en el museo. El Palacio fue declarado Monumento Nacional en 1943 y Bien de Interés Cultural. El museo se abrió al público el 8 de julio de 1985 y sus fondos fueron muy representativos de la producción del artista. Este criterio se siguió en todas las adquisiciones posteriores, principalmente a través de nuevas donaciones de herederos. Las esculturas, cartones, dibujos, grabados y joyas que componen la colección actual abarcan todos los periodos de la carrera de Gargallo, con sus temas, materiales y técnicas característicos. La colección expuesta se amplió por última vez en 2014 con la donación de diez obras originales de la familia Angera-Gargallo, todas ellas piezas únicas.
Entre las 107 obras que alberga el museo, destacan El Gran Profeta, El Retrato de Kiki de Montparnasse y las figuras ecuestres conocidas como el Saludo Olímpico: Atleta Clásico y Atleta Moderno.
En 1904, Pablo Gargallo realizó tres bocetos que representaban a un Profeta. Estos bocetos influirán considerablemente en su escultura posterior, en particular en el imponente relieve de San Juan Bautista, que realizó entre 1906 y 1911 para el friso de santos de la fachada principal del Pabellón de la Administración del Hospital de la Santa Cruz y San Pablo de Barcelona. En 1926, el artista realizó una intensa Cabeza del Profeta sobre una plancha de cobre. Esta obra representó probablemente un estudio detallado y significativo con vistas a la creación del Gran Profeta en 1933, que marcó la culminación de un proceso creativo de casi treinta años. En esta obra, Gargallo consiguió sintetizar de forma significativa la mayor parte de sus conceptos en el ámbito de la representación de los volúmenes, el espacio y la luz. A lo largo de una carrera artística enteramente dedicada a la exploración de nuevas posibilidades y a la búsqueda de un lenguaje personal e innovador, encontró soluciones formales únicas, explotando a menudo signos distintivos derivados de la factura de las gruesas planchas de hierro que empleó en los últimos años de su carrera, hasta el punto de que, como obra modelada por fundición y siempre vaciada en bronce, sigue causando cierta confusión por creerse que está realizada en hierro forjado.
Elretrato en bronce de Kiki de Montparnasse, realizado en 1928, está dedicado a Kiki de Montparnasse, famosa figura del París de la época, que frecuentaba los círculos artísticos y sirvió de musa y modelo a varios artistas, entre ellos Man Ray. Aunque nunca posó para Pablo Gargallo, Kiki inspiró a Gargallo una de sus obras más emblemáticas: una máscara cóncava para fundir en bronce (la primera y única de toda su producción), en la que el artista aplicó muchos de sus más recientes descubrimientos artísticos con una maestría sin igual y una extraordinaria eficacia expresiva, utilizando las representaciones más significativas y sintéticas que había experimentado y que seguiría dominando en sus creaciones futuras, especialmente en sus máscaras de chapa. El museo conserva también un dibujo a tinta de 1928 titulado Kiki, que representa la figura completa de Kiki de Montparnasse paseando por las calles de París.
Luego están las dos figuras ecuestres. Ambas de 1929 en bronce, Saludo olímpico: el atleta clásico revela claramente las predilecciones de Gargallo por los elementos arcaicos de la estatuaria griega clásica, transpuestos con sutileza y gran eficacia. Una transformación que refleja su personal e innovadora interpretación del clasicismo en el campo del arte figurativo. El cactus que parece sostener al caballo recuerda la época del siglo XX e, inevitablemente, una atmósfera mediterránea impregna toda la figura. Este detalle añade más profundidad a la composición, enriqueciéndola con significados simbólicos y culturales que subrayan el eclecticismo y la sensibilidad del artista. Tanto ésta como Saludo olímpico: el atleta moderno fueron encargadas oficialmente a Gargallo en 1928 para la Exposición Internacional de Barcelona de 1929 con destino al Estadio Olímpico de Montjuich. Los primeros ejemplares originales permanecieron expuestos allí desde 1929 hasta 1981, año en que fueron trasladados al Palacio de la Virreina de Barcelona con motivo de la Exposición del Centenario de Gargallo. Allí permanecieron hasta 1989, antes de volver a su emplazamiento original en el Estadio de Montjuich. Gracias a la generosidad de los herederos de Gargallo y del Ayuntamiento de Barcelona, se fundieron nuevos ejemplares. Estas nuevas obras no sólo han ampliado y enriquecido las colecciones del Museo Pablo Gargallo, sino que se han convertido en las piezas más significativas del patrimonio escultórico monumental de Zaragoza. Dos obras que enmarcan la fachada invitan a los visitantes a entrar en el propio museo.
Cada escultura sigue siendo un monumento tangible a su genio y a su visión única del mundo. Su espíritu creativo persiste en las esculturas que dejó, testimonio de su dedicación al arte y a la innovación.
Pablo Gargallo y sus esculturas. Un museo dedicado a él en Zaragoza |
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