Bianca de Navarra, hija del rey de Navarra Carlos III y de Leonor de Castilla, es aún hoy una figura envuelta en las más extrañas leyendas transmitidas a lo largo de los siglos, principalmente porque su vida permaneció en la sombra hasta 1401, año en que encontró la muerte la reina María de Sicilia. En aquel oscuro periodo, se hicieron varias propuestas para ofrecer una nueva consorte al joven gobernante de la isla, y entre las alternativas, el padre del joven rey, Martín, parecía decantarse por la princesa de Navarra. La elección se basó no sólo en su belleza, sino también en su sabiduría y virtud, que la caracterizaban como una mujer “molt bella et molt savia e endreçata et dotata de totes virtuts”. Así, en un contexto en el que varias dinastías proponían uniones, la figura de Bianca de Navarra surgió como la mejor elección para el joven Martín, una elección guiada no sólo por la conveniencia política, sino sobre todo por ese reconocimiento de las cualidades intrínsecas de la joven. A partir de ese momento, la figura histórica de Bianca comenzó a amalgamarse con la tradición oral, que, como suele ocurrir, introdujo elementos legendarios que se entretejen en torno al evocador escenario del castillo de Donnafugata.
Cuenta la historia que, tras la muerte del rey Martín de Sicilia en 1409, el reino de Sicilia fue confiado a la reina Blanca de Navarra, que se convirtió en objeto de las atenciones del conde de Módica, Bernardo Cabrera. Según la leyenda, el conde intentó obligar a la reina Blanca a casarse con él encerrándola en la torre de la plaza, pero la decidida viuda consiguió emprender una aventurada huida de castillo en castillo por toda Sicilia y de esta silenciosa fuga nació el topónimo “Donnafugata”. Aunque las leyendas suelen dar una visión del mundo más edulcorada, mágica y a veces onírica que la realidad, en este caso concreto parece que el nombre puede estar más relacionado con el árabe “Ayn As Jafaiat”, que significa “Fuente de la Salud”, denominación atribuida a un manantial situado en las inmediaciones del castillo.
Hoy en día, el castillo de Donnafugata se erige como uno de los lugares más famosos de Sicilia, envuelto en una atmósfera enrarecida e intemporal, cuyo aire permanece impregnado de olores agrícolas y cuya piedra blanca, característica de estos lugares, brilla bajo la lluvia y aún más cuando la toca el sol feroz.
Situado a unos 20 kilómetros de la ciudad de Ragusa, el castillo es una suntuosa residencia noble de finales del siglo XIX, aunque su primera construcción parece atribuible a los Chiaramonte, condes de Módica, en el siglo XIV, mientras que algunos estudiosos especulan con que se erigió sobre la antigua estructura de una torre del siglo XIII.
Fue en el siglo XIX cuando se produjo su mayor expansión gracias al descendiente de Vincenzo Arezzo, el barón Corrado Arezzo, un ecléctico hombre de letras y político que añadió a la fachada principal una refinada logia con arcos trilobulados de estilo neogótico. El barón, que también era conocido por su temperamento extremadamente juguetón, también enriqueció el castillo con jardines de ficus, cipreses, un autómata monje y un laberinto sin solución, creando fascinantes diversiones para sus invitados y creando un lugar de eternidad suspendida. Aún hoy, es el laberinto del castillo el lugar más extraño, ya que aquellos a los que estamos más acostumbrados suelen estar hechos de boj: una planta perenne muy fácil de moldear y cuidar. Este laberinto especial, sin embargo, está hecho de muros y tiene una forma trapezoidal que probablemente se inspiró en el atípico laberinto de Hampton Court, cerca de Londres.
Creado en 1690 por George London y Henry Wise para Guillermo III de Orange, el laberinto inglés era un lugar frecuentado por miembros de la familia real en busca de un poco de intimidad, y así parece ser su homólogo siciliano. La configuración actual del laberinto de Ragusa difiere ligeramente de su forma original. Al principio, las paredes estaban cubiertas de setos de rosas, que no sólo ocultaban la vista a lo largo del recorrido e impedían cualquier intento de escalada o fraude, sino que además añadían un toque de belleza edulcorada.Desgraciadamente, sin embargo, con el tiempo estos setos se convirtieron en víctimas de la negligencia y el abandono, y cuando el municipio de Ragusa adquirió la propiedad e inició las obras de restauración, se tomó la decisión de mantener los caminos libres de vegetación.
Sin duda, el laberinto del Castello di Donnafugata fue concebido para diversión del barón y de sus ilustres huéspedes, pero explorarlo parece reproducir la metáfora de la vida misma: sus engañosos caminos parecen ofrecer al visitante preciosas lecciones sobre cómo superar esos oscuros y molestos callejones sin salida de la existencia y, sobre todo, cómo no sentirse nunca irremediablemente perdido en el laberinto de los desafíos cotidianos.
Es un viaje, éste, que debe emprenderse en esa soledad que Emily Dickinson en su poema Would I Be Lonelier describía como una presencia, un huésped entrañable que alivia la sensación de la propia soledad. A pesar de la presencia de la soledad llevada al extremo por los pasos que se suceden en el laberinto de Donnafugata, el actual contexto hipertecnológico ha incrementado no tanto la soledad en sí, sino el aislamiento y la atomización de las personas. Y ese aislamiento podría conducir a un desierto emocional, pero a diferencia del aislamiento, la soledad no es sino una peculiaridad positiva, ya que sólo a través de ella el ser humano puede conocerse de verdad a sí mismo y adentrarse en el intrincado laberinto de caminos a veces desiertos, a veces frondosos, de su propio ser.
El Laberinto de Donnafugata, un laberinto entre las leyendas de Sicilia |
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