Una de las escenas más interesantes de la película de Paolo Sorrentino La Grande Bellezza, que obtuvo un Globo de Oro y una nominación al Oscar hace tan sólo unos días, se presenta al espectador aproximadamente un cuarto de hora después de comenzar. Se trata de una representación artística: la artista, una mujer completamente desnuda (cuyo nombre descubriremos en la escena siguiente: se llama Talia Concept, y está magníficamente interpretada por Anita Kravos), tiene la cabeza cubierta con un velo transparente. La cámara se detiene unas fracciones de segundo en sus genitales, para que podamos ver el vello púbico teñido de rojo y sobre el que se ha dibujado la imagen de una guadaña con un martillo. En ese momento, la mujer corre hasta estrellarse contra uno de los arcos delacueducto Claudio. Cae, se levanta, se vuelve hacia el público y grita “No me quiero”. El público aplaude.
Actuación de Talia Concept en la película La Grande Bellezza
En la escena inmediatamente posterior, la artista, que habla de sí misma en tercera persona, es entrevistada por el protagonista de la película, Jep Gambardella, interpretado por un magistral Toni Servillo. La entrevista es surrealista: a la artista le gustaría que habláramos de los temas que nos ha pedido, pero Gambardella insiste en que le expliquemos a qué se refiere cuando dice que su arte se inspira en “vibraciones, a menudo de carácter extrasensorial”. El comentario de Gambardella ante las palabras de la artista es lapidario: “vive de vibraciones, pero no sabe lo que son” y “Talia Concept habla de cosas de las que ignora el significado, todo lo que tengo de ella hasta ahora es basura impublicable”. La artista rompe a llorar, confiesa que no sabe de lo que habla y promete pedir a su editor que envíe a otro periodista para la entrevista.
A los conocedores delarte contemporáneo les resultará bastante fácil leer en las palabras de Jep Gambardella una crítica al propio arte contemporáneo por parte de los autores de la película, y del mismo modo en la performance de la artista podrán vislumbrar las maneras de Marina Abramovic, la performer por excelencia (en concreto, la performance de la película recuerda mucho a Expanding in space, de la artista serbia). En la película de Paolo Sorrentino, el arte contemporáneo se convierte casi en el espejo de la sociedad en la que Jep Gambardella está condenado a vivir: un contenedor vacío, hecho de apariencia y engaño, un recipiente inútil que no tiene nada que contar. Es, además, la propia Talia Concept quien declara no saber qué son esas “vibraciones” que unos segundos antes había señalado como la esencia misma de su propia vida (y, por tanto, de su arte). Y desde el punto de vista de la película, esta crítica inicial al arte contemporáneo no es sino una de las primeras constataciones que conducirán al protagonista en su camino hacia la gran belleza.
El arte contemporáneo se convierte así en algo vacío, autorreferencial, una exhibición autocomplaciente de conceptos basados en la nada que, sin embargo, consiguen deslumbrar al más desinformado: una exhibición que, sin embargo, se disuelve ante la más mínima petición de diálogo y argumentación. Esta es la realidad de los artistas contemporáneos que hablan ante públicos silenciosos y vitoreantes: pero quién sabe qué sería del arte contemporáneo si en cada auditorio hubiera un Jep Gambardella dispuesto a acribillar a Cattelan o Paladino (por citar sólo dos nombres conocidos por la mayoría, italianos, y exaltados por una crítica cada vez menos incisiva) con preguntas sobre la esencia de su arte.
La película es una crítica no sólo a los protagonistas del arte contemporáneo (el artista y el público), sino también al mundo que nos rodea, y la escena de la pequeña Carmelina, una enfant prodige obligada a pintar contra su voluntad y arrebatada brutalmente de sus juegos con sus amigos para actuar ante uno de esos públicos silenciosos y vitoreantes antes mencionados, con la viscosa condescendencia de sus padres, es ejemplar en este sentido. Y la niña descargará su frustración frente a un lienzo contra el que arrojará botes de pintura, llorando y manchándose, pero creando finalmente una “obra maestra” que será vendida a un rico marchante de arte. Es el propio padre de Carmelina quien le dice a la joven “si demuestras lo que sabes hacer, nuestra familia será una familia feliz”.
Carmelina desahoga su frustración mientras crea su cuadro ante un público impasible
Es un mercado voraz y cínico, el del arte contemporáneo, dispuesto a instrumentalizar incluso a una niña, ayudado por personajes de dudosa moralidad que permanecen impasibles ante el malestar de la pequeña: hace pensar que la única que se da cuenta del malestar es Ramona, interpretada por Sabrina Ferilli, una stripper directa, sencilla (y por ello, podríamos pensar, pura), que señala a Jep que la niña llora mientras crea su obra. Y la respuesta es cínica: “esa niña gana millones”.
Pero es precisamente sobre esta debacle donde se injerta unarte salvífico que eleva a los protagonistas de la película de la vulgaridad en la que se han revolcado hasta entonces. No se trata, sin embargo, de arte contemporáneo, o al menos no de ese arte contemporáneo vacío y enfermo de protagonismo, aclamado por la crítica y sostenido por el mercado: se trata, en cambio, dearte antiguo, que se revela tranquilamente a la luz de las velas, en total silencio, cuando Jep lleva a Ramona a recorrer los palacios más bellos de Roma, de noche, con la única guía de un amigo que sostiene un candelabro. Y es durante este “recorrido” cuando aparece, casi como si de una Madonna se tratara, la imagen de la Fornarina de Rafael: Jep Gambardella se detiene ante ella, la admira y luego se sienta un momento a reflexionar.
Jep Gambardella admira la Fornarina de Rafael
De las muchas citas artísticas que se pueden encontrar en la película, ésta es probablemente la más importante, porque establece un paralelismo entre la obra y el protagonista, y no es descabellado considerar la Fornarina de Rafael, en esta misma aparición, una de las claves para intentar comprender el sentido de la película: por supuesto, esto es sólo una interpretación. Es bien sabido que, según la tradición, la Fornarina era la mujer amada de Rafael, Margherita Luti, hija de un panadero: no tenemos ninguna información segura sobre la relación, pero siempre ha estimulado la imaginación de los artistas exaltados por el “mito” de Rafael (uno sobre todos, Ingres). Evidentemente, Paolo Sorrentino también conoce la historia que se esconde tras el cuadro, por lo que el detalle de la Fornarina podría no ser casual, por dos razones principales.
La primera: Margherita Luti fue también una musa inspiradora para Rafael, obviamente tomando al pie de la letra una hipótesis muy romántica y muy sugerente, que, sin embargo, casi parecería corroborada por los rasgos somáticos de varias protagonistas de los cuadros de la última fase de la carrera del pintor de Urbino (piénsese en la Madonna Sixtina, la Madonna Velada, elÉxtasis de Santa Cecilia, la Madonna de la Silla). Del mismo modo, en la película se vislumbra la presencia de la musa de Jep Gambardella, la mujer que inspiró su primera (y única) novela: se trata de Elisa, la prometida de Jep cuando tenía dieciocho años, la primera chica con la que hizo el amor y, sobre todo, el verdadero y gran amor de su vida. En un flashback al final de la película, vemos su primer encuentro, bajo el faro de laisla de Giglio, adonde el protagonista volverá casi cincuenta años después: la chica se desnuda delante de un joven Jep, quedando con los pechos desnudos, igual que la Fornarina del cuadro del Palacio Barberini.
En el transcurso de la película nos enteramos de que ambos rompieron más tarde, pero no sabemos por qué. Pero quizá sea por la falta de amor verdadero (y, por tanto, de sentimientos verdaderos) por lo que Jep ya no será capaz de producir nada, hasta el punto de confesárselo a su criada (el único personaje de la película, junto con Ramona y un viejo misionero al que conocerá en la última parte, que parece inspirar sentimientos puros a Jep: también aquí hay que señalar que esta capacidad proviene precisamente de los personajes más “humildes”), en referencia a la enésima fiesta mundana que está dando en su gran terraza con vistas al Coliseo, que “esta es mi vida: y no es nada”.
La segunda razón: si pensamos en este amor entre Rafael y Margarita, debemos imaginarlo como un amor puro y simple, como el que Jep Gambardella sentía por Elisa. Y es en torno a este amor juvenil donde probablemente se desarrolla el sentido de la película: la gran belleza no es la de la diversión desenfrenada, las fiestas, la mundanidad y el lujo, sino la de los sentimientos puros. Que son los que verdaderamente llenan la vida, junto, por supuesto, con el arte, cuando éste se convierte en portador de significados elevados, aunque sencillos.
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