Hay un aire antiguo, clásico y solemne que anima las obras de Walter Valentini (Pérgola, 1928). Un artista de Urbino de nacimiento y milanés de adopción, como Donato Bramante. Un artista acostumbrado en su juventud a entrar a diario por las puertas del Palacio Ducal de Urbino, en aquella ala donde se ubicaba la Escuela del Libro local. Un artista acostumbrado, por tanto, desde su más tierna infancia, a meditar sobre las obras de Luciano Laurana, Piero della Francesca, Francesco di Giorgio Martini, y todos aquellos magníficos artesanos que hicieron grande el Renacimiento de la ciudad de las Marcas. Observando las obras de Valentini, uno respira el rigor de Laurana, observa el eclecticismo de Francesco di Giorgio, se pierde en las abstracciones matemáticas de Fra’ Luca Pacioli y se adentra en las construcciones en perspectiva de Piero. Y Valentini, como un artista del Renacimiento, se siente impulsado por un constante afán de experimentación. No hay técnica que no haya probado: paneles, lienzos, papel, grabados, esculturas “de porre” en terracota, bronce, aluminio, vidrio, sin olvidar, por supuesto, los libros de artista que representan una parte considerable de su producción.
Como los artistas del Renacimiento, Walter Valentini aspira a lo universal. Sus obras se caracterizan por una fuerte impronta personal aunque el ego del artista parezca casi esconderse tras sus arcanas maquinaciones geométricas, matemáticas y espaciales, van más allá de la mera contingencia al perder el contacto con dimensiones espacio-temporales precisas y definidas, hablan un lenguaje elevado y al mismo tiempo incitan a la meditación, parten de la historia del arte pero también saben explorar nuevos caminos, cuestionando todo lo conquistado hasta el momento. Por estas razones, el Renacimiento antes mencionado no es más que un punto de partida: sería reductor anclar la producción de Walter Valentini al siglo XV en Urbino, por muy enraizada que esté en esas experiencias. Hay, en Valentini, una tensión extraordinariamente moderna.
Esto se percibe nada más cruzar el umbral de su última exposición individual, Walter Valentini. Il rigore della geometria, le fratture dell’arte 1973 - 2017, actualmente en el CAMeC de La Spezia y comisariada por Marzia Ratti. La primera sala recibe al visitante con una obra, Tempo fermo IV, que introduce las primeras investigaciones de los años setenta: formas geométricas sobre un campo negro, inmutables, fijas y eternas, recuerdan las reflexiones sobre el tiempo de la pintura metafísica con las que Valentini se enfrentaba inevitablemente. Silencios profundos, construcciones que parecen arquitecturas, sombras que se extienden sobre los elementos. Hay, en estas formas, el sentido del arte de De Chirico: la obra va más allá del tiempo al detenerse en un instante inmóvil, la composición se apropia de sus herramientas típicas como la geometría y los escorzos de perspectiva, el lenguaje de Valentini se asemeja a la “escritura de los sueños” de De Chirico, de la que había hablado Ardengo Soffici en un artículo publicado en 1914 en Lacerba, en el que alababa el modo en que el gran pintor ferrarés había llegado a mediante “fugas casi infinitas de arcos y fachadas, de grandes líneas directas, de inmensas masas de colores simples, de claroscuros casi fúnebres”, a expresar “esa sensación de vastedad, de soledad, de inmovilidad, de estasis que producen a veces ciertos espectáculos reflejados en el estado de memoria de nuestras almas casi dormidas”. El sustrato, además, es común: si el propio Soffici comparaba a De Chirico con Paolo Uccello, otro artista capaz de una extraordinaria, intensa, moderna y única “escritura de los sueños”, Valentini, por su parte, celebra al gran artista renacentista con un Homenaje a Paolo Uccello que, a través de un tríptico de estudios geométricos que tienen como tema la misma figura, casi parece evocar las obsesiones del pintor florentino por la perspectiva.
La década siguiente en la exposición está representada por la enorme Stanza del tempo (Habitación del tiempo), que introduce las nuevas investigaciones de Walter Valentini que, en ciertas formas, continúan hasta nuestros días. El vínculo con la tradición de Urbino sigue siendo sólido y manifiesto: Valentini utiliza aquí el nuevo soporte del hilo de plomo o de algodón negro que, tensado sobre enjambres de clavijas fijadas en el soporte, regula y acentúa las proporciones de los elementos que dan vida a la composición. Formas geométricas más puras que parecen dar lugar a arquitecturas fantásticas: en esos arcos que dominan las composiciones, casi parece verse la logia del Palacio Ducal de Urbino, se entra en estrecho contacto con esa “musicalidad rítmica” de los mundos visuales de Walter Valentini, como la define con precisión el comisario, se percibe cuán fuerte es la cultura del rigor, del equilibrio y de la armonía que anima la producción de este refinado artista. Pero también hay más: en La stanza del tempo, la sucesión de acontecimientos, que se ha convertido en protagonista absoluta “en su devenir, en su marcar y corroer las cosas, en su volver a proponer la esperanza de nuevos espacios en los que vivir, nuevos cielos que escrutar, nuevos tiempos que medir” (así escribía Roberto Budassi en 2006, citado en el catálogo por Gian Carlo Torre) introduce un contraste, un desacuerdo profundo y tal vez incluso irresoluble entre el orden racional que el hombre busca en el cosmos y que intenta manifestar a través de sus construcciones, y el poder destructor del tiempo que asalta la materia, hiriéndola y lacerándola. Valentini se mostró como un artista original atento a las investigaciones del Espacialismo, de Alberto Burri y de quienes, en años anteriores, se habían planteado el problema del tiempo en el arte. Pero el Espacialismo también fascinó a Valentini en su intento de superar la bidimensionalidad del soporte pictórico: un intento que tuvo éxito precisamente con La stanza del tempo.
Entrada a la exposición de Walter Valentini en el CAMeC |
Una sala de la exposición |
Una sala de la exposición |
Walter Valentini, Tempo Fermo IV (1974; carboncillo y temple sobre lienzo, 150 x 150 cm) |
Walter Valentini, La habitación del tiempo (1982; técnica mixta sobre panel, 200 x 540 cm) |
Este doloroso desencuentro, que encierra la esencia de la condición humana, hecha como está de opuestos y de continuas contradicciones, no abandonará nunca más el arte de Walter Valentini, y aumentará su dimensión contemplativa, porque la brecha entre la racionalidad (con todo lo que ésta conlleva en términos de aspiraciones, deseos, ambiciones: véanse a este respecto las obras de la serie La Ciudad del Sol, claro homenaje a la utopía de Tommaso Campanella) y la inevitabilidad del tiempo genera una crisis que, según Enzo Di Martino, está “deliberadamente buscada para no lograr una simple obra de arte, sino para experimentar directamente, y así proponer a los espectadores, un acontecimiento poético inalienable”: En otras palabras, Valentini, entretanto, cuestiona continuamente ese orden que pertenece a un pasado “que sabe irrepetible”, casi desencadenando una actitud de artista neoclásico, y luego revela unainquietud subyacente que sugiere cómo los significados aparentes de la obra, con sus proporciones y equilibrios rigurosos, son de alguna manera abandonados, negados para dejar al observador nuevos espacios de reflexión. Es una forma de hacer las cosas que tiene muchos rasgos en común con la poesía y que, por ello, se vuelve bastante densa y lírica en Valentini. También se puede hacer poesía con la geometría", reitera el artista. Y con un simple gesto, con un signo, con una proporción, con un hilo tenso, Valentini es capaz de abrirnos vislumbres del universo, de retrotraernos a épocas lejanas, de guiarnos hacia reflexiones íntimas sobre nuestra existencia. Quizá sea en esta capacidad donde reside gran parte del significado de su arte.
El observador es guiado en estas meditaciones por títulos fuertemente evocadores que remiten constantemente al tiempo, al cielo, a las estrellas. La exposición de La Spezia reúne gran parte de estas obras, en las que la sección áurea se repite a menudo en la búsqueda de una proporción entre los elementos que pueblan las composiciones, en las que no son raros los homenajes a artistas del Renacimiento (acabamos de ver el Homenaje aPaolo Uccello, pero también cabe mencionar elHomenaje a Rafael: una compleja composición que retoma las geometrías y las direcciones de perspectiva de los frescos de la Stanza dell’Incendio di Borgo; en particular, casi parece ver un análisis geométrico de la escena de la Batalla de Ostia) o a la literatura (el magnífico tríptico Inferno, Purgatorio y Paradiso, que se fija el objetivo aparentemente paradójico de dar una interpretación racional y equilibrada de la cosmología de Dante), donde se intenta captar lo inefable, donde coexisten lo infinito y lo finito (y no finito). Superficies en las que encuentran espacio complejas órbitas que parecen acercarse, a veces de forma amenazadora, a elementos arquitectónicos como los habituales arcos de medio punto, como para demostrar que las actividades del hombre están influidas por las del cielo (es lo que uno podría pensar al observar una obra compleja como La casa del cielo). Y luego, esos “trazados gráficos” que, escribe Mario Botta, parecen “puestos para responder a verificaciones de cálculos matemáticos complejos que requieren competencias apropiadas”, “esquemas geométricos formados por imágenes que dominan la composición de la obra con jerarquías y proporciones pensadas para temas individuales”.
Walter Valentini, La ciudad del sol (1986; técnica mixta sobre panel y lienzo, 200 x 200 cm) |
Walter Valentini, Homenaje a Rafael (1984; técnica mixta sobre tabla, 195 x 195 cm) |
Walter Valentini, La Casa del Cielo (2008; técnica mixta sobre panel con intervención de pan de oro, 200 x 500 cm) |
Walter Valentini, Infierno, Purgatorio y Paraíso (1988-1991; técnica mixta sobre papel Duchêne, 86 x 62 cm) |
Las espléndidas esculturas por las que Walter Valentini, a pesar de su constante experimentalismo que le ha llevado a probar diversas soluciones a lo largo de su dilatada carrera, merecen un discurso aparte: el bronce y la terracota. Las esculturas de bronce, donde vuelven las elipses orbitales típicas de las obras sobre papel y lienzo, están animadas por un empuje vertical que, sumado a laabstracción geométrica propia del artista, hace aún más evidente su deuda con el Constructivismo ruso. Las Medidas, el Cielo es una obra particularmente significativa en este sentido: un semidisco de bronce atravesado por un gnomon que lo asemeja por tanto a un reloj de sol (simbolizando la dimensión del tiempo) y que lleva impresos en su superficie signos que evocan órbitas y constelaciones (espacio, pero también movimiento). ¿Y cómo permanecer indiferente ante el Golden Gate, una pequeña escultura de bronce que, en el diseño de la exposición, se ha colocado exactamente enfrente de la gran composición monocroma Zeta 3, de modo que el semicírculo de la parte superior, si se observa desde cierto punto de vista, en perspectiva acaba coincidiendo exactamente con las formas homólogas de la obra sobre lienzo?
Las terracotas, pues, son obras cuyo proceso de creación está particularmente en consonancia con el espíritu del artista, precisamente porque siempre hay un componente de imprevisibilidad en la creación de la terracota: “para comprender plenamente el valor de un trabajo creativo realizado según las reglas del arte cerámico, pero sujeto a la accidentalidad de lo inesperado, siempre presente en los procedimientos alquímicos que cambian la fisonomía y la consistencia de la materia plástica tratada”, escribe Roberto Budassi, “hay que valorar también la imprevisibilidad de la cocción controlada por el fuego, que en el horno forja la tierra como el metal en la fragua de Vulcano. [...] Cocción a temperaturas muy elevadas, casi como una fusión, en la que es el fuego el que decide el destino del renacimiento del artefacto o provoca definitivamente su muerte, su destrucción”. Las terracotas de Valentini son quizá sus obras más proclives a evocar una sensación de antigüedad: ásperas, arenosas, quemadas, casi parecen reliquias de civilizaciones lejanas, e incluso el nombre de la serie Tabulae hace referencia a las tablillas enceradas en las que los antiguos romanos escribían con un estilete.
Walter Valentini, Las medidas, el cielo (2002; fundición en bronce pulido y patinado, base de mármol blanco, 97 x 78 x 45 cm) |
Walter Valentini, La puerta dorada (2010; fundición en bronce pulido y patinado, 88 x 52 x 30 cm) |
Walter Valentini, Tabula II (2016; terracota refractaria con intervención de pan de oro, 67 x 45 cm) |
El CAMeC presenta a su público una exposición de gran calidad, una completa retrospectiva sobre un interesante maestro del arte contemporáneo, culto, refinado y versátil, que ha trabajado en contacto con los más grandes maestros y expuesto en los contextos más prestigiosos, incluida la Bienal de Venecia. Como es habitual en las exposiciones monográficas del museo de La Spezia, también ésta recorre toda la carrera del artista, explorando todos los aspectos de su producción, con una organización que sigue básicamente una línea cronológica pero que también consigue apartarse de ella para profundizar en determinados temas (se dedican salas especiales, por ejemplo, a la terracota, la gráfica y los libros de artista). El catálogo, sobrio y esencial, con un aparato iconográfico muy rico, contiene cinco ensayos para explorar mejor las profundidades del arte de Walter Valentini, entre los que destacan el de apertura, a cargo del comisario, y los dos que tratan de la terracota y los libros de artista, a cargo de Roberto Budassi y Gian Carlo Torre, respectivamente.
Por último, cabe destacar que, con más de un centenar de obras expuestas, la exposición antológica del CAMeC es la más completa revisión de la obra de Walter Valentini jamás vista. Y merece la pena concluir con unos versos que, hace unos años, el poeta Eugenio De Signoribus dedicó a su paisano artista: describen con síntesis y lirismo la más alta esencia del arte de Walter Valentini. “Elevaste al cielo / tu mirada y allí escudriñaste / sus tramas secretas... / Tu claridad geométrica / las ha puesto a la vista / Con natural armonía... / Ahora son mapas y medidas / Para la navegación celeste / Líneas que conquistan la oscuridad / Y nunca se precipitan / He aquí, frente al mal / Tu ciudad ideal / Es una fortaleza en el cosmos / El mapa de tu infinitud / Ofrece a la mirada reclusa / La gracia de un signo puro / ¡Ningún muro puede ser saltado / Ninguna eternidad puede ser tocada / Sin una semilla de luz!”.
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