Una colección de arte siempre tiene un poder narrativo único: cuenta la historia, desde el punto de vista de la persona que la ha reunido, y habla del coleccionista, de su pasión, de su gusto, de las anécdotas vitales que acompañan a cada compra. Se convierte así en una especie de autorretrato, o de retrato de familia, como en el caso de los señores Florence y Damien Bachelot. Su colección se expone en la Villa Médicis, sede de la Academia de Francia en Roma, a dos pasos de Trinità dei Monti, hasta el 15 de enero, con un título discreto pero en mayúsculas, COLLECTION, que representa bien la doble alma de esta colección: una colección familiar, que es también una colección excepcional de fotografías.
Comenzó como una colección de empresa, la de Aforge Finance, creada por Damien Bachelot y sus socios. En 2009, durante la crisis financiera, Damien y su mujer la rescataron para que no se dispersara y, desde entonces, la han enriquecido con nuevas copias y, en años en los que los autores de las grandes agencias fotográficas no tenían mucho tirón en el mercado, han conseguido hacerse con piezas valiosas. "Nunca tuvimos una intención clara de crear una colección. Durante mucho tiempo ni siquiera fuimos conscientes de que estábamos creando una", afirma Damien Bachelot. Y, sin embargo, hoy la suya es una de las colecciones de estampas fotográficas más importantes de Francia y una verdadera síntesis de la historia de la fotografía con obras de Henri Cartier-Bresson, Diane Arbus, Dorothea Lange, Vivian Maier, Paul Strand, Sabine Weiss -por citar sólo las más conocidas- que aquí, en Villa Médicis, es una verdadera síntesis de la historia de la fotografía. más conocidas- se presenta aquí en Villa Médicis en una selección de 150 imágenes, comisariada por Sam Stourdzé, historiador de la imagen, Director de la Academia Francesa de Roma, y que dirige desde hace años losRencontres de la photographie d’Arles.
La parte original de la colección se centra en la fotografía humanista, que caracterizó a la Europa de posguerra y, en particular, a Francia. La mirada fotográfica de la época se dedicaba a la gente sencilla y a su vida cotidiana y “correspondía perfectamente a nuestras aspiraciones sociales y morales más profundas”, cuentan los Bachelots.
París es el centro de este cambio: desde principios de siglo es ya una ciudad cosmopolita, y a ella llegan artistas, e incluso fotógrafos, de toda Europa. Fue entonces cuando “la fotografía se convirtió en un arte democrático y dejó de ser sólo el pasatiempo de la burguesía”, escribe Michele Poivert, historiadora de la fotografía y colaboradora de la exposición. Y fue en esta época cuando Henri Cartier-Bresson, que había dejado atrás la Resistencia y la experiencia de fotografiar la guerra, perfeccionó su poética de la narración y, de hecho, dio origen a la fotografía moderna. Se exponen algunas de sus obras menos conocidas, como La presa de Bougival (1955), una de sus composiciones más originales.
En la misma época, Robert Doisneau trabajaba con su ironía hecha de detalles, como en Homme au tableau (1950), pero también Brassaï, nombre artístico de Gyula Halasz, a quien Henry Miller había apodado “el ojo de París” por su capacidad única para captar los lados desconocidos de una ciudad tan fotografiada. E incluso en aquella época, la fotografía no era sólo cosa de hombres, como demuestran las fotos de Sabine Weiss, expuestas con Paris, enfants (1955) o Janine Niépce, historiadora del arte y miembro de la Resistencia francesa, una de las primeras mujeres en Francia en trabajar como fotoperiodista. Su Boda vista desde mi ventana, en el paseo marítimo Louis Blériot (1943) sorprende por su mirada contemporánea sobre una imagen que traiciona su edad.
En su aventura como coleccionistas, los Bachelot se refieren a menudo al mercado americano. Allí, la demanda de obras fotográficas es menor y los precios más asequibles que en Francia. Allí descubren la Street Photography americana y comienzan a adquirir clásicos documentales, desde Dorothea Lange a Diane Arbus, pasando por Vivian Maier. El rasgo común sigue siendo el individuo, en su condición humana y social, pero sin duda la fotografía americana revela “una representación más dura y oscura de la naturaleza humana”, señala Sam Stourdzé. Llama la atención en la exposición The Defendant, Alameda County Courthouse, Calif. (1957) de Dorothea Lange, este hombre con el rostro oculto en su gran mano que parece temblar, pero también un retrato sencillo y muy doloroso de Helen Levitt, Boy with gun (1942).
Fue en Nueva York donde los Bachelots descubrieron a Saul Leiter, pionero del color en los años cincuenta. Crearon un vínculo personal con él al final de su vida, cuando aún no era muy famoso. Esta amistad se refleja en una serie de impresiones en Cibachrome, “un proceso perdido sin igual por la profundidad de sus colores” dice Damien Bachelot, expuestas en la escalera que conduce de la planta baja a las últimas salas de la exposición.
Pasamos a la segunda parte de la colección, que muestra una mayor atención a la contemporaneidad y a su experimentación. Y aquí, entre la dureza de los grises de Josef Koudelka en sus cuadros de Europa del Este, y los cuentos americanos de colores saturados de Paul Fusco, hay también un poco de Italia, con los “pretini” de Giacomelli(Io non ho mani che mi accarezzino il volto - 1961/1963) excepcionales extremos de blanco y negro, y los colores pastel de Luigi Ghirri(Atelier Morandi, Grizzana - 1987). Luego llegamos al reportaje contemporáneo, con Luc Delahaye, Mohamed Bourouissa, Véronique Ellena y después Laura Henno, que sorprende por su capacidad artística para relatar las condiciones humanas más difíciles.
En resumen, casi parece un manual de historia de la fotografía. Cien años de imágenes de la vida, condensadas en un formato sencillo y atractivo. Es una experiencia única para el visitante, que rara vez tiene la oportunidad de estar frente a objetos artísticos como éstos: copias antiguas, amarillentas por el paso del tiempo, con contornos arruinados, copias de todos los tamaños que nos acercan a una fisicidad de la fotografía a la que las grandes exposiciones nos han desacostumbrado. Al fin y al cabo, la atención a la autenticidad de las copias es propia del coleccionista. En una época en la que “la imagen digital reina y la impresión fotográfica se ha vuelto inmanejable”, afirma Sam Storudzé, las obras de esta colección son, en cambio, físicamente únicas.
Cada objeto tiene su propia historia: hay una fotografía de periódico que sirvió de reproducción para una revista, una impresión presentada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York con motivo de una exposición particular, como atestigua la etiqueta del reverso, y una impresión favorita de una foto que el autor conservó consigo toda su vida(Lella de Edouard Boubat, 1948). Se trata de un viaje por la técnica fotográfica, empezando por la impresión en sal de plata, característica del siglo XX, pasando por diversos formatos, desde el 24x36 mm de la Leica hasta el 6x6 cm de la Rolliflex, la cámara preferida de Brassai, y llegando al videoarte de Laura Henno, sugestivamente alojado en la antigua cisterna de Villa Médicis.
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