Tracey Emin. Sexo y soledad es la primera gran exposición dedicada a la artista inglesa en Italia. En el Palazzo Strozzi de Florencia se podrá visitar hasta el 20 de julio de 2025 una muestra con más de sesenta obras, creadas a lo largo de un periodo de tiempo que abarca desde los años noventa hasta la actualidad. Esculturas, pinturas, bordados y neones revelan el complejo universo de Emin, en el que la intimidad y la vulnerabilidad coexisten con una “violencia” visionaria que recuerda al expresionismo, a Munch sobre todo (la gran pasión de Emin, como ella misma ha declarado a menudo), pero al mismo tiempo a los grandes autores del siglo XX, como Francis Bacon, Giacometti y Louise Bourgeois. La nerviosa inmediatez del signo, la plasticidad del cuerpo manipulado, la esencialidad de las formas que revelan toda su corruptibilidad, afirman una atención rigurosa a temas que siempre han sido claves fundamentales tanto para el arte del pasado como para el del presente. El hilo conductor de todo el proyecto expositivo es, de hecho, el cuerpo como escenario último de las escaramuzas de la existencia. Cuerpo del deseo, del sexo, del agotamiento, del aislamiento, de la corrupción. Para decirlo con una palabra que podría resumir toda la exposición, estamos ante la pasión, en el doble valor del placer y del sacrificio.
La poesía es la carne viva del lenguaje y no puede haber distancia entre la vida vivida y el trabajo creativo. Si el signo es una herida, la revelación de un más allá que ya actúa en la vida, la palabra es, en oposición cruda y diametral, el cofre de los secretos, a menudo dramáticos, otras veces irisados y cegadores, que guardamos en lo más profundo. Tracey Emin lo sabe bien y lo expresa con un corolario de figuras que, esbozadas, se imponen a nuestra atención sin filtros, sin sofisticaciones. Emin cuestiona el organismo, aboliendo las limitaciones espaciales, volviendo a lo inmediato, a lo acerado y voyeurista. Su urgencia y su intensidad expresiva aíslan los fragmentos de una anatomía improbable, poniendo en vilo al sujeto.
Figure art, en el sentido deleuziano. Figura como diagrama de líneas orgánicas. Y el filósofo llegó a decir que “la pintura debe convertirse en una ofensa para los ojos”. Es como si hubiera una búsqueda continua de un pathos perturbado. Es imposible separar el universo biográfico de Emin de su proceso creativo, de los cuerpos heridos, lacerados, congelados en un bulto doloroso de vitalidad y fragilidad al mismo tiempo. Para ella, existir es crear y crear es r-existir. Encontrar una vía de escape, una travesía a la rígida línea recta del día a día repetitivo. Por otra parte, Brecht decía: “el esfuerzo de levantarse cada día, ponerse los pantalones, lavarse, etc., y saber que todo esto no acabará nunca. Esa es la verdadera tragedia”.
El caos reconstruido en la sala/instalación Exorcismo del último cuadro que hice, de 1996, nos catapulta al otro orden del estudio de un artista que percibe toda la carga oculta de la práctica pictórica. El gesto pictórico suspendido, reavivado, la algarabía de colores que denotan el espacio vital en el que no puede haber distancia entre lo cotidiano de la ropa tendida y el intento de eternidad de la operación artística. El cuerpo ausente, o más bien exteriorizado por tres imágenes fotográficas que recogen la performance que la propia Emin realizó en 1996 en el interior de aquella habitación-estudio, revela la ruptura de cualquier equilibrio entre modelo e intérprete, entre acción y entrega, entre fragilidad y vigor. En cuadros más recientes, como el gran lienzo Take me to heaven de 2024, este vigor tiene el carácter de la herida que ostenta un cuerpo santificado. Una deposición femenina con aureola certifica lo sagrado como un estado de dolor, postración, redención y ascenso al cielo. Son obras en las que se aprecia un tenaz intento de restituir la tangibilidad doliente de la carne a través de la escaramuza arremolinada de las pinceladas. Son marcas infligidas, como golpes de navaja, como cortes profundos que unos campos de color intentan remendar con dificultad.
Ciertamente, el arte de Emin es sincero, puro, en cierto modo absoluto en su necesaria intensidad. La artista afirma: “Exponerse, en sí mismo, tiene un coste”, “Soy yo misma y soy extremadamente honesta”, “y no es un juego, es lo que hago, lo que creo. Mis obras no salen como mierda, vómito, semen. Es mi arte, en eso consiste el arte mágico, es espiritual. Soy un canal de ello, pasa a través de mí y luego sale. A veces tengo el control, a veces no, pero si no fuera sincero el arte no tendría sentido para mí, mientras que para mí tiene el máximo valor. Es mi trabajo, es mi vocación”. Y en esta vocación, el tema del recuerdo, del pasado, no es menos urgente que los mencionados hasta ahora. En los cuadros pequeños, como en la serie de 2020 titulada Un tiempo diferente, los colores oscuros, azulados, grises, se hacen eco de los intentos de restaurar la memoria. Fragmentos de interiores, camas, sofás, lavabos, espacios evanescentes en los que la presencia humana parece haberse desvanecido, parece haberse fundido con la tenue luz que se filtra a lo lejos. El lirismo intimista, acentuado por el tamaño de estos cuadros, no tiene sabor a serenidad, hay en cambio una sensación de despedida, de desapego, como si fueran apresuradas notas visuales que intentan clavar el sentimiento de un momento, el éxtasis del instante fugaz, la decadencia del inexorable paso del tiempo.
Escuché dos voces disonantes (en realidad: diametralmente opuestas) sobre la exposición. La primera elogiaba la extraordinaria frescura, la inmediatez de los gestos, así como la poesía subyacente en el conjunto de la obra. La segunda criticaba sin piedad una instintividad apresurada que hoy parecería académica, y una pretenciosidad que se apoya más en la narrativa subyacente que en la calidad de las obras individuales, más o menos repetitivas e irresueltas. Normalmente, un evento que genera puntos de vista tan distantes es una excelente oportunidad para enfrentarse al fenómeno del arte contemporáneo, no siempre accesible y no siempre inmediato y cómodo de descifrar. Yo diría que, en esto, Emin siempre ha conseguido sacar a la luz preguntas y reflexiones incómodas que revitalizan la confrontación en el agón de la producción artística contemporánea.
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