Jurgen Teller y Ron Mueck en la Trienal de Milán: dos exposiciones que recomiendo ver como una sola, una continuación de la otra. Jurgen Teller (Erlangen, 1964) es un fotógrafo de moda alemán que reinterpreta la fotografía de moda en un sentido performativo y artístico. Un fotógrafo de moda que podría calificarse de “loco”, es decir, capaz de deslizarse desde el previsible cliché de la moda hacia soluciones provocadoras con sabor punk. En su exposición en la Triennale vemos una explosión de imágenes en diferentes formatos y con distintos soportes. Por su estilo transversal y ecléctico, podríamos decir que todo el mundo tiene una exposición de Jurgen Teller en su móvil. Es como si el artista alemán metiera en una batidora el star system y su biografía personal. El resultado es un bombardeo de imágenes con una actitud a medio camino entre el Damien Hirst de los últimos tiempos y Wolfgang Tillmans: fotos e imágenes que proceden de la vida cotidiana y se cruzan con curiosos “choques” entre la moda y el star system.
Si nos vamos y continuamos con la exposición del artista australiano (pero afincado en Gran Bretaña) Ron Mueck (Melbourne, 1958), efectivamente parece que algo está pasando. En la primera sala de Mueck, encontramos una escultura de una mujer hiperrealista que “parece real”, por la atención a los detalles. La mujer, sentada en su cama y mucho más grande de lo normal, tiene la mirada perdida en el vacío y velada por una ligera angustia. Su soledad parece ser la nuestra cuando volvemos a nuestro dormitorio y nos hundimos en nuestros miedos y obsesiones. La técnica hiperrealista y la atención maníaca a los detalles crean una empatía muy fuerte con el espectador. Si continuamos hacia la segunda sala, nos reciben numerosas calaveras mucho más grandes de lo normal: las esculturas, de factura impecable, parecen saltar del pedestal y abrumar al espectador. Como si los miedos y el destino ineludible de la humanidad, que habíamos visto en los ojos de la mujer de la primera sala, se hubieran materializado de repente en un poderoso memento mori.
Siguiendo adelante, se nos invita a una sala donde vemos un vídeo que documenta a Ron Mueck trabajando, inmerso en su obsesión, su pasión, su maníaca atención al detalle. Viendo este vídeo nos sumergimos en un tiempo dilatado, un espacio de profunda descompresión que parece contrastar, y dialogar, con la actitud voraz, rápida e instintiva de Jurgen Teller. Tras el vídeo, podemos encontrarnos con otras obras de Mueck, pero no demasiadas, precisamente para no deslizarnos hacia un parque de atracciones fácil, un museo de cera en el que la obra de Mueck podría acompañarnos. Unas pocas obras seleccionadas nos permiten, una vez más, sumergirnos en la obra del artista, de origen australiano pero que ahora vive y trabaja en Inglaterra, en la isla de Wight. En estas últimas obras, el hiperrealismo se juega desde lo infinitamente pequeño hasta lo desorbitado, como por ejemplo en los grandes perros negros que encontramos en la última sala.
Teller y Mueck, dos artistas de la misma generación, nos ofrecen dos puntos de vista diferentes y complementarios sobre el arte contemporáneo de los últimos tiempos. La sensación es que falta una pieza, como si el mejor arte contemporáneo se hubiera formado en los años 90, cuando esta generación de artistas estaba en su apogeo. Lo que falta es una reflexión más rigurosa sobre la contemporaneidad, esa contemporaneidad en la que cada uno de nosotros es a la vez víctima y autor de un bombardeo de información que amenaza con cambiar nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos. Pero quizás esta reflexión radique precisamente en la idea de relacionar estas dos trayectorias artísticas sólo aparentemente distantes. Podríamos decir que la exposición de Mueck representa una continuación y un antídoto a la voracidad bulímica que encontramos en la exposición de Teller, como si ambas exposiciones fueran una continuación de la otra. La exposición de Mueck, con su largo y prolongado calendario, parece representar el antídoto y la reacción a la exposición de Teller, que refleja la voracidad contemporánea por producir y consumir imágenes e información.
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