La vida parece a menudo rutinaria, aburrida, previsible, pero a veces esconde momentos que, si se captan en el momento oportuno, hacen que lo cotidiano parezca más insólito. El frenesí, la distracción, el no saber observar con precisión hacen que estos momentos se escapen a nuestros ojos, que pasen de largo, haciéndonos perder la belleza de lo imperfecto. Creemos que lo que nos fascina es la perfección, el orden, la belleza, pero al final nuestra mente y nuestra mirada se sienten atraídas por cosas y situaciones que van más allá. Buscamos lo imperfecto porque nos sentimos más cerca de ello, más como la gente corriente, porque son maravillosamente imperfectos, con sus debilidades y defectos.
El gran don de Robert Doisneau, el célebre fotógrafo contemporáneo, fue precisamente el de saber aprovechar el momento oportuno para inmortalizar en la eternidad escenas de imperfección ordinaria: sus imágenes no retratan un tiempo preciso y determinado, sino que son fotografías que podrían haber sido tomadas en cualquier época, en un tiempo pasado que podría ser el presente, a excepción de las instantáneas en las que aparecen retratados personajes del mundo del arte y la literatura. Su forma de fotografiar refleja su idea de pêcheur d’images, " pescador de imágenes" -como él mismo se llamaba-, en el sentido de que un fotógrafo debe tener la paciencia de esperar a que aparezca ante sus ojos la imagen adecuada, momento en el que debe encuadrar el objetivo de su cámara y disparar. Siempre captando momentos de la vida de personas reales, reales en su simple imperfección.
Comprendemos bien esta actitud cuando admiramos en el Lu.C.A. - Centro de Arte Contemporáneo de Lucca las instantáneas más famosas del célebre fotógrafo reunidas para la exposición Robert Doisneau. A l’imparfait de l’objectif, que podrá visitarse hasta el 12 de noviembre de 2017. El comisario Maurizio Vanni ha puesto de relieve esta gran habilidad del artista creando una exposición en la que el visitante es acompañado a través de ochenta imágenes en blanco y negro por las calles de París y sus suburbios, lejos de lo mundano. Los sujetos de Doisneau son casi personas que podemos encontrarnos a diario en nuestra vida cotidiana, como las que encontramos en tiendas, calles, callejones, escuelas o plazas.
La exposición Robert Doisneau en Lucca |
Una sala de la exposición Robert Doisneau en Lucca |
Se podría decir que la exposición procede por temas en los espacios expositivos del Centro de Lucca: imágenes de personajes del mundo del arte y la literatura, imágenes de animales, imágenes de niños, estos últimos favorecidos por la espontaneidad de sus acciones, a veces divertidas. Ejemplos significativos de ello son La Sonnette (París, 1934), donde un grupito de chiquillos en calcetines hasta la rodilla huyen rápidamente mientras uno de ellos, más valiente, toca el timbre de un portal: una travesura que muchos de los que leen esto habrán hecho de niños. Intrigada por la escena, una niña con un vestido de cuadros se ha detenido justo delante de esa puerta... quién sabe en qué estará pensando.
O Le cadran scolaire (París, 1956): el título del plano se refiere literalmente a la esfera de un reloj en un aula escolar. El objeto de gran atención por parte de un niño con una graciosa coleta rebelde es, de hecho, el reloj de pared que cuelga justo detrás de él, pero demasiado alto para poder mirarlo sin que se note. El niño en cuestión está con la nariz respingona y la boca ligeramente abierta en la típica expresión de alguien que se esfuerza por ver algo, sin prestar atención quizás a la explicación del profesor que presumiblemente está de pie delante de los tres escolares; los otros dos niños parecen atentos y pavoneándose con los brazos cruzados, aunque el compañero de pupitre del niño que mira el reloj parece tener la mirada fija en el vacío, como de alguien que quiere dar la impresión de que está escuchando, pero en realidad no lo está, mientras que el niño del primer plano está distraído con alguien o algo a su derecha, ya que sólo su mirada se dirige en esa dirección. Otra escena muy habitual en una clase es la representada en L’information scolaire (París, 1956): aquí, mientras un niño se concentra, con la mirada hacia arriba, en resolver la tarea que está realizando en su pizarra, su compañero de pupitre aprovecha para copiar casi con indiferencia lo que el otro ya ha escrito.
Fuera del ámbito escolar, pero siempre con los niños como protagonistas, aunque de una edad más temprana que los retratados en las imágenes anteriores, se encuentra la fotografía titulada Les tabliers de Rivoli (París, 1978): una larga fila de niños cruza la calle, en fila india, cogidos unos a otros por el delantal del compañero de delante; han bloqueado momentáneamente el tráfico, creando a su vez largas colas de coches.
Robert Doisneau, La sonnette (París, 1934) |
Robert Doisneau, Le cadran scolaire (París, 1956) |
Robert Doisneau, L’information scolaire (París, 1956) |
Robert Doisneau, Les tabliers de Rivoli (París, 1978) |
Si para las tomas de niños Doisneau tenía cierta debilidad, también la tenía para los animales: Los encontramos retratados en Les chiens de la Chapelle (París, 1953), donde dos simpáticos perros permanecen inmóviles sobre dos patas, despertando la curiosidad de dos transeúntes, o en Fox terrier au pont des Arts (París, 1953), en la que el perro en cuestión mira, casi posando, hacia el objetivo del fotógrafo, permaneciendo detrás de su dueño que, en cambio, admira en el lado opuesto a un artista trabajando en su lienzo. O también en Les chats de Bercy (París, 1974): los protagonistas son esta vez unos gatos negros en medio de una estrecha calle del barrio parisino de Bercy. Particularmente singular es Le singe de Monsieur Bayez (París, 1970), también conocido como Le singe et le marqueteur, o El mono y el marquetero: en el taller del marquetero, el mono observa atentamente el trabajo que realiza su maestro.
Robert Doisneau, Les chiens de la Chapelle (París, 1953) |
Robert Doisneau, Fox terrier au Pont des Arts (París, 1953) |
Robert Doisneau, Les chats de Bercy (París, 1974) |
Doisneau también inmortalizó en sus fotografías a muchas celebridades del mundo del arte y la literatura, como Picasso en Les pains de Picasso (Vallauris, 1952), en la que el gran artista, vestido con una camisa de rayas, parece tener las manos extendidas sobre la mesa, pero en realidad son bocadillos colocados en forma de manos; el escritor Raymond Queneau paseando por la rue de Reuilly el 31 de mayo de 1956, la escritora y filósofa Simone de Beauvoir en el café parisino Les Deux Magots del barrio de Saint-Germain-des-Près (París, 1944), el poeta Jacques Prévert en Jacques Prévert au guéridon (París, 1955), en la que el poeta está sentado en una mesita de un quiosco con un vaso de vino en compañía de un gran perro que se agacha y nos observa. Y de nuevo el pintor y escultor Jean Fautrier (Chatenay Malabry, 1960), el pintor Fernand Léger entre sus obras (Gif sur Yvette, 1954) y el pintor y escultor Jean Dubuffet en su estudio (París, 1954), así como él mismo en el autorretrato que le muestra con una cámara en las manos (Villejuif, 1949).
Robert Doisneau, Les pains de Picasso (París, 1952) |
Robert Doisneau, Raymond Queneau en rue de Reuilly le 31 mai 1956 (París, 1956) |
Robert Doisneau, Jacques Prévert au guéridon (París, 1955) |
Robert Doisneau, Robert Doisneau, Fernand Léger en sus obras (Gif-sur-Yvette, 1954) |
Robert Doisneau, Jean Fautrier (Chatenay Malabry, 1960) |
En la exposición de las instantáneas más famosas del gran fotógrafo, nuestra atención se centra inmediatamente en la infalible Le Baiser de l’Hôtel de Ville (París, 1950), ese beso que quedará grabado para siempre en la historia de la fotografía, donde la protagonista es una pareja normal de enamorados que intercambian un romántico y apasionado beso entre transeúntes. Parece como si nada existiera a su alrededor, que el mundo pasa de largo, pero ellos están ahí y ahora y eso es lo único que importa. Pero este no es el único beso de la exposición: también encontramos el representado en Photographie aérienne (París, 1950). Aquí vemos un set fotográfico para instantáneas, donde el telón de fondo es un avión, de modo que parece como si los dos amantes se estuvieran dando un bonito beso a gran altura.
Robert Doisneau es el fotógrafo de los besos robados, de las aventuras cotidianas de los jóvenes, de las expresiones graciosas de los compañeros de cuatro patas, pero también de las charlas callejeras ordinarias o de los cotilleos entre cómicos ricos, de las ridículas escenas de tienda y de las miradas indiscretas. Es el fotógrafo de lo atípico en lo cotidiano, de la imperfección de la normalidad, y quizá sea precisamente por eso por lo que nos fascina tanto, porque podríamos soñar con encontrarnos entre los muchos personajes que animan sus imágenes.
Robert Doisneau, Le Baiser de l’Hôtel de Ville (París, 1950) |
Robert Doisneau, Photographie aérienne (París, 1950) |
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