Una exposición centelleante la dedicada por la ciudad de Ferrara, en el espléndido Palazzo dei Diamanti, a la encantadora pintura de Mucha y Boldini para esta larga y cautivadora primavera de 2025. Una feliz idea que redescubre a un pintor europeo de tan alta clase, mano aristocrática y temperamento lírico como el gran moravo que encantó París, y que lo sitúa junto a ese fenómeno absoluto de vívida transfiguración de elegancia y encanto femenino que reveló el nombre ferrarés de Giovanni Boldini.
Alfons Mucha (1860-1939), considerado el padre o el gran protagonista del Art Nouveau, y Giovanni Boldini (1842-1931), el pirotécnico italiano que hizo girar a su alrededor todas las feminidades de Francia, fueron sin duda los más felices transportadores de la pintura europea hacia un mundo tembloroso de auto-reconocimiento vejatorio y poético que reverdecía en su desprendimiento del realismo y se elevaba en una larga escena de sublimación teatral, suave y ligera. En un sentido histórico-artístico, se trata de una exposición verdaderamente importante que despliega los más amplios y bellos ejemplos de la vertiente de los siglos XIX y XX que se sitúa al otro lado de las inmersiones simbolistas de la época y de los amargos empeños vanguardistas, para cantar la alegría de los colores, de los trajes, de las danzas y casi de la etérea de D’Annunzio, inquieta en los ojos inquisidores.
Alfons o Alphonse Mucha partió muy joven de la solitaria Moravia para probar en los bosques europeos las preciosas cualidades de artista que sentía en sí mismo y que debía expresar de las maneras más estrechamente ligadas a su alma de poeta, de escenógrafo naturalista, de adornador y casi de orfebre con respecto a todas las bellezas de los cuerpos, las esencias cromáticas y las joyas que encierran los rostros y los pechos. En efecto, el destino, muy oportuno para él, le hizo aterrizar en París en 1887, dándole la oportunidad de evaluar una sociedad en rápida evolución que buscaba su propia imagen, y de conocer a la célebre actriz Sarah Bernhardt en 1894, que le proclamó imaginativo de sí misma en el arte teatral y, al mismo tiempo, una oda figurativa, ciertamente poética, a un Occidente que disfrutaba ahora de muchas comodidades acomodadas, o más bien de las suaves mantas del avance de la industria y de un colonialismo fácil e incluso colorista.
En esta exposición, el visitante podrá percibir la envoltura psíquica de Mucha al recoger de lejos susurros sutiles y coloridos (ecos silenciosos de purezas lejanas de Bizancio y Oriente) junto a una ingenuidad límpida e infantil, aquietada en el sueño. Las célebres figuras se ven a menudo envueltas, casi en polifonía, por ritmos giratorios de flores, por cadencias doradas y disueltas, por líneas incansables y virentiosas, que abrazan la mirada sin abandonarla nunca y se acompañan de colores de teclado tibios y arpegiados. Y la dulzura de los fondos continúa, encantadora y reposada por doquier. El célebre autor suele acompañar sus obras verdaderamente admirables con frases convincentes que descienden de la rígida creencia moral masónica, o de la más ríspida oración cristiana, hasta llegar a la codiciada “saga eslava”, toda suya, de su sangre. Y la exposición, en un momento dado, nos sumerge físicamente en prodigiosos juegos de luces, espejos, tinieblas centelleantes y paraísos cromáticos y florales autopropulsados, hasta el punto de hacernos gritar de asombro y exultación. Así, las estaciones y las artes de Mucha, con sus doncellas de ensueño, constituyen una visita inolvidable.
Sin duda es la fascinación de Mucha la que ocupa la mayor parte de la exposición y la que sostiene la importancia del acontecimiento de Ferrara, hoy fuertemente aclamado internacionalmente según la participación de eminentes estudiosos que asistieron a la presentación, pero la segunda parte de la exposición descubre acertadamente (y quisiéramos decir inevitablemente) al precursor del Arte Nuevo que encontró en París la cuna y el protagonismo que hoy consideramos indispensable para la evolución de los tiempos: de ahí el admirable histrión de la imagen estallante y viva, el “nuevo parisino” que es Giovanni Boldini. Participa en la concepción idealizada de la realidad (tema que sostiene toda la exposición) con su levedad arremolinada que no abandona nunca la sensualidad punzante de las figuras, casi sus apetencias corporales, bajo los remolinos multicolores de sus pinceles que podemos definir como verdaderamente agitados por un mago de sangre latina. He aquí a Boldini, el padre de la libertad formal más asombrosa y prensil.
El maestro de Ferrara, cuyo Museo del Palazzo Massari se reabrirá próximamente, está presente con un repertorio muy significativo, sonoro, emocionante, y aquí variado en posturas, actitudes, iluminación y técnicas de ejecución, tanto que dialoga o dialoga con la fotografía y los primeros planos móviles, pero siempre desde una cátedra que es la del arte.
Mucha y Boldini, escribe Alan Fabbri, están presentes en la exposición con un éxito internacional y aquí se enfrentan, por primera vez, en uno de los templos más altos del arte italiano como es el Palazzo dei Diamanti de la festiva Ferrara.
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