Si existiera un Papá Noel del arte, yo tendría serias quejas que hacerle por haber traído a Massa estas fiestas la pretenciosa exposición de Marco Cornini titulada Amore Sacro, Amore Profano (Amor sagrado, amor profano), que se exhibe en la Sala degli Specchi y en el Salone degli Svizzeri del Palacio Ducal hasta el 8 de enero.
Marco Cornini, para quien no lo conozca, es uno de los muchos artistas que engrosan las filas de los entusiastas de las glándulas mamarias, ese gran enjambre de pintores y escultores enamorados deleterno femenino que, no contentos con cubrir a sus mujeres con laudatorias que se limitan a la comunicación verbal, deciden consignar su amor por la mujer al arte, produciendo montañas de desnudos femeninos que abarrotan cualquier feria de pueblo o cualquier exposición dominical de artistas digna de llamarse así. En otras palabras, no hay exposición del curso de pintura organizado por el club de bolos sin que se exhiba un buen par de pezones redondos y voluminosos, tal vez incluso con purpurina o torpemente rociados con pintura fluorescente para dar ese toque “expresionista abstracto” que está especialmente de moda en las ferias locales. Seamos claros: el amateurismo es digno de toda admiración, porque es la expresión de un amor sincero e incondicional por el arte. Los problemas surgen cuando se quiere revestir de una pátina de plata los modestos, cuando no vergonzosos, logros de un artista que no debería tener mayores pretensiones que el aliento de amigos y familiares.
Cornini hace su entrada en el Palacio Ducal con todo eseaparato léxico que suele acompañar a los artistas pobres en ideas, pero que tienen que decir algo (y cuanto más elaborada es la frase, más inteligentes parecen: “utiliza un lenguaje antiguo en la técnica ensamblado con un gusto moderno que emplea las costumbres de la vida cotidiana para construir microhistorias de lo ordinario”, “las esculturas de Cornini afirman valores insólitos de una narrativa escultórica que sabe mezclar bien la actualidad y las lecciones antiguas y nobles”, “el tema central de su obra es el ser humano, con una atención particular a la investigación psicológica de las correlaciones en el tejido de los sentimientos con una propensión a captar los aspectos existenciales ligados a la vida contemporánea”). Pero, sobre todo, Cornini se aferra con orgullo a los juicios de época de Mario De Micheli, que por alguna coyuntura astral no especificada se fijó en él en sus inicios, en los años ochenta: Es una demostración de cómo el dogma de lainfalibilidad del crítico o del historiador del arte (que a menudo es para el estudioso de la historia del arte como el dogma de la infalibilidad papal lo es para el católico) es el peor error en el que pueden caer los jóvenes al acercarse al tema, a menudo culpables de adorar a críticos e historiadores del arte, sobre todo a los del pasado, hasta rayar en la devoción.
En otras palabras, no está claro qué podía ver Mario De Micheli de interesante o incluso emocionante en Marco Cornini. La exposición del Palacio Ducal es un desfile vacuo de maniquíes sin alma, en el verdadero sentido de la palabra: las mujeres de Cornini tienen la misma expresividad que los maniquíes de las tiendas de ropa. Mujeres desnudas, blancas, todas iguales: esbeltas, con un tercer pecho a veces abundante, pezones grandes y bien redondeados, casi siempre el pelo hasta los hombros con raya en medio, un omnipresente mechón de vello púbico a la brasileña. Mujeres que evidentemente corresponden al tipo femenino que puebla el imaginario de nuestro cantor de pechos. Variaciones sobre el tema, casi ninguna: sólo cambian las poses y el color de las sandalias tanga con tacón de ama de casa de Parma de vacaciones en Marina di Carrara (porque los desnudos femeninos de Cornini, en la inmensa mayoría de los casos, llevan calzado: es laestética de las películas porno que se convierte en barro pintado).
Exposición de Marco Cornini en el Palazzo Ducale de Massa |
Marco Cornini, Entre yo y yo mismo (2012; terracota, 38 x 126 x 92 cm) |
Marco Cornini, Recuerdos (2014-2015; terracota, 124 x 38 x 28 cm) |
Marco Cornini, Niña con sandalia rosa (2004; terracota, 99 x 36 x 19 cm) |
Marco Cornini, Resta conmigo (2014-2015; terracota, 76 x 33 x 49 cm) |
Detalle |
A lo sumo, en la exposición de Massese, uno puede encontrarse con unas jóvenes tomando el sol lánguidamente en la playa, una modelo bañándose en aceite, o una discreta madre paseando a una niña con evidentes problemas de hipertiroidismo, o un incómodo encuentro entre dos amantes que se asemeja más a una cogida que a un abrazo. Hay que decir que Cornini se mantiene muy fiel a una característica: la ausencia de cualquier atisbo de sentimiento por parte de todos, todos los protagonistas, ya sean mujeres u hombres, de sus terracotas. Miradas perdidas en el vacío, ausencia absoluta de espontaneidad, incapacidad de comunicar el más mínimo movimiento del alma, una tabula rasa en las mentes y los corazones de estos pobres seres privados de su sensibilidad. ¿Puede el arte estar tan totalmente desprovisto de sentimientos? Mientras esperamos para responder a la pregunta, la tarea de descifrar la actividad cerebral de las comadrejas de Cornini, suponiendo que haya alguna, recae en los títulos de las obras. Títulos como Resta con me, Camminava sicura, Quando basta uno sguardo tra noi..., Eri timidamente disintegrato, Mi piace come mi guardavi deberían ayudar al visitante desanimado a comprender el significado de la obra. Por supuesto, hace falta mucha imaginación para imaginar las “microhistorias” que Cornini querría narrar, con el resultado de que nuestro artista está mucho más cerca de lo que uno podría pensar del conceptual con el que le gustaría no tener nada que ver.
Marco Cornini, Playa (2006; terracota, 21 x 114 x 50 cm) |
Marco Cornini, Baño nocturno (2013; terracota, 23 x 109 x 49 cm) |
Marco Cornini, Paseando (2007; terracota, 91 x 57 x 49 cm) |
Detalle de la niña en A passeggio |
Marco Cornini, Abrazo (2012; terracota, 97 x 62 x 33 cm) |
Marco Cornini, Mi piace come mi guardavi (2009; terracota, 53 x 64 x 29 cm) |
Marco Cornini, When a glance between us was enough (2010; terracota, 55 x 78 x 35 cm) |
No hace falta, pues, incomodar a los grandes nombres, empezando por el de Tiziano evocado por el título de la exposición, siguiendo por el de Arturo Martini con quien el texto introductorio intenta una comparación atrevida, improbable y embarazosa, y terminando por el de Fabrizio De Andrè, sugerido en una contribución, citada al principio del itinerario, por Luca Beatrice (que ya había dado bastante por este año con la exposición sobre Andy Warhol en Génova), en la que quiere decirle al desafortunado visitante que las figuritas de Cornini también podrían ser putas como las que cantaba el gran poeta genovés. Por favor. Dejen en paz a los grandes nombres, con los que Cornini no muestra el menor rasgo en común, y dejen en paz la alta dignidad del puterío, que sólo puede verse perjudicada por un arte poblado de mujercitas que parecen salidas directamente de ilustraciones de subproductos editoriales baratos, por un arte para onanistas en serie y compulsivos que sólo conocen el cuerpo de la mujer de oídas.
En resumen: al final, salimos del Salón de los Espejos y del Salón de los Suizos frustrados por haber perdido media hora que mejor hubiéramos dedicado a las compras navideñas. O, como mucho, a visitar una honesta exposición de belenes de terracota hechos a mano, que muy a menudo, en términos de calidad, representación, habilidad técnica, espontaneidad, refinamiento y sentimiento, son muy superiores a toda la selección de obras de Marco Cornini expuestas en el Palacio Ducal.
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