La vie parisienne de Toulouse-Lautrec


Reseña de la exposición Toulouse-Lautrec. La belle époque, en Verona, Palazzo Forti, hasta el 3 de septiembre de 2017.

¿Quién no conoce los carteles de Henri de Toulouse-Lautrec? ¿Quién, gracias a sus carteles y grabados, no se ha sumergido al menos una vez en el clima parisino de finales del siglo XIX, imaginando cafés, bistrós y la rica burguesía de la época? En Verona, en el Palazzo Forti, la exposición Toulouse-Lautrec. La belle époque precisamente para rememorar la vida parisina y el clima que vivió esta ciudad durante la Belle Époque. Esta exposición, comisariada por Stefano Zuffi, incluye alrededor de 170 obras de Henri de Toulouse-Lautrec entre litografías en color, dibujos a lápiz y pluma, gráficos promocionales e ilustraciones, todas ellas procedentes del Museo Herakleidon de Atenas y expuestas en Verona hasta el 3 de septiembre de 2017.

Henri de Toulouse-Lautrec, La Troupe de Mademoiselle Églantine
Henri de Toulouse-Lautrec, La Troupe de Mademoiselle Églantine (1896; litografía en color, 61,7 x 80,4 cm; Atenas, Museo Herakleidon).


Artista ecléctico e innovador, Henri de Toulouse-Lautrec creció en el sur de Francia en el seno de una familia aristocrática de terratenientes. Se trasladó a París en 1872 y comenzó a frecuentar el estudio del pintor René Princeteau, donde se apasionó cada vez más por la pintura y mostró su inclinación natural. Toulouse-Lautrec demostró estar dotado para la pintura en sentido estricto e igualmente dotado para el dibujo; a sus estudios del natural añadió algunas caricaturas, copias de la Antigüedad y cuadros de temas históricos, mostrando enseguida su espíritu inconformista. El artista se adaptó perfectamente a la efervescencia que vivió la capital francesa en esa época; entró en contacto con un grupo de pintores atentos a las investigaciones impresionistas y postimpresionistas -entre ellos Emile Bernard y Vincent Van Gogh- y frecuentó el barrio bohemio de Montmartre, desarrollando cierto interés por las clases trabajadoras.

Estos años vieron el nacimiento de la litografía en color, con la que experimentó en ilustraciones de libros, revistas y los primeros ejemplos de publicidad. Toulouse-Lautrec prosigue su trabajo a un ritmo acelerado, realizando, por una parte, grabados para álbumes, periódicos y programas de teatro y, por otra, carteles publicitarios. La prensa experimentó un verdadero auge y la colaboración de Toulouse-Lautrec con periódicos y revistas se hizo cada vez más intensa; entre los periódicos para los que trabajó Lautrec se encontraba la “Revue Blanche”, prestigiosa revista de crítica literaria y artística, cuyo cartel se presenta en esta exposición. Son precisamente los carteles de Toulouse-Lautrec los que decretan su fama y actualidad, precisamente por su lenguaje nuevo e innovador capaz de intrigar al observador. Toulouse-Lautrec utiliza un estilo sencillo basado en figuras estilizadas, grandes fondos “planos” llenos de colores intensos y contrastados (son famosos sus negros profundos), encuadres insólitos, trazos incisivos; todo ello atrae al espectador y lo introduce en la escena. En los carteles que se exponen en esta muestra - “Divan Japonais” y “Jane Avril”, ambos de 1893, son sólo algunos ejemplos- se puede ver algo totalmente original y sorprendente a primera vista; al contemplar estas obras, uno no sólo es espectador, sino también participante, casi interlocutor.

Henri de Toulouse-Lautrec, Divan Japonais
Henri de Toulouse-Lautrec, Divan Japonais (1893; litografía en color, 80,8 x 60,8 cm; Atenas, Museo Herakleidon)


Henri de Toulouse-Lautrec, Jane Avril
Henri de Toulouse-Lautrec, Jane Avril (1893; litografía en color, 124 x 91,5 cm; Atenas, Museo del Herakleidon)

En esta exposición se percibe el interés de Toulouse-Lautrec por la sociedad y los pasatiempos de la época. Este interés por las personas y sus relaciones se aprecia en obras como “Au concert” (1896), una litografía que a pesar de su esencialidad es significativa y presenta bien lo que en aquella época era un pasatiempo para la burguesía y la nobleza, y “Le Jockey” (1899) que representa a dos jinetes de espaldas en plena competición. Junto a estos temas relacionados con los cafés, los conciertos, las carreras de caballos, los cantantes y las bailarinas de can-can, Toulouse-Lautrec comienza a interesarse por los humildes, los perdedores, los desposeídos; se trata en particular de retratos de mujeres con los ojos vacíos y destruidas por el alcohol, obras que no denuncian sino que simplemente muestran un modo de vida. El interés de este artista por las llamadas maisons closes, los burdeles parisinos, es particular. En los años noventa realizó una cuarentena de cuadros y un álbum titulado Elles, obras escandalosas que escandalizaron a sus contemporáneos no tanto por el tema sino por la crudeza con la que se presentaba, tal cual y sin adornos; se repetía así lo que había sucedido en los años sesenta cuando Manet había presentado ’Desayuno sobre la hierba’ y ’Olympia’, cuadros en los que mostraba desnudos de forma cruda, despertando inquietud y perturbación. Toulouse-Lautrec visitaba con frecuencia los “burdeles” y afirmaba que estas mujeres, las prostitutas, eran más auténticas y espontáneas que las burguesas. En las obras expuestas se ven mujeres no provocativas y sensuales, sino cansadas y con los ojos vacíos, por lo que no es de extrañar que la reacción predominante fuera de rechazo y que en 1896 Elles, el álbum del que proceden muchas de las litografías expuestas en esta muestra, resultara un auténtico fiasco editorial.

Henri de Toulouse-Lautrec, Femme au tub
Henri de Toulouse-Lautrec, Femme au tub (1896; litografía en color, 40 x 52,5 cm; Atenas, Museo Herakleidon)

Henri de Toulouse-Lautrec fue un artista que, a pesar de las dificultades relacionadas con su aspecto (una malformación genética, de hecho, había provocado que su estatura se detuviera en un metro cincuenta y dos, deformidades en sus piernas y un consiguiente andar caracoleante) consiguió emerger en el competitivo clima parisino, establecerse y convertirse en uno de los artistas más importantes y famosos del mundo. Lo que sin duda llama la atención en él es la seguridad y elegancia de sus trazos y su capacidad para explotar todo el potencial de la línea y el color, sin recurrir a adornos ni matices. Las obras son vivas e inmediatas, captan de inmediato nuestra atención, nos hacen vislumbrar un periodo lleno de efervescencia cultural y artística y tienen la capacidad de hacernos sentir parte de una época. Hofmannsthal describió París como “un paisaje hecho sólo de vida”, y visitar esta exposición y contemplar las obras de Henri de Toulouse-Lautrec nos transmite la sensación de vivir la vida en el París de la Belle Epoque.


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