El virus, que responde al soberbio nombre de “Corona”, al extinguir toda articulación social en nuestro amado país ha vuelto también ocultas ciertas exposiciones que uno quisiera definir como “menores”, pero que cumplen siempre la función de revelar el tejido conectivo de las artes, ese tejido palpitante que se ha extendido a lo largo de los siglos desde los talleres de los artesanos hasta los mil lugares posibles: iglesias, monasterios, capillas, palacios, villas y jardines, casas, calles, mobiliario urbano popular y más rico, hasta las pequeñas majestuosidades, los pilares e incluso las cuidadas dependencias de las explotaciones ganaderas.
Un conectivo que a menudo no cede al arte titular, sino que procede con sus modelos en muchos casos de los talleres de los maestros, precisamente de aquellos que han alcanzado celebridad en las grandes obras. Esta es una de las maravillas de Italia, de esta Italia que reserva por doquier lugares, todos por descubrir, e infinidad de pequeños pueblos de aspecto admirable. En los últimos años se han producido algunos fenómenos positivos, que parecen seguir las antiguas huellas de los Inspectores Honorarios de Bellas Artes, en su tiempo todos dedicados a la prospección de cada rincón, a los censos diligentemente reportados en cuadernos manuscritos y dibujados a mano. Uno de estos fenómenos es el turismo de pueblo, que se está poniendo de moda y que gratifica a los viajeros con feliz satisfacción: deberíamos desarrollarlo más mediante la educación popular. Otro se debe al coleccionismo privado, que ahora se vuelca más hacia las pequeñas maravillas, desafiando el anonimato inicial de muchas obras pero contribuyendo meritoriamente a arrojar luz sobre los estudios: en esta exposición destaca una rara Madonna de Donatello en cartón piedra policromado, cuyo préstamo procede con gran cariño de la colección de Cristina Grimaldi y Gianni Fava. Una tercera realidad es la de la creación de las Oficinas diocesanas del Patrimonio Cultural, que por fin están contribuyendo con una aplicación sistemática al redescubrimiento y la valorización de constelaciones enteras de arte sacro hasta ahora sumergidas en la indiferencia y el descuido. Hablamos aquí de Oficinas dirigidas por personas sensibles y abiertas a las colaboraciones necesarias.
Y es en el Museo Diocesano de Padua donde el pasado 15 de febrero se inauguró una de las exposiciones que ahora debemos llamar “silenciosas”, pero que esperamos poder volver a ver a finales de primavera o a finales de año. Una exposición que ciertamente nace de una apasionante campaña de recuperación, pero también de un amplio encuadramiento crítico-histórico de la escultura en terracota en el área del Véneto: una amplitud estimulante, acompañada de una conexión igualmente necesaria con una sede en Lombardía para relacionar tipologías y artefactos. Una exposición de sólo 23 piezas, pero acompañada de un potente Catálogo, todo ello compilado por renombrados estudiosos cuyos ensayos están incisivamente ilustrados, conteniendo además una extensa y espectacular campaña fotográfica de auténtico valor, y con un valiosísimo Atlas final: un verdadero hito en su campo (Scripta Edizioni, Verona).
El título de la exposición es bastante expresivo, y el motivo de toda la iniciativa se remonta a la iluminadora y prodigiosa presencia de Donatello en Padua durante toda una década (1443 - 1453). Fue un acontecimiento capaz de trastocar todo el territorio de la ciudad universitaria por excelencia con una fuerza vivificante, y también capaz de crear tal elenco de colaboradores-continuadores como para invertir aquí el fenómeno artístico que exultantemente llamamos “Renacimiento”. Si el opus magnum del escultor florentino puede comprenderse en las dos poderosas empresas delAltar de la Santa y del Monumento ecuestre a Gattamelata, por otra parte, es necesario mirar alrededor, para tomar conciencia de toda la actividad del taller y de las necesidades cotidianas que conllevaba.
Donato dei Bardi abandonó su ciudad en 1443, cuando aún vivía en ella su gran amigo Brunelleschi, que ya había realizado espléndidas figuras y composiciones, y gozaba de la abierta estima y mecenazgo de los Médicis. Vasari no oculta el difícil carácter de Donatello y sus polémicas con sus conciudadanos; de hecho, partió de Florencia hacia Padua con una pequeña caravana de carros y ayudantes, y con los familiares de algunos de éstos: una especie de éxodo de un pueblo pequeño con perspectivas duraderas. En los carros las herramientas básicas del oficio, en la mente también el problema del sustento del grupo durante las muchas etapas del viaje. Y así se prevé ya la venta de temas religiosos de cortas dimensiones, que comienza en Bolonia, donde entre la ciudad y el campo son todavía hoy numerosas las réplicas de la Virgen del Pesebre, caracterizadas por la armoniosa y dulce silueta de la flor de loto. Así modelaba el Maestro, y así ejecutaban los obreros: tal era la continuidad en Padua, siempre mediante el uso de materiales dúctiles: arcilla, que se convertía en terracota, estucos, incluso cartón piedra cuya forma-madre negativa desaparecería con el tiempo, pero cuya impresión conserva totalmente la huella original, enriquecida por una cuidadosa pintura.
En el centro euganés, el doble compromiso rítmico del taller continúa: Por un lado, las múltiples y articuladas instalaciones para grandes encargos, y por otro, como hemos dicho, el cuidado de las pequeñas rentas de subsistencia, la escucha de las peticiones menores para familias e iglesias secundarias, la atención complaciente para sostener la felicidad de un pueblo -tan bien percibida- de tener cerca de sí, en la ciudad, esa fuente artística tan expresiva, tan amada, que prodigó ansiosas Madonas con el Niño, exquisitas placas de santuarios y conmovedoras Pasiones de Jesús. Aquí, pues, la presencia de Donatello se expande y se hace difusa en las manos -a veces atadas, a veces más libres- de sus ayudantes y colaboradores.
Así, en la Exposición, después de Donatello (Florencia, c. 1386 - 1466) que se abre con la magnífica Madonna Vettori, traída especialmente del Louvre, nos encontraremos con Giovanni di Francesco da Pisa, modelador clásico y muy amable, llegado a Padua en plena actividad de Donatello; el propio Pietro Lombardo, portador del Renacimiento del mármol en Venecia (allí +151515), aquí presente con la terracota de la Madonna da Schio; el exuberante Bartolomeo Bellano, nacido en Padua entre 1437 y 1438, que entró muy joven en el taller del maestro, recogiendo el espíritu impulsivo de éste, y convirtiéndose en el difusor de lo que podríamos llamar un donatellismo dilatado; y el místico y admirable escultor Giovanni de Fondulis (Crema, c. 1435 - Padua, antes de 1491), que desde Lombardía viajó a Padua con una particular vocación por el tuttotondo, tratado con delicadas formas virginales, pero también capaz de volcarse en el drama de la Pasión. Conoceremos también al poco conocido Antonio Antico con un busto anotado a finales del siglo XV, y por último al poderoso escultor Andrea Briosco, conocido como el Riccio (Padua o Trento, 1470 - Padua, 1532), famoso por sus bronces y pequeños bronces, pero poseedor de una plena capacidad estatuaria: aquí está presente con algunos ejemplos fuertes y sobre todo por la recomposición del Compianto cuyo extraordinario Cristo Muerto de terracota policromada (175 cm) permanece aún en posesión de la iglesia de San Canziano de Padua.
El marco cultural global de la exposición tiene un valor considerable. Los comisarios son: Andrea Nante (Director del Museo Diocesano), Carlo Cavalli, Aldo Galli. Los sabios autores de los ensayos llevan los nombres de Andrea Nante, Francesco Caglioti, Matteo Facchi, Aldo Galli, Marco Scansani y Davide Gasparotto. Este último, luminosa eminencia del J. Paul Getty Museum de Los Ángeles, regresa idealmente a Padua, cerca del Palazzo del Monte di Pietà que acogió “su” inolvidable exposición sobre Pietro Bembo en 2013. La excelente y generosa campaña fotográfica se debe a Marco Furio y Mauro Magliani. Los visitantes que acudan a Padua al final de este periodo viral podrán así sentirse envueltos en el abrazo de un recorrido por elevadas arquitecturas históricas que encierran todas ellas tesoros de arte sacro y profano: el Palacio del Monte del Falconetto, la Catedral, el célebre Baptisterio con frescos de Giusto de’ Menabuoi, el Palacio Episcopal, y aquí el reciente y precioso Museo Diocesano.
Donatello, Virgen con el Niño (Virgen Vettori) (terracota policromada y dorada, 102 x 74 cm; París, Louvre) Muestra la directa inspiración autógrafa de Donatello, con un relieve nítido. |
De Donatello, Virgen con el Niño del tipo conocido como “di Verona” (cartón piedra policromado, 90 x 58 x 17 cm; Cento, Colección Grimaldi-Fava)
Obra rarísima, conserva intacta la impronta original del Maestro y sobre todo esa extrema delicadeza de la que Donatello era capaz en sus contemplaciones de la sagrada maternidad. El detalle conmovedor está a la altura del carácter de la preciada “colección de amor” de los Sres. Grimaldi-Fava |
De Donatello, Virgen con el Niño del tipo conocido como “de Verona”, detalle |
Giovanni di Francesco da Pisa, Virgen con el Niño (terracota ya policromada y dorada, 83,5 x 52 cm; Fort Worth, Kimbell Art Museum)
Espléndida pieza clásica del escultor toscano que combina aquí la monumentalidad con una composición armoniosa e incluso conmovedora. |
Bartolomeo Bellano, Figura femenina afligida (terracota policromada, 44 x 49 x 17 cm; Padua, Museo Diocesano)
De papel original no documentado, la figura representa bien el carácter de Bellano, inclinado al expresionismo, aquí acentuado por el papel doliente. La exposición presenta también una estatua de arcilla de un santo franciscano, de fuerte carácter ornamental. |
Ambit de Bartolomeo Bellano, Lamentación sobre Cristo muerto (finales del siglo XV; terracota policromada, figuras laterales de 93 y 96 cm de altura; Padua, iglesia de San Pedro)
Un ejemplo de la continuidad de estos grupos, muchos de ellos ya desaparecidos, que respondían a la piedad popular, muy viva en la representación de la Pasión de Jesús. |
Giovanni de Fondulis, Virgen con el Niño entronizado (c. 1460; terracota policromada, 125 x 48 x 35 cm; Padua, iglesia de San Nicolò).
Una obra típica del escultor de Cremona, que amaba el tuttotondo e infundía a sus figuras una suavidad conmovedora, que nacía del corazón y llegaba al corazón. La exposición exhibe otras piezas de este artista, siempre envolvente en la belleza. |
Giovanni de Fondulis, Piedad (1480-1485; terracota policromada, 101 x 65 x 19 cm; Prozzolo di Camponogara, iglesia de San Michele Arcangelo)
Incluso en el tema sagradamente trágico, de Fondulis mantiene su armoniosa métrica compositiva, y en los rostros de Jesús y María logra una intensa realidad, a la vez divina y humana. |
Giovanni de Fondulis, Piedad, detalle
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Antonio Antico, San Bellino (posterior a 1491; terracota policromada, 57 x 33 x 21 cm; Padua, iglesia de San Pedro)
Una pieza rara de este escultor, agudo y preciso, que se casó con la hija de de Fondulis. El busto de San Bellino es hoy una pieza que podemos calificar de “errante”, y que demuestra -dentro del corto corpus que se le asigna- un particular vigor plástico. |
Andrea Briosco conocido como Riccio, Cristo en la Piedad, sostenido por la Virgen y San Juan Bautista (terracota policromada, 90 x 110 x 18 cm; Due Carrare, Iglesia de Santo Stefano)
Escultor de gran renombre, nos ofrece esta obra maestra de la realidad animada, admirable por su ritmicidad compositiva y cromática, y más aún por el auténtico estallido de compartir que comunica. |
Andrea Briosco conocido como Riccio, Virgen con el Niño entronizado (c. 1495; terracota policromada, 130 x 54 x 54 cm; Campiglia dei Berici, iglesia de San Pietro)
La Virgen joven coronada podría sostener un cetro en su mano derecha. Desde su trono y su gloria eterna, la dulce María y el divino Niño, que sostiene el libro de las Escrituras, nos hablan expresamente del pueblo y nos infunden una confianza salvadora. Esta bella resolución artística justifica plenamente la parte importante del título de la exposición A nuestra imagen. |
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