Tengo un recuerdo (aunque bastante vago) de Fabio Viale (Cuneo, 1975) que se remonta a la Bienal de Carrara de 2008, cuando el artista piamontés llevó su escultura de mármol blanco de un avión de papel a la sombra de los Alpes Apuanos. Entonces, como ahora, había dos piedras angulares en su investigación artística: el virtuosismo con la materia y lo que los críticos que han trabajado sobre él llaman"desplazamientos semánticos“. En el catálogo de aquella exposición, Gabriella Serusi escribía en estos términos sobre la escultura de Fabio Viale: ”las obras son el resultado de un sutil juego mental del artista para provocar desplazamientos de sentido y desorientación perceptiva. Con destreza e ironía, Viale conduce al espectador a una ficción tan real que parece real. Todo puede convertirse en una oportunidad para ejercer un uso irreverente de la imaginación, todo puede acabar en el punto de mira del arte: la realidad sólo espera ser transformada, reinventada, recodificada".
Y desde el principio de su carrera, el artista siempre se ha mantenido fiel a este deseo de inquietar al observador, pero también a ese desafío constante que le plantea la materia y que Fabio Viale decide transformar con las herramientas de escultor virtuoso que le son propias. Para Viale, un bloque de mármol encierra posibilidades potencialmente ilimitadas. Así lo demuestra también en su última exposición individual, Door release, que se celebra este verano en el Fortino de Forte dei Marmi y está comisariada por un crítico sensible y entendido como Enrico Mattei. Por un lado, las esculturas del “desplazamiento” más lógico y evidente, el protagonizado por las estatuas clásicas que Viale cubre con elaborados tatuajes, evocando a veces las marcas que llevaban en la piel los reclusos de las cárceles soviéticas, a veces las de los criminales de la Yakuza japonesa. En el frente opuesto, están quizás las esculturas más audaces y atrevidas, las que reproducen neumáticos plegados sobre sí mismos o entrelazados para formar el símbolo delinfinito, o grandes neumáticos de máquinas de movimiento de tierras, o incluso las obras maestras del clasicismo con mármol que adopta la apariencia del poliestireno: la dureza, la pesadez y la nobleza del material por excelencia de la escultura chocan con la fragilidad del polímero de embalaje, con la tosca banalidad de las ruedas de bulldozer.
Fabio Viale, Desbloqueo de puerta (2017; mármol blanco y pigmentos, 198 x 100 x 85 cm) |
Fabio Viale, Venus (2017; mármol blanco y pigmentos, 214 x 68 x 65 cm) |
Fabio Viale, Venus, detalle |
Fabio Viale, Tierra (2017; mármol negro, 162 x 138 x 96 cm) |
Fabio Viale, Tierra, Detalle |
El visitante es recibido, incluso antes de entrar en el Fortino, por la gran mano de Constantino, la que se encuentra en el Palazzo dei Conservatori de Roma, de la que Viale propone una reproducción a tamaño real llena de tatuajes de criminales rusos. Se trata de Door release, la obra que da título a la exposición. Sacada de su contexto, apartada de los demás restos de la colosal estatua de Constantino, enarbolada sobre una base en el centro de la plaza principal de la ciudad de Versilia, desplazada en su temporalidad por las marcas de su epidermis, la mano conserva su carga de representación colectiva para asumir diferentes significados, sin perjuicio, no obstante, de la importancia del arte dentro de la esfera pública. Al entrar en el Fortino, uno se encuentra ante la Venus de Milo tatuada(Venus es el nombre elegido para la obra): la “desorientación perceptiva” que contrasta la belleza clásica de Venus con la rudeza de los crípticos tatuajes soviéticos, en una particular síntesis de escultura y pintura, aspira a atrapar al observador, probablemente también a incomodarle. Es una especie de détournement situacionista revisitado sesenta años después: comparado con las experiencias de la época, sin embargo, el “desplazamiento” de Viale carece de ironía feroz, de denuncia social y de trasfondo político. Y no podía ser de otro modo: ya a finales de los sesenta, Noszlopy escribía que la vanguardia había logrado el paradójico efecto de ser aceptada por la burguesía, y en consecuencia el propio lenguaje antitradicional de Viale se mueve dentro de una tradición, descontando un aburguesamiento que ahora afecta a gran parte del arte contemporáneo.
Fabio Viale, Orbital (2017; mármol negro, 63 x 90 x 67 cm) |
Fabio Viale, Nike (2017; mármol blanco, 123 x 88 x 65 cm) |
Fabio Viale, Nike, Detalle |
Fabio Viale, Venus Italica (2016; mármol blanco, 53 x 41 x 45 cm) |
Fabio Viale, Venus Italica, Detalle |
El gran mérito que hay que atribuir a Fabio Viale, sin embargo, es la invitación a mirar la escultura, y el mármol, desde una perspectiva diferente. Esto se puede ver en obras como Door release y Venus, así como en realizaciones como Orbitale, una cámara de aire desinflada y plegada, o Flatline, una escultura de mármol blanco que reproduce una viga de hierro, pero también en Venus Italica y Nike “made of polystyrene”. Deslizamientos semánticos por un lado (Fabio Viale ha declarado una y otra vez que, para él, el pasado no provoca ninguna implicación y que las estatuas del clasicismo asumen el papel de iconos), un arte que casi podría definirse como pura mímesis por otro. Obras que proceden por contrastes, y obras que utilizan el medio de lailusión para crear en el espectador el mismo choque, el mismo asombro provocado por la visión de los tatuajes en una estatua antigua. Una ilusión que Fabio Viale consigue imitando otros materiales con el mármol. El resultado es que nuestra propia percepción del material se altera: las obras del artista piamontés se nos aparecen impregnadas de una inconmensurable ligereza, y esta sensación, además, crece si tenemos la suerte de tocar un ala de Nike, o un mechón de pelo de la Venus itálica. Un desafío que, una vez más, forma parte de una tradición bien definida, sobre todo si tenemos en cuenta que Fabio Viale ha trabajado a menudo en Carrara, cuna de uno de los escultores más valientes y obstinados de la historia, Pietro Tacca, y que ha visto subir a sus canteras a virtuosos de todas las épocas, de Canova a Guadagnucci, pasando por legiones de artistas neoclásicos, puristas y veristas, todos unidos por el mismo deseo de ir más allá de los límites impuestos por el material.
El de Fabio Viale es elhiperrealismo barroco, fundado en la poética del oxímoron, de un artista que no es fácil ni se da por descontado, que sitúa sus obras en una dimensión intemporal, subrayando que la pervivencia de las imágenes es una cuestión de gestos que puntúan el curso de la historia (es cierto que Viale no se siente directamente interpelado por la memoria histórica, pero también es cierto que el artista debe llegar a un acuerdo con la historia: en este sentido, ni siquiera Viale puede evitar releer los símbolos del pasado), y que pretende estimular en el público que observa sus creaciones un sentimiento que va mucho más allá de la mera complacencia estética: hay, en el fondo, una visión más allá del virtuosismo y del desplazamiento. Y es probablemente en esta visión donde reside el sentido más elevado de la investigación de Fabio Viale.
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