En poco menos de doscientas fotografías que en conjunto cuentan la historia de Italia desde la posguerra hasta el presente, incluyendo grandes ciudades y paisajes campestres, con imágenes icónicas, otras poco conocidas y algunas completamente nuevas, Gianni Berengo Gardin. El ojo como profesión, en el Museo Nacional MAXXI de Artes del Siglo XXI de Roma del 4 de mayo al 18 de septiembre de 2022, es quizá la retrospectiva de mayor éxito dedicada al conocido fotógrafo. Difícil reto el que emprendieron las comisarias Margherita Guccione y Alessandra Mauro, con la producción del MAXXI en colaboración con Contrasto, porque ¿qué más se puede decir de un fotógrafo prolífico como Gianni Berengo Gardin (Santa Margherita Ligure, 1930) que ha publicado unos 250 libros y realizado más de un millón de instantáneas, dando testimonio con sus fotos de sesenta años de historia de Italia?
En la zona del museo reconvertida a partir de un antiguo cuartel, a lo largo de la escalera que conduce a la Sala Maxxi Extra, los detalles de algunas de las fotos de Gianni Berengo Gardin emergen de las paredes blancas, la alegría de unos niños jugando, una pareja bailando y guían al espectador hacia la exposición. Es la ilustradora Martina Vanda quien ha seleccionado y reinterpretado las imágenes de Berengo Gardin, desplegándolas en toda la altura de la pared, obligándonos así, nada más entrar, a levantar la vista y reclinar la cabeza para ver las palomas en vuelo en la Plaza de San Marcos y sentirnos en el centro de una de las fotos más famosas de Gianni Berengo Gardin. Con su pintura negra sobre fondo blanco, Martina Vanda ha llevado al extremo la decisión del fotógrafo de no pasar nunca al color: “porque creo que el color distrae a la persona que lee la fotografía”, dijo en una entrevista, “ya que el observador se siente atraído por los colores, pero luego no ve el contenido real de la fotografía”. Es este rigor el que le ha acompañado en sesenta años de oficio fotográfico. El oficio que da título a la exposición y que se hace eco del de un libro de sus fotografías editado por Cesare Colombo en 1970. Era la época en la que la fotografía se afirmaba como documentación de la realidad, en la que el fotógrafo, lejos de ser un artista, era un testigo de su tiempo y ponía su ojo y su obra al servicio de un análisis colectivo de la historia.
La exposición comienza con algunas de las fotografías más reconocibles, como la de la pareja besándose bajo los soportales de la Plaza de San Marcos en 1959. Estamos en Venecia, la ciudad de origen de la familia Berengo Gardin, donde descubrió la fotografía en los años 50, cuando escribía para algunos periódicos y necesitaba imágenes para ilustrar sus artículos, y donde ha vuelto muchas veces para contar lugares y personas. Por eso hay un poco de Venecia en todo el recorrido de la exposición, la más famosa la del Puente de los Suspiros (1960) y la del acqua alta en la Plaza de San Marcos (1960), pero también está la Serenissima en la sala decorada de un café (1964), la que apenas se reconoce en la calle estrecha con las iluminaciones y los feriantes (1969), en el paseo de una pareja (1963), en la sala de pasajeros de un vaporetto (1958).
Así, una foto tras otra, la exposición se desarrolla en una secuencia narrativa continua, sin hacer hincapié en la distinción entre épocas, lugares y, en general, los reportajes para los que se tomaron las fotos. Así, nos encontramos primero en Roma (1958), luego en Friuli (1970) y en Apulia (1966), documentando la vida rural, el esfuerzo cotidiano por construir un futuro, por sobrevivir al presente. Luego pasamos por casi todas las regiones y ciudades italianas, desde Sicilia hasta los arrozales de Vercelli, pasando por la fábrica Olivetti de Ivrea, cuyo trabajo y vida de los trabajadores documentó Gianni Berengo Gardin durante décadas.
Si los años no marcaran el tiempo de las fotos, lo leeríamos como un gran proyecto dedicado a las personas. Ellas son las protagonistas de cada instantánea, ya sean retratos posados, captadas en un momento de la vida cotidiana, o la mirada de un transeúnte que distraídamente se cruza con el objetivo. Esa mirada casual del sacerdote que se separa del grupo y mira hacia nosotros (1958) o la sonrisa socarrona de Ermanno Olmi (2006) mientras trabaja, son ese instante decisivo del que hablaba Henri Cartier-Bresson como la esencia misma de la fotografía. Y también por eso Gianni Berengo Gardin ha sido comparado a menudo con este maestro indiscutible de la fotografía del siglo XX. Y así, cruzando un rostro tras otro, uno se encuentra ante las miradas perdidas y sufrientes de pacientes de asilo, que parecen suplicar clemencia en un lenguaje de los ojos que sólo la cámara puede captar. Un mensaje que Gianni Berengo Gardin supo traducir en su extraordinario reportaje Morire di classe (Morir en clase ) de 1968, fotografiando los manicomios italianos y dando a conocer el tratamiento carcelario que era el criterio normal para tratar a los enfermos psiquiátricos de la época. Un reportaje que hizo mucho ruido y contribuyó de manera fundamental a la aprobación de la ley Basaglia, que finalmente decretó el cierre de los manicomios en 1978. Si Morire di classe es quizás la más dura de sus obras, la elección de los comisarios es extremadamente difusa en el pasaje que la distingue desde la redada de rostros de gente corriente hasta los retratos más famosos, desde el célebre guionista Cesare Zavattini en bicicleta en su Luzzara (1973), hasta Peggy Guggenheim alzando su irónica mirada tras la instalación de Calder en su colección (1966).
Es un viaje de emociones el que se experimenta en esta exposición, como si las reflexiones que suscitó cada proyecto quedaran en el pasado, en el papel que desempeñaron. En cambio, lo que emerge es la continuidad en la forma de mirar la realidad, capaz de crear referencias que van más allá del tiempo concreto. Aquí los personajes de la historia, los que protagonizaron las historias de las fábricas, o de la gran emigración al norte, se han convertido en piezas de una historia más amplia, donde en el centro de cada relato sólo está la humanidad, con su fragilidad y sus esperanzas, la alegría que se abre paso entre el dolor, el cansancio, la desilusión y la vida que sigue de todos modos.
No hay ninguna foto en esta selección (y quizás no la haya en todo el archivo de sus instantáneas) que sea “la foto” de Gianni Berengo Gardin, la única que consigue narrar toda su experiencia y su complejo recorrido. Es la humanidad lo que Gianni Berengo Gardin siempre ha explorado en su obra, en su dimensión social y colectiva. Su aproximación a las personas, infinitamente curiosa, pero discreta y respetuosa, queda patente en las fotos. En ninguna foto se viola el espacio privado, ni siquiera en las tomadas a transeúntes, que con una sonrisa apenas perceptible parecen dar permiso a la fotografía. Es de la sucesión de estas tomas, como puntos que se unen en un juego de rompecabezas, de donde surge la elección del lenguaje de Gianni Berengo Gardin. Su mirada nunca es parcial, nunca es abiertamente política, de esa política que se refiere a la dialéctica entre partidos, pero es política por la forma en que reflexiona sobre la sociedad, sobre las personas, sobre los grandes cambios de la historia, que ha contribuido a construir y a dirigir con sus reportajes. Su enfoque se ciñe siempre estrictamente a una concepción de la fotografía como representación documental de la realidad, pero el carácter del fotógrafo está siempre presente en esos detalles irónicos, y en el inquietante punto de vista. Es capaz de crear una reflexión contenida, que no surge inmediatamente al mirar la foto, sino que madura en la cabeza. Como la pareja que se aleja en Vespa bajo las palabras “estamos en contra de la vida cómoda”, o “Pausa de trabajo, Milán, 1987”, donde aún nos preguntamos qué hace la mujer tumbada en el suelo detrás de una mesa.
Al final de la exposición, nos damos cuenta de que lo que hemos atravesado es un camino de curvas que recuerda al Gran Canal de Venecia, que nos lleva de nuevo allí con las fotos del famoso reportaje Grandes Barcos. Son fotos que Gianni Berengo Gardin tomó entre 2012 y 2014 y que dan testimonio directo y riguroso de la amenaza que supone el paso de grandes cruceros por el Canal de la Giudecca sin ningún artificio fotográfico. Las personas, los palacios, las plazas que estamos acostumbrados a ver inmensas en las fotos de Berengo Gardin, se vuelven diminutas en presencia de estos monstruos que, también gracias a la atención suscitada por estas fotos, a partir de 2021 ya no podrán transitar por Venecia gracias a un decreto ad hoc.
Al final del recorrido hay una gran instalación fotográfica, un panel que representa el estudio de Gianni Berengo Gardin, donde nacen sus ideas y se guarda su archivo. Es aquí donde encontramos el hilo conductor de toda la historia de esta exposición, y nos damos cuenta de que cada una de las fotos que hemos visto ha surgido de su papel original: la que pertenecía a un reportaje encargado por Olivetti, junto a la tomada en la calle a un transeúnte o el retrato de un amigo.
En este punto, merece la pena escuchar la historia contada por la propia voz del fotógrafo, que puede escucharse en la web gracias a un código QR. Y es con esto que, con la cabeza llena de las fotos que acaba de ver, lo que emerge en la mente es él, Gianni, ya no un fotógrafo sino un hombre, con su carácter discreto y riguroso, su ironía sutil y nunca indecorosa, la curiosidad que no invade sino que se sitúa en el umbral de la vida de los demás y nos habla de ella. Él, que siempre ha estado entre bastidores, nos recuerda con esta exposición lo revolucionario que puede ser el mensaje de una foto, si lo que mueve al fotógrafo es la pura curiosidad, el deseo de dar testimonio, la atención a los demás. Esto es quizás lo que hace que esta exposición tenga tanto éxito. Y cuando, al final del recorrido, nos detenemos a pensar que nosotros también podríamos haber hecho esa foto, con una buena cámara, con la tecnología más innovadora. Tal vez sí, pero no con la misma intensidad, con el mismo proyecto en mente, con la misma fuerza capaz de cambiar el mundo. Y si Gianni Berengo Gardin ha declarado que no es un artista, al final del viaje nos preguntamos: ¿es esto acaso arte?
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