Elarquetipo del jardín en la historia de las artes ha propiciado continuamente ese sutil intercambio semántico entre representación simbólica y función ideológica, en un espectro de propuestas que van desde las necesidades mitopoéticas hasta el control social y espiritual. Cabe destacar, en particular, el sentido de renacimiento implícito tanto en la profilaxis de un entorno verde bien cuidado como en los valores apotropaicos presentes en las reproducciones pictóricas de los horti realizados: sobre este augurio regenerador se revela El Jardín del Arte. Obras, colecciones, la primera exposición comisariada por el recién nombrado director Stefano Collicelli Cagol en el Centro de Arte Contemporáneo Luigi Pecci de Prato.
El acento propuesto por el colectivo, el coleccionismo sui generis de arte contemporáneo, se convierte en una oportunidad para mostrar algunas piezas de la colección Pecci (también recién adquiridas) en diálogo con obras reclutadas de importantes fundaciones culturales, desde Sandretto Re Bardengo a la Fundación Burri, así como rarezas propiedad de particulares que prefieren mantener un educado anonimato. Y sin embargo, el director Cagol debe saber muchas cosas muy bien para ser capaz de montar una exposición tan prestigiosa en tan poco tiempo: el comisario y crítico paduano, nacido en 1978, se hizo cargo del Centro de Prato el pasado 10 de enero, tomando el relevo de la anterior directora Cristiana Perrella (Roma, 1965) tras una revocación no exenta de polémica.
La expectación por la nueva directora, por tanto, era y sigue siendo claramente alta, aderezada con una gran curiosidad por el personaje emergente (se trata de la primera dirección museística para Cagol), aunque presagia un cauto entusiasmo por el habitual(sic)“año cero” que vive el Centro Pecci desde hace más de veinte años.
En cualquier caso, la exposición inaugural, programada del 27 de marzo al 24 de julio de 2022, marca un camino claro y decidido, donde la riqueza de nombres presentados, compuesta por excelentes promesas (Sara Leghissa, Shafei Xia, Ryan Gander) y personalidades consagradas personalidades (Alighiero Boetti, Daniel Buren, Marisa Merz), muchos de ellos invitados con frecuencia a bienales internacionales, bastaría para garantizar un excelente rendimiento cualitativo, aunque un “reparto” estelar no siempre es sinónimo de éxito: Lo que recompensa a la exposición es haber dejado el protagonismo no a la organización, ni siquiera a los artistas, sino a la Visita como tal, permitiendo al público un disfrute amplio y acorde con el tema. El paseo por las salas del museo, como en un jardín inmaculado, hace un guiño a quienes recuerdan la primera disposición del Museo Pecci, ocupando esencialmente los espacios diseñados por Italo Gamberini, pero sin embargo da un anticipo de lo que constituirá la exposición de la colección permanente.
En cuanto al contenido, la limpieza de las salas favorece una cierta monumentalidad de las obras, más allá de las dimensiones, y una excelente distribución de los artistas que interactúan ahora formalmente (obsérvese el bello acuerdo entre Roni Horn y Andro Wekua) ahora temáticamente (el tema sexual de la cuarta sala con Nan Goldin y Carol Rama es explícito), declinando cada uno un acento particular sobre la idea del coleccionismo: de la pintura “clásica” a la instalación espectacular, la intención parece ser la de muestrear el gusto italiano sobre lo contemporáneo, poniendo así sensiblemente de manifiesto lo que podría encerrar el coleccionismo italiano, en su variedad y elusividad.
Partiendo, casi didácticamente, de maestros vanguardistas como Alberto Savinio y Osvaldo Licini, nos topamos con piezas únicas como el Psicodrama estructural de Monica Bonvicini o las Dos piezas de Marlene Dumas, o el famoso Blanco plástico de Alberto Burri; sin urgencias ni trabas narrativas, la exposición mantiene un flujo bastante fluido, cada contexto goza de su propio espacio y la fruición es completamente inmersiva. Ciertos forzamientos son innegables, como el hecho de que la última sala posponga el cierre, por lo demás excelente, de la videoinstalación The End de Ragnar Kjartansson, razón motivada sin duda por la necesidad de reconectar física e idealmente con la reciente estructura construida por Maurice Nio, ocupada actualmente por las exposiciones Spazio Radicale y L’arte e la città, ambas comisariadas por Stefano Pezzato.
En conclusión, El Jardín del Arte. Obras, colecciones, tiene una eficacia característica, distintiva, se espera, tal y como la presenta el director Stefano Collicelli Cagol, dirigida no tanto al asombro como a una reflexión amena y peripatética sobre el presente para acercarnos con conciencia a un futuro a nuestro alcance. Paso a paso.
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