El "casi Dalí" de Pietrasanta: una exposición inútil sin pies ni cabeza


Reseña de la exposición 'Salvador Dalí. Entre el sueño y la realidad' en Pietrasanta, Piazza del Duomo e Iglesia de Sant'Agostino, hasta febrero de 2017.

El nombre de Salvador Dalí, que entró en las filas de los grandes de la historia del arte casi por aclamación popular, es uno de los que hay que utilizar si, para una exposición, se quiere ir sobre seguro. Dada la abundante producción expositiva que ha hecho uso de las obras del surrealista español en los últimos años, resulta especialmente difícil encontrar exposiciones interesantes y originales que contengan la palabra “Dalí” en el título. Y el sábado se inauguró en Pietrasanta otra exposición más sobre Dalí: una inauguración anticipada por anuncios rimbombantes en las últimas semanas que han presentado la exposición como el habitual acontecimiento ineludible e ineludible. Suelo desconfiar de las exposiciones en torno a las cuales se crea esta aura artificial de anticipación, sorpresa, expectación. A esto se añade el hecho de que Salvador Dalí. Entre el sueño y la realidad (éste es el título de la exposición) recorrió medio mundo antes de llegar a Pietrasanta, y que la organización corre a cargo de una entidad privada en posesión de un buen número de grabados y reproducciones de obras del artista español acostumbrado a recorrer el mundo casi como si fueran miembros de un grupo musical obligados a presentar su último disco a su público.

Precisamente a propósito de la empresa organizadora, con sede social en Chipre y base operativa en Suiza, apareció hace unos años un artículo en The Guardian que dejaba claro que las"esculturas Dalí" tienen en realidad muy poco que ver con la producción de nuestro artista: en realidad fueron modeladas a partir de sus bocetos y dibujos, producidas en cientos de ejemplares de todos los formatos, en diversos materiales, colores y tamaños, y vendidas a aficionados al arte de todo el mundo. Para la producción de estos artefactos, la empresa chipriota confía en una fundición de Mendrisio, que también expide los correspondientes certificados de autenticidad para garantizar al comprador la bondad de la compra. La cuestión es que, según se desprende de la pieza de The Guardian pero también de un artículo aparecido en marzo de 2016 en La Stampa, según la Fundació Gala-Salvador Dalí (creada por el propio artista en 1983 para promocionar su arte), se trata de obras que no pueden atribuirse a Salvador Dalí y que no pueden interpretarse como obras auténticas: no son más que reelaboraciones tridimensionales de obras bidimensionales del artista español. No son más que reelaboraciones tridimensionales de obras bidimensionales del artista español. En definitiva, son obras “casi Dalí” que tienen la misma conexión con el artista español que las miniaturas del David que se venden en las librerías de los Uffizi y de la Galleria dell’Accademia de Florencia tienen con Miguel Ángel. Creo que todo esto es una premisa necesaria para que el observador entienda lo que se va a encontrar, porque quizá muchos piensen que esas obras fueron creadas o al menos vistas por Salvador Dalí: nada de eso. Sin embargo, esto no significa que incluso con buenas reproducciones no sea posible montar una exposición popular interesante, y fue con la expectativa de encontrar un buen proyecto que presentara al público la obra y el arte de Dalí con lo que me acerqué a Pietrasanta el día de la inauguración. Lástima que las expectativas se vieran ferozmente defraudadas.

Empecemos diciendo que una parte integral de la exposición es la exhibición de cinco grandes esculturas de bronce en la Piazza del Duomo. Una especie de gran parque de atracciones daliniano que, permítanme la premisa desde el principio, constituye la parte más interesante de la exposición, aunque sólo sea porque se ha hecho una selección, a escala monumental, que permite indagar en los principales símbolos que Dalí utilizó durante buena parte de su carrera artística, y porque también resulta bastante divertido ver llegar un Elefante Espacial de siete metros a la plaza de una ciudad toscana. Si luego las esculturas están rodeadas por los puestos de la feria patronal local (de hecho, la inauguración cayó al día siguiente de la fiesta del patrón de la ciudad), observar el Pianoforte surrealista o la Mujer en llamas con un fondo de salchichón y queso caciotta puede resultar incluso una experiencia envolvente para algunos. Y hasta aquí, sin las salchichas de acompañamiento, la exposición puede justificarse al menos por intenciones puramente decorativas. Los verdaderos problemas comienzan, sin embargo, cuando el visitante decide acercarse al portal de la iglesia de Sant’Agostino, en cuyo interior se ha instalado el resto de la exposición.

Una delle sculture in piazza del Duomo sullo sfondo di salumi e caciotte
Una de las esculturas de la Piazza del Duomo sobre un fondo de salami y queso caciotta

Quien esto escribe desea desde hace tiempo lasupresión total de los saludos de autoridad de los catálogos de exposiciones. Por ello, el lector podrá adivinar fácilmente mi estado de ánimo al observar que en la mitad derecha del panel introductorio de la exposición figuraba la bienvenida del alcalde y, por si fuera poco, la mitad izquierda estaba reservada al discurso del propietario de la empresa que vende las esculturas de las obras de Dalí. No crean, sin embargo, que semejante presencia me indujo a empezar sesgado: sólo volví a leer el panel una vez que me había marchado, porque la aglomeración de gente en la entrada (hay que subrayar que la entrada a la exposición es gratuita) me había impedido leerlo. Una vez superado el pequeño vestíbulo de entrada, uno se encuentra inmerso en lo que podría considerarse el manual de todo lo museográficamente inapropiado. Empezando por los desfiles de litografías ordenadas por temas (Carmen, tauromaquia) pero sin una narración orgánica, e incluso sin leyendas que identifiquen título, año de realización, técnica, dimensiones y demás. En resumen, toda la información que debería ayudar al público a comprender una obra, en Salvador Dalí. Entre sueño y realidad se eliminan sistemáticamente: después de todo, dado que el enfoque estetizante del arte es lo que parece estar de moda estos días, ¿qué sentido tiene hacer comprender al pobre observador lo que ocurre en una obra, por qué el artista ha elegido un determinado escenario, quiénes son los personajes que se mueven en la escena? ¡El público se contenta con decir si le gusta o no la litografía que tiene delante! Así pues, litografías sin títulos, con explicaciones de los temas principales confiadas a pequeños paneles desnudos (pero bilingües), y esculturas que en cambio llevan carteles explicativos, pero colocados a la altura de los tobillos y escritos con letras minúsculas, de modo que hay que agacharse necesariamente para leerlos. De acuerdo en que Dalí está considerado un genio, pero instar al público a arrodillarse ante “reproducciones de reproducciones” de sus obras es quizá demasiado.

La exposición en la iglesia suspendida de Sant'Agostino en Pietrasanta
La exposición en la culturalmente suspendida iglesia de Sant’Agostino de Pietrasanta


El panel introductorio
El panel introductorio


Señal de la altura del tobillo
Cartel a la altura de los tobillos

En las dos salas del claustro, la música no cambia. El verde de los paneles de la iglesia deja paso a un blanco deslumbrante sobre el que vuelven a esparcirse litografías sin título, mientras que en el centro de la primera sala se alza una segunda reproducción del Piano surrealista, que volvemos a encontrar, en formato reducido (y aún nos preguntamos por qué extraña razón el comisario ha querido deleitarnos con esta obra tres veces en el transcurso de una misma exposición), en la última sala. Aquí el visitante se encuentra inmerso en una selección casi completa del corpus de esculturas extraídas de las obras de Salvador Dalí, reproducidas en diversas formas y tamaños. En esencia, la última sala parece más una especie de gran tienda de recuerdos de Dalí que una pieza de una exposición seria. No olvidemos las habituales litografías que decoran las paredes, probablemente distribuidas al azar: sin embargo, en esta última sala, no se sabe por qué, a veces aparecen etiquetas identificativas. No para todas las obras, por supuesto, sería pedir demasiado, pero de vez en cuando uno se topa con tan afortunada presencia, acogida casi como una aparición mística, tan rara es. Tras hojear el catálogo (cincuenta euros por una especie de voluminoso folleto publicitario de la empresa organizadora, evidentemente carente de ensayos), salir de la exposición no puede sino tener el aspecto de una liberación: mucho más útil y productivo tirarse y sorber un aperitivo que hacerse daño observando una serie de obras que a menudo tienen muy poco que ver con Dalí. Sin embargo, éste no es el principal problema: también se puede crear una exposición interesante con reproducciones, o con obras hechas desde cero a partir de dibujos originales (y en cualquier caso, la primera información que debe transmitirse al lector es seguramente la que le advierte del hecho de que se encuentra ante obras en las que la única intervención de la mano del artista es la firma a lápiz sobre las estampas). El problema es que la exposición carece totalmente de un plan, es una exposición sin ton ni son, el visitante no sale sabiendo más de Dalí de lo que sabía a la entrada, y todo adquiere la apariencia de un gran montaje publicitario para la empresa organizadora. Eso sí, en el marco de un espacio público.

El consejo, por tanto, es sólo uno: si puede, manténgase alejado de este indigesto e inútil pastel de carne vagamente daliniano. O bien, entre en Sant’Agostino pero para ver los fragmentos del retablo de Zacchia da Vezzano y las obras de artistas toscanos del siglo XVII que adornan las naves de la iglesia suspendidas para el culto. Y si de verdad quieres echar un vistazo a la exposición, hazlo si quieres ver las esculturas en directo antes de comprarlas. Un apunte, por último, para la administración municipal: me pregunto hasta qué punto es adecuado conceder un espacio público de tanta importancia a una exposición que no sólo carece de toda intención divulgativa, sino que beneficia más a la empresa organizadora que al municipio anfitrión o al público visitante. Aunque no es ninguna novedad que tras el barniz de “ciudad del arte” que Pietrasanta se ha construido astutamente en los últimos tiempos hay, en realidad, muy poca sustancia.


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