Rascando un poco la superficie, la séptima edición de Carrara Blanca, el evento que desde 2017 anima el inicio de los veranos en el centro histórico de la ciudad del mármol, se parece a una película de Monicelli. Se parece al argumento de I soliti ignoti (Los desconocidos de siempre): en Carrara, como en la película, los protagonistas intentaron dar el golpe de gracia, recurriendo a los servicios de un profesional externo, pero acabaron con un resultado muy por debajo de lo esperado. La idea de la nueva administración municipal de Carrara, que tomó posesión en julio de 2022, era transformar radicalmente Carrara Blanca, un evento que, tras una serie de ediciones organizadas en ausencia sustancial deun enfoque curatorial, montado con lo que había disponible, se había convertido en poco más que una fiesta de pueblo, totalmente irrelevante fuera de los límites de la ciudad, poco atractiva para el público local e incapaz de atraer incluso al turista más desconcertado y desinformado. Así pues, se ha decidido abandonar la Carrara Blanca, organizada a partir de lo que los voluntariosos artesanos de Carrara habían puesto a disposición para la ocasión, y organizar un evento con un nuevo rostro: una exposición que se prolongará hasta el 1 de octubre, con artistas procedentes finalmente de fuera de la provincia y una dirección artística confiada a un comisario profesional, como corresponde. El Dante Cruciani de la situación es el milanés Claudio Composti, propietario de mc2gallery en Milán y especialista en fotografía, y el plan para ganarse al público y a la crítica es un evento dividido en dos partes: esculturas en la plaza y una exposición fotográfica en el Palazzo Binelli, con entrada gratuita.
Desde luego, la Carrara Blanca de 2023 es una exposición muy superior a la de ediciones pasadas (no es que hiciera falta mucho: Bastaba con darse cuenta de que incluso fuera del municipio hay gente que trabaja el mármol), pero haber liberado al evento del amateurismo de años pasados no ha impedido que corra el riesgo de encontrarse, como en la película de Monicelli, con un exiguo plato de pasta con garbanzos, un botín irrisorio comparado con las previsiones, que serán también difícil de medir en términos cuantitativos, ya que, al menos durante la visita de este redactor al Palazzo Binelli, nadie se tomó la molestia de registrar el número de visitantes. Por supuesto, la idea de transformar Carrara Blanca en una exposición con una fuerte impronta curatorial, ofreciendo al público un enfoque temático sobre la escultura contemporánea en mármol, era muy buena y no podía sino ser bien acogida. El problema radica principalmente en la ejecución: Still Liv(f)e. Las formas de la escultura (éste es el título de la edición de 2023) descansa sobre cimientos muy frágiles, y tiene la apariencia de una exposición organizada superficialmente, sin una idea subyacente precisa, con un puñado de artistas muy diferentes, de modo que la exposición no es sólo una exposición deartistas muy diferentes, hasta el punto de que para mantener unidos lenguajes expresivos tan distintos y tan discontinuos incluso en la calidad y solidez del pensamiento que sustenta las obras, Composti recurrió a la justificación más obvia: “retroalimentar visualmente la idea de la ciudad como forja creativa en continua evolución”, jugando “con el tema de la transformación del bloque no trabajado a las diversas formas de la escultura contemporánea” (así en la presentación redactada por el comisario). Lo que traducido del lenguaje de los comis arios significa: “veamos cómo trabajan la piedra los escultores contemporáneos”.
Tres son las preguntas que plantea la exposición: “¿Cuánto ha cambiado el concepto de escultura con la llegada de la tecnología? ¿Cuánto se han distorsionado los cánones clásicos con el uso de nuevos materiales, que van más allá del mármol, interviniendo sobre la plástica con soportes videográficos, fotográficos o robóticos? ¿Dónde acaba la definición de escultura y empieza la de instalación?”. En definitiva, el tema es realmente demasiado amplio como para pretender resolverlo con las obras de sólo ocho escultores. Se podría hacer la vista gorda si fuera a menor escala, o si el comisario hiciera, como corresponde en estas ocasiones, profesión de no exhaustividad, cuidando de subrayar claramente y sin ambigüedades que la propuesta se limita a intentar dar algunas coordenadas al público, y no tiene la ambición de dar respuestas que la exposición no pretende dar.ambición de dar respuestas que la selección en cuestión es incapaz de proporcionar, porque las preguntas son exigentes y porque la propuesta es monstruosamente deficiente, en cantidad y calidad, con respecto al tema planteado.
Luego está el tema del material local: Carrara Blanca, a pesar de sus toneladas de defectos indefendibles, en la mayoría de las ediciones pasadas se ha esforzado al menos por dar al mármol el protagonismo que le corresponde. Este año, en la Piazza Alberica, la plaza principal de la ciudad, que ha sido el corazón del evento desde la primera edición, recibe al público con una obra en granito indio, otra en travertino romano y otra en nero marquiña, un mármol español. No es precisamente la mejor tarjeta de presentación para presentar al público la escultura contemporánea en mármol de Carrara. Sí, hay una escultura de Giò Pomodoro en estatuaria, bajo cristal: de hecho, se puede ver detrás de una ventana del InfoPoint de Piazza Alberica, en una posición desfilada, difícil de ver a simple vista. Por tanto, es natural que el público se centre en las tres obras principales, tan diferentes e inconexas, y sobre todo obligadas ellas solas a ocupar aproximadamente un tercio de la exposición, como para hacer imposible razonar sobre la resistencia del material expuesto con respecto a los temas declarados. Y luego, qué material: el público es recibido por el coño de granito, también dibujado de forma desgarbada y torpe, de Morgana Orsetta Ghini, una artista que durante prácticamente toda su carrera no ha hecho otra cosa que producir genitales femeninos en todos los materiales, siempre con los tópicos habituales del órgano femenino como “fuente de vida”, “origen del mundo” y repertorio retórico variado. Todo ello mientras la Vulva imbullonata de Roberto Bernacchi, una obra en mármol que precede en casi cuarenta años a la difunta vagina de Morgana Orsetta Ghini, y sobre todo una obra decididamente más inquietante, yace languideciendo entre suciedad, sedimentos y hierbas silvestres en el jardín de la RSA municipal, olvidada por todos, en primer lugar por quienes debieron pensar que traer la obra de Ghini a la plaza de Carrara debía ser una gran novedad. Luego está la estela de Sergi Barnils, que no hace más que grabar en travertino las marcas que suele pintar sobre lienzo, y el brazo de Michelangelo Galliani, una obra que es cualquier cosa menos monumental, y totalmente inadecuada para una instalación en la plaza.
Luego está Giò Pomodoro, que está presente no sólo con la Multitud bajo vidrio en la plaza Alberica, sino también con una gran Multitud frente al edificio de la Academia: No está claro, sin embargo, por qué se eligió al escultor de las Marcas para hacer de introducción “histórica”, por así decirlo, a la exposición, ya que Composti en su brevísimo texto no da ninguna razón, aumentando la sensación del visitante de haber tropezado con una exposición remendada. La tanda de escultores continúa con Quayola, que se presenta con una obra que, con el mayor desprecio por el ridículo, se dice “inspirada en la técnica de lo ’inacabado’ de Miguel Ángel” (esto es un poco como decir que Francesco Sole’se inspira en el flujo de conciencia de Joyce), y que no es más que la habitual reproposición de una obra maestra antigua, en este casoHércules y Neso de Giambologna, revisitada en este caso en salsa digital: si se quiere, una especie de Fabio Viale que, en lugar de tatuar obras antiguas, las deconstruye mediante algoritmos. Si se leen los textos de los tótems de Carrara blanca (sin distraerse con los deliciosos lastres utilizados para que no salgan volando), se sabrá que, según Composti, Mattia Bosco, que expone su Sezione aurea frente al lateral de la catedral, también se inspiró en “Miguel Ángel y lo inacabado” (evidentemente, un discípulo en una exposición deocho artistas no era suficiente) para presentar al público rocas extraídas directamente de la montaña sobre las que el artista interviene con unas pocas aplicaciones de pan de oro, que son, se lee en el tótem, “las parsimoniosas respuestas de Bosco a la naturaleza cromática de la piedra” (signifique eso lo que signifique), y pretenden revelar “lo que se esconde en la piedra”, enlazando incluso con el concepto filosófico de Deus sive Natura: Sin duda, un reto pretencioso para estos lujosos muebles (por otra parte, existe una conocida empresa de diseño, Alimonti, que ha sacado al mercado un objeto similar: se llama “Masterstroke” y sólo se diferencia de las esculturas de Bosco en que las piezas están invertidas, es decir, la carcasa exterior adopta formas geométricas y el interior de pan de oro se deja inacabado para resaltar la fractura). La exposición concluye con el armenio Mikayel Ohanjanyan, ganador del León de Oro 2015, que trae a Carrara dos grandes bloques(Legami) de cuarcita india, y Stefano Canto y sus obras en cemento injertadas en troncos de árboles: obras poveristas puramente derivadas que traerán inmediatamente a la mente el lenguaje de un Penone o un Uncini.
Las obras de Stefano Canto se encuentran en la planta baja del Palazzo Binelli, donde se aloja la sección fotográfica de Still Liv(f)e. Y si de la escultura no se salva prácticamente nada, con la fotografía va un poco mejor, con una exposición que pretende, escribe Composti, proponer “seis maneras de ver y contar la versatilidad de un material antiguo y fascinante como el mármol, siempre vivo y multiforme, a través de la interpretación de sus ’visiones plásticas’”. La presentación, afortunadamente, es menos ampulosa que la de la sección de escultura: aquí, al menos, no se intenta dar respuesta a preguntas demasiado extensas para la mísera selección de White Carrara, y se informa al público desde el principio de que el objetivo de la exposición es presentar las formas en que los seis artistas seleccionados observan y fotografían el mármol. El comienzo, sin embargo, es terrible: la serie Sculptures de la artista francesa Dune Varela es una especie de reedición barata de Storie di pietrofori e rasomanti de Elisa Sighicelli (bien podríamos haber traído a la artista de Turín). La siguiente sala es mejor, con algunas tomas de la serie Eros de Bruno Cattani, centrada en los culos, las tetas y los pezones de las estatuas clásicas: un trabajo, iniciado en 2000, que sigue la estela de la fotografía de estatuaria antigua, cocinada con todos los condimentos posibles, de los diversos Amendola, Jodice, Spina, Visciano. Cattani es una especie de Herbert List que, en lugar de fotografiar cuerpos vivos, prefiere las estatuas de mármol: la “sensualidad del mármol” es un recurso retórico ya superado, pero Cattani fue uno de los primeros en trabajar este tema y, sobre todo, su fotografía parece sincera y sentida.
En la sala siguiente, en cambio, asistimos a una banalización de La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica, de Walter Benjamin, por Carolina Sandretto, que, como se lee en el texto, “para redescubrir el aura de las obras de arte [...] fotografió algunas de las estatuas griegas y romanas más famosas”, y superpuso variantes del mismo tema “creando así un efecto visible que reproduce la idea de aura, dando cuerpo a algo intangible, a través de un desdoblamiento”: Más allá del incomprensible anacronismo que subyace en esta obra (¿por qué razón hay que “devolver el aura a las obras de arte?”), sorprenden el desconcertante convencionalismo del recurso iconográfico (el aura adopta la forma de un halo alrededor de la obra, aunque obtenido por superposición) y la paradoja de querer "redescubrir el aura mediante una reproducción mecánica (que quizá podría funcionar si se presentara como una especie de détournement situacionista, pero en el texto ilustrativo no hay ironía, al contrario: se dice que el desdoblamiento casi permite “ver lo invisible”). Más fresco parece el trabajo del joven Giacomo Infantino, que ha recorrido los paisajes de los Alpes Apuanos iluminándolos por la noche con luces de colores para transformar las vistas en imágenes oníricas, mientras que el inglés Simon Roberts, con su serie Beneath the Pilgrim Moon, lleva a Carrara instantáneas que captan las esculturas del Victoria & Albert Museum de Londres cubiertas por láminas de plástico transparente durante el cierre de los museos por las restricciones anti-cóvidas: una obra interesante que recibió elogios positivos cuando se presentó. Conclusión en la planta baja con las obras de Andrea Botto que, quizá llevado por un acceso de determinismo nominativo, ha elegido dedicar una parte sustancial de su investigación a las imágenes de explosiones, y al Palazzo Binelli trae un vídeo y una fotografía (la demolición de casas municipales en el barrio de Caina, en el centro de Carrara) que deberían mostrarnos “el paisaje en el momento de su transformación, disolución, derrumbe”. Y en Carrara, de hecho, la disolución y el derrumbe del paisaje son una terrible realidad cotidiana para sus habitantes: quién sabe si la intención de Composti era también suscitar tales reflexiones.
Incluso con el nuevo recorrido, en definitiva, Carrara Blanca sigue siendo una iniciativa sustancialmente carente de un carácter definido. Es difícil entender el sentido del trabajo de Composti en Carrara: ¿un intento de relanzar un evento que ahora carece de sentido, pero llevado a cabo con una lógica no demasiado distinta de la que sustentó las ediciones anteriores? ¿Una especie de micro-Biennale della Scultura para recordar las glorias de la Carrara de antaño? ¿Una exposición de transición a la espera de ideas más claras sobre cómo orientar Carrara Blanca en el futuro? Sea cual sea la intención, lo cierto es que el público que acuda a Carrara se encontrará con una exposición débil, remendada, con una selección totalmente insuficiente para satisfacer el objetivo demasiado ambicioso declarado en el texto del comisario, y con una exposición fotográfica que, aparte de algunas buenas ideas, tiene poco que ofrecer a los visitantes.
Si la intención era marcar un nuevo rumbo, el resultado se asemeja más a una disolución que pone de manifiesto lo irrecuperable de un evento que empezó mal, continuó peor y al que quizá sería más prudente jubilar definitivamente de aquí a 2024. Entonemos, pues, el Réquiem por Carrara Blanca. Tengamos el valor de despedirnos, sin remordimientos, de una exposición que nunca ha sabido impactar, que nunca ha dejado huella, que siempre se ha revolcado en la mediocridad, que siempre ha sido exageradamente modesta para una ciudad que hasta no hace mucho albergaba exposiciones mucho mayores. Enterremos Carrara Blanca y pensemos en el pasado: en los últimos doce años, Carrara ha probado todas las fórmulas posibles para situar el mármol en el centro de su oferta cultural estival. La experiencia de la Bienal Internacional de Escultura, que comenzó en 1957, llegó a su fin en 2010 con una bienal, Post Monument , comisariada por Fabio Cavallucci, de muy alto nivel, pero con escasa respuesta del público. Tras las bienales, se pasó al diseño y a las Semanas del Mármol, comisariadas por los fallecidos Paolo Armenise y Silvia Nerbi: calidad y éxito de público. Luego vino el Blanco de Carrara, construido con la contribución de talleres locales, sin una dirección artística autorizada: mala calidad y poco público. Por último, la actual White, una especie de bonsái de las Bienales pasadas, una idea que sobre el papel podría incluso ser buena, pero que ha dado lugar a un evento destartalado, desigual y con muy pocos momentos destacados. Calidad cuestionable, sobre la que se sorteará al público en octubre. Ahí lo tienen: los distintos experimentos apuntan al formato que quizá sea el más adecuado para Carrara en este momento histórico. Intentemos, pues, volver al diseño. Desempolvemos el formato de las antiguas Semanas del Mármol, que tuvieron el mérito de caracterizar la ciudad y proyectarla hacia una dimensión nueva, seductora y útil. Intentemos que Carrara vuelva a escena en escenarios más prestigiosos.
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