Una alineación de puños cerrados que lucharon, sufrieron, reclamaron. Una colorida violencia de explosiones llenas de esperanza. Recuerdos que resurgen y se persiguen en un presente que, enseñaba Loos, se construye inevitablemente sobre el pasado. Extraños que viajan con nosotros a lo largo de un tramo de nuestras existencias sólo para perderse y acabar quién sabe dónde. Un balancín desnudo y vacío, que se balancea en silencio, sombrío y trágico. Cambios que pueden partir de pequeñas cotidianidades y grandes experiencias colectivas. Un almacén en desuso reconvertido en centro de artes ofrece el contexto más lógico y sugerente para una historia susurrada por diecisiete elegantes voces de otros tantos artistas. Que no imponen una visión, sino que sugieren un punto de vista. Que no fabrican narraciones mal masticadas y aún peor empaquetadas, sino que abren perspectivas. Que no se elevan por encima de sus obras, sino que comunican y establecen una relación directa, sentida, fuerte, a menudo apasionada. La sombra de un comisario capaz de mantener unido a un grupo de artistas a pesar de la inestabilidad y aleatoriedad de una época en la que el arte, y con él las redes de relaciones que se establecen entre artistas, sigue los rápidos cambios de una sociedad caracterizada por la incertidumbre.
Es desde aquí, desde el nuevo “Polo delle Arti di San Martino” de Carrara, desde donde parten de nuevo los artistas que el año pasado, en el CAMeC de La Spezia y en otras sedes, habían reflexionado, con la exposición #comunidad, sobre el sentido de comunidad en el mundo actual. Comienzan de nuevo con una exposición, Camaradas. Declinaciones contemporáneas, comisariada por Andrea Zanetti, que enlaza con la exposición de 2016 con un hilo grueso, fuerte, consistente. “Compañero” es, vocabulario en mano, alguien que nos acompaña durante un periodo más o menos largo de nuestra vida y realiza con nosotros la misma actividad. “Compañero” es, por tanto, alguien que comparte algo, como en una comunidad. “Compañero” es un término que, a pesar de lo que su uso político podría hacernos pensar, tiende a incluir más que a excluir: “se es compañero en la escuela, en el trabajo, en la vida, en los sentimientos, en el compromiso cívico”, explica el editor, “porque se comparte el destino de una o varias comunidades, se participa en la vida de una comunidad, en algo que va más allá de la mera dimensión individual”. Si #comunidad se distinguía por una suerte de pesimismo subyacente y se configuraba, en buena medida, como una crítica al individualismo ilusorio que hasta cierto punto caracteriza nuestro tiempo, como un análisis despiadado de una sociedad líquida, como una lectura desalentadora de un presente en gran medida opresivo, Compagni, en cambio, aun compartiendo el mismo sustrato cultural con su predecesor directo y aun partiendo de idénticas premisas, consigue ofrecer al visitante una visión decididamente más esperanzadora. Para esa “colectividad carente de cohesión” en que, como la define Aldo Masullo (haciéndose eco de Bauman), parece haberse convertido la sociedad contemporánea, es necesario recuperar la socialidad perdida, el hábito de asumir la responsabilidad individual y el ejercicio de la propia personalidad en un contexto colectivo: “la solidaridad”, prosigue Andrea Zanetti, "puede ser un poderoso antídoto contra la desintegración y las desigualdades; es el mejor cemento para construir mundos nuevos, abiertos y llenos de redes no sólo digitales, sino físicas, porosas, hechas de intercambios humanos, de manos que se sostienen, de brazos que se apoyan".
Se trata, sin duda, de una historia bastante compleja, que se presta a diversas interpretaciones, tantas como las almas que movieron a los autores de la refinada investigación que hay detrás de las obras de arte que componen la exposición. Da la bienvenida al visitante Le grand voyage, de Aurore Pornin, una joven artista francesa que expone un frágil barco atravesado por decenas de cuerdas de colores: ¿quién comparte con nosotros la existencia, qué es, al fin y al cabo, sino un compañero de viaje? El tramo puede ser más o menos largo, pero siempre habrá alguien con quien compartir el viaje, aunque sea durante unos segundos. ¿Cuántas personas se han preguntado cuántos rostros, cuántas miradas, con cuántos desconocidos nos cruzamos a lo largo de nuestra existencia? ¿Cuántas vidas se rozan, aunque sea por unos instantes? Esta es la pregunta que parece hacerse Stefano Siani, que con su obra Walk on the wall reduce al mínimo algunas fotografías tomadas en el muelle de Marina di Carrara, creando composiciones en blanco y negro sobre las que se mueven las siluetas de los transeúntes: una obra a medio camino entre los “gestos típicos” de Sergio Lombardo y la fotografía minimalista anglosajona, en la que las personalidades de los individuos se anulan al mismo tiempo, perdiendo sus connotaciones individuales, y se realzan a través de sus acciones (algunos cavan un hoyo, otros ondean una bandera, otros, más banalmente, pasean, paseando al perro o montando en bicicleta), poniendo de manifiesto tanto ese “rincón de la vida” donde los personajes de Siani, en palabras de la propia autora, “son ellos mismos, se sienten libres, nacen sus miedos y sus sueños”, como su pertenencia a un todo que también nos implica a nosotros, acabando por crear relaciones y contactos, aunque en su mayoría fugaces y efímeros. Esta es la conclusión a la que llega la obra de Simone Conti, Percorso, que utiliza el lenguaje de los negativos fotográficos en una obra de fuerte sabor clásico, cuyos protagonistas son retratos en negativo de compañeros de vida que se alternan en la superficie de una espiral de madera, uno de los símbolos más antiguos que se conocen. Una espiral que fluye continuamente, recordando el paso del tiempo y de la vida, pero que también puede leerse como una alegoría del crecimiento y del renacimiento, en una sucesión continua de acontecimientos, vínculos y encuentros.
Acompañantes de la exposición . Panorama de las declinaciones contemporáneas |
Aurore Pornin, Le grand voyage (2014; hierro, cuerda, colores, 30 x 400 x 130 cm) |
Stefano Siani, Paseo por la pared, detalle (2017; seis fotografías sobre forex, cada una de 20 x 53 cm) |
Simone Conti, Camino (2017; fotografías sobre madera, 200 x 40 cm) |
Y de muchos de estos encuentros solo queda el recuerdo: un tema que serpentea por toda la exposición es el de la memoria que, citando de nuevo a la comisaria, “con el paso del tiempo modifica, cambia y deja atrás y oculta partes de lo que había”. En un primer nivel, la obra de Roberta Montaruli, Ricordo di classe, centrada en las huellas que dejan los recuerdos y la memoria, interviene en la recuperación del recuerdo. Una fotografía de octavo curso ve cómo sus protagonistas desaparecen y adquieren la apariencia de una sombra nebulosa que envuelve los restos de un banco. También Roberta Montaruli juega con las emociones del observador, que se siente implicado en el primer plano: la mente corre hacia los recuerdos de los compañeros de clase del pasado, hacia los que aún están con nosotros, hacia aquellos con los que hemos perdido el contacto, hacia los que ya no están, intentando concentrarse en momentos, situaciones y afectos de un tiempo ya pasado. En un nivel superior, es decir, en el de la memoria histórica, se sitúa la instalación de Melissa Mariotti, que con Divenire trabaja sobre una carta del anarquista Gino Lucetti, que atentó contra la vida de Mussolini y por este motivo fue condenado a treinta años de prisión. La carta, con un proceso que recuerda al Letrismo y que en el resultado final se asemeja a las composiciones de Vincenzo Accame, se reduce progresivamente a su esencia: grafemas que marcan la hoja revelando la dureza de la personalidad del autor, sus impulsos, sus aspiraciones. Junto a la carta, Melissa Mariotti coloca una impresión en 3D con el perfil de los Alpes Apuanos: la carta, desde la cárcel, vuelve al lugar donde el antifascismo de Lucetti y sus camaradas ardía brillante y puro, a esa franja de tierra apretada entre el mar y la montaña que se convirtió en uno de los lugares simbólicos de la resistencia. Una pertenencia geográfica que se convierte también en pertenencia política y se convierte en advertencia y acicate para futuras luchas. Muchas de las cuales están representadas por uno de los símbolos políticos por excelencia, la hoz y el martillo que Francesco Ricci destroza y recompone en su Come un campo di papaveri (Como un campo de amapolas). El contraste entre el símbolo entendido como convención y el símbolo entendido como imagen poderosamente evocadora se resuelve quizá a favor de la segunda acepción: hace pensar en Gombrich, que en su Icones symbolicae se planteó el mismo problema y llegó a afirmar que “nuestra actitud hacia las palabras y las imágenes cambia constantemente”, “difiere según nuestro nivel de conciencia” y que “lo que es rechazado por la razón puede sin embargo ser aceptado por nuestras emociones”.
Roberta Montaruli, Ricordo di classe (2017; técnica mixta sobre tela, 82 x 56 cm) |
Francesco Ricci, Come un campo di papaveri (2017; cerámica esmaltada y oro) |
“Emoción” es un término que se repite con frecuencia en las palabras de quienes visitan la exposición. Porque también hay obras que tocan una fibra sensible. Es el caso, por ejemplo, de Playground in Aleppo, obra de un artista experimentado como Paolo Fiorellini, que cuelga del techo del antiguo cobertizo de Carrara el triste columpio mencionado en la inauguración: pero no hay niños, no hay espacio para la alegría, no hay desenfado. Sólo vacío, soledad y el polvo levantado por una guerra cruel y sin sentido. También despierta emociones la obra de Francesco Siani que, sobre una superficie reflectante de la que el observador casi nunca consigue escapar (casi como si el artista quisiera que todo el mundo participara de su idea), dispone un bosque de guantes rojos (o Red Gloves, como sugiere el título de la instalación) que forman puños cerrados que, a su vez, “se reflejan en la infinidad de espejos”, como queriendo decir que las luchas tienen y deben acabar nunca. La conclusión más natural de la exposición parece así destacarse en la pared del fondo: Ni Dios, ni amo, la última obra del siempre sorprendente artista Zino, toma prestado su título del conocido periódico de Blanqui, convirtiéndose en una postura que toma la forma de una deflagración de colores, la idea del individuo que se reconoce en una colectividad, una fuerza que espolea las aspiraciones para dar lugar a acciones concretas.
Paolo Fiorellini, Parque infantil en Alepo (2017) |
Francesco Siani, Guantes rojos (2017; caucho, pigmentos, espejo, 70 x 70 x 40 cm) |
Zino, Ni Dios ni amo, detalle (2017; cinta de embalaje sobre vidrio sintético, 100 x 50 cm) |
Si Compañeros. Declinazioni contemporanee es una exposición caracterizada por un fuerte componente político, no es menos cierto que minimizarla a este significado resultaría un tanto reductor para una operación que se inscribe coherentemente en el contexto de un recorrido preciso que los artistas de la muestra (aunque con las naturales incorporaciones y deserciones que el hecho de estar en grupo necesariamente conlleva) vienen realizando desde hace tiempo y que pretende ofrecer al público una visión más amplia de lo que significa ser compañeros en una sociedad en la que los espacios de convivencia parecen cada vez más reducidos. En este sentido, elarte, como quieren demostrar los artistas de Compagni, es tanto un instrumento para dejar fluir libremente pensamientos, reflexiones, expectativas y esperanzas, como un método, en el sentido etimológico del término, para recorrer los caminos tanto de la memoria como del presente, y una invitación a la acción.
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