A las diversas piezas que, en los últimos años, han contribuido a reconstruir la viva y multiforme realidad artística y cultural de la Génova del siglo XVII, y en particular la de las tres primeras décadas del siglo (entre las más recientes, cabe recordar la excelente exposición monográfica sobre Luciano Borzone del año pasado), se ha añadido recientemente una de fundamental valor: la exposición Sinibaldo Scorza. Favole e nature all’alba del Barocco (Sinibaldo Scorza. Fábulas y naturalezas en los albores del Barroco), una exposición para releer, redescubrir, profundizar y dignificar adecuada y debidamente a un artista como Sinibaldo Scorza (Voltaggio, 1589 - Génova, 1631), un nombre que durante mucho tiempo permaneció casi desconocido para el gran público y relegado a los márgenes del interés crítico.
La que se ha inaugurado en el Palazzo della Meridiana (y durará hasta el 4 de junio) es la primera exposición jamás dedicada al artista de Voltaggio y, como afirma la comisaria Anna Orlando en el prefacio del catálogo, es a la vez un punto de llegada y un punto de partida. Punto de llegada, porque una exposición de tal importancia requería un largo y puntilloso trabajo de investigación, llevado a cabo de manera irreprochable por un comité científico de primer orden: el mérito de la comisaria es también el de haber reunido a muchos de los mejores expertos en pintura genovesa del siglo XVII para poder proceder a un examen en profundidad de todo el corpus conocido de las obras de Sinibaldo Scorza. El resultado es una revisión que reúne un porcentaje muy elevado de las pinturas conocidas del pintor, a la que se ha añadido un acontecimiento colateral, la exposición de los dibujos conservados en los Museos de Strada Nuova, actualmente en curso en el Palazzo Rosso, que se mencionará brevemente al final de este artículo. Un punto de partida, porque sabemos por las pruebas documentales que aún queda mucho por descubrir sobre Sinibaldo Scorza: Tenemos noticias de cuadros pintados ciertamente por Scorza, pero que se han dispersado o aún no han sido identificados, como los doce lienzos que representan “escenas diversas, battalia y cacerías y mercados” que formaban parte de la colección del hombre de letras Giovanni Vincenzo Imperiale, o las miniaturas propiedad de Raffaele Soprani, y muchos de los dibujos y pinturas mencionados en el inventario post mortem de las posesiones del artista, o las obras mencionadas en los inventarios de los Saboya en la época de la estancia de Scorza en Turín. Se espera que la presente exposición en Génova sea también un estímulo para nuevas investigaciones.
Primera sala de la exposición Sinibaldo Scorza. Fábulas y naturalezas en los albores del Barroco |
El inteligente escaneo de la exposición procede en secciones temáticas que no siguen eliter cronológico de la carrera de Sinibaldo Scorza, y quizás precisamente por ello nos inducen a captar mejor dos aspectos fundamentales de su arte (que también puede adscribirse a todo el arte genovés más actual de principios del siglo XVII): su inclusión en un contexto amplio y de calibre internacional, y los estrechos vínculos entre las artes plásticas y la literatura. La exposición insiste a menudo en un hecho incuestionable y constatado, a saber, la primacía (al menos en Génova) que debe atribuirse a Sinibaldo Scorza en lo que se refiere a la pintura de animales: el Voltaggino fue, en otras palabras, el primer “animalista” de la Génova del siglo XVII. Esta particular predilección por los temas naturales, que caracterizó toda la carrera artística de Sinibaldo, tiene sus raíces en el arte flamenco contemporáneo, que el pintor pudo estudiar en profundidad gracias, por una parte, a la disponibilidad de “varias estampas de alemanes, flamencos y bohemios” mencionadas en el inventario de su maestro, Giovanni Battista Paggi, que fue también el mentor de un pintor tan destacado como Domenico Fiasella, y recordado en el ensayo del catálogo de Agnese Marengo que se centra precisamente en las relaciones entre la obra de Sinibaldo Scorza y el arte nórdico, y por otra parte a través de la observación directa de las obras realizadas por los artistas flamencos presentes en Génova. Conviene recordar que Génova se erigió entonces en polo artístico y cultural internacional de primer nivel: baste decir que los mecenas cultos activos en la época hicieron todo lo posible para traer a la ciudad a artistas como Caravaggio, Orazio Gentileschi, Pieter Paul Rubens y Anton van Dyck, todos ellos presentes en las orillas del mar de Liguria en el espacio de quince años. A los nombres más importantes del panorama artístico hay que añadir un amplio elenco de artistas, quizá poco conocidos para la mayoría, que permanecieron en Génova entre los años 1910 y 1920 y con muchos de los cuales Sinibaldo Scorza tiene más de una deuda: Luigi Lanzi, en su célebre Storia pittorica dell’Italia (Historia pictórica de Italia), ya describía a Sinibaldo como un pintor “guiado por el talento natural” hasta tal punto que era difícil encontrar un “pincel que injertara tan bien el gusto flamenco en el nuestro”. Anna Orlando enumera y Agnese Marengo amplía la lista de pintores cuya obra encuentra eco en la producción escorziana: los hermanos Cornelis y Lucas De Wael, Jan Wildens, Jan Roos, Gottfried Waals (todos, a excepción de Waals, presentes en la exposición).
Tales ecos son también evidentes cuando el elemento “animal” se limita al papel de comprimario: el ejemplo más importante es Jesús servido por ángeles, cedido por la Pinacoteca dei Cappuccini de Voltaggio, una de las pocas obras de gran formato de Scorza, así como una de las pocas de uso público. Se trata de un cuadro, como explica Agnese Marengo en el catálogo, “en el que hay claros acentos transmontanos, en la construcción de la escena, en la postura de las figuras, en el levantamiento lenticular de la vegetación, pero sobre todo en la doble abertura a modo de telescopio del fondo que se inclina hacia paisajes azules, solución que recuerda los paisajes herméticos popularizados por los grabados de la prolífica dinastía Sadeler”, grabados que sabemos poseía Scorza. La presencia, justificada por su valor simbólico, del simpático conejito que asoma por debajo de la mesa de Jesús, y del petirrojo cuya viva librea destaca sobre las sombras detrás de Cristo, es sintomática de la pasión de Sinibaldo Scorza por los animales: una pasión que se manifiesta también en una obra como el Descanso durante la Huida a Egipto, un fino temple sobre pergamino donde, a la ternura del idilio familiar, se añade la vivacidad de las palomas posadas en la cesta del ángulo inferior derecho, del asno atado al tronco del árbol, de las bestias que abrevan en un lago a lo lejos y del perro que observa con recelo (existe también un estudio del perro conservado en la conspicua colección de dibujos de la Colección Czartoryski de Cracovia, que constituye el mayor corpus gráfico conocido de la obra de Sinibaldo Scorza, con unas cuatrocientas hojas). La primera de las cinco secciones de la exposición, que presenta las dos pinturas mencionadas y pretende indagar en el debut del artista, se completa en la sala inaugural con la exhibición de importantes obras comparativas, como una Virgen con el Niño, San Juan y San José del maestro Paggi, que se distingue por laelegancia que será también un rasgo típico del estilo de su discípulo, o un Nacimiento de Antonio Travi conocido como el Sestri, que se basa por el contrario en una adhesión más severa a los datos veristas.
Sinibaldo Scorza, Jesús servido por ángeles (c. 1615; óleo sobre lienzo, 148,5 x 270 cm; Voltaggio, Pinacoteca de los Capuchinos) |
Sinibaldo Scorza, Descanso durante la Huida a Egipto (c. 1619; temple y oro sobre pergamino, 15 x 20,5 cm; Génova, Musei di Strada Nuova, Gabinetto Disegni e Stampe di Palazzo Rosso) |
La pintura de animales de Sinibaldo Scorza se basaba en la observación minuciosa del natural: baste mencionar, como prueba, el episodio (que es también un ejemplo elocuente del temperamento sanguíneo del pintor) en el que el artista, que entonces tenía 21 años, hirió con un puñal a un compañero que, al disparar unos petardos, había trastornado a un caballo que Sinibaldo Scorza estaba retratando. Los caballos (y, en general, los animales domésticos o de corral que el pintor podía conseguir fácilmente) abundan en la segunda sección de la exposición del Palazzo della Meridiana, toda ella dedicada a la relación de Sinibaldo Scorza con la naturaleza. Singular es el magnífico pavo real, de más de dos metros de altura: un unicum en la producción conocida del artista (el formato sugiere que el cuadro estaba destinado a llenar el espacio entre dos ventanas). Es una obra que, a pesar de su tamaño, no impide a Sinibaldo mantener sus finas dotes de miniaturista, que le llevaron a representar a sus queridos animales con una minuciosidad que denota un espíritu de observación muy desarrollado, así como unas dotes técnicas innatas, evidentes sobre todo en las virtuosas pinceladas que se encuentran especialmente en las libreas, el plumaje, la epidermis y las pieles variadas. Y si las Dos palomas con zorzal impresionan al visitante por su asombrosa precisión, la Ardilla destaca también por la habilidad con la que el pintor ha plasmado la vivacidad típica de la fiera, y algunos pequeños olî (entre ellos un espléndido Zorro agazapado) nos ofrecen la oportunidad de indagar en uno de los motivos que llevaron al artista a crear cuadros de pequeño formato en los que el animal era el protagonista indiscutible y a menudo también el único elemento acabado de la composición (obsérvense los fondos, a menudo acabados de manera somera o incluso dejados inacabados): estudiar morfologías, poses y actitudes de animales con el fin de construir un repertorio útil para la inclusión de figuras en composiciones más amplias y articuladas. Como casi siempre en la obra de Sinibaldo Scorza, el episodio bíblico (o literario, o mitológico) es una especie de pretexto para dar rienda suelta a la ferviente imaginación del pintor, cuya atención, como cabría esperar, se detiene casi exclusivamente en las bestias. Así, en el cuadro, encontramos perros, gatos, ovejas, cabras, pavos y animales de todo tipo representados con la misma minuciosidad que Sinibaldo prodigaba a sus “animalitos”. Sobre todo, encontramos un caballo blanco que entra por la derecha, una invención figurativa de Voltaggino que retomaría su sobrino Giovanni Battista Sinibaldo Scorza (a quien está dedicada una sección de la exposición) en un cuadro similar, y Giovanni Benedetto Castiglione, conocido como Grechetto, que fue probablemente el más grande de los pintores de animales genoveses: su Entrada, uno de los cuadros de mayor calidad entre los expuestos en el Palacio de la Meridiana, retoma la idea de Sinibaldo con ágil vigor (la comparación de las tres obras es uno de los momentos culminantes de la exposición).
Muro con figuras de animales |
Muro con gran pavo real |
Sinibaldo Scorza, Dos palomas y un zorzal (óleo sobre lienzo, diámetro 21 cm; Génova, Museos Strada Nuova, Palazzo Rosso) |
Sinibaldo Scorza, Zorro agazapado (óleo sobre lienzo, 48,5 x 72,5 cm; Génova, colección privada, descendientes de Sinibaldo Scorza) |
Si bien los cuadros en los que los animales son los únicos protagonistas son una novedad en la pintura genovesa y, de hecho, son unaimportación de Flandes, tierra en la que nació este género a raíz del nacimiento de los estudios científicos modernos y del consiguiente vivo interés por la naturaleza, las composiciones en las que se requería la presencia de animales como parte de un contexto narrativo ya estaban obviamente bien establecidas en la tradición italiana. Sin embargo, la sección de la exposición que investiga la contribución de Sinibaldo Scorza en este ámbito es útil por dos razones: en primer lugar, porque como señalaba hace unas semanas en el Corriere della Sera un distinguido estudioso como Carlo Bertelli, la sensibilidad de Sinibaldo Scorza es totalmente nueva en comparación con la de sus predecesores. Sus Orfei che incantano gli animali (una vena bastante constante en la producción de Scorza, algunos ejemplos significativos de los cuales se exponen en el Palazzo della Meridiana), uno de los cuales también fue elegido para la portada del catálogo, han causado impresión no sólo por sus hábiles cualidades compositivas y el ya apreciado cuidado prodigado en la descripción detallada de las bestias amansadas por el canto del personaje mítico, sino también porque, en opinión de Bertelli, nadie antes de Scorza había logrado plasmar con tanta claridad el efecto causado por la música en la fauna reunida en torno al cantante: leones que inclinaban la cabeza, perros, gallinas, loros y asnos que se volvían hacia Orfeo escuchando en silencio, rapaces y diversas aves de presa que interrumpían su vuelo y se detenían en el suelo atraídas por las notas de la cítara. Fue precisamente un Orfeo cantando y tocando en el bosque de Sinibaldo Scorza el que pudo convertirse en el tema de dos madrigales del mayor poeta italiano del siglo XVII, Giovan Battista Marino (Nápoles, 1569 - 1625), sobre cuyos vínculos con Génova debemos hacer un rápido excurso, ya que ejemplifican ese peculiar entrelazamiento de arte y literatura que representa el segundo motivo de interés que se desprende de esta parte de la exposición.
La aportación de un hombre de letras conocido en toda Europa, como Marino, había contribuido de manera decisiva a la evolución del ambiente cultural genovés a principios del siglo XVII: hoy se da por descontado que el poeta napolitano, durante su estancia en Turín, entre 1608 y 1615 y luego durante algún tiempo en 1623, tuvo que hacer frecuentes viajes a Génova, lo que le llevó a forjar sólidas relaciones con hombres de letras y artistas. Sus relaciones con poetas como Gabriello Chiabrera, Ansaldo Cebà y Giovanni Vincenzo Imperiale, así como con artistas, son bien conocidas: ya se ha mencionado a Sinibaldo Scorza, que probablemente fue presentado a Marino a través de un conocido común, a saber, Giovanni Battista Paggi, entre 1612 y 1613 (como plantea la hipótesis de Franco Vazzoler en su contribución al catálogo sobre el tema), pero también hay que destacar el importante papel de Bernardo Castello (en la exposición se expone uno de sus Narcisos ) como rasgo de unión fundamental entre Marino y Génova. Existe un interesante epistolario entre Marino y Castello, que sirve también como testimonio de la obra que el poeta estaba componiendo en aquel momento, aquella famosa Galeria con la que Marino intentó la insólita y ardua operación de emular de algún modo la eficacia de las imágenes a través de la fuerza del verso. La relación entre Scorza y Marino (que, como era de esperar, se profundizó en un momento en que ambos estaban presentes simultáneamente en la capital del ducado de Saboya) queda atestiguada no sólo por los madrigales mencionados (que forman parte de la Galeria), sino también por las cartas que ambos intercambiaron, que dan fe de la petición de Marino de pinturas del mismo Orfeo cantado en la letra. Estos intercambios atestiguan inequívocamente la fortuna del Orfeo de Sinibaldo, que se basó en gran medida en la mitología y la literatura para sus obras: y una de las peculiaridades de su recurso a las fuentes literarias es que Scorza era un lector actualizado y curioso. No se podría explicar de otro modo una obra como Circe y Ulises en el Palazzo Bianco, que introduce la variante iconográfica del diálogo entre los dos protagonistas y los hombres transformados en animales: Según los estudios, citados en el catálogo, de la estudiosa Astrid Wootton, la invención le habría sido sugerida a Sinibaldo por la lectura de Circe, de Giovan Battista Gelli, impresa en Florencia en 1549, obra compuesta por diez diálogos entre Ulises y los animales de la isla de Aeas, estos últimos casi todos felices de su nueva condición tras el cambio sufrido a manos del hechizo de Circe. Y, sin duda, en poder de Scorza debió de estar también la traducción de Annibal Caro de laEneida (publicada en 1581): el detalle de los perros que siguen a la comitiva de caza de la reina de Cartago en La caza de Dido (“Y he aquí que, armados / con púas y cuchillos, al son de los cuernos, / vienen los cazadores, otros con redes, / otros con perros. Estos tienen un gran moloso / Tiene un veltro con correa, y largas filas / De seguidores encadenados delante”) fue fielmente transpuesta por el pintor voltagiano al lienzo.
Sección de la exposición dedicada a las fábulas y los mitos |
Sinibaldo Scorza, Orfeo encanta a los animales (c. 1628; óleo sobre lienzo, 73,5 x 97,5 cm; Génova, colección particular) |
Sinibaldo Scorza, Orfeo encanta a los animales (1628; óleo sobre lienzo, 58 x 93; Génova, colección privada) |
Sinibaldo Scorza, Circe y Ulises (óleo sobre lienzo, 43 x 69 cm; Génova, Museos Strada Nuova, Palacio Blanco) |
Sinibaldo Scorza, La caza de Dido (óleo sobre lienzo, 46 x 71 cm; colección privada) |
La última sección de la exposición atestigua la adhesión de Sinibaldo Scorza a la pintura de género traída a Italia por los artistas flamencos. A pesar de que en los últimos años de su carrera el artista asistió al auge de la magnificencia barroca, se mantuvo completamente refractario a tales instancias, por voluntad propia, prefiriendo recurrir a la poética igualmente moderna del paisaje, de la vista urbana, del fragmento de vida cotidiana. Sin embargo, si la pintura de Sinibaldo Scorza debe considerarse pintura de género, nos encontramos ante resultados decididamente originales, porque tanto en los armoniosos cuadros bucólicos (véase Paisaje del Museo de la Academia Ligustica) como en las escenas más abigarradas de la vida urbana (La aldea en invierno con mercado en el Palazzo Bianco, por ejemplo), Sinibaldo Scorza nunca elude su propia vena poética que le hace capaz de infundir en cada composición su propia elegancia innata y hacer que las atmósferas de sus cuadros queden casi suspendidas. Una “manera de pintar decididamente realista y cotidiana” (como escribió Luigi Salerno en 1976, en un fragmento reproducido en el catálogo) que connota paisajes y pasajes urbanos, como la Veduta di Piazza del Pasquino, precioso testimonio de la estancia de Sinibaldo Scorza en Roma, ya señalado por Roberto Longhi, que en la exposición dialoga con las marinas y vistas de Livorno de Lucas de Wael. La exposición encuentra su conclusión, anticipada por una singular Vaca orinando (que sugerirá a los visitantes acostumbrados a frecuentarel arte contemporáneo que el veneciano Luca Rento, con su caja de luz de tema similar en el GNAM de Roma, no inventó nada: Scorza había llegado a ello cuatro siglos antes), en un excepcional pesebre de siluetas pintadas (por tanto de la misma tipología que la Vaca mencionada) propuesto como sorpresa para los visitantes y sobre el que habrá que escribir en un artículo posterior.
Sección con vistas y paisajes |
Sinibaldo Scorza, País en invierno con mercado (c. 1620-1624; óleo sobre lienzo, 37 x 55 cm; Génova, Museos Strada Nuova, Palacio Blanco) |
El Belén de Sinibaldo Scorza |
Se entra a la salida con la certeza de haber visitado una exposición sólo aparentemente fácil: en realidad, Sinibaldo Sc orza. Fábulas y naturaleza en los albores del Barroco esconde una estructura decididamente articulada, que permite que la exposición se preste a diferentes niveles de interpretación, y el de “Sinibaldo Scorza pintor de animales” no es sino uno de tantos. Es un punto a favor considerable para una exposición basada en un proyecto científico muy sólido, hasta el punto de que el excelente catálogo sirve también de primera monografía sobre el artista (también están las fichas de los cuadros no expuestos). Aunque el pintor es poco conocido y su radio de acción debe limitarse a un ámbito puramente local, se puede afirmar que la exposición genovesa representa uno de los acontecimientos expositivos más interesantes del año a escala nacional: En los espacios, ciertamente algo reducidos, del Palazzo della Meridiana (a veces se tiene la sensación de encontrarse ante un hacinamiento de obras, pero su calidad y el interés que suscitan son tales que no se les presta demasiada atención), se ha montado una exposición que, por el número de obras expuestas en relación con la producción conocida del artista, por su capacidad de enmarcar la obra en su contexto, por la profundidad del proyecto que la sustenta, en cuanto a su capacidad de comunicación con un público no necesariamente familiarizado con el arte de la Génova del siglo XVII (cabe destacar el buen nivel de los paneles explicativos que, aunque sólo en italiano, ofrecen una base muy clara -y no es algo que deba darse por sentado- para comprender los temas de la exposición), puede competir fácilmente con los eventos “punteros” de la temporada nacional de exposiciones. Y ello dejando de lado el hecho de que la exposición se presenta también como una base importante para futuros estudios sobre el arte de Sinibaldo Scorza y, más en general, sobre el siglo XVII en Génova. Por último, como ya se ha mencionado, merece una mención la exposición de dibujos del Palazzo Rosso, comisariada por Piero Boccardo. Las continuas referencias a la exposición del Palazzo della Meridiana, la calidad y finura de las láminas expuestas y la posibilidad que ofrecen de enmarcar la formación, las fuentes y el método de Sinibaldo Scorza la convierten en una ocasión única de estudio en profundidad, merecedora de una visita igualmente atenta.
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