El artista callejero que el sábado por la noche decidió cubrir el nicho de una fuente del siglo XVII del casco antiguo de Carrara con colores fuertes y ácidos, totalmente fuera de contexto, verde lima y rosa chillón, no puede dejar de recordar lo ocurrido en Palermo hace cuatro años. En aquel momento, todos los medios de comunicación nacionales se hicieron eco del gesto de Uwe Jäntsch, el artista que ha dedicado gran parte de su vida a poner de manifiesto la degradación del barrio de Vucciria con sus intervenciones (y que, además, hoy ha anunciado su despedida de la ciudad). Para llamar la atención de todos sobre el mal estado de conservación de la fuente del siglo XVI de la plaza Garraffello (así como de la propia plaza), Uwe Jäntsch cogió un cubo de pintura roja y, documentándolo todo con filmaciones y fotografías, embadurnó el mármol de la fuente con las palabras “se vende”. La acción fue clamorosa: se produjeron debates y discusiones en todo el pueblo, ilustres representantes del mundo del arte dieron a conocer su postura a la opinión pública, las autoridades intervinieron, el teniente de alcalde manifestó su intención (más tarde materializada) de denunciar al artista. Y poco después, la fuente fue restaurada, con una intervención que le devolvió la vida: se limpió el mármol, el agua volvió a manar de sus surtidores, incluso se le colocó una verja de hierro. Pasaron poco más de dos años entre la actuación de Uwe Jäntsch y la aprobación del proyecto de restauración. Sin embargo, aún hoy hay quien insiste en calificar la operación del artista austriaco de “acto vandálico”: quizás, de no haber sido por su intervención (reversible con poco esfuerzo y realizada con plena asunción de responsabilidades), hoy estaríamos hablando de una fuente que sigue en estado de deterioro.
Por tanto, cabe preguntarse: en el caso de Uwe Jäntsch, ¿fue un acto de vandalismo haber realizado un gesto extremo, dictado por un amor igualmente extremo a la ciudad que le acogió y por la desesperación que le causaba no sólo ver su propia plaza en tan mal estado, sino también la triste conciencia de que a pocos ciudadanos les importa que el arte, la historia y la cultura gocen de buena salud? Aquí: sea cual sea la respuesta, es muy probable que un mecanismo similar se desencadenara en la mente de quienes en Carrara cubrieron de pintura el nicho de la fuente y luego pusieron su firma en la pared cercana (“AGIO / ODIO / AGRO”).
La fuente de Via Finelli en Carrara tras la acción de los artistas callejeros |
La fuente de Via Finelli en Carrara antes (septiembre de 2016, de Google Street View) |
La fuente de Via Finelli en Carrara después de la acción de los artistas callejeros |
La fuente de la plaza Garraffello de Palermo: pintarrajeada por Uwe Jäntsch en 2014 (crédito de la foto Uwe Jäntsch), en estado de deterioro en 2015 (crédito de la foto Uwe Jäntsch), restaurada en 2017 (crédito de la foto Eddy Sanfilippo) |
Esperando que la acción se llevara a cabo con todas las precauciones necesarias y con el menor impacto posible sobre la fuente (y viéndola de cerca, se diría que el artista callejero fue bastante escrupuloso en este sentido), cabe preguntarse si se trató realmente de vandalismo, o si el gesto puede interpretarse como una denuncia de la degradación total que había reducido aquella pequeña fuente de mármol a una especie de letrina al aire libre. Y, sobre todo, hay que preguntarse si el verdadero vándalo es el artista, o quienes han permitido, con su ignorancia, su indiferencia, su falta de sentido cívico, su falta de apego a la ciudad, que la fuente se haya convertido en una sombra apagada y decadente de sí misma.
Casos como los de Palermo y Carrara nos enfrentan al pequeño burgués moralista que llevamos dentro, que se indigna ante una acción tan clamorosa, que grita escándalo, pero que se ha vuelto tan feo que no ha reparado en los verdaderos estragos que día tras día se han causado en esas fuentes. Claro: hoy señalamos con el dedo una capa de pintura (que, además, es fina: debajo aún se ven las señales del abandono anterior), hablamos de legalidad, nos irritamos porque el artista debería haber pedido los permisos oportunos (y, por cierto, hace falta mucha imaginación para imaginar a un artista callejero enviando papeles sellados a la superintendencia), nos preguntamos si es correcto desfigurar cualquier bien cultural para denunciar carencias, dejadez y abandono (obviamente, la respuesta es no). Lástima que no se trate de eso: quizá sería mejor aprovechar la ocasión para desarrollar un debate sobre el grado de conciencia que tenemos del patrimonio que nos rodea. Y esto es lo que parecen querer decirnos Uwe Jäntsch o el artista callejero de Carrara. Han realizado un acto concreto asumiendo riesgos y responsabilidades, sabiendo perfectamente que acciones similares constituyen un delito. Nosotros, sin embargo, debemos extraer de ello un motivo para una reflexión seria, que vaya más allá del simple gesto efímero. El suyo, al fin y al cabo, es un modo de ofrecernos un despertar (ciertamente brusco y desagradable, pero eficaz) de nuestro constante sopor cotidiano.
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