Mientras en Carrara se discutía (y se sigue discutiendo) el artículo publicado en nuestra web hace unos días sobre las vicisitudes que han afectado a los últimos seis años de presidencia de laAcademia de Bellas Artes de la ciudad, un nuevo y duro golpe ha caído sobre el instituto de Carrara: la reducción a la mitad de los fondos concedidos por el Ministerio de Educación ha llevado a la dirección de la Academia a decidir un recorte del 50% de las horas lectivas de la Escuela de Nuevas Tecnologías Artísticas. Y, obviamente, profesores y alumnos no se lo han tomado nada bien: de hecho, está prevista una protesta, que empezará con la proclamación del estado de agitación.
La directora de la Academia, Lucilla Meloni, se limita a decir que poco se puede hacer: hay que tomar nota de los recortes y ’mantener la oferta educativa en la lógica del máximo ahorro’. Partiendo de la premisa de que “no podemos permitirnos gastar 100.000 euros en la escuela de Nuevas Tecnologías del Arte, a pesar de que representa la excelencia en Italia”. Se plantea entonces la cuestión de en qué invertiría la Academia, si no es en un curso de gran interés y utilidad primaria, y uno de los cursos de más éxito del instituto. La Academia de Bellas Artes no sólo forma pintores y escultores, como quiere el imaginario colectivo. Una Academia de Bellas Artes, y la de Carrara no es una excepción, forma también a otras figuras tan indispensables para una sociedad moderna y civilizada como los artistas: diseñadores, webdesigners, técnicos de cámara, técnicos de sonido, directores, desarrolladores multimedia, fotógrafos, técnicos de animación, modeladores 3D, diseñadores gráficos publicitarios... en fin, probablemente todos los días tengamos que lidiar con algo que ha sido producido, editado, realizado, modificado, arreglado por alguien que ha completado su formación en una Academia de Bellas Artes. Reducir la calidad de una escuela de la que saldrán personas a las que se confiará la tarea de trabajar con las nuevas tecnologías sería un flagrante acto de autoderrota. Los contratistas de la escuela, por su parte, cuantificando el recorte en unos 30.000 euros, proponen partidas capitulares para que la dirección ahorre, evitando así recortar la oferta docente.
Pero más allá de todo eso, hay algo mucho más grave que los recortes. En primer lugar, el hecho de que, escuchando a la dirección, uno tiene la impresión de que no se puede hacer nada contra estos recortes. Parecen caídos del cielo. Quizá deberíamos pensar en luchar de verdad para afirmar el papel de la educación en nuestra sociedad: ¿cómo es posible soportar pasivamente decisiones tan perjudiciales para la calidad de la oferta educativa de una institución tan importante como la Academia de Bellas Artes de Carrara? Y entonces el clima de resignación parece haberse apoderado de la situación: se navega de vista, los intentos de discusión con el Ministerio o con los organismos que deberían financiar la Academia son mínimos. Sería algo si se pudiera establecer una discusión fuerte e incisiva. La Academia, por el contrario, sigue perdiendo piezas: tras perder el curso de restauración, que desde este año se ha suprimido, a pesar de los vanos intentos de la presidencia por salvarlo, el instituto corre el riesgo de ver cerrar también la Escuela de Nuevas Tecnologías del Arte. Y eso no nos lo podemos permitir.
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Palacio Cybo-Malaspina, sede de la Academia de Bellas Artes de Carrara. Foto de Davide Papalini distribuida bajo licencia Creative Commons |
La Academia debería renovarse de arriba abajo: falta por completo, por ejemplo, un diálogo con la ciudad. Traducido: la Academia no involucra a la ciudad en la organización de eventos (y viceversa), excepto en algunos casos esporádicos e improvisados, y hay una falta total de iniciativas, convenciones y cualquier otra cosa que llevaría a los estudiantes a experimentar plenamente la ciudad e integrarse con los lugareños. Falta implicación privada, pero éste es un problema común a toda Carrara: los empresarios de Carrara son famosos por su escasa inclinación a invertir en el territorio, con el resultado de que la zona es una de las más deprimidas del norte de Italia. ¿No estaría bien que el cambio empezara por la Academia, buque insignia y excelencia de la ciudad? Es más: los proyectos en curso se arrastran desde hace años sin una planificación efectiva o, al menos, un final a la vista, y los fondos siguen recortándose con todo lo que ello conlleva en términos de calidad de la enseñanza, servicios, eventos, exposiciones... en fin, de todo.
Dan ganas de hablar. O de conceder empalagosas e inútiles entrevistas a los periódicos locales, publicadas apenas tres días después de nuestro artículo, en las que reinala autocelebración: todo parece ir bien y todo marcha sobre ruedas. Pues bien, sólo queda lanzar una provocación: cerremos la Academia de Bellas Artes. Qué sentido tiene mantener un instituto que sigue adelante por inercia y que atrae a estudiantes de fuera, no porque se haya trabajado para atraerlos, sino sólo porque la cúpula directiva ha tenido la suerte de encontrarse al frente de una Academia que tiene doscientos años de historia, por la que han pasado personajes como Lorenzo Bartolini, Jean-Baptiste Desmarais, Benedetto Cacciatori y otros, y que está situada en la ciudad que proporcionó el principal material a los más grandes escultores de la historia. Si la Academia hubiera estado ubicada en cualquier otra ciudad de Italia, del mismo tamaño pero sin la historia de Carrara, podría haber cerrado hace mucho tiempo.
En las últimas horas, además, se ha producido la terna de la que saldrá elegido el nuevo presidente. Hay que decir que ha ido mejor de lo que se podía pensar hace unos días. El nuevo presidente deberá tener lo que desde hace tiempo se considera necesario: una cultura sólida, capacidad de planificación, capacidad de organización, capacidad de gestión, capacidad de presentarse como un interlocutor fiable con la ciudad, con las instituciones, con las empresas. Dejando a un lado las provocaciones (amo demasiado a mi ciudad y a su Academia como para pensar en tomármelas en serio), esperemos contar con un presidente que logre devolver a la Academia de Bellas Artes de Carrara el prestigio que merece y el lustre que desgraciadamente ha perdido en los últimos años.
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