La noticia es de hace unos días: el ayuntamiento de Pisa ha aprobado el proyecto de construcción de una noria con vistas a la Torre Inclinada. La noria tendrá una altura de cincuenta y seis metros (la misma que la Torre) y se colocará en el aparcamiento de Via Pietrasantina, que está a medio kilómetro de la Piazza dei Miracoli. La intención del Ayuntamiento es hacer un experimento inicial, de tres meses de duración, para después dotar a la ciudad de forma permanente de la atracción de feria. El proyecto ha recibido un dictamen favorable de la superintendencia.
Hay que subrayar que la noria no debería suponer ningún coste para la administración municipal, ya que la construcción, la gestión y el mantenimiento correrán a cargo del privado que gane la licitación del proyecto, según explica La Nazione. No obstante, es legítimo avanzar numerosas perplejidades sobre la conveniencia de realizar una atracción de este tipo, sobre la idea de turismo y valorización que pretende perseguir la administración pisana y sobre el impacto que tendrá una noria en una de las zonas de mayor concentración turística de todo el país (se calcula que tres millones de visitantes pasan cada año por el conjunto monumental del Duomo).
Se podría partir de las declaraciones delconcejal de cultura, Andrea Ferrante, que no escatima en comparaciones con otras ciudades: "nuestra ciudad tendrá una noria como París, Londres y Viena. Pisa es una ciudad con un alma viva y fuerte, dotada de una historia centenaria, un tejido urbano que no tiene parangón en el mundo (huelga decir que la Piazza dei Miracoli es única no sólo desde el punto de vista artístico y arquitectónico, sino también urbanístico), un centro histórico que conserva testimonios vivos de su pasado. Alberga una de las universidades más antiguas de Europa, así como dos institutos de excelencia como la Normale y Sant’Anna, y cuenta con una vida cultural que quizá no alcance el nivel de las grandes ciudades, pero que sin embargo tiene su propia connotación. Por estas razones, la idea de que Pisa persiga a las tres capitales europeas mencionadas por Ferrante, además con una atracción totalmente ajena a la historia de la ciudad, podría considerarse vagamente ofensiva: la Riesenrad del Prater de Viena data de 1897, y sus homólogas en París y Londres, la Grand Roue y el London Eye, no son más que reinterpretaciones modernas de las Grandes Ruedas que se construyeron al margen de los centros históricos de ambas capitales a principios del siglo XX (la primera Grand Rou e parisina se erigió durante la Exposición Universal de 1900, mientras que las obras de construcción de la Gran Rueda de Londres comenzaron ya en 1894). Pisa tiene sus propias especificidades, que no reciben ningún valor añadido de una noria de cincuenta y seis metros.
Especificidades que, por otra parte, a menudo permanecen desconocidas para los visitantes que llegan a Pisa procedentes de todo el mundo, pero que con demasiada frecuencia limitan su visita a la ciudad únicamente a la Piazza dei Miracoli: si acaso, la zona de la catedral debería descongestionarse en favor de una mayor participación de los turistas en la vida de la ciudad en su conjunto. Auténticas joyas como el Museo Nazionale di San Matteo, las domus medievales y las numerosas iglesias del centro histórico (baste mencionar el ejemplo de San Paolo a Ripa d’Arno, olvidada hasta el abandono durante años) siguen siendo objetos desconocidos para muchos turistas. La desproporción es evidente si tenemos en cuenta los datos de visitas referidos a 2014, con 1,7 millones de visitantes que entraron en la Catedral, 600.000 en el Baptisterio, algo menos de 500.000 subieron a la Torre, frente a sólo 12.000 que accedieron al Museo Nacional de San Matteo. Por tanto, una noria situada cerca del conjunto monumental va en dirección contraria a un posible proyecto de valorización del tejido histórico y cultural de toda la ciudad.
Por último, debemos reflexionar sobre la imagen que queremos dar de nuestras ciudades. ¿A qué deben parecerse, a ciudades pobladas y habitadas o a parques temáticos para turistas y de los que excluir a los lugareños? ¿Deben comunicar a los turistas que son únicas en el mundo, o deben imitar situaciones completamente distintas, convirtiéndose en sucedáneos “medievales-renacentistas” de Londres o Singapur? ¿Queremos que los viajeros salgan de nuestras ciudades enriquecidos culturalmente, o basta con enseñarles “la Torre de Pisa desde arriba”? Mientras tanto, frente a algunas reacciones dispersas en sentido contrario ( la opinión adversa de Salvatore Settis y la perplejidad de Italia Nostra), también se ha formado un buen número de partidarios del proyecto, y muchos ya han reclamado una ubicación más céntrica para la rueda. A algunos les gustaría incluso instalarla en los Lungarni. Nosotros, sin embargo, no queremos resignarnos a la idea de una ciudad que pierde el orgullo de su identidad y necesita norias para presentarse mejor a los ojos del mundo.
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