En una increíble oleada de despertar colectivo, el mundo se ha dado cuenta de que existen objetos llamados “monumentos” y, lo que es más importante, se ha percatado de repente de que esos objetos pueden contar historias que a la mayoría de la gente no le gustan. O al menos si eres un afroamericano que ha sido brutalizado durante siglos por los europeos blancos y, a pesar de ello, sigues viéndote representado en todas partes como un esclavo encadenado a los pies de un macho blanco dominante o, si tienes suerte, como un salvaje desnudo útil sólo para garantizar al colonizador pródigas provisiones de piñas y plátanos. Es comprensible, pues, que alguien se oponga a que en las ciudades del mundo civilizado de 2020 estos monumentos sigan exhibiéndose como si nada hubiera pasado: de ahí que se haya abierto un debate mundial sobre el papel de los monumentos y la memoria, con momentos de reflexión que se aprovechan en todo el mundo para entender cómo podría evolucionar el asunto y cómo compartir una memoria que incluya a todos y que sea capaz de representar el mundo de hoy, que obviamente no es el del siglo XIX.
En todo el mundo menos en Italia: aquí no hay debate público sobre los monumentos, sino que todo se ha reducido a una única cuestión, a saber: ¿hay que conservar el monumento a Montanelli o hay que retirarlo? Ni siquiera el obelisco de Mussolini fue tan discutido como esa fea estatua en los jardines de Porta Venezia en Milán, y sí, Italia tiene un montón de monumentos controvertidos (por ejemplo, pregunten en el sur qué piensan de Enrico Cialdini). Y así, puesto que este monumento es un obstáculo para una discusión seria y pacífica sobre el papel de los monumentos en Italia, puesto que la discusión nunca podrá avanzar hasta que se encuentre una solución al problema (porque cada vez que sale el tema de los monumentos, siempre saltará alguien a armar jaleo con “¿qué pasa con la estatua de Montanelli?”), ya que la izquierda también quiere dejar la estatua donde está (y luego se preguntan por qué pierden las elecciones), ya que por lo tanto esa estatua fea e inútil debe permanecer donde está, y ya que Montanelli puede ser considerado como el periodista más sobrevalorado de la historia del país, propongo tres ideas posibles para resolver el problema de una vez por todas y conciliar las necesidades de los que no quieren quitar la estatua con las de los que quieren honrar la memoria de Montanelli a su manera.
Primera idea: inspirémonos en una canción muy famosa de Georges Brassens (revisitada en versión italiana por De Andrè) y añadamos detrás de la estatua de Montanelli la escultura de un gorila grande y cachondo, a punto de abalanzarse sobre el periodista que teclea, para dar rienda suelta a sus instintos libidinosos. Imaginemos la sorpresa de Montanelli al darse la vuelta y ver al enorme e imperioso cuadrumano preparándose para devolverle el favor de haber hecho impunemente sus negocios con una niña africana de 12 años. Se convertiría en un grupo escultórico que figuraría en los manuales de historia del arte.
Segunda idea: contratemos un escuadrón de palomas mensajeras y entrenémoslas para que dejen caer todos los días una lluvia de bombas de guano sobre la estatua, a fin de ofrecer un homenaje escatológico a la memoria de Montanelli que seguramente sería apreciado por muchos. Esto también resolvería el problema de los milaneses que aparcan cerca de los jardines y encuentran sus coches invariablemente sucios.
Tercera idea: tomemos ejemplo de lo que ocurre desde hace años con la estatua del duque de Wellington en Glasgow. Para los que no conozcan la historia de esta obra: un buen día, en los años 80, una persona de buen corazón se levantó y decidió ponerle al duque un cono de tráfico (ya saben, los blancos y naranjas) a modo de sombrero. Y desde entonces se ha convertido en tradición dejarlo allí. O mejor dicho: la administración municipal intentó por todos los medios que se lo quitaran, pero el alfiler burlón reaparecía cada día. Por ejemplo, intentaron elevar la base de la estatua para dificultar su instalación: pero a los descendientes de William Wallace no les intimida la altura. Así que al final, como pagar a un tipo para que montara a caballo todos los días y quitara el alfiler se consideró demasiado caro para las arcas de la ciudad, el alcalde de Glasgow sancionó “haz lo que quieras” (quizá no con esas palabras, pero es lo esencial) y el cono no ha abandonado la estatua desde entonces. Aquí, con Montanelli podríamos hacer algo parecido, sólo que en lugar del cono de tráfico podríamos ponerle otros objetos. Alguien dirá que un preservativo, como sugirió la semana pasada un tipo que en la parada del tranvía de piazza Cavour pegó un cartel con la estatua de Montanelli insertada bajo un preservativo gigante: así, cada vez que el ayuntamiento la retire, los habitantes irán a reinstalarla.
La propuesta se elegirá rigurosamente por televoto desde casa, abierto también a los no milaneses. Después de eso podremos archivar definitivamente el asunto y dedicarnos a cosas serias.
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