Casi sabe a burla o escarnio. Anteayer mismo, “Artribune” publicó una carta abierta mía a Eugenio Viola, nombrado comisario del Pabellón de Italia en la próxima Bienal de Venecia, en la que le recomendaba que devolviera esta sección al espacio central de los Giardini di Sant’Elena, como había sido durante tantos años, incluido aquel 1972 en que, en colaboración con Francesco Arcangeli, yo mismo pude ocupar una suite de cinco salas, un ala entera del Palazzo. Al parecer, el actual comisario no ha hecho nada por restablecer tal situación, que nos correspondería a nosotros como país anfitrión del evento y que pagamos en gran medida el precio de organizarlo. Supongo que nuestra representación se queda en ese lugar del fin del mundo, cuando más allá sólo está la Laguna. Pero lo más grave es que la elección ha recaído en un solo artista, un tal Gian Maria Tosatti, un hombre de 40 años del que, reconozco que por ignorancia por mi parte, no sé absolutamente nada, y no es fácil entender cómo es su obra a través de unos cuantos vistazos en las redes sociales.
Es un acontecimiento único por su extremismo, que sólo podría justificarse si se tratara de un talento excepcional, casi una bomba que estallara en la cara de todos, pero no lo creo. Me pregunto cómo un presidente de la Bienal y un director de sección han podido permitir una elección tan arriesgada, incluso punitiva hacia nuestro arte, que incluso en la gloriosa institución de la Bienal debería encontrar apoyo y resonancia. Tal vez sin exagerar, como logró hacer Sgarbi en la peor realización de ese pabellón, donde logró atiborrar decenas de presencias. Pero vamos, en cuanto a articulaciones, poéticas y tendencias de investigación, hoy en día sobran, y desde luego no nos faltan. Además, por si la gravedad de este monótono y masoquista supuesto no fuera suficiente, me entero de que este portentoso Tosatti también ha sido designado, como único seleccionador, para comisariar la próxima Cuadrienal, lo que, si cabe, resulta aún más chirriante. No es que la Cuadrienal brille en sus distintas rondas, de hecho entre nuestras grandes instituciones, la Bienal, la Trienal y precisamente la Cuadrienal, es esta última la que sale peor parada.
La Bienal es la ganadora, si no cae en el error que aquí estigmatizo, pero tiene la periodicidad adecuada, y hay decenas de ellas en todo el mundo que se inspiran en su modelo. Además, el certamen veneciano también ha tenido el mérito de dotarse del arte que le faltaba, la arquitectura, que ha incluido en sus actividades fijas desde los años 80, con gran éxito, hasta el punto de hacer morder el polvo a su competidora, la Trienal de Milán, que ya no creía en la posibilidad de respetar esa periodicidad para la arquitectura y actividades afines, Pero, gracias a la excelencia y amplitud de sus espacios, el Palacio de las Artes milanés se defiende bien, acogiendo un gran número de eventos y exposiciones capaces de atraer a un vasto público.
La Quadriennale, por el contrario, es el paciente lánguido, que intenta relanzarse cambiando de lugar en la cama, pero se empantana cada vez más en errores y pasos en falso. También en este caso sería quizás una buena idea echar una mirada al pasado, a las buenas tradiciones, para hacer de este instrumento un registro fiel de lo que ha sucedido en el cuatrienio, dedicando homenajes significativos y monográficos a los artistas que han desaparecido entretanto, y reconociendo las direcciones que han surgido entretanto. Esto, sin embargo, implica una actividad colectiva, capaz de movilizar diversas fuerzas, también para ofrecer testimonio de cómo se ha desarrollado entretanto el trabajo de los críticos, e incluso de los galeristas. En lugar de una crítica colectiva tan justa, esta vez tendremos un monólogo recitado no sé con qué competencia y previsión.
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