Este editorial lleva la firma de “Redazione” porque ha sido escrito colectivamente y porque expresa la posición de toda la redacción.
Es cierto: no existe una Nápoles dorada, una Nápoles de las maravillas donde no existan los problemas. Y es cierto que la Nápoles resplandeciente de tesoros antiguos, museos, galerías, música y teatro está constantemente amenazada por sus grietas: delincuencia, decadencia, abandono. Sin embargo, la Nápoles “dorada” de Stanotte a, sin oponerse a la Nápoles de los problemas y las grietas, puede describirse y contarse fácilmente sin tener que hablar necesariamente de la Camorra y la delincuencia. Se puede hablar de Nápoles sin mencionar en el preámbulo que las bellezas de la ciudad corren peligro por la presencia de actividades delictivas en la zona (algo que, en cualquier caso, el programa Stanotte a nos recordaba al principio del programa): y es que dar a conocer la historia y la cultura de una ciudad es también una forma de consolidar y aumentar el sentido cívico de quienes viven en ella, de quienes la visitan y de quienes la aman. También lo es hacer emisiones expositivas en las que se profundiza en los problemas. La divulgación histórico-artística y la denuncia social no están reñidas. Ambas contribuyen al mismo objetivo: sensibilizar al público.
Entonces, ¿comete una grave omisión quien relata Nápoles sin hablar también de la delincuencia? Quien relata Nápoles sin hablar también de la Camorra, ¿ofrece una lectura distorsionada del territorio? Si así fuera, además, tendríamos que hacernos estas preguntas cada vez que hablamos de las muchas ciudades de nuestro país, de norte a sur, que no son inmunes a presencias vinculadas al crimen organizado, llámese mafia, ’ndrangheta, camorra, sacra corona unita, etcétera.
Estamos firmemente convencidos de que todas las organizaciones criminales de nuestro territorio deben ser combatidas sin tregua, que este compromiso no debe delegarse únicamente en las fuerzas del orden y que debemos aprovechar todas las oportunidades que se nos ofrecen para hablar y denunciar con el fin de crear una conciencia civil cada vez más fuerte y decidida a no dejarse corromper por la mentalidad de las organizaciones criminales. La televisión en este sentido ofrece una gran oportunidad para el análisis en profundidad porque te permite llegar a millones de espectadores, teniendo cuidado con lo que ofreces y con lo que propones, y sobre todo teniendo cuidado con subestimar a los espectadores, especialmente a aquellos que están interesados en determinados programas. Si acaso, quizá habría que dedicar más espacio en la televisión a los programas de denuncia, y a la espera de que llegue también a Campania un drama al estilo del comisario Montalbano (donde se denuncia el crimen, donde siempre ganan los buenos, y donde al mismo tiempo, entre investigación e investigación se muestran las bellezas de la zona), deberíamos dejar que los divulgadores sean divulgadores, los historiadores del arte sean historiadores del arte, los economistas sean economistas, los virólogos sean virólogos, los cómicos sean cómicos, etcétera. El deseo de hablar de todo gusta a muchos, pero no es para todos.
Nápoles no es todavía una ciudad ideal, pero tampoco una cloaca a cielo abierto. Y si Alberto Angela ha contado su lado más brillante, Gomorra, de Roberto Saviano, ha contado sin duda su lado más oscuro y violento. Dos productos de éxito que cuentan dos caras de la misma moneda. Es más, de la misma ciudad.
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