Sobre las inútiles alfombras rojas que invaden Liguria


Sobre la iniciativa de marketing del verano ligur: alfombras rojas desplegadas en los pueblos de Liguria para dar la bienvenida a los turistas que se alojan en la región.

Me pregunto si Giovanni Toti, gobernador de la región de Liguria, habrá leído alguna vez ese excelente libro del periodista de La Spezia Marco Ferrari titulado Mare verticale (Mar vertical). Es una especie de rito de iniciación para el viajero exigente que desea aventurarse en la franja de costa comprendida entre Levanto y Bocca di Magra, pero también para el habitante que desea conocer mejor su propia tierra. Y como todo rito de iniciación que se precie, el de Marco Ferrari parte también de los abismos más profundos que el iniciado puede tocar (y que en el libro, afortunadamente, duran poco), para luego progresar lentamente y elevarse hacia las altas cimas de las artes y la literatura. Los abismos, en Mare verticale, son simplemente las Cinque Terre, que han vendido su alma al turismo de masas de los estadounidenses que viajan con la guía de Rick Steves en el bolsillo, en busca de esos lugares para una “escapada veraniega perfecta” que preconiza el Huffington Post, pero que se verán obligados a compartir con otros miles de compatriotas culpables de transformar el paseo de Via Fegina en una especie de Quinta Avenida de Monterosso al Mare. Una minúscula franja de costa, de 20 kilómetros en el mejor de los casos, pero recorrida cada día por multitudes ruidosas, bulliciosas y sudorosas, que asaltan los trenes regionales que hacen el trayecto entre La Spezia y Levanto y empujan a los lugareños a buscar refugio en otros lugares: en las cercanas playas de Levanto y Bonassola para los que quieren disfrutar de un poco de mar, en el centro de La Spezia para los que (paradójicamente, podría pensarse) quieren mantenerse alejados del caos.

Pero quizá Giovanni Toti no haya leído el libro mencionado y haya debido de pensar en el turista de masas medio, como el que deambula con una mochila al hombro y una cámara de fotos al cuello por las callejuelas de Vernazza o Riomaggiore, cuando le pareció interesante la nueva iniciativa para promover el turismo en las ciudades de Liguria: kilómetros de alfombras rojas, colocadas en los centros neurálgicos de algunas de las ciudades más importantes de la región, para “acoger a los visitantes con una pasarela excepcional”. Los objetivos del proyecto pueden leerse en la nueva web de promoción turística regional, lamialiguria.it: un portal que, con fraseología de revista de cotilleos de tercera (algunos de los titulares de la página de inicio: “playas secretas”, “las playas más pintorescas”, “la dieta ligur para el verano”, “diez itinerarios en pueblos de ensueño”, “las diez experiencias gastronómicas ineludibles en Génova”), dedica una sección especial a las localidades atravesadas por las alfombras rojas bermellón. O mejor dicho: por las "alfombras rojas", como las identifica la campaña promocional. Porque, desde luego, no queríamos renunciar al evidente anglicismo cutre que evoca las atmósferas cinematográficas.

Il red carpet di Montemarcello (La Spezia)
La alfombra roja de Montemarcello (La Spezia). Foto: Finestre Sull’Arte

Lejos de considerar la instalación de alfombras rojas en las ciudades de Liguria como una “desfiguración”, como algunos se han aventurado a hacer (aunque en Portovenere se encontraron daños en el pavimento frente a la iglesia de San Pietro debido a los clavos con los que se fijó la alfombra, y la Superintendencia ya ha tronado contra la iniciativa), hay que hacer algunas consideraciones. Empezando por el hecho de que las alfombras rojas no aportan nada a los pueblos que las acogen, sobre todo si están pensadas para “dar la bienvenida”. Hay otras prioridades que la Región debería tener en cuenta, cuando se trata de hospitalidad: en el informe de 2016 del Observatorio del Turismo de Liguria, encargado por Unioncamere Liguria al Instituto Nacional de Investigación Turística, los resultados menos entusiastas en cuanto a la opinión de los viajeros sobre su estancia se referían a la presencia de conexiones wi-fi gratuitas en la zona, los precios en los puertos deportivos, la cortesía y hospitalidad de la gente y la disponibilidad de información turística en la zona. No está claro, por tanto, cómo una alfombra roja puede garantizar una mejor acogida, si luego los turistas tienen dificultades para encontrar información (y bastaría con echar un vistazo a los horarios de apertura de muchas oficinas de información turística y de recepción para hacerse una idea) o no encuentran emocionante la hospitalidad de los lugareños.

De nuevo: extender alfombras rojas es una medida que fomenta esa transformación del territorio en un parque de atracciones para turistas contra la que se está intentando luchar desde muchos frentes. Los pueblos corren el riesgo de quedar reducidos aún más a localidades, y no a ciudades vivas, a lugares donde los habitantes desempeñan el papel de máscaras que responden exclusivamente a las necesidades de los turistas, y no al de ciudadanos que viven plenamente el territorio. Y lo que es más, es un movimiento acompañado del espantoso mensaje cafonal que promete “regalar emociones de estrella” al turista: una terrible operación de ese marketing vacuo, banal, rancio, carente de ideas, capaz sólo de hablar a los instintos más groseros, ya superado y que ni siquiera se tiene en cuenta en los debates más actuales, y que sobre todo uno nunca querría ver aplicado a su propia tierra, sobre todo si se trata de una tierra necesitada de una verdadera valorización.

Tomemos, por ejemplo, una de las últimas “alfombras rojas” instaladas en la región, la de Montemarcello, inaugurada el domingo pasado. Una alfombra que, como leemos en “lamialiguria.it”, aspira a “valorizar la historia del pueblo y su patrimonio arquitectónico, como la torre circular de 1286 y la iglesia del siglo XVII, hasta los límites del núcleo habitado donde la vista se abre a uno de los panoramas más sugestivos de la zona”. Uno podría pensar cómo es posible realzar las especificidades de Montemarcello si la alfombra roja cubre casi por completo el típico pavimento de terracota que recorre las calles del pueblo, en algunos lugares incluso ocultándolo por completo, pero hay más. En efecto, mientras en las callejuelas de este pueblo aferrado a la cima del promontorio de Caprione se extienden inútiles y cáusticas alfombras rojas, en los salones de las instituciones se debate una propuesta del consejero regional de Medio Ambiente, a saber, lasupresión del Parque Natural Regional de Montemarcello-Magra-Vara, un espacio protegido de más de cuatro mil hectáreas, creado en 1982 y ampliado posteriormente en 1985 y 1995, con el objetivo de salvaguardar el entorno único de Val di Magra y Val di Vara, cuya principal característica es la extrema riqueza de sus microclimas gracias a la cual, asegura Legambiente, los valles de los ríos Magra y Vara, que se extienden desde los Apeninos hasta el mar, han desarrollado una “reserva de biodiversidad dos veces superior a la media de los ríos nacionales”. Pero eso no es todo: el parque siempre ha desempeñado un papel fundamental en la protección contra la agresión de la especulación inmobiliaria y el exceso de construcción. Mientras tanto, la propuesta de suprimir el parque no se basa en ninguna hipótesis científica, sino sólo en motivaciones burocráticas (sin embargo, no es suprimiendo el parque como se resolverán sus problemas: si acaso, es necesaria una reforma seria), y luego aparece en flagrante contradicción con el deseo de “valorizar” un pueblo que es parte integrante de ese parque, hasta el punto de figurar en su nombre.

Así pues, cabe preguntarse qué sentido tiene la “valorización” de alfombra roja si luego disminuye la protección del territorio, si no va acompañada de acciones específicas (como la simple instalación de paneles explicativos que ilustren la historia de la aldea), si no se emprenden iniciativas serias para mejorar la usabilidad, la acogida y la accesibilidad de los lugares que se quieren valorizar, y si no se piensa en el hecho de que nuestras ciudades, incluso antes de ser atracciones para turistas, son lugares donde otras personas tienen que pasar toda su vida. En lugar de organizar iniciativas puntuales, efímeras, escasamente eficaces y que sólo sirven para gastar un poco de tinta en algún escritorzuelo complaciente inclinado a “emocionarse” por encargo con sólo leer un comunicado de prensa, pensemos pues en mejorar lo que realmente interesa a los turistas. Y eso suele coincidir también con lo que interesa a los lugareños.


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