Sobre el caso de los museos de Trieste. ¿El verdadero problema? Los hábitos de las administraciones


En las últimas horas se ha difundido la noticia de que se ha suprimido el cargo de director de los museos cívicos de Trieste. En realidad, el nuevo organigrama prevé una amalgama de competencias: nada nuevo en Italia. En todo caso, el verdadero problema son los hábitos de algunas administraciones locales.

Quienes estén familiarizados con la maquinaria administrativa que mueve la mayoría de los museos cívicos italianos no habrán caído en excesos de asombro al leer la noticia de la supuesta supresión de la función de “director de los museos cívicos de Trieste”. Entretanto, por lo que parece desprenderse de las notas de prensa emitidas por el ayuntamiento, los contornos del asunto son mucho más borrosos. Incluso si no se tiene en cuenta el pasado, si se lee el nuevo organigrama del Ayuntamiento de Trieste uno se dará cuenta de que los museos no han sido privados de su director: si acaso, ha habido una remodelación de competencias. Mientras que antes existía un Servicio de Museos y Bibliotecas del que dependían todos los espacios culturales de Trieste, el nuevo organigrama introduce una escisión y dos fusiones: los museos se separan de las bibliotecas, y los primeros se colocan en un mismo caldero junto con el turismo y el deporte, mientras que los segundos se fusionan con la educación. Al mismo tiempo, se crean dos nuevos departamentos (“Promoción del Turismo, Museos, Eventos Culturales y Deportivos” y “Escuela, Educación y Bibliotecas”), que dependen del mismo departamento (“Escuela, Educación, Promoción del Turismo, Eventos Culturales y Deportivos) del que antes dependía el departamento de ”Museos y Bibliotecas", pero las estructuras de gestión de los museos (es decir, la Administración de Museos, los Museos Históricos y Artísticos y los Museos Científicos) no han cambiado. La verdadera novedad, en esencia, es que mientras que antes había dos responsables distintos encargados de los museos, por un lado, y de la promoción turística, por otro, ahora, por probables razones de racionalización de gastos, los dos temas serán responsabilidad de una sola persona. Evidentemente, se trata de una medida muy discutible, pero leída en estos términos no suscita el mismo escándalo que cuando se lee que los museos se han quedado sin director.

Además, la noticia no es asombrosa porque, si se quiere valorar desde una perspectiva diacrónica, entonces hay que recordar que los museos cívicos individuales de Trieste ya llevaban tiempo bajo la dirección de un único director. Al menos desde 2017, como se deduce de un artículo de abril de ese año en la página web de Trieste Musei, es decir, al día siguiente del nombramiento de Laura Carlini como directora del entonces recién fundado Servicio de Museos y Bibliotecas. “El trabajo que espera a Laura Carlini”, decía el artículo, “es decididamente exigente y lleno de incógnitas. Tendrá que dirigir una nueva entidad, formada por todas las instituciones culturales de Trieste, cada una de las cuales ha tenido históricamente su propio director especializado. En otros tiempos habría sido impensable confiar una gran biblioteca al director de un museo, pero ahora no es tan raro (ocurre en toda Italia) verlo todo unido bajo un único director. Esto es también lo que ha hecho el Ayuntamiento de Trieste, y ahora está empezando el experimento del paquete cultural único. Hay que decir, sin embargo, sin eufemismos, que se trata de una especie de ”monstruo“ institucional querido por la administración esencialmente para recortar puestos directivos en el sector de la cultura. De hecho, hasta 2011 había cuatro gestores, en 2012 pasaron a ser tres, en 2015 dos, y ahora, precisamente, toda la gestión del enorme patrimonio cívico se concentra en una sola figura, que tendrá que dirigir una veintena de museos (entre ellos un buen número necesitados de un trabajo urgente tanto de estructuras como de organización y productividad) y una gran biblioteca que lleva años sufriendo por la pérdida de su ”sede histórica". En resumen: los museos cívicos de Trieste llevan al menos cinco años sin director. Haber confiado los museos a la promoción turística sin alterar las estructuras de gestión no es, desde luego, una sacudida burocrática tan grande como la que sufrieron los museos de Trieste en 2017.

Fachada del Museo Revoltella de Trieste. Fotos Ayuntamiento de Trieste
Fachada del Museo Revoltella de Trieste. Foto Ayuntamiento de Trieste

Hay, pues, una tercera razón para no sorprenderse de lo que está ocurriendo en Trieste, y es que el modelo de gestión adoptado para la capital juliana prevalece en un gran número de otras ciudades italianas, donde todos los museos suelen depender de un único gestor y luego tienen conservadores, funcionarios encargados, monitores culturales asignados a las más variadas funciones y, por supuesto, responsables de público, recepción y vigilancia. Pero no tienen director. Y, hablando de sectores municipales (sin entrar en las direcciones científicas: en las ciudades de abajo, algunos museos las tienen, otros no), a los museos se unen a menudo bibliotecas y archivos, como es el caso de La Spezia y Módena (en Liguria un museo tiene director y los otros no, en Módena hay uno), y a veces incluso turismo, como en Piacenza (donde el director del sector es también director de los museos cívicos) o en Monza (donde no hay director científico), donde por lo tanto la organización del sector no es tan diferente a la de Trieste, pero puede ocurrir que algunos directores de cultura se ocupen también de otras cosas: en Prato (donde hay un director), por ejemplo, el responsable de cultura y turismo se encarga también de la comunicación (así, la urp, la oficina de prensa, la comunicación interna, las relaciones internacionales, los procesos participativos), mientras que en Viterbo se encarga también de las instalaciones deportivas. Las competencias se amplían aún más en los municipios más pequeños. El problema, por tanto, no es la distribución de competencias de los gestores municipales, sino la ausencia de direcciones científicas.

Sin embargo, está bien que se mencione esto para poner de relieve un hábito de muchas administraciones que es todo menos bueno, y que no se ajusta a la normativa del Ministerio de Cultura ni a las recomendaciones del ICOM, según las cuales cada museo debería tener su propio director: En cambio, la situación contraria corre el riesgo de convertirse en la proverbial lotería, según la cual un director que puede tener una formación sectorial gestionará los museos con inteligencia, confeccionará una programación de calidad, se preocupará de que el sistema didáctico funcione, etc., mientras que un director puramente administrativo corre el riesgo de quedar a merced del concejal de turno. Es lo que ha ocurrido, por ejemplo, en Carrara, donde hasta 2019 (es decir, el año en que se aprobó el reglamento para la organización del centro museístico con vistas a obtener la relevancia regional y la introducción de directores) el concejal de cultura era de facto el director de los museos cívicos, con todos los avatares del caso y con toda la falta de continuidad que tal situación necesariamente conllevaba.

Hay, se ha dicho, documentos a los que remitirse. El primero es la Recomendación del Icom a Anci, Upi y Autoridades Locales sobre la Dirección de los Museos Cívicos, un texto aprobado en Palermo en 2011, en el que ya se vislumbraba una tendencia que luego (el caso de Trieste lo demostró hace cinco años) se generalizó aún más, a saber, la reducción y en algunos casos la desaparición de las direcciones científicas. “Las funciones de dirección científica, caso único en Europa”, reza el documento, “se atribuyen ahora casi siempre a gestores administrativos a los que se atribuyen también todas las competencias y responsabilidades, incluidas las puramente científicas y museológicas relativas a la investigación, la didáctica, el estudio, la propuesta de programas anuales y plurianuales de actividades museísticas y, más en general, todas las funciones y finalidades institucionales del museo definidas en el art. 101 del Decreto Legislativo 42/2004 Código del Patrimonio Cultural y del Paisaje”. Por ello, el Icom subraya la necesidad de la presencia de un “director plenamente responsable del desarrollo y ejecución del proyecto cultural y científico del museo” y recomienda a las administraciones titulares de los museos cívicos que se comprometan “a solicitar y verificar como condición indispensable para el acceso alcargo de director previsto en la Carta Nacional de Profesiones Museísticas”, que los directores sean plenamente responsables del desarrollo y ejecución del proyecto cultural y científico del museo, así como de su gestión global, y que las competencias de gestión administrativa no se extiendan al gobierno de la investigación, la conservación y la educación.

Luego está el Código Deontológico de la Icom, que establece en su artículo 1.12 que el director del museo “constituye una función clave” y que a la hora de nombrarlo “las administraciones responsables deberán tener en cuenta los conocimientos y competencias necesarios para el desempeño eficaz de la función”. Y por último, está el Decreto Ministerial 113/2018, Aprobación de los niveles mínimos uniformes de calidad de los museos y lugares de cultura de titularidad pública y activación del Sistema Nacional de Museos, que introdujo (confirmando, y de hecho corroborando, lo contenido en el Decreto Ministerial. 10 Mayo 2001, Atto di indirizzo sui criteri tecnico-scientifici e sugli standard di funzionamento e sviluppo dei musei) entre los requisitos mínimos para un museo se encuentra la “identificación formal de la figura de un director con competencia específica y experiencia profesional, posiblemente también compartida con otras instituciones”. Este requisito se considera precisamente “mínimo”, es decir, un elemento sin el cual el museo no puede inscribirse en el Sistema Nacional de Museos.

El problema, por tanto, no reside tanto en el hecho de que los museos cívicos de Trieste ya no tengan directores: esto es así desde hace algunos años. El verdadero problema es que las recomendaciones de los organismos que representan a los museos y sus intereses son cada vez más desatendidas por las administraciones locales y no se vela por cumplir las normas mínimas de la normativa ministerial, con lo que los museos caen en la escala de prioridades y se ven obligados a trabajar en medio de limitaciones financieras y falta de atención, o bien son tratados como atracciones turísticas y, por tanto, gestionados como tales. Se trata de un problema mucho más extendido de lo que se cree y al que no se debe prestar una atención esporádica. ¿Se invertirá esta situación?


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