Nos hemos dado cuenta de que es mejor dejar de programar y que aprender a improvisar con estilo se ha convertido en una de las nuevas obligaciones. Llevamos décadas intentando crear montajes en pequeños museos y galerías de arte contemporáneo, sobre todo en los que tienen una especial inclinación por la investigación. No lo conseguimos aunque lo deseemos con todas nuestras fuerzas. Otra cosa son los caterings de la Bienal o los grandes museos como los Uffizi y el Palacio Ducal de Venecia, para los que es más que comprensible que figuren en la lista de lugares en peligro. Pero en el 95% restante de los recintos culturales repartidos por todo el país, no se aplican en absoluto las mismas condiciones. Podría entender las razones de una intervención tan generalizada si el virus estuviera en manos de extremistas iconoclastas empeñados en destruir toda expresión artística y con ella a toda la raza humana que la admira. Pero, afortunadamente, éste no es el caso. ¿Es correcto establecer una normativa tan general que pone en pie de igualdad a los museos con gran afluencia turística (que, en cualquier caso, seguro que no están abarrotados en estos momentos) con los pequeños museos o galerías públicas que se dedican al arte contemporáneo?
Entre las muchas que se pueden ver en estos meses, me llamó la atención una foto que un amigo tomó hace unos días a la hora de comer: una multitud de decenas de personas felizmente reunidas con vaso en mano frente a unos pequeños bares a los pies de un gran museo cerrado. Sin embargo, no es mi intención señalar con el dedo las decisiones del Gobierno, ni mucho menos culpar a quienes disfrutan de un aperitivo un rato; al contrario, aprovecho aquí para una confesión.
Fui director de un centro museístico durante cuatro años y, aunque me lo pasé muy bien y con todo el equipo conseguí buenos resultados, me di cuenta de que aún queda mucho trabajo por hacer para lo que yo llamaría la autoafirmación de los protagonistas (incluso los más pequeños) de la cultura: desde artistas a comisarios, directores de museos, directores de galerías y todos los que giran en torno a este maravilloso mundo. Estamos acostumbrados a esperar que un alcalde, si se trata de un museo cívico, un ministro, si es un museo estatal, etc., nos apoye tanto financiera como “moralmente”, reconozca nuestra competencia y tome las grandes decisiones en nuestro nombre.
En los últimos ocho meses ha habido movimientos unidos y coordinados que han catalizado distintas profesiones a la luz de objetivos comunes, como el Forum dell’Arte Contemporanea, Italics, Art Workers Italia, pero tengo la impresión de que se ha intentado suplir un vacío preexistente que, en esta repentina emergencia, ha hecho aún más evidentes y urgentes el potencial y las funciones de una coordinación. ¿Se podría haber evitado así el cierre de pequeños museos? Tal vez, hasta diciembre de 2019, no nos habíamos interrogado lo suficiente sobre la necesidad de constituirnos en organismos sólidos y reconocidos, tal vez habíamos dejado prevalecer con demasiada frecuencia nuestra actividad a expensas de lo que podría haber sido una actitud corporativista, tal vez ni siquiera percibíamos la necesidad. Sin embargo, creo que quedó patente cuando, en el primer dpcm de otoño, el Primer Ministro anunció como única excepción a los cierres impuestos en las zonas rojas la de la categoría de peluquería. Es cierto que a una llamada importante por skype no se puede llegar despeinado y que el cuidado personal no debe impedírsele a nadie, pero para mí, como para otras personas que frecuento por motivos de trabajo, la necesidad de visitar un museo es claramente prioritaria frente al peinado. Quizás no seamos tan buenos como los peluqueros. Me gustaría mucho conocer al portavoz de esa categoría, preguntarle cómo ha conseguido tanto y, por qué no, invitarle a que vele también por nuestros intereses.
Visitantes de la Pinacoteca Tosio Martinengo de Brescia tras la reapertura el 18 de mayo. |
Mientras tanto, sin embargo, tampoco ha habido silencio y han surgido importantes oportunidades: se han publicado convocatorias de colaboración, se han nombrado nuevos directores. El Ministerio ha dado a todos una gran oportunidad de implicarse y beneficiarse, pero, una vez más, hemos respondido con casi total autonomía. Entidades privadas, como fundaciones y colecciones, estudios de arquitectura y universidades, también promovieron convocatorias para artistas y convocatorias para proyectos, se celebraron jornadas de estudio y reuniones (obviamente, todas en línea) en las que todo el mundo tuvo la oportunidad de expresar sus ideas. Por mi parte, seguí haciendo visitas a estudios (por skype cuando no era posible en directo), conocí a nuevos artistas y escribí mucho, esta vez más centrado.
Mi formación semiótica me obligaría ahora a realizar un análisis semántico de los términos recurrentes de este 2020: incertidumbre, fragilidad, hipernarratividad, por poner algunos ejemplos, siguen siendo lemas que se dirigen al artista o al comisario como individuo, como si “antes” estos actores hubieran estado absolutamente seguros de su futuro, sólidos como rocas y silenciosos en las redes sociales. En realidad, el contexto ha cambiado y esto nos obliga a leer el tema de otra manera. Creo firmemente que 2020 es una oportunidad ineludible para renovarse, actualizarse y crecer: el momento de fundar un nuevo Renacimiento. Hemos leído repetidamente el deseo de muchos de estar unidos, de afrontar juntos este momento y de reconocer que es necesario ser “blandos” para caer bien, para fracasar lo mejor posible. Nos hemos dado cuenta de que es mejor dejar de planificar y que aprender a improvisar con estilo se ha convertido en uno de los nuevos must.
El protagonista en los periódicos, en la televisión o en las tertulias de bar es siempre él, el virus. Un virus que se comporta como tal, se propaga rápida e incesantemente incluso en nuestros pensamientos y diálogos, y como virus respetable también ha conseguido inyectarse en el mundo de la producción artística contemporánea. He visto artistas que lo han pintado, le han dado vida en películas en stop motion, lo han esculpido y lo han convertido en música. Los artistas italianos reaccionaron produciendo, estudiando y muchos de ellos acabaron por darse cuenta de que el proceso de volver a los lenguajes artísticos de la tradición, como la pintura a la que hemos dado nueva importancia en los últimos diez años, era en realidad una premonición. Las herramientas digitales que han otorgado la narrativa de estos nueve meses han vuelto a ser lo que son: herramientas para transmitir un profundo apego a la historia y al patrimonio más culto. He leído proyectos de gran calado, fruto de profundos estudios, he sentido una conciencia más sólida en la narración de contenidos. Quizá sea gracias al tiempo que nos hemos dado, a la ausencia de encuentro y confrontación que nos ha permitido mirar mejor hacia nuestro interior, hacia atrás en la historia y en nuestras raíces, y volver a estudiar de verdad, abandonando toda tentación de hiperproducción y buscando ese foco que la frenética sucesión de acontecimientos había oscurecido.
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