La exposición sobre Guido Reni en la Galleria Borghese(Guido Reni. Lo sagrado y la naturaleza) nos enfrenta a dos problemas distintos pero íntimamente ligados (sobre los que el conocido episodio de los daños sufridos por el San Francisco de Reni nos ha llevado a reflexionar, pero que en realidad no guardan relación alguna con este único suceso). En primer lugar, se trata de una exposición que gira en torno a un solo cuadro, por lo que podría ser de dimensiones muy reducidas, con la obra protagonista rodeada de unas pocas piezas comparativas. En lugar de ello, la exposición se amplía injustificadamente para incluir otros cuadros de Reni, que son, por piedad, espléndidos, pero que poco tienen que ver con la Fiesta del Campo. De tal manera que la exposición llega a asumir, si no las dimensiones, sí el “aura” de la “gran exposición”, con obras maestras de fama consolidada y merecida, comoAtalanta e Hipómenes y La masacre de los inocentes.
Así pues, en la primera planta, en el centro de la Loggia di Lanfranco, tenemos lo que la exposición podía y debía ser, a saber, un foco sobre un solo cuadro, enteramente centrado en la pintura de paisaje (y también aquí, quizás, los cuadros expuestos, incluidas las obras de la galería y los préstamos, podrían haber sido aún más restringidos, menos dispersivos y, por tanto, más eficaces para el visitante que desea enmarcar la génesis y el contexto de las primeras obras renanas). Un enfoque: una miniexposición que podría haberse instalado en una o dos de las salas más pequeñas de la villa, las menos ricas desde el punto de vista decorativo, trasladando o guardando durante un tiempo algunos de los cuadros del museo. Una exposición en miniatura, que es el único tipo de exposición que puede tolerar un espacio tan denso y connotado como la Galería Borghese. Pero no: desde la miniatura, la exposición se ha hecho grande, y la memorable y delicada planta baja de la villa se ha visto invadida por grandes lienzos (retablos, cuadros de historia) que poco tienen que ver con la fiesta campestre y que, sobre todo, han alterado el frágil equilibrio de la residencia Borghese, cubriendo estatuas, muebles, decoraciones, dificultando la visión de los estucos y frescos.
Y así llegamos al segundo problema, mucho más grave, consecuencia directa del primero e hijo de una perversa tradición expositiva que no cesa. Desde hace años, sobre todo en Roma, se montan grandes exposiciones en escenarios históricos de enorme importancia artística, sin que importe un bledo el daño que esta elección causa al disfrute de estos escenarios (y en realidad al disfrute de las propias obras expuestas, que corren el riesgo de perderse en un incendio de mármoles y pinturas o no pueden ser admiradas desde distancias y puntos de vista adecuados). Se realiza así la paradoja que representa el punto de máxima crisis en las ya tensas relaciones entre museos y exposiciones: la exposición temporal que oblitera a la permanente, la exposición que no muestra sino que oculta, el infame elefante en la cristalería.
Durante años, la Galleria Borghese, bajo la dirección de Anna Coliva, ha sido el epicentro de este fenómeno, con una serie de exposiciones en las que la invasividad de las muestras temporales ha ido a menudo acompañada de la inconsistencia científica y de diseño de las exposiciones (la obra maestra en este sentido sigue siendo Caravaggio Bacon de 2009-2010). Los Museos Capitolinos no han querido ser menos que la Galería, y en numerosas ocasiones (ciertamente no solo en relación con la visita del presidente iraní Rouhani en 2016, que tanto revuelo causó, y con razón) se han ocultado estatuas, frescos e inscripciones de los esquemas expositivos: piénsese, por ejemplo, en cómo se enjauló una obra maestra absoluta como elInocencio X de Algardi durante la exposición Lux in Arcana (2012). Se dirá que lo que vemos ahora en el Borghese no es nada comparado con estos crímenes museográficos. Y es cierto, como también lo es que en este caso la exposición se apoya en sólidas bases científicas y en la contribución de estudiosos de primera fila, y Reni es una figura cuya cronología y estilo encajan bien con los tesoros del Borghese. Pero, por último, uno desearía ver un cambio de rumbo decisivo: no más grandes exposiciones en el interior de la villa, absolutamente ninguna más. Como mucho, las minúsculas exposiciones en profundidad mencionadas.
Por otro lado, se puede entender el deseo de renovar periódicamente la oferta del museo mediante el montaje de exposiciones (que, a decir verdad, sólo se puede entender hasta cierto punto: ¿un lugar como la Galleria Borghese, siempre visitada por las famosas obras maestras que alberga, necesita realmente exposiciones para atraer a los visitantes?). Entonces, para exposiciones más amplias y articuladas, se podrían explotar algunos de los edificios que salpican el gran parque de la villa: edificios históricos y valiosos, pero cuyos interiores no son ciertamente comparables a los de la residencia del cardenal Scipione. Pensemos, por ejemplo, en el Casino dell’Orologio, que durante años debería haberse convertido en el Museo de la Villa, destinado a albergar las antiguas esculturas que antaño se encontraban en el parque (ahora sustituidas por copias), algunas de las cuales yacen almacenadas bajo el Museo Canonica; el Casino podría convertirse (también) en sede de exposiciones temporales. O pensemos en el Padiglione della Meridiana, el Padiglione dell’Uccelliera, el Casino del Graziano: todos ellos edificios de considerable interés, actualmente poco o nada utilizados u ocupados por oficinas municipales.
De este modo, podrían organizarse exposiciones de mayor envergadura en diversos puntos del parque (posiblemente incluso con obras tomadas temporalmente de la Galería); mediante la venta de entradas coordinada con la del edificio principal, podría animarse a los visitantes a visitar también las exposiciones, después de haberse “deleitado la vista” con Rafael, Bernini, Canova. Siempre que no se obligue a nadie a darse un capricho indigesto: el deseo de promocionar también los espacios auxiliares (y de tener más ingresos) no debe atentar contra los derechos de quienes desean “sólo” visitar las magníficas salas de la villa, por fin libres de intrusiones. Por ello, debería contemplarse también la posibilidad de adquirir una entrada sólo para visitar la Galería, así como, para quienes quizá sean de Roma o pasen por allí a menudo y no tengan tiempo de volver para admirar elApolo y Dafne, la posibilidad de entrar sólo en las exposiciones temporales.
Advertencia: la traducción al español del artículo original en italiano se ha realizado mediante herramientas automáticas. Nos comprometemos a revisar todos los artículos, pero no garantizamos la ausencia total de imprecisiones en la traducción debidas al programa. Puede encontrar el original haciendo clic en el botón ITA. Si encuentra algún error, por favor contáctenos.