Si el Brexit dice adiós a Erasmus


Un recordatorio de Erasmus tras la salida del Reino Unido de la Unión Europea: con el Brexit, el país también dijo adiós al proyecto de estudios.

Mi primer recuerdo de Erasmus es de carácter muy práctico. Nada más aterrizar en Heathrow, con mi inglés atrofiado, tuve que cambiar cuatro medios de transporte para llegar a la pequeña ciudad de Egham, a tiro de piedra de Windsor Park. Preguntaba prácticamente a cualquiera, sin entender la mayoría de las veces, la dirección, el número del autobús, el color del metro e incluso el nombre del tren. Aún recuerdo a la entrada de la universidad la emoción de encontrarme frente a un majestuoso edificio victoriano de vivos colores rojos. Royal Holloway, una de las universidades más importantes de Inglaterra, tan británica y pintoresca que ha servido de plató para numerosas películas, como la saga de Harry Potter. Quizás yo también me sentía como un pequeño y torpe Harry Potter cuyo inglés escolar y sólo estudiado en los libros no era suficiente para entender el idioma de mis compañeros. “Sólo el idioma nos hace realmente iguales”, decía Don Milani. Pero cuando estás sobre el terreno, no hay tiempo para repasar libros de texto. Hay que buscar alojamiento, averiguar cuándo empiezan los cursos y conocer a los tutores. Y en el laberinto de oficinas del edificio del Fundador subo las interminables escaleras coronadas con suntuosos cuadros y papel pintado. Recorro los pasillos enmoquetados para inscribirme en el programa académico y firmar el seguro.

El Royal Holloway
El Royal Holloway


Poco a poco descubro que el “castillo”, como yo lo veía, está rodeado por una constelación de edificios y otros tantos departamentos. Las llamadas instalaciones (gimnasios, lavanderías, aseos, supermercados, etc.), una auténtica ciudadela, es decir, el campus universitario. Entro por primera vez en el departamento de Historia y descubro que todos los días, dependiendo de la clase que se vaya a cursar, hay lecturas obligatorias que hay que estudiar para poder asistir a las clases individuales. ¿Por qué demonios tengo que prepararme las clases? pregunto a uno de mis nuevos compañeros de clase de español. Porque hay que participar en las clases y no limitarse a seguirlas. Todas las clases son seminarios. Y yo que pensaba que podía ocultar mis lagunas y mis miedos.

Intento encontrar libros en una de las muchas bibliotecas del campus. Descubro con horror que hay una fuerte multa que aumenta cada día que devuelvo los libros con retraso. Las normas aquí forman parte del sistema universitario, pero también de la gramática de la vida social. Imposible no participar, difícil no conocer, enfrentarse, implicarse. Y luego están las fiestas, las cenas, los encuentros, puede que incluso el amor. El primer viaje me llevará a Stonehenge y Glastonbury. Uno de los compañeros de viaje que ahora se ha convertido en uno de mis mejores amigos (y ya han pasado veinte años desde mi Erasmus) me preguntó: “¿Sabes conducir?”. Después de varios kilómetros por el carril contrario y una rotonda tomada (de verdad) en sentido contrario, ya me había acostumbrado y conducía por la campiña inglesa sin preocuparme siquiera del destino. La compañía de mis nuevos amigos franceses, ingleses, polacos y alemanes me bastaba.... Erasmus fue para mí un gimnasio de la vida antes que académico.

Hoy conservo celosamente estos recuerdos. Siento que pertenecen a un pasado lejano que no tiene vocación de futuro. Recuerdos de juventud sin duda, pero también de una época que nunca volverá, al menos en Inglaterra.


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