Estamos a mediados de mayo, han pasado casi tres meses desde el inicio de la pandemia. El confinamiento se ha vuelto un poco menos estricto, y a partir del 18 de mayo empezarán a reabrirse tímidamente muchas otras actividades. Con cautela y miedo, especialmente en Piamonte y Lombardía, donde el Covid 19 golpeó con fuerza, la gente también está retomando una nueva normalidad hecha de mascarillas, gel desinfectante, guantes, distanciamiento social. En estos meses de segregación doméstica, se nos ha dicho que éramos buenos, que esta terrible plaga pasará y dejará un mundo mejor, donde todos seremos más solidarios y buenos. ¿Será esto cierto? ¿Por qué el sufrimiento y el dolor provocados por la pandemia nos habrán hecho mejores? El proceso de mejora individual y colectiva no me parece tan automático y sencillo, no es automático que experiencias tan trágicas y traumáticas lleven necesariamente a la superación personal y grupal.
En este periodo de convivencia forzada, se ha producido un enorme aumento de la violencia familiar. No sólo en Italia, sino en todos los países del mundo donde se ha implantado el confinamiento doméstico. Los niños se han visto obligados a vivir en espacios que para muchos son estrechos, sin poder jugar y sobre todo sin poder ir a la escuela, es decir, ser educados pero también socializarse, moverse y encontrarse con sus iguales. Es inútil señalar hasta qué punto las diferencias sociales, de vivienda y culturales de las familias afectaron durante este periodo, aumentando las desigualdades entre los niños. La vida de los adolescentes también era ciertamente agotadora sin el grupo de amigos, un punto de referencia tan importante, y con una sociabilidad exclusivamente virtual, sin poder correr, desplazarse, etc. Sobre la educación a distancia, sabemos que ha funcionado de forma muy desigual y que habrá lagunas en la educación de estas generaciones.
Para todos los profesionales y trabajadores que han tenido y tienen que luchar contra la pandemia y garantizar los servicios esenciales a la comunidad, éste será sin duda recordado como un período de gran estrés y fatiga física y psicológica, de lucha durísima, de turnos agotadores, de muertes difíciles de contener, de preocupación por que los no implicados respeten las normas de comportamiento social para evitar recaídas. Sin embargo, también surgieron datos positivos de esta experiencia colectiva: fuimos extremadamente generosos con las donaciones a hospitales, protección civil, organizaciones sin ánimo de lucro implicadas en diversos aspectos de la gestión de la pandemia. Vimos la voluntad de los científicos de poner en red los descubrimientos científicos, construir respiradores y otros instrumentos médicos, para poder superar la fase de emergencia y llegar después al descubrimiento de curas y vacunas. Científicos deseosos de trabajar juntos, sin fronteras, sin intereses económicos que atasquen los descubrimientos, etc. Muchos jóvenes y adultos se ofrecieron para actividades de voluntariado que constituyeron y constituyen una red de protección y supervivencia para los sectores más frágiles y marginados, más afectados por el confinamiento, la pérdida de empleos, etc.
La solidaridad ha impregnado muchas iniciativas sociales y sanitarias desde los primeros días de la pandemia. Todos soñamos con el momento en que podamos volver a una socialidad y a una vida de relaciones que era la base de nuestra vida cotidiana y que ahora parece un espejismo aún lejano. Es cierto que hemos podido visitar ciudades, yacimientos arqueológicos, museos y parques naturales por Internet, que hemos podido escuchar música, ver óperas, películas, pero todos anhelamos volver a la fisicidad de la vida real, a la emoción de las experiencias directas. Aún llevará tiempo y tendremos que respetar normas de distanciamiento e higiene, pero seguirá siendo una alegría volver a los lugares de trabajo, ocio y consumo que antes dábamos por sentados sin captar sus características y su belleza. Cuando podamos volver a viajar, a conocer, a visitar lugares, lo haremos con una nueva conciencia que sólo una vida de sustracción podría darnos. Un mundo de relaciones y espacios físicos, de vistas, olores, sabores que hoy echamos de menos. Quizá ese día seamos capaces de apreciar mejor incluso las pequeñas cualidades de nuestra vida cotidiana.
Visitantes del Palazzo Vecchio, Florencia. Foto Crédito Mus.e Florencia |
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