Hoy, en la Cámara de Diputados, activistas de la campaña ¿Me reconoces? Soy un profesional del patrimonio cultural, la iniciativa creada para mejorar las condiciones laborales de los profesionales del patrimonio cultural, han presentado una proposición de ley para regular el trabajo voluntario en el sector del patrimonio cultural. Una propuesta que pretende acabar con el extendido fenómeno del trabajo disfrazado de voluntariado que se ha ido implantando en el ámbito cultural en los últimos años y que ahora se está extendiendo a otros sectores de la sociedad.
La presentación del proyecto de ley para regular el voluntariado en el patrimonio cultural en el Congreso de los Diputados. Foto Ventanas de crédito al arte |
Suena evidente decir que el trabajo debe ser remunerado, y de una forma que garantice al trabajador una vida digna. Es un principio en el que se basa cualquier sociedad civilizada, y el Estado italiano lo establece en el artículo 36 de la Constitución. Para el sector del patrimonio cultural, sin embargo, tal supuesto está a menudo lejos de aplicarse en la práctica. El trabajo remunerado, el trabajo real, el trabajo decente, ha tenido que dejar paso al trabajo encubierto por el voluntariado: desde 1993, año en que la ley Ron chey sancionó la posibilidad de que el Ministerio se sirviera de voluntarios para garantizar la apertura de museos, bibliotecas y archivos, el número de voluntarios comprometidos al servicio de la cultura ha ido aumentando inexorablemente.
La propuesta parte precisamente de la ley Ronchey para modificarla de modo que no deje ningún margen que permita al Ministerio suplir sus carencias mediante los servicios prestados por los voluntarios. Voluntarios a menudo sin estudios específicos a sus espaldas, sin formación adecuada, sin cualificación alguna, enviados al frío para hacer de guías, para mantener abiertos los institutos culturales, para apoyar actividades tan importantes como la catalogación, la valorización o la comunicación. Y, como cara opuesta de la moneda, profesionales polivalentes que, a falta de ofertas de empleo serias, se ven obligados a recurrir al voluntariado para trabajar en el ámbito para el que han sido formados. Todo ello en el contexto de un Ministerio de Patrimonio Cultural que, según estimaciones de la CGIL, tiene un déficit de al menos tres mil personas en su plantilla, y que a menudo recurre a formas atípicas de trabajo para suplir la carencia. Y si el Estado es el principal empleador de trabajo precario, difícilmente se puede esperar que los particulares ofrezcan mejores ejemplos.
La primera medida contenida en el proyecto de ley (puede leerlo íntegramente en esta dirección) es la modificación del artículo 3 de la ley Ronchey (ley 4 de 1993), que permite recurrir a voluntarios para garantizar el horario de apertura diaria de museos, bibliotecas y archivos: la ley se reformularía para que sólo se pudiera recurrir a voluntarios para ayudar al personal de las estructuras ministeriales. Una diferencia fundamental: mientras que con la ley actual los voluntarios también pueden convertirse en los únicos recursos capaces de garantizar la apertura de un lugar de cultura (sin necesidad, por tanto, de la presencia de un empleado), con la ley propuesta se convertirían simplemente en recursos de apoyo a los profesionales empleados regularmente en las instituciones públicas. Además, para completar el primer apartado, se suprimiría el apartado 1 bis, que permite laintegración del personal ministerial con el personal de las organizaciones de voluntariado y, como contrapartida, se introduciría un nuevo apartado para imponer que el número de voluntarios nunca pueda superar el número de empleados contratados en virtud de contratos laborales regulares. La última medida de la ley Ronchey es la adición de un párrafo al artículo 3 para impedir que los voluntarios participen en “actividades de conservación, promoción, valorización, catalogación, estudio e inventario del patrimonio cultural, archivístico y bibliográfico, así como en cualquier tipo de actividad educativa”.
Sin embargo, la operación no se detiene únicamente en la ley Ronchey. También se prevén cambios en el Código del Patrimonio Cultural (Decreto Legislativo 42 de 2004). En el artículo 112, se eliminaría la posibilidad de recurrir a asociaciones voluntarias para “regular servicios instrumentales comunes para el disfrute y la valorización del patrimonio cultural”. Finalmente, las últimas medidas importantes se refieren al Reglamento de Adscripción y Carrera del Personal de las Bibliotecas Públicas del Estado (Decreto Presidencial 1356 de 1966). La propuesta, en este caso, pretende actuar especialmente sobre la forma en que los trabajadores pueden acceder a los servicios de las bibliotecas. En el artículo 6, se suprime la posibilidad de admitir como voluntarios a las personas que deseen participar en concursos para cubrir puestos en las carreras directiva, de concepto y ejecutiva: sólo los voluntarios identificados en la ley Ronchey serían admitidos, por tanto, al servicio voluntario en las bibliotecas. Y en el mismo artículo, se suprimiría la medida que permite valorar el voluntariado en los concursos, y se añadiría otra que precisaría, despejando el campo de cualquier malentendido, que el voluntariado “no se equipara en modo alguno a un empleo”. En la misma línea, se introducirían cambios en los artículos 7 y 11 para especificar que, en los concursos, el único servicio que cuenta a efectos de adjudicación de evaluaciones es el servicio laboral.
Todos los representantes de las fuerzas políticas presentes hoy en la rueda de prensa mostraron interés por la propuesta. La primera en intervenir fue Isabella Adinolfi, del Movimiento Cinco Estrellas, licenciada en conservación del patrimonio cultural y, por tanto, especialmente interesada en el tema y cercana a las posiciones de los activistas de Mi riconosci: afirmó que “las propuestas pueden mejorarse, sin duda, pero creo que vamos por buen camino”. A continuación, Andrea Maestri, de Liberi e Uguali, abogado especializado en derecho del patrimonio cultural, prometió que su partido adoptaría la propuesta de regulación del voluntariado en el patrimonio cultural “como una contribución programática concreta”: Liberi e Uguali es, por tanto, actualmente el único partido dispuesto a incluir la propuesta en su programa. De nuevo, Chiara Gribaudo, del PD, ofreció su disposición a apoyar la propuesta y declaró que toda la próxima legislatura tendrá que abogar por esta causa: no es sólo un asunto de la comisión de cultura, sino una cuestión que concierne a todo el Parlamento, ya que estamos hablando de trabajo, y en un tema de este tipo es necesaria la transversalidad. Por último, para cerrar el turno de intervenciones, Viola Carofalo, de Potere al Popolo, afirmó que su partido acogería plenamente la propuesta y se permitiría proponer nuevas mejoras y aportaciones que el proyecto de ley podría incorporar.
Así pues, la propuesta ha despertado un vivo interés: en las próximas semanas habrá nuevos actos de presentación y los activistas de Mi riconosci, a los que no debemos dejar de dar el apoyo de todos, intentarán extender el consenso entre las fuerzas políticas. Además, es evidente la urgencia de una forma de regulación del voluntariado en el patrimonio cultural. El voluntariado es, desde luego, un recurso indispensable si se utiliza de acuerdo con el espíritu que debe animarlo: el que desea que sea una actividad espontánea, prestada sin ánimo de lucro y con fines exclusivamente solidarios (como consagra la ley marco de 1991). Pero se vuelve deletérea si se utiliza como sustituto del trabajo remunerado. Y es necesario actuar con firmeza para frenar una mala práctica que ya no se puede tolerar.
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