Renzi imita a Alberto Angela, pero ¿por qué abundan hoy en día los políticos con ambiciones culturales?


Florencia, el documental protagonizado por el ex Primer Ministro Matteo Renzi, es sólo la última de una serie de ambiciones culturales de nuestros políticos.

Seguramente muchos de los que lean este artículo habrán tenido ocasión de ver el tráiler de Florencia, el documental que pretende llevar al espectador a descubrir Florencia de la mano del ex primer ministro Matteo Renzi. Y no pocos se habrán dado cuenta de lo torpe de este intento: Renzi, cuya mímica y forma de expresarse no hacen más que remedar a Alberto Angela, su figura tapando casi por completo el Tondo Doni de Miguel Ángel (esto sucede incluso cuando Renzi presenta la obra al pobre espectador, que querría ver sus detalles pero se ve obligado a soportar la pobre imitación), el pobre contenido (por supuesto, es imposible juzgar a partir de un avance de un minuto y medio: pero uno no puede evitar darse cuenta de que lo primero que Renzi informa sobre el Tondo Doni es un rumor sobre el precio de la obra). En resumen, cualquier intento de comentar más a fondo la operación es inútil, superfluo y tremendamente banal: sería como lanzar un bombardeo de alfombra sobre la Cruz Roja. Mucho más interesante, en cambio, es entender por qué varios políticos han decidido, desde hace algún tiempo, dedicarse a actividades culturales.

Matteo Renzi en un fotograma del tráiler de Florencia
Matteo Renzi en un fotograma del tráiler de Florencia

Ahora bien, Italia, desde la Unificación en adelante, cuenta con una larguísima tradición de personalidades de la cultura que, a lo largo de su vida, han decidido ponerse al servicio del país y sentarse durante algún tiempo en los escaños del Parlamento. Poetas (Gabriele d’Annunzio, Giosuè Carducci, Eugenio Montale), escritores (Antonio Fogazzaro, Giovanni Verga, Ignazio Silone) periodistas (Salvatore Morelli, Filippo Meda) filósofos (Benedetto Croce, Norberto Bobbio), historiadores (Gaetano Salvemini, Rosario Villari), historiadores del arte (Giovanni Morelli, Giulio Carlo Argan, este último también alcalde de Roma). También hubo poetas y escritores que comenzaron su carrera en nombre de la literatura y luego se dedicaron casi por completo a la política (el ejemplo más ilustre que se me ocurre es Felice Cavallotti). Y también los hubo que lograron desarrollar paralelamente actividades políticas y culturales: pensemos en Paolo Emilio Taviani. El camino inverso, el de los políticos profesionales que se prestan a la cultura, es en cambio un hecho relativamente reciente, que sin embargo puede apoyarse ya en una importante piedra angular: Giulio Andreotti, insospechado autor de ficción, del que podemos citar, entre otros, un relato histórico olvidado(13:00, el ministro debe morir, centrado en el intento de asesinato de Pellegrino Rossi). Si queremos ir más atrás en el tiempo, también podríamos recordar a Emilio Lussu, que se acercó a la palabra escrita (en particular a los estudios históricos) mucho después de haberse embarcado en la actividad política (aunque llegaría al Parlamento más tarde). Sin embargo, en comparación con los de los políticos actuales, los escritos de Andreotti presuponían un cierto compromiso político y, sobre todo, se perdían en un denso enjambre de publicaciones de carácter político, mientras que los de Lussu respondían a unanecesidad histórica muy elevada, a saber, la de relatar, en primera persona y con las herramientas que su cultura ponía a su disposición, ciertos hechos que el autor había vivido como protagonista (y es por ello que sus densos escritos sobre la Primera Guerra Mundial constituyen importantes lecturas sobre el tema). No puede decirse lo mismo de los poetas, escritores, documentalistas y directores actuales.

El fenómeno de los políticos con ambiciones culturales se ha disparado en los últimos años, hasta el punto de que nos hace preguntarnos si esos pobres productos son un reflejo de una política igualmente poco excitante. Evitando hablar de Florencia con Matteo Renzi, ya que, repito, no se pueden sacar conclusiones de un avance de minuto y medio (pero las premisas no auguran nada bueno), se pueden citar en cambio casos conocidos como la poesía destartalada de Sandro Bondi, los poemas igualmente atroces de Nichi Vendola, las novelas chapuceras de Dario Franceschini o los libros inútiles de Mario Adinolfi. Así pues, las causas de tal proliferación podrían ser dos. La primera es de carácter individual: las operaciones enumeradas más arriba son probables intentos de garantizar una especie de legitimación cultural a la actividad parlamentaria de los políticos mencionados, como si sintieran la necesidad de ir más allá del escaño (si el político tiene algo interesante que decir, y decide dar forma literaria a su pensamiento, entonces, según cierto tipo de percepción, su actividad política también se verá ennoblecida). En el caso de Renzi, está también el orgullo, típico de los florentinos (incluidos los florentinos de provincia), por la “belleza” de su ciudad (o capital): incluso sus escritos políticos anteriores están llenos de tópicos sobre la “belleza” que “produce asombro y admiración” (es una frase que Renzi tomó de Stil novo: Le sigue, inmediatamente después, la descripción de un fresco de Vasari que representa la batalla de Gavinana en 1530, pero el ex alcalde de Florencia confunde Gavinana, en las montañas de Pistoia, con el barrio del mismo nombre de la capital toscana, señal de que quizá su atención y conocimiento de los hechos históricos de su propia ciudad no eran una buena base para realizar un documental sobre Florencia). Y luego está quizá el deseo de seguir la tradición de quienes han desarrollado con éxito tanto actividades literarias como políticas, aunque, con toda probabilidad, los políticos de hoy no se den cuenta de que están empezando al revés, es decir, están empezando a mitad de su carrera, o al final de la misma, según el talante de las próximas elecciones, una actividad que para otros fue el punto de partida, como es justo y necesario, ya que es la actividad literaria, periodística y artística (en una palabra, cultural) la que debe actuar como acicate para el desarrollo de la ciudad: cultural) la que debe servir de acicate a la actividad política, y no a la inversa.

La segunda razón es más general. En Italia, el mercado del libro está creciendo, las cifras de ventas globales de libros en 2017 marcan un incremento respecto a 2016, que a su vez había registrado cifras superiores a las de 2015 (los datos pueden consultarse en la web de la Asociación Italiana de Editores). El problema es que un aumento numérico de la cantidad de lectores y también de la cantidad de libros publicados (fíjese en el gráfico de la AIE: en 2017 los libros nuevos fueron tres veces más que en 1980) no parece ir acompañado de un aumento de la calidad de lo que se publica. Esta es la situación que Luca Formenton, uno de los editores más importantes de Italia, lamentaba en un artículo que firmó en 2014 (en un momento en el que las secuelas de la crisis habían provocado, por el contrario, un fuerte descenso de lectores) en Il Fatto Quotidiano: Citando una frase de Carlos Fuentes (“hay que crear lectores, no sólo darles lo que quieren”), Formenton recordaba que “años de filosofía managerial aplicada a la edición pueden haber producido beneficios a corto plazo para los grandes grupos, pero sin duda han contribuido a la desertización progresiva del lector”, poblando las librerías de “bestsellers en serie”, baja literatura, productos de consumo de mala calidad. Por lo tanto, las ambiciones literarias, histórico-artísticas, teatrales, etc., de los políticos de hoy probablemente abundan también porque se ha llegado a una situación en la que la “desertización del lector” de la que hablaba Formenton no es capaz de oponer una barrera a la publicación y presentación de las partes temerarias y baratas de las mentes fértiles de muchos parlamentarios (también gracias a cierta prensa, por cierto cada vez más extendida, que a menudo se olvida de ejercer sus funciones críticas: vale la pena subrayarlo).

Así pues, que nuestros administradores lo dejen estar: desterrarlos a las nuevas vidas de prosistas improbables, de vati dominical, de presentadores de televisión trillados. A los políticos, y sobre todo a los políticos profesionales, se les piden dos cosas: la primera es administrar bien, y la segunda, si quieren poner por escrito sus ideas, es su lectura del mundo (Berlinguer o Spadolini nos la propusieron en el pasado, y Enrico Letta, Cacciari o Brunetta, por ejemplo, nos la proponen hoy, tres políticos que, además, tienen sólidas bases académicas). Pero que eviten dedicarse a ámbitos que no les pertenecen. Lo decimos especialmente por ellos.


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