Las críticas que está recibiendo la instalación Reframe de Ai Weiwei no son más que el último capítulo de una historia sobre la falta de tolerancia de la ciudad hacia las expresiones artísticas del presente. El problema, sin embargo, se oculta en gran medida tras la propia definición que se da de Florencia: parece que para muchos de sus habitantes, la ciudad se ha detenido a principios del siglo XVI, y debe permanecer atrincherada en su glorioso esplendor.
Y lo mismo ocurre con muchos comentaristas: me viene a la mente elúltimo artículo de Camillo Langone en Il Foglio, que encuentra no menos de cinco razones para considerar la obra de Ai Weiwei incluso humillante hacia Italia. Algunas de las divagaciones contenidas en el artículo son objetivamente difíciles de responder: Es el caso, por ejemplo, de la consideración según la cual la obra es humillante porque el artista es chino y, por tanto, procede de un país “que no se conforma con tenernos económicamente en sus garras y ahora nos invade artísticamente” (más allá de la terminología leguleya con la que Langone sazona su razonamiento, el periodista ignora probablemente que Ai Weiwei ha tenido y sigue teniendo importantes problemas con las autoridades chinas precisamente por su actividad artística, muy crítica con la realidad política y social de su país... y, en cualquier caso, siempre es abyecto hacer comentarios sobre cualquier persona basándose únicamente en su nacionalidad). Sin embargo, merece la pena detenerse en una de las cinco razones de Langone: ciertamente no porque el susodicho haya elaborado un argumento particularmente sofisticado o innovador, sino por el simple hecho de que la hipótesis según la cual “la instalación profana la ciudad cuna del Renacimiento” es la misma que se repite en boca de tantas personas que quizá nunca han puesto un pie dentro de la Cappella Brancacci o no sabrían decir dónde está la Deposición de Pontormo, pero que se indignan y escandalizan ante la idea de que incluso en Florencia se pueda contaminar lo antiguo con lo contemporáneo.
Pensar que Florencia (que se identifica sobre todo con su centro histórico) es intocable es perjudicial en muchos sentidos. La reducción de la ciudad a una “cuna del Renacimiento” incapaz de actualizarse y de pensar en una identidad que, teniendo en cuenta su tradición, proyectara la ciudad hacia el futuro (si en Florencia nació un Renacimiento es porque los florentinos de la época tenían, precisamente, una idea de su ciudad orientada hacia el futuro) ha tenido el doble e inquietante efecto de transformar Florencia en una especie de patio de recreo del siglo XV-XVI, con un centro en el que los florentinos se ven reducidos a actuar como obsequiosos ceremonialistas de los nuevos amos de la ciudad (turismo de masas, multinacionales, particulares adinerados que a menudo consideran los lugares de la socialidad florentina como propiedad privada), y con una periferia que al mismo tiempo se ve obligada a acoger a los habitantes que se ven empujados a abandonar el centro, pero que es objeto de muy poca atención, tanta que ni siquiera deja de estar degradada. Por decirlo brevemente: Florencia se ha convertido, en esencia, junto con Venecia, en la capital italiana de la gentrificación. Y este papel poco edificante que ha asumido la ciudad ha sido, y sigue siendo, alimentado por una política que cede bienes públicos para su uso a empresarios adinerados deseosos de cerrarlos a los ciudadanos, que es incapaz de pensar en un modelo de desarrollo alternativo, que utiliza el arte como medio de consenso y no como herramienta para formar el sentido cívico de los ciudadanos.
Instalación Reframe de Ai Weiwei |
Es la misma política que concede su aprobación a las instalaciones de arte contemporáneo, con toda su carga de contradicciones: basta pensar en Ai Weiwei instalando sus botes hinchables en las ventanas del Palazzo Strozzi de Florencia entre los elogios del alcalde Dario Nardella, y al mismo tiempo la política que no mostraría un compromiso claro, constante y transparente para controlar dónde acaban exactamente las armas producidas en Italia. Sin embargo, quizá paradójicamente, elarte contemporáneo puede convertirse en un medio para frenar el inexorable declive antes mencionado: entre las pocas ocasiones en las que Florencia ha podido reflexionar sobre sí misma estuvieron las ofrecidas por las recientes intervenciones públicas de artistas contemporáneos (pensemos en Jeff Koons y Jan Fabre, antes que en Ai Weiwei), que tuvieron el mérito de estimular animados debates no sólo sobre el papel del arte contemporáneo, sino también sobre la transformación de la ciudad. Ai Weiwei, con su Reframe, que hace las veces de “esbozo” de una exposición individual que se prolongará hasta enero (y que en Finestre sull’ Arte visitaremos), nos brinda la misma oportunidad, permitiéndonos llevar a cabo una reflexión más profunda sobre el drama de los emigrantes, poniéndonos en la cara esos botes que para muchos son sinónimo de huida, duelo y desesperación, según un modo de proceder propio de un artista acostumbrado a proponer obras con fuertes significados simbólicos, que pretenden impresionar al observador.
La distancia entre los botes de los emigrantes y las ventanas del Palazzo Strozzi es la misma que existe entre quienes huyen de las guerras y la miseria y la sociedad que debería acoger a quienes deciden labrarse una nueva vida en otra parte del mundo. Y simbólicamente esta distancia, a través de un mecanismo de fina provocación también presente a menudo en el arte de Ai Weiwei, se refleja en el rechazo de la obra por parte de los “puristas” que desearían que el arte antiguo estuviera alejado de cualquier tipo de contaminación. ¿Quizás ese rechazo sea también lo que la sociedad opone a los inmigrantes? Son reflexiones a las que conduce Reframe, y es precisamente esta capacidad de conmover las mentes lo que hace de Ai Weiwei, como afirma una nota publicada en la página web del Palazzo Strozzi, “un artista que -atravesando diferentes géneros artísticos, de la arquitectura al cine, de la fotografía a la poesía, de la escultura a la pintura- puede transformar un artefacto u objeto inerte, como un bote, en el grito lacerante de la humanidad” y “un librepensador que quiere dar al arte un papel social y político muy importante, en el sentido más noble del término”.
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