Reforma del Patrimonio Cultural, Capítulo 2: La "visión holística" de MiBACT. Contra su propio gobierno


Reflexión sobre el capítulo 2 de la reforma MiBACT: nuevas fusiones para las superintendencias y diez nuevos polos museísticos autónomos

Hasta ayer, sólo había oído pronunciar el adjetivo "holístico" en dos contextos: en anuncios de salones de masaje que practican el masaje holístico, y en esos cursos de marketing que, en lugar de ir directos al grano, nos llenan la cabeza de galimatías vanos y farragosos, dejando poca sustancia sobre la que reflexionar. Ahora el adjetivo “holístico” también ha llegado al sector del patrimonio cultural, gracias al impulso de Giuliano Volpe, que en un artículo de su blog habla de una “visión holística del patrimonio cultural” en referencia al contenido del siguiente paso de la reforma del Ministerio de Patrimonio Cultural de Franceschini, presentado a primera hora de la tarde del martes. Y es de esperar que Volpe conceda un gusto muy particular al término, ya que lo repite tres veces en su discurso.

Es necesario, sin embargo, proceder en orden. Tras una reunión de las comisiones de Cultura de la Cámara y el Senado, el ministro de Cultura, Dario Franceschini, anunció un nuevo capítulo de la reforma que puso en marcha en el verano de 2014. Evitaremos resumir aquí la historia de los acontecimientos que han afectado al Ministerio en el último año y medio: el lector que desee profundizar encontrará, al pie de este artículo, tres propuestas de lectura a través de las cuales desandar (también a través de las ulteriores sugerencias contenidas en ellas) todos los acontecimientos que han conducido a la actual organización del departamento encargado de la gestión del “patrimonio cultural”. En el comunicado de prensa publicado en el sitio web de MiBACT se enumeran los puntos más destacados de este nuevo salto adelante en la reforma. En concreto, las actuales Superintendencias de Patrimonio Arqueológico se fusionarán con las de Patrimonio Arquitectónico y Cultural (que, tras la reforma, han adoptado el nombre de “Superintendencias de Bellas Artes y Paisaje”), se suprimirá la Dirección General de Antigüedades (de nuevo, se fusionará con la de Bellas Artes y Paisaje, de modo que sólo habrá una: la Dirección General de Arqueología, Bellas Artes y Paisaje), y habrá diez nuevos institutos museísticos estatales dotados de autonomía (entre otros, el Complesso Monumentale della Pilotta de Parma, los Museos de las Civilizaciones del EUR de Roma, el Museo y Parque del Castillo de Miramare de Trieste, el Parque Arqueológico de la Appia Antica, el de Herculano, el de Ostia Antica).



Il nuovo assetto delle soprintendenze
La nueva estructura de las superintendencias tras el nuevo paso de la reforma MiBACT

El comunicado de prensa también contiene un comentario poco claro. Esto es lo que dice: "Con esta intervención, el número de superintendencias de protección en el territorio nacional pasa de las 17 superintendencias arqueológicas actuales a las nuevas 39 superintendencias unificadas de arqueología, más las dos superintendencias especiales para Roma y Pompeya. Es completamente engañoso presentar la unificación de las superintendencias haciendo creer que su número aumentará: porque ocurre exactamente lo contrario. Es decir, habrá menos superintendencias, que reunirán más oficinas, con el mismo personal (¿y cómo se redistribuirá el personal de las superintendencias arqueológicas? ¿En base a las 17 superintendencias anteriores, o en base a las nuevas 39 superintendencias unificadas?), y con competencias más confusas. Volpe afirma que la unión de las superintendencias del patrimonio cultural con las del patrimonio arquitectónico no ha “producido ninguna tragedia en la protección del patrimonio histórico-artístico”: evidentemente no, pero igualmente evidente es que aún es pronto para sacar conclusiones y hacer valoraciones. Mientras tanto, podemos decir que la “visión holística” de la que habla Volpe ya se ha visto frustrada por la ruptura del vínculo entre los museos y las superintendencias y, por tanto, entre los museos y su territorio. Por otra parte, no es necesario insistir en el hecho de que las nuevas superintendencias contarán con un único superintendente, llamado a tomar decisiones en materia de arqueología, patrimonio cultural y patrimonio arquitectónico. Como señala Pier Giovanni Guzzo en la página web de laAsociación Bianchi Bandinelli, las consecuencias sólo pueden ser dos: o bien el superintendente tendrá que confiar ciegamente en sus técnicos, asumiendo así responsabilidades para las que es incapaz de aportar valoraciones por sí mismo, o bien decidirá de forma independiente, arriesgándose a “acciones aberrantes”.

Por no hablar del tiempo que los trabajadores del Ministerio tendrán que dedicar a asimilar los nuevos cambios: habría sido mucho mejor (y Volpe también está de acuerdo con esto) que Franceschini hubiera pensado en un único paquete de acciones reformadoras que presentar desde el principio, en lugar de proceder a una reforma fragmentaria. El drama es que no asistimos a una mala serie de televisión: asistimos, progresivamente, al desmantelamiento de nuestro sistema de protección. Y parece que poco se puede hacer, ya que el Gobierno hace oídos sordos a críticas, sugerencias, movilizaciones y llamamientos, como también señala la Asociación de Arqueólogos del Servicio Público en un largo comunicado publicado en su blog. La Asociación, además, señala que no se han recibido directrices del Ministerio sobre la mejor manera de llevar a cabo las fases de transición a la nueva configuración: y esto supone “un nuevo y muy largo periodo en el que las pocas fuerzas sobre el terreno, pagadas con el dinero de la comunidad, se emplearán sustancialmente en la reorganización logística y procedimental, en las meras operaciones burocráticas que se desencadenan con el cambio de oficinas, en detrimento de la eficacia, eficiencia y economía de los Servicios a la Ciudadanía y Protección”. Y es obvio que los técnicos del Ministerio deberían ocuparse de la tutela, y no de operaciones burocráticas.

Hay, finalmente, un último aspecto a destacar: Dario Franceschini, en entrevistas posteriores a la presentación del nuevo proyecto de reforma de la superintendencia, afirmó que la reorganización del Ministerio es necesaria sobre todo como consecuencia de la introducción de “nuevas normativas, entre ellas la del silencio-consentimiento”. Es el propio Giuliano Volpe quien parafrasea lo dicho por el ministro: “ahora que la Ley Madia ha introducido indebidamente el ’silencio-consentimiento’, es aún más necesario contar con organismos de protección, arraigados en el territorio y multidisciplinares, capaces de dar respuestas, dictámenes, autorizaciones de forma rápida y sin ambigüedades”. Nos encontramos, pues, ante una paradoja: el nuevo capítulo de la reforma se ha concebido casi como una especie de intento de reparar una medida contenida en una ley producida por la acción del propio Gobierno. En resumen: el gobierno, a través de uno de sus ministros, promueve medidas contra sí mismo. Y pensar que el propio Franceschini había pedido, este verano, la anulación del silencio-consentimiento del proyecto de ley de la administración pública. Entonces, si el gobierno no escucha a uno de sus ministros, hasta el punto de que éste se ve obligado a tomar medidas correctoras contra una ley promovida por un miembro del ejecutivo del que forma parte, ¿es posible esperar que el gobierno escuche a los interlocutores sociales?


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